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🦋 Capítulo 16

A la noche siguiente invité a Miguel a cenar en "mi casa", no había vuelto a tener noticias de mi desaborida vecina desde que la espanté con un falso ataque de tos el día anterior. Ni siquiera le había escuchado pasar por su habitación, llevaba en buen rato tirado en la cama con el móvil haciendo tiempo hasta que la calabacita decidiese aparecer y ni un solo ruido procedente de su cuarto penetró en mis oídos; me estaba volviendo a evitar.

Solté un gruñido de frustración y dejé caer mi teléfono a un lado del colchón, ¿quién diablos podría entender a Eris? Yo, desde luego, no.

Crucé mis manos detrás de mi cabeza y respiré en profundidad para sacarla de mi mente, esto no tardó en suceder en el instante en el que miré hacia la entrada de mi habitación. Pensé en Rafael y lo único que quería era que apareciera por esa puerta como cada día y viniera a contarme algo. Me fue imposible no recordar un momento en concreto, ese en el que entró con una ilusión que le chispeaba en los ojos y le iluminaba la cara; una inconsciente sonrisa se dibujó en mis labios al imaginarme la escena.

Venía escuchando su voz pronunciando mi nombre desde que había entrado en nuestro hogar, gritaba tanto que lo había podido oír por encima de la música que los auriculares emitían. Me incorporé de la cama y me los quité con el cejo fruncido al mismo tiempo que le sentía acercarse muy apresuradamente hacia donde me encontraba.

—¡Oli! —exclamó al asomarse—. Tengo una idea cojonuda.

Arqueé una ceja y le observé detenidamente. Su pecho subía y bajaba debido a su respiración agitada, seguro que por la carrera que se había pegado hasta llegar aquí para comentarme sobre lo que se le había ocurrido. Tenía una radiante sonrisa que curvaba sus labios y le formaban unos hoyuelos cerca de las comisuras que le hacían ver como un niño inocente a pesar de sus pintas de macarra.

—¿Cuál?

—Agárrate —pidió y se acercó a mí.

—¿Qué?

—¡Qué te agarres!

Cogió mis manos y las aprisionó contra el borde de mi colchón mientras que se sentaba en él. Arrugué el entrecejo, reí sin entender absolutamente nada y me soltó.

—No me voy a caer de la cama —murmuré.

—¿Seguro?

—Eh..., sí.

—Bueno, ¿estás preparado? —inquirió dando una sonora palmada y yo asentí—. Bien. ¡Tengamos nuestro propio taller! Eh, ¿qué dices? ¡Eh, eh!

—Rafa..., no tenemos ni un puto duro.

—¡Por eso hay que ahorrar!

Se levantó de golpe y se encaminó hacia mi escritorio. Allí cogió un frasco de cristal que usaba para guardar lapiceros y bolígrafos, en su mayoría inservibles, lo vació y regresó con él entre sus dedos. Antes de decir nada, se sacó la cartera de uno de los bolsillos delanteros de sus pantalones y se las ingenió para sacar una moneda y meterla en el tarro.

—Yo pongo el primer euro —dijo con alegría—. Solo imagínalo, Oli. Tú, yo y nuestro taller, trabajando codo con codo. Se acabó el no llegar a fin de mes, las deudas, todo. Seríamos nuestros propios jefes. Yo solo veo ventajas.

—¿Y has pensado en el nombre que tendrá nuestro taller?

—Por supuestísimo.

Rafa me entregó el tarro y volvió a aproximarse a mi escritorio, buscó por los alrededores algo con la mirada y, al no encontrarlo, se sacó uno de los papelillos de su tabaco de liar del bolsillo restante y comenzó a probar suerte con cada bolígrafo para ver si alguno pintaba. No obstante, como ya había mencionado, todos eran inservibles.

Estuvo durante un minuto entero gruñendo al no ser capaz de encontrar uno que le sirviera, pero para su suerte, había uno al que le quedaba un poco de tinta y pudo, al fin, escribir el nombre del taller donde pretendía. Cuando terminó, rebuscó por lo cajones un rollo de celo, cortó un trocito y lo puso sobre el papelito. Una vez hecho esto, vino hacia a mí y lo pegó en el cristal, permitiéndome leerlo. Ponía: "Rafael Olivares".

—¿Olivares? —indagué entre risas.

—Oliver viene de olivo, ¿no? Bah, qué más da. ¿Lo intentamos?

