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🦋 Capítulo 19

Kenai.

«Fue un error. Estaba borracha», recordaba las palabras de Eris una y otra vez.

Sentía una ligera presión en el pecho y un extraño dolor en mis entrañas, el mismo que sentí cuando mi madre se fue, cuando Sabrina rompió conmigo, cuando me separaron de Rafa en el hospital, cuando Miguel se marchó después de nuestra discusión o cuando al despertar aquella mañana en el hotel Eris ya había desaparecido. Era similar al efecto de vacío y frío que deja un buen abrazo al deshacerse. Lo identifiqué, era esa sensación de abandono que tanto odiaba experimentar.

No entendía por qué había llegado a ese punto con Eris. No nos conocíamos, solo nos habíamos acostado una noche y la despedida ya se me había atragantado, dejándome un sabor amargo en el paladar. Ahora tampoco la conocía, tal vez un poco más que antes, pero es que ella no me dejaba ir más allá. ¿Por qué me afectaba tanto entonces? ¿Por qué provocaba ese efecto de soledad en mi interior cuando se desprendía de mí? ¿Por qué me dolía su indiferencia y sus idas y venidas? No éramos nada, solo un lío de una noche que Eris ya había olvidado y que yo debía de superar para no acabar loco.

Lo de anoche fue un error. Los dos estábamos cachondos y ella borracha, en otras circunstancias aquello no habría pasado. Porque si ella hubiese estado sobria, no me hubiese hecho esa propuesta. Y si yo hubiese sabido que estaba ebria, no hubiese aceptado.

Solté un sonoro suspiro y enterré la cara entre mis manos.

«Acéptalo, Oliver. No hay nada que hacer».

Deslicé los dedos por mi pelo y los enredé en los rizos revueltos que gobernaban mi cabellera. Tironeé hacia atrás de ellos mientras que mis ojos se mantenían fijos en algún punto del suelo, perdidos a la espera de que mi mente decidiera que ya era momento de prepararme algo de desayuno. Había estado sentado en mi cama un par de horas dándole vueltas al tema sin cesar, me encontraba mal y no tenía ganas de nada.

Bufé y me palmeé el rostro para despertar del trance en el que me había sumido. Acto seguido miré la ventana por la que había estado manteniendo contacto con mi vecina y decidí que ya era suficiente, por lo que me puse en pie y me dispuse a cerrarla. No volvería a abrirla si Eris andaba cerca, por muchas ganas que tuviese de verla, de hablar con ella, de picarla o de intentar hacerla reír. Nada.

—Mierda... —murmuré y presioné la frente contra el cristal—. Esto es una jodida mierda...

Y lo peor era que me había advertido de cómo iba a acabar.

«Ahora a joderse».

El timbre sonó y mi corazón pegó un vuelco al mismo tiempo que brinqué hacia atrás por el susto. Miré como acto reflejo hacia mis tobillos, asegurándome de que el localizador se encontrara en el lugar correcto. El tal Diego me había creado trauma desde su broma.

Me encaminé hacia la entrada y con una leve taquicardia, abrí la puerta. No obstante, no era el policía que le susurraba a los agapornis el que estaba al otro lado del umbral, sino Sabrina; venía con sus trenzas recogidas en un medio moño. Ella sonrió al verme y alzó los brazos para mostrarme las bolsas de plástico que traía consigo.

—Te traigo la compra —informó—. Cien por ciento vegana. Miguel me ha puesto al tanto.

—¿Segura? —Arqueé una ceja.

—Que sí, que me he leído cada letra de cada producto para asegurarme.

—No sé si fiarme...

—Fíate, del que no debes fiarte es de Miguel —rio—. Me ha contado lo de las chuches también, sí. Y que le perseguiste por la calle durante media hora intentado atizarle con la zapatilla. ¿De verdad crees que me voy a arriesgar a eso?

—Vale, confío en ti.

—Bien. —Asintió con alegría—. Por cierto, vuelve a saltarte el arresto y te crujo.

