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🦋 Capítulo 2

Tomé una respiración profunda antes de darme la vuelta y enfrentarme al que bauticé hace unos meses atrás como Kenai, el nombre de la cerveza que se estaba bebiendo aquella noche; había pasado mucho tiempo y tenía la esperanza de que no me reconociera, cosa que así parecía ser, pues su expresión facial se mantuvo neutral en todo momento.

Me producía cierta rabia y vergüenza que yo aún me acordase de él, de su voz, el aroma que impregnaba su piel y la ropa que le fui quitando en esa habitación de hotel hace un año. Podía acordarme hasta del tacto de sus firmes y suaves manos sobre mi cuerpo, su respiración contra mi oído erizándome el vello y sus pupilas dilatadas observándome a cada segundo que pasaba, incluso del horrible cosquilleo que creó en mi estómago.

No sabía que me había pasado esa noche, no sabía qué era lo que él me había hecho, pero le tenía pánico y no quería tener que volver a lidiar con ello. Me negaba rotundamente a caer enamorada de alguien que acabaría rompiendo mi corazón en miles de pedazos. No había excepción alguna, lo tenía muy claro y, sabiendo que aquel chico había podido despertar algo en mí, me hacía querer salir corriendo en dirección contraria.

«Las relaciones amorosas apestan».

Tragué saliva y me acerqué a él para examinarle la herida de su frente. Le quité el trapo y le aparté la mano para poder ver cuán grande y profunda era. Por suerte para ambos, era una brecha de carácter leve y no necesitaría más de cuatro puntadas. Esta se encontraba unos centímetros por encima de su ceja derecha.

—Se dice: "hola, buenas noches. ¿Cómo se encuentra usted?" —Su voz salió ronca y con un notable nerviosismo.

—Tienes una raja en la frente, he supuesto que bien no estabas.

Me dirigí al lavabo para lavarme las manos. Una vez que terminé, me las sequé y alcancé el suero fisiológico.

—Es más un gesto educado.

—Bien, ¿cómo te encuentras? —inquirí y volví al paciente.

—En la mierda.

—Perfecto.

Incliné su cabeza hacia atrás, cogí el trapo, lo puse en el lateral derecho de su sien y comencé a echarle el suero para limpiar toda la sangre que manchaba su pálida piel. El muchacho se tensó en el sitio, estaba bastante inquieto por algo que no supe comprender, y se removió entre muecas de molestia y quejidos que salían del interior de su garganta por el escozor que el líquido le estaría causando.

Mientras que me dedicaba en secarle la zona, me permití analizarle físicamente. No había cambiado mucho desde la última vez que le vi, solo tenía el pelo más largo, se podían apreciar los perfectos rizos que gobernaban su cuero cabelludo, y tenía un aspecto más maduro, aunque también algo desgastado y cansado.

—Sabes quién soy —afirmó.

Mi corazón pegó un vuelco y no pude evitar maldecir internamente.

—¿Eres famoso? —indagué haciéndome la loca.

—Bueno, más o menos. —Se encogió de hombros—. Si preguntas por mí en un bar de Alaska, me podrán a tu disposición enseguida. Pero en Madrid solo me puedes encontrar en Okmok.

Ese era el nombre de la discoteca en la que nos conocimos y se estaba haciendo ver como la cerveza de la que saqué su nombre, originaria de Alaska. Me había reconocido y las referencias que salían de su boca no hacían otra cosa que ponerme nerviosa, pero opté por seguir haciéndome la tonta con la esperanza de que se diera por vencido y admitiera el error de creer haberme visto con anterioridad.

—Lo siento, no te conozco.

—¿No? Yo creo que me conoces muy bien. Dedicaste un par de horas en explorar cada parte de mi cuerpo.

—¿Es que te he hecho un TAC alguna vez?

Él suspiró con frustración y yo tuve que reprimir una carcajada metiéndome los labios en la boca. Cuando hube terminado con mi labor, tiré el trapo ensangrentado en la papelera que tenía al lado y me desplacé a la encimera que había a pocos pasos a mi izquierda para preparar todo lo necesario y poder cerrarle la herida.

—Deja de reírte de mí, Eris. Sé que sabes quién soy. He visto cómo te guardabas la chapita en la bata.

—Vale, lo sé. —Rodé los ojos—. ¿Contento? ¿Cambia eso algo en tu vida?

