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🦋 Capítulo 18

A la mañana siguiente la cabeza me martilleaba por la resaca, el corazón me latía con fuerza en el pecho por las miles de emociones que peleaban en su interior y las tripas se me revolvían ante el sentimiento de arrepentimiento que habitaba en mi ser. Me encontraba en el salón, subida en el sofá con las piernas encogidas y con la mirada perdida.

Después de aquella ducha de agua fría que tenía como principal objetivo bajarme todos los calores y quitarme la tontería de encima, no me atreví a entrar en mi habitación de nuevo. Estuve un rato en el pasillo prestando atención a cada ruido por si alguno era perteneciente a Kenai, pero lo cierto era que no volví a escucharle desde que salí del cuarto de baño.

Rodeé las piernas con los brazos y las apreté contra mi pecho con fuerza. ¿De verdad había pasado? Joder, me había tocado pensando en él y Kenai se había tocado pensando en mí. No podía pensar en otra cosa que no fuera en su voz narrándome todo lo que me habría hecho si hubiésemos estado en el mismo cuarto, en sus gemidos entrecortados, su respiración agitada y en la imagen que tenía en mi cabeza de él mirándome de aquella manera que tan nerviosa me ponía.

El estómago se me revolucionaba de solo mentar su nombre en mi mente, el cosquilleo volvía a hacer acto de presencia dentro de mí y ya no era capaz de saber si lo que quería era tener a Kenai junto a mí o lo más lejos posible. Mi cerebro insistía en alejarle para que no hiriese a mi corazón, pero mi corazón luchaba para saltarse todas y cada una de las advertencias y normas impuestas por mi cerebro. ¿A quién debía de obedecer? Sabía que uno me salvaría de un fatídico final y que el otro me daría algo que me gustaría volver a intentar; ambas opciones no eran compatibles, era o una o la otra, siendo consciente de que sufriría las consecuencias de la opuesta.

Solté un sonoro gruñido y me dejé caer sobre mi lado izquierdo en las plazas libres del sofá. ¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? ¿Por qué tuvo que llegar Kenai a mi vida? Yo estaba muy bien sola, sin quebraderos de cabeza, hasta que apareció él.

«Maldigo el día en el que le propuse ser mi tangente».

El sonido de la puerta de casa abriéndose me sobresaltó, por lo que me incorporé de inmediato hasta quedar de nuevo sentada y con una enorme confusión haciendo acto de presencia de mi ser. Eran las diez de la mañana, Uxía debería de estar en clase, no aquí.

Estuve mirando hacia el pasillo hasta que la rubia apareció ante mí. Sonreí al verla, pero este gesto amable se desvaneció de mi rostro al ver como las lágrimas caían por sus mejillas unas detrás de otras, sin parar. Tenía los pómulos y la nariz enrojecida, el móvil apretado entre sus dedos y un gran berrinche encima, de esos que te quitan el aire al respirar. Algo le había dejado en ese estado y eso a mí me preocupó y asustó de sobremanera.

—Uxi... ¿Qué ha pasado? —pregunté, cautelosa.

—Biopsia... —sollozó.

—¿Qué?

—Me... me han llamado para... —tragó saliva— decirme que quieren hacerme una biopsia. Eso... eso es una mala señal, ¿verdad? Quiere decir que han visto algo raro en la ecografía...

—Que hayan encontrado una anomalía, no quiere decir que sea algo maligno —murmuré—. No tiene por qué ser nada malo. Todo va a estar bien, estoy contigo.

Rompió a llorar con más fuerza y por unos instantes, no hice nada. Estaba paralizada, no sabía qué decir para consolarla, siempre me pasaba igual y era frustrante. Lo único que pude hacer fue acercarme a ella con pasos lentos y rodearla con los brazos para atraerla a mí en un abrazo.

Sus manos se aferraron a la tela de mi camiseta y su rostro se escondió en el hueco de mi cuello; podía notar como sus lágrimas humedecían esa zona y sentir su calidez en mi piel. Acaricié su espalda y su cabello a la vez que soltaba un ligero soplido de entre mis labios para hacerla entrar en calma, cosa que iba logrando con el paso de los segundos.

—Vamos a esperar a ver que resultados da la prueba, ¿vale? ¿Para cuándo la tienes?