—No te prometo nada.

—No cambias, eh... —murmuró rendida y yo reí.

Durante un breve lapso, se mantuvo observándome con una corta sonrisa que se curvaba en su lado izquierdo, sin inmutarse, hasta que hizo un movimiento brusco y apresurado en el que se recolocó las bolsas para dejar una de sus manos libre. Cerró el puño y lo acercó a mí con la intención de que lo chocase con el mío.

Las palmas comenzaron a sudarme y tuve que secarlas disimuladamente en el pantalón del pijama antes de encajar los nudillos entre los suyos. Al hacerlo, nos mantuvimos así durante un par de segundos, sin apartar la mirada el uno del otro. Alternaba mis pupilas en las suyas y ella en las mías, sin parar, como si estuviesen jugando al "pilla-pilla". Reímos inconscientemente y su sonrisa se ensanchó tanto que pude ver su dentadura. Se le hincharon los mofletes y tuve que hacer el esfuerzo de no pellizcárselos como solía hacer cuando estábamos juntos.

Nuestra relación se había roto, pero no habíamos perdido la confianza en el otro y mucho menos la complicidad que compartíamos. Sentía que podíamos seguir como amigos sin ningún problema, sin resentimientos. Aunque me costaba un poco verla como tal sabiendo todo lo que habíamos compartido juntos durante tantos años. Había cosas que me salían de manera automática, como cuando intenté besarla la otra vez. La seguía queriendo, pero no de un modo romántico, más bien cariñoso.

Ella rompió el contacto físico al percatarse del tiempo que llevábamos sumidos en los ojos del otro y se adentró en la cocina después de apartarme con un golpecito de uno de sus codos.

Cerré la puerta de la entrada, luego me acerqué hacia donde se encontraba Sabrina y me quedé apoyado en el marco de brazos cruzados. En ese instante caí en algo, y era que debía de pagarle los productos que me había comprado, pero es que yo había vaciado todo el contenido de mi cartera en el tarro de ahorros que tenía con Rafael para nuestro taller.

Me maldije internamente; ahora tendría que sacar dinero como las veces anteriores. Nunca duraba más de un día ahí dentro. Qué desastre...

—Sabri, ¿cuánto te debo? —pregunté.

—Nada, ya está pagado —contestó ella.

Arrugué el cejo.

—No. Primero Miguel y ahora tú. No podéis estar pagando la compra siempre por mí. ¿Cuánto te ha costado?

—No lo he pagado yo. Ahora cállate y déjame colocar esto.

—¿Quién lo ha pagado?

Me ignoró por completo y continuó sacando los productos de las bolsas para guardarlos en sus respectivos lugares como si nada. No entendía a qué venía tanto secretismo y tampoco de quién podía tratarse. Las únicas personas que estaban a mi lado después de todo eran Sabrina y Miguel, nadie más. Mi padre ya me había dejado claro que no me iba a sacar del lío, que había decidido dejar de tener un hijo. No me quedaba nadie.

Pensé en insistirle a ver si con suerte le sacaba algo de información, pero no me iba a decir nada. La conocía muy bien y sabía que era una persona de palabra. Si había prometido no contarme nada, lo iba a seguir a rajatabla. No conseguiría nada de ella.

Suspiré, rendido y opté por cambiar el tema de conversación.

—¿Quieres quedarte a desayunar?

—Son las doce y media —dijo entre risas—, he desayunado hace rato. Pero puedo quedarme y acompañarte, si quieres.

Me echó un rápido vistazo por encima del hombro a la espera de una respuesta, así que no tardé en asentirle con la cabeza y mostrarle una sonrisa en agradecimiento.

Sabrina se quitó la chaqueta y la colgó sobre el respaldo de una silla, luego rebuscó algo entre la compra que me había traído, sacó un paquete de galletas para mí y lo dejó sobre la mesa a la par que tomaba asiento. Yo me alcancé una taza y la leche de soja que guardaba en la nevera y me senté enfrente de ella.