No contestó, así que proseguí con mi trabajo con tranquilidad, aunque no podía obviar que tenía el pulso un tanto alterado y me habían entrado los calores. Estaba nerviosa, muy muy nerviosa, pero pensar en que después de que le curase no le volvería a ver, me hacía recobrar la compostura.

Dejé cualquier pensamiento referente a Kenai y lo que sentí junto a él en su momento a un lado y me centré en lo que estaba haciendo. Estaba en el trabajo y debía de actuar de forma profesional, no podía dejar que el miedo me paralizase o que hiciese de mí un caos más.

—¿Por qué te fuiste? —quiso saber.

—Tenía que irme.

—Podrías haber avisado.

—¿Para? ¿Qué esperabas? ¿Qué me quedase a desayunar?

—Un: "buenos días, me lo he pasado muy bien, pero tengo que marcharme" habría estado genial —respondió con resentimiento.

—Tampoco te flipes, no estuviste tan bien —mentí.

—Para no haber estado tan bien, tuvimos un segundo asalto a los minutos de acabar el primero.

—Sí, quería quitarme el mal sabor de boca que me dejó el primero, pero solo lo empeoró.

—Pues un: "buenos días, tengo que irme. Posdata: follas como el culo" tampoco hubiese estado mal —se corrigió.

Ignoré su comentario por el momento y puse todo el instrumental que iba a necesitar, en una mesita auxiliar que segundos después conduje hacia la camilla en la que se encontraba el chico que tan enfadado estaba conmigo.

—Yo te avisé de que solo sería un polvo.

—Yo no me estoy quejando de eso —negó—. Me quejo de que me dejaste tirado como un perrito abandonado.

—El perrito me lo hubiese quedado.

—Eres imposible —espetó.

—No, soy un caos que te destrozará vivo —objeté—. Tú mismo lo dijiste.

Saqué el taburete metálico de debajo de la camilla y me senté para después proceder a ponerme unos guantes de látex y una mascarilla. Kenai seguía todos y cada uno de mis movimientos con la mirada, pareciendo cada vez más incómodo y nervioso. Su cuerpo recibía pequeños espasmos que no me pasaban desapercibidos.

—¿Has sido tú el responsable del accidente? —cuestioné.

—¿Y eso a ti qué?

—Cierto —admití y eché mano a la pequeña jeringa—. Túmbate.

—¿Qué... qué es eso?

—Anestesia.

—Es mal momento para decirte que le tengo pánico a los hospitales, material quirúrgico, agujas, personal sanitario... —comentó, haciendo énfasis en las dos últimas palabras— y a la sangre, ¿no?

Tragó saliva y su mirada se fijó en el cubo de basura, más concretamente en el sangriento pañuelo que había tirado antes ahí. Su piel empalidecía por instantes y ya pude ver cómo emergían algunas gotas de sudor de su frente. En cuanto me volvió a mirar, su expresión se desquició y casi podía jurar que me estaba suplicando que le dejase marchar sin que le tocara un solo pelo de su rizada cabellera.

—Anda, túmbate —insistí.

Él respiró hondo y me obedeció, así que no tardé en acercarme a la zona herida y pincharle cuidadosamente en las cercanías para que perdiese la sensibilidad durante el proceso de sutura. Su entrecejo se arrugó al notar la aguja penetrar en su piel y temí que se desmayara, pero no pasó absolutamente nada. De igual forma, si perdía el conocimiento, no se iba a caer.

Me esperé un ratito hasta que la anestesia empezó a hacer efecto y luego me dispuse a coger la aguja y el hilo. Escuché al chico tragar saliva y lo noté temblar bajo mi tacto cuando le puse las manos encima, esperaba que no le diera por pegar un salto y correr fuera de la consulta.

—¿Cómo se encuentra mi amigo?

—Lo único que sé es que ahora mismo está en quirófano —contesté.

—¿Y la mujer y la niña?

—De momento están bien. —Comencé a coserle—. Te has metido en un buen lío, la poli te está esperando fuera. No tienes pinta de haber bebido ni consumido ningún tipo de sustancia, ¿qué ha pasado?

Kenai se relamió los labios y tardó en responder, como si necesitase pensarse lo que me iba a decir.

—Estalló una rueda y perdí el control.

—Qué mala suerte —murmuré.

Los siguientes minutos los pasamos en silencio, él intentando concentrarse en otra cosa para no pensar en que le estaba atravesando los extremos de su brecha con aguja e hilo, y yo esforzándome al máximo para mantener a raya el nerviosismo que me provocaba su sola presencia.