—Mañana por la mañana —respondió sorbiéndose la nariz.

La rubia deshizo nuestra unión para poder secarse la humedad de sus ojos y rostro. Sus dedos temblaban y el hipo producto del disgusto que se había llevado, hizo acto de presencia, entrecortándole la respiración con un ruidillo que me provocaba darle otro abrazo. Carraspeé con la garganta y tragué saliva, llamando su atención. Sus iris azulados y un poco enrojecidos conectaron con los míos.

—¿Qué... qué te parece si vemos una película de Disney arropaditas con una manta mientras nos comemos una caja de cereales? —propuse, mostrándole una sonrisa tímida—. Te dejo elegir peli y cereal.

Mi amiga me alegró la mañana con una de sus radiantes sonrisas y risitas mudas; las películas de dibujos eran su debilidad, le encantaban y daba igual como estuviese de ánimo, siempre había un rato para ver uno de sus clásicos favoritos. Aunque aún las lágrimas le empeñaban la visión y habían hecho de su aspecto uno muy entristecido, sabía que aquello le había hecho feliz y que conseguiría que sus pensamientos se volcasen en otra cosa distinta.

En cuanto asintió con la cabeza, le ayudé a despojarse de su mochila y abrigo para que se pusiera cómoda. Tras volver a limpiarse de nuevo las mejillas, cogió una bocanada de aire, la expulsó de golpe y caminó hacia el ancho cajón del mueble que sostenía la televisión para buscar nuestro entretenimiento.

Mientras tanto, me dirigí a su habitación. Allí dejé sus pertenencias y cogí uno de sus pijamas para que pudiera ponérselo. Acto seguido me encaminé hacia mi dormitorio, donde se encontraba la manta con la que nos arroparíamos. No obstante, antes de que pudiera siquiera poner un pie allí, frené en seco justo en el umbral de la puerta, agarrándome del marco para no precipitarme hacia adelante.

Miré la estancia con recelo a la vez que me pasaba la lengua por los dientes, queriendo agudizar todos mis sentidos para evitar un encontronazo con Kenai. Así que, luego de un ratito de espera, me adentré con gran sigilo y anduve de puntillas hacia los pies de mi cama. Estaba muy cerca de mi objetivo, la manta estaba ahí perfectamente doblada. Solo tenía que agarrarla y salir por patas.

Pero la suerte nunca estaba de mi parte, así que la cagué. Una zapatilla tirada en el suelo fue el obstáculo que me hizo tropezar y casi caerme de boca. Trastabillé no queriendo dejarme los dientes en el suelo y me aferré con fuerza a la estructura de la cama, haciendo bastante más ruido del que esperaba. Apreté los párpados y los labios al tiempo que rezaba para que el innombrable no me hubiese escuchado.

—¿Eris?

«Fuck».

—Oye..., creo que deberíamos de hablar sobre... lo que pasó anoche —comentó; no pronuncié ni una sola palabra, quería que creyera que estaba hablando solo—. Por favor, no empieces a evitarme otra vez.

Suspiré y abrí los ojos.

—No hay nada que hablar —contesté—. Fue un error.

—Yo no creo que lo fuese.

—Estaba borracha, Kenai.

El silencio reinó en el lugar, solo podía escuchar los latidos apresurados de mi corazón.

—Genial... —dijo; se le notaba un tanto molesto.

Oí los muelles de su cama y como sus pasos se alejaban de la estancia; se había marchado. Hice una respiración profunda y me relamí los labios. ¿A quién debía obedecer? ¿Al cerebro o al corazón?

«Al cerebro. Obedece al puto cerebro, Marina».

🦋

Al inicio de la tarde, después de comer, me preparé para ir a trabajar. Había dejado a Uxía en casa con una de sus compañeras de clase, la cual había venido a verla luego de que la rubia huyera sin dar explicaciones a nadie tras colgar esa llamada que en tan mal estado le había puesto. Al menos estaba mejor que unas horas atrás y con eso yo ya estaba feliz.

Iba tarareando la melodía de las canciones que sonaban en el coche mientras que conducía hacia el hospital. Me iba mucho la música electrónica, aunque mi padre y Uxía decían que les ponían la cabeza como un bombo, poco les había faltado para comprarse tapones para los oídos.