Sentía su mirada puesta en mí en todo momento, como si quisiera decirme algo. Pero no se animaba a hacerlo, lo que me tenía un tanto descuadrado. Sabrina siempre había sido una chica que no se andaba con rodeos, aunque eso cambiaba cuando el tema a tratar le daba especial vergüenza por unas razones o por otras.

Intentaba no prestarle mucha atención ni darle mayor importancia, quizás no quería hablar de nada en particular y estaba haciéndome ideas erróneas, así que me concentré en llenar la taza de leche para no derramarla. Pero se me hacía bastante difícil, me estaba poniendo nervioso.

—Oli.

—¿Sí? —La miré, inquieto.

Dejé a un lado la botella de leche y tragué saliva; la última que empezaron las cosas de esta forma me confesó sus sentimientos.

—Miguel me ha contado que estás conociendo a alguien.

—¿Hay algo que no te haya contado?

—No lo sé —rio—. Pero me gustaría que me hablaras de ella. ¿Cómo es? ¿Cómo os conocisteis?

Carraspeé con la garganta y me relajé al saber el verdadero motivo por el que estaba indecisa a sacar el tema.

—No sé si quiero hablar de eso. —Suspiré.

—¿Por qué?

—Las cosas no van bien entre nosotros.

—¿Y eso?

—No tengo ni idea, ella... No sé qué cojones quiere de mí. —Me llevé las manos a la cara y me la restregué con exasperación—. Hay veces que parece que quiere algo conmigo, pero cuando tenemos cualquier tipo de acercamiento, me echa a patadas de su vida. No sé interpretarla, ella es...

Sabrina apoyó los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos de sus manos y se sostuvo el mentón. Estaba en posición de querer escuchar más al respecto, había empezado a cantar como un pajarito sin darme cuenta y ahora no había marcha atrás. Quería saber más de Eris.

—Ajá... —animó a que prosiguiera.

—Complicada —finalicé—. Es complicada y... huraña, antipática, grosera... —Hice una mueca de desagrado, aunque mi expresión se suavizó al pronunciar lo siguiente—: y tierna. Tiene una mirada... extrañamente atractiva e intimidante, es como si pudiera desnudarte en un pestañeo. Y eso me gusta. Es... salvaje y dulce a partes iguales. Su sonrisa... ¡Oh, su sonrisa! No suele mostrarla mucho, al menos no conmigo, pero cuando lo hace..., joder, es un espectáculo digno de ver. Podría quedarme mirándola durante horas y... Oh, no.

Crucé los brazos sobre la mesa y escondí mi cabeza en ellos, lamentándome internamente. Acababa de darme cuenta de la cantidad de cosas que Eris provocaba en mí. Desde esa noche en el bar no pude sacarla de mi cabeza y ahora que nos habíamos reencontrado después de un año, tenía claro que nunca iba a poder lograrlo.

—Vaya, estás pilladísimo —aseguró Sabrina entre risas.

—Estoy en la mierda —corregí.

—¿Por qué lo dices?

Alcé la vista.

—Sabri, lo nuestro fue solo cosa de una noche, nos acostamos hace un año y no la volví a ver hasta ahora —expliqué—. No me deja conocerla, no me deja acercarme, no me deja ni respirar cerca de ella. No va a pasar nada entre nosotros. Lo nuestro terminó en ese puñetero hotel.

—Espera, espera, espera. Alto ahí. Hace un año estábamos saliendo juntos, ¿cuándo fue eso?

El corazón se me subió a la garganta y se quedó atascado ahí. Sabrina me miraba con seriedad, como quien ha visto pasar un fantasma y no es capaz de asimilarlo. Fue entonces cuando comprendí que la había cagado a lo grande.

—Después de que lo dejásemos.

—¿Cuánto después? —indagó.

Dejé caer la espalda en el respaldo de la silla y respiré hondo. Mi expresión facial se transformó en otra muy distinta a la que tenía antes, a una de culpabilidad y remordimiento. Estaba a punto de herir a Sabrina y no quería verla llorar, no quería ver la decepción reflejada en su cara, no quería que me odiara. Pero todo eso iba a suceder y ya no podía enmendarlo.