Sentía la boca seca y el corazón latiéndome a mil por hora, pero fui capaz de mantener el pulso de mis manos intacto para poder proseguir con la pequeña cirugía. Me daba ánimos en los que me prometía que, en cuanto saliese por la puerta, ya no le volvería a ver nunca más, mucho menos a hablar con él.

En cuanto hube finalizado la intervención, le puse una venda del tamaño de su herida con un poco de esparadrapo para sujetarlo y que no se le moviese. Luego le limpié la sangre que había manchado su piel con una gasa y más suero, y también me atreví a hacer lo mismo con los mechones de pelo que caían sobre su frente, los cuales estaban teñidos de ese rojo que le podría provocar un desmayo al muchacho.

—Pues ya hemos terminado —avisé quitándome los guantes y la mascarilla—. Los puntos se te caerán solos, aplica hielo si se te inflama la zona y llama al centro en caso de que empeores. ¿Te encuentras mareado o algo?

El ricitos se fue incorporando lentamente, aún pálido y con sudores.

—No.

—¿Seguro? —Arqueé una ceja.

—Sí.

—Pues ya te puedes ir.

Se humedeció los labios y volvió a hacer pasar la saliva por su garganta, agarrándose con fuerza del borde de la camilla. Alcé ambas cejas y le observé con expectación mientras que se disponía a ponerse en pie no muy seguro de que fuera a llegar a la salida de una pieza.

Una vez que pudo levantarse, se dirigió a la puerta entre pérdidas momentáneas del equilibrio y una exagerada insistencia de seguir adelante sin importar qué. Yo no iba a ser quien le frenase, él mismo había dicho encontrarse perfectamente y, aunque sabía que aquel comportamiento no era propio de una enfermera, no me nació el retenerle hasta que se encontrase en condiciones para marchar. Sabía lo que iba a pasar a continuación, no iba a poner ni un solo pie fuera de la consulta, no iba a hacer falta que le detuviera.

Crucé los brazos sobre mi pecho y le seguí con la mirada hasta que, a apenas unos pasos de su objetivo, cayó desplomado en el suelo debido al mareo que el miedo que le tenía a todo lo que estaba a su alrededor por aquel entonces le había estado provocando.

Negué con la cabeza y me dispuse a levantarle.

«Imbécil».

🦋

Terminado mi turno laboral, regresé a casa dispuesta a dormirme y no despertar hasta que tuviera que volver a trabajar. Había dejado a Kenai con otra de mis compañeras para poder ir a hacerme cargo de otras cosas, desde luego que no iba a estar ahí cuando despertara; me negaba rotundamente a ello.

Cuando llegué al piso que compartía con Uxía, aún era de madrugada y estaba bastante oscuro. Me dirigí a mi cuarto, la última habitación al fondo del pasillo, intentando no hacer mucho ruido y no despertar a mi querida asíntota, estaba muy segura de que se había quedado hasta tarde estudiando y no quería que mi vuelta la desvelase porque en unas pocas horas ella tendría que prepararse para ir a clase.

Ni siquiera me molesté en quitarme la ropa de calle y ponerme el pijama, era tal el agotamiento que tenía encima, que lo único en lo que pensaba era en dejarme caer panza abajo en la cama; bueno, mentiría si dijera que Kenai no ocupaba una pequeña parte de mi cabeza luego de aquel encuentro, y eso me enervaba.

No quería pensar en él, no pensaría en lo bien que encajaba su boca en mi cuello y sus manos en mi culo, tampoco dejaría que la sensación de mariposas en el estómago se repitiera. No obstante, tan pronto como me di cuenta de que estaba haciendo todo aquello que me estaba obligando a no hacer, me tiré sobre el colchón y gruñí con frustración.

Le había visto después de un año, sí, pero ya no me lo volvería a cruzar. Madrid era muy grande, debía de tener muy mala suerte para que tuviera que encontrármele de nuevo.

¡Holi! Antes que nada, ¿qué tal estuvo vuestra semana? Yo retomé la autoescuela y la semana que viene me presento al examen, así que me la he pasado haciendo tests como si no hubiera un mañana ajaja.

Os adelanto que en el próximo capítulo nos meteremos en la cabecita de Kenai, a ver qué se cuece por ahí jeje.

En lo poquito que llevamos, ¿qué os está pareciendo la historia? Os estaré leyendo 👀.

Besooos.

Kiwii.

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