Se quedó mirándome a la espera de que diera un veredicto, lo hacía como si fuera un crío despertándose el día de Reyes y encontrándose un montón de regalos solo para él, con una ilusión mágicamente contagiosa. Respiré hondo y pensé detenidamente en lo que iba a responder, pues no teníamos el suficiente dinero como para poder comprar un taller y cubrir todos los gastos que este sueño traería consigo, pero enseguida entendí que no dejaba de ser eso, un sueño. Se valía soñar, nunca estaba de más.

Me estiré hasta que pude alcanzar mi abrigo, el cual se encontraba tirado a los pies de la cama. Cogí de allí mi cartera y saqueé otra moneda de un euro. Tras regresar a mi posición, lo metí dentro del frasco, creando un sonido sonoro y melódico que nos arrancó una sonrisa a ambos.

Aquello había sucedido hace bastantes meses atrás y cada vez teníamos nuestro objetivo más lejos. Dinero que echábamos, dinero que sacábamos para cubrir todas nuestras necesidades. Solo quedaban esas dos primeras monedas que lo iniciaron, teníamos terminantemente prohibido usarlas para cualquier otra cosa, esas llevaban el nombre de nuestro talle escrito en las dos caras.

Me levanté de la cama y alcancé la maleta que había metido debajo de esta para poder dar con nuestro pequeño tarro de ahorros; me lo había traído antes de que me pusieran el localizador. Observé el interior y, después de unos segundos, busqué mi cartera entre los bolsillos del montoncito de ropa que tenía apilada en una silla y eché hasta el último céntimo en él.

🦋

Miguel llegó unos minutos después y a las once y cuarto ya estábamos cenando la pizza vegana que habíamos creado con nuestras propias manos, haciendo de la cocina un desastre del que me tendría que ocupar más tarde; y no era que me apeteciera mucho.

Ya nos encontrábamos cenando en el salón mientras que él me comentaba el detalle que había tenido Sabrina con él al regresar a Madrid. Resultaba que, en su estancia en Nueva York, en una de las tiendas de suvenires, vio un montón de preservativos personalizados con algún dibujo o frase chistosa. Uno de ellos era de "El señor de los anillos" y enseguida pensó en nuestro pelirrojo favorito y no pudo resistirse a llevárselo. En el condón ponía: "El señor de los orgasmos".

—¿Y lo vas a usar?

—Qué dices. ¿Tú estás majara? —exclamó—. Lo tengo pegado en el armario.

—A este paso tu habitación va a parecer un museo de la saga.

—Es mi mayor fantasía sexual.

Solté una sonora carcajada antes de seguir comiendo.

—Por cierto, que se me olvidó preguntártelo el otro día —agregó—. ¿Qué tal con Sabrina? Te hizo una visita, ¿no?

—Sí —confirmé dándole un bocado a mi porción—. Intenté besarla.

Miguel, que en ese momento le estaba pegando un trago al vaso de agua, tuvo que apretar los labios e hinchar sus mofletes a la par que tosía para no bañarnos ni a la cena ni a mí. Se tomó unos instantes para poder tragar sin ahogarse y, luego, respiró con calma.

—¿La besaste?

—Lo intenté —corregí—, pero ella me frenó. No sé por qué lo hice, solo lo hice y ya. No sé qué hubiese pasado si..., bueno, creo que la hubiésemos cagado.

—¿Te sigue gustando?

—No, no de esa forma —negué—. Es que... hay otra chica.

—¿Otra chica?

—Sí, otra chica —Me encogí de hombros y tomé el botellín de cerveza por el cuello—. La conocí la noche que Sabrina cortó conmigo. Nos acostamos y por la mañana desapareció. Ahora vive en el edificio de al lado. De hecho, hablaste con ella el otro día.

Di un largo trago y miré al pelirrojo que estaba sentado frente a mí. Él me observaba con la boca y los ojos un poco más abiertos de lo normal, procesando la información y analizando mi rostro por unos segundos que se me hicieron eternos. Me incomodaron de tal manera que tuve que tragar saliva y apartar la vista para cortar esa sensación de raíz.

—Un poco despechado tú, ¿no? —murmuró—. ¿Cómo se llama?

—No lo sé. —Carraspeé con la garganta—. No me lo quiere decir y tampoco quiere saber el mío.

—¿Te gusta?