—Cinco horas.

Ella jadeó, abatida.

—¿Te acostaste con otra cinco horas después de dejarlo conmigo?

—Sabrina...

—Eres tremendo, Oliver.

Se levantó de golpe, cogió su chaqueta y salió de la cocina. Me puse en pie con rapidez y corrí tras ella, llevándome por delante el pico de la mesa, el cual se me clavó en la cadera y me hizo ahogar un gruñido en las profundidades de mi garganta; no era momento para detenerme por un golpe.

Escuché la puerta de la entrada abrirse, pero llegué antes de que se marchara. Le agarré con suavidad de la muñeca y la atraje unos centímetros hacia a mí. Ella me miro con los ojos aguados y los labios apretados, se notaba que estaba furiosa conmigo y lo entendía.

—No te vayas —le pedí.

—Lo último que quiero ahora es quedarme aquí.

—Por favor...

Miró hacia otro lado y se limpió la humedad de la nariz con el dorso de su mano libre. Se tomó unos segundos en estar en silencio, debatiendo consigo misma lo que decirme a continuación. La veía negar con la cabeza y morderse con fuerza el labio inferior.

—Estuve llamándote, Oliver. Cuando rompimos —habló y conectó sus ojos con los míos—. Sabía que estabas mal a pesar de que insististe en que no, pero yo sabía que te había destrozado. Te llamé un montón de veces y fui a tu casa, pero Rafa me dijo que no sabía dónde coño te encontrabas. Estuve jodidamente preocupada por ti cuando tú te lo estabas pasando de puta madre, ¿eh?

—Solo escúchame...

—¿Tan cansado estabas de mí? ¿Tanto deseabas terminar conmigo para irte con otra? ¿Tanta prisa tenías?

«¿Qué?»

—Sabrina, no es eso. No te equivoques. Yo...

—¿Tú qué? —La voz se le quebró—. Cinco horas. Oli, joder. Solo habían pasado cinco horas...

La solté y ella se limpió las lágrimas de los ojos. Verla en ese estado me mataba, me dolía el pecho y me estaba entrando una sensación de ahogo que ponía mis pulsaciones por las nubes. Las manos me sudaban, el estómago me dolía y unas dolorosas punzadas se alojaban en el interior de mi caja torácica, unas detrás de otras.

—Hazme el favor de no cagarla mañana, ¿vale? —dicho esto, bajó las escaleras y desapareció de mi vista.

Me quedé mirando la dirección que había tomado para irse sin poder reaccionar.

Era consciente de lo feo que estuvo por mi parte acostarme con otra chica el mismo día en el que terminamos nuestra relación, lo sabía. Pero no lo hice porque estuviese cansado de ella, no fue por eso. Nuestra ruptura me había dejado hecho trizas y lo único que quería era no pensar en ella, superarla de una manera rápida y sencilla.

El remedio resultó ser peor que la enfermedad, porque ni superé a Sabrina ni pude deshacerme del recuerdo de Eris, acabé el doble de jodido y ahora volvía a estar en la misma situación.

Cerré la puerta, me humedecí los labios y apreté los párpados. Mi entrecejo se arrugó al recordar su última petición. ¿A qué se refería con que no la cagase mañana?

¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Los exámenes bien? Contadme. 👀

El capítulo finaliza con la cagada de nuestro Oli, ¿qué pensáis al respecto? ¿Y de la reacción de Sabrina? ¿Tenéis alguna idea de a lo que se refería ella con que no la cagase al día siguiente? Jummm, lo veremos el próximo domingo. 🤭

Voy a aprovechar este espacio para daros las gracias por leer esta historia, por cada voto y comentario, me ayudan mucho y me animan a seguir escribiendo. Me río mucho con vuestras ocurrencias, os quiero mucho. 💚

Besooos.

Kiwii.

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