Estaba tranquila y concentrada en la carretera, cumpliendo con las señales que regulaban el tráfico al pie de la letra. Al menos hasta que al acercarme a un paso de cebra una chica se me precipitó delante y tuve que pegar un brusco frenazo para no atropellarla. Ella tuvo que poner las manos sobre el capó como acto reflejo y yo miré el semáforo para asegurarme del color que tenía; estaba en verde para mí, no había sido culpa mía.

Torcí el gesto y toqué el claxon para hacerle saber mi descontento a tan temeraria acción. Justo en el momento en el que volví a mirarla, la expresión de mi rostro cayó en picado; parecía ser que no se le había quitado la manía de cruzar en rojo.

Sus ojos azules estaban puestos en mí, llevaba su melena castaña suelta como siempre y sus labios pintados de un rosa claro y brilloso; relacioné directamente el color con el pintalabios que le regalé hacía años, sabía a fresa.

—Lo que me faltaba ya —murmuré por lo bajo, pegándole un manotazo al volante.

La chica me sonrió de manera escasa desde el sitio y no dudó en poner rumbo hacia mi ventanilla. Allí dio un par de toquecitos en el cristal para que la bajara, así que, muy a mi pesar, lo hice. Bajé el volumen de la música y miré de reojo como se agachaba para poder tenerme dentro de su campo de visión, apoyando los brazos sobre el hueco.

—Minerva —la mencioné entre dientes.

—Has estado a nada de pasarme por encima.

—No te tocaba cruzar.

—Pero he cruzado. —Alzó las cejas.

—Y yo he frenado.

—¿No me vas a pedir disculpas, al menos? —preguntó haciéndose la ofendida.

—Perdón, me equivoqué de pedal —dije—. Tendría que haber acelerado.

Minerva bufó y rodó los ojos.

—¿Por qué eres así? —quiso saber.

—¿En serio me lo preguntas?

—Marina, tronca, ha pasado tiempo. Supéralo.

El colmo. Delineé mi colmillo izquierdo con la lengua, moví el cambio de marchas y pegué un leve acelerón para que se apartarse. Sin embargo, ella no lo hizo. Solo tropezó y se agarró con mayor fuerza al vehículo. No estaba por la labor de dejarme marchar tan fácilmente.

—¡Vale, no, Marina! ¡Espera! —chilló hasta que volví a frenar—. Joder, ¿podemos hablar? Llevo bastante queriendo hacerlo, pero me tienes bloqueada en todas partes.

—Por algo será.

—Vamos, Mar, fue un error.

—Un error que cometiste cuatro veces —espeté y le asesiné con la mirada.

—Venga, Marina, hablemos...

—Minerva, por favor, quítate.

Ella no me hizo caso, por lo que subí de nuevo la ventanilla para que se viese obligada a quitar sus manos y poder así continuar con mi camino sin más problemas. La morena me miró con una indignación palpable, pero no quería escucharla, bastantes mentiras había escuchado salir ya de su boca, todas me las había creído, y todo para que luego estuviese tirándose a otras.

Hecho aquello, aceleré y la dejé atrás. Apretaba el volante entre mis dedos y sentía una presión en mis ojos que me decían que pronto se verían inundados y eso me cabreaba. Recordarla me dolía, me escocía, como cuando se le echa limón a una herida abierta. La quise tanto y tan tontamente que la única que acabó con el corazón roto fui yo.

Me arrepentía de haberla perdonado en innumerables veces, no se lo merecía y muy en el fondo sabía que me volvería a poner los cuernos después de cada disculpa. Tal vez ella no tuviese la culpa de todo, yo fui la estúpida que se hizo la ciega con la excusa de amarla.

Me sorbí la nariz y expulsé el aire con lentitud por la boca.

«Como si no estuviese bastante jodida ya».

¡Hola! Siento la tardanza, se me volvió a ir el tiempo estudiando y no me di cuenta 😓. ¿Vosotras cómo estáis?

El próximo capítulo lo narrará Kenai, veremos a la bonita de Sabrina y tendremos una importante confesión. Por Twitter os iré soltando más detalles al respecto. 😌

Besooos.

Kiwii.

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