Me quedé callado, ni un solo sonido salió de mis adentros. Ni siquiera quería pensarlo, me limité a dejar la mente en blanco hasta que se me ocurriera alguna forma de cambiar el tema de conversación. Yo sabía la respuesta a esa pregunta, lo tenía muy claro, pero me daba miedo decirlo en voz alta. Mientras no saliese de mi boca, no sería real.

La calabacita alzó las cejas como un gesto de insistencia a que hablase, pero no dije absolutamente nada, solo me limité a beber cerveza hasta que la bombilla se me encendió y pude encontrar una salida a aquel embolado.

—Oye, ¿tú no has tenido pareja en todo este tiempo?

—No, cuando entran a mi habitación huyen despavoridas. —Suspiró—. Creo que es por el Gollum de cartón a tamaño real.

«La madre que lo parió».

—Bueno, me tienes a mí —bromeé guiñándole un ojo.

—No gracias, tengo buen gusto.

«Uh, golpe bajo».

—Eh, haríamos una bonita pareja —aseguré, dolido.

—Eres todo lo contrario a lo que me gusta.

—¿Cómo soy?

—Para empezar, eres un tío —contestó y fue enumerando lo que decía con los dedos de su mano—. Un macarra al que se la suda todo, que se mete en cuanto berenjenal ve y con menos personalidad que un mosquito.

—Vaya, gracias.

—No somos compatibles, Oli. —Se encogió de hombros.

—Sí que lo somos. Yo soy vegano y tú una calabaza.

Se hizo el silencio, sonreí de medio lado al ver la cara que se le había quedado.

—¿Estás diciendo que me comerías? —quiso saber.

—Enterito.

—Si no te conociera, pensaría que me estás tirando los tejos.

—Es que te los estoy tirando —afirmé.

Puse la expresión más seria que pude para que pudiera llegar a pensar que decía la verdad y que no le estaba intentando gastar ningún tipo de broma. Parecía que se lo iba creyendo, su rostro avergonzado me lo hicieron saber, pero tan rápido como se me escapó una pequeña risa muda, los dos estallamos en carcajadas.

—Encontrarás a alguien con quien usar ese bendito condón, ya verás —declaré sin dejar de reír.

Miguel cogió un champiñón de la pizza y me lo lanzó a la cara en forma de queja. El pobre había acabado rojo como un tomate, era mi especialidad sacarle los colores a la gente. Era muy divertido y gratificante.

Cuando terminamos de cenar, el pelirrojo me ayudó a recoger la cocina, lo que fue un alivio porque por mí se hubiese quedado así hasta que se me diera la gana ponerme manos a la obra. Una vez que terminamos, él se fue a su casa y yo me quedé solo dando vueltas en la cama intentando dormir. No podía, volvía a estar en las mismas y quería tirarme de los pelos hasta dejarme los tirabuzones lisos.

Había estado en todas las posiciones habidas y por haber, boca arriba, boca abajo, con las manos bajo la almohada, la almohada sobre mi cabeza para ver si me asfixiaba y me moría ya, y de lado hecho un ovillo mientras murmura improperios a la mente hiperactiva que tenía dentro de mi cráneo y la cual no me dejaba pegar ojo.

Sin embargo, a eso de las tres de la mañana, iba a conseguirlo. Los párpados se me habían cerrado solos, estaba sosegado y a la espera de que el sueño me invadiera de una vez por todas. Estaba a punto de pasar y ya tenía una sonrisa triunfal plantada en mis labios, había ganado la batalla.

Al menos, era lo que pensaba hasta que escuché lo más parecido a un gemido y un golpe en la pared. Me incorporé de golpe por el susto y maldije por lo bajo. ¿Es que no podía dormir bien por una vez en la vida? Iba a matar a alguien a ese paso.

Unos jadeos se adentraron en mis oídos y mi cejo se frunció.

«Qué».

¡Holi! ¿Cómo estáis? Siento haber tardado un poquitico en subir el capítulo, estaba estudiando y ni lo había corregido. 😂

Bueno, bueno, bueno. El final creo que deja un poco entrever lo que sucede y lo que pasará en el próximo capítulo. ¿Qué decís vosotros qué pasará? Conociendo a Marina, pueden ser muchas cosas. 🌚

Por favor, dadle mucho amor a Miguel. Ta chiquito. 🥰

Besooos.

Kiwii.

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