🦋 Capítulo 15
Kenai.
Hundía la galleta con la cuchara en el vaso de leche de soja una y otra vez, había perdido la cuenta de cuantas veces lo había hecho ya, pues ni siquiera le estaba prestando atención. Tenía le mirada perdida en el algún punto de la cocina y la cabeza en otra parte, más concretamente en pensamientos relacionados con Rafael. Había dejado de estar con los pies en la tierra desde que Eris me había dado la noticia.
No sabía describir como me sentía, estaba ausente, el corazón me pegaba dolorosos vuelcos cuando pensaba en ello y la culpa que ya tenía habitando en mi interior aumentaba cada vez que recodaba la razón por la que mi amigo se encontraba en aquella situación tan crítica. Si Rafa moría, yo iba a ir detrás de él.
Tan rápido como me acordé de que estaba desayunando, dirigí la mirada al vaso y maldije por lo bajo al presenciar como la galleta había desaparecido y ahora no era más que pequeños tropezones deshechos que espesaban la leche. Lo alejé de mí, me recosté en la silla y solté un largo suspiro a la par que me tallaba los ojos; estaba muerto de sueño.
Un par de golpecitos en la puerta de casa me hicieron volver en mí. No me moví ni un solo centímetro hasta que a los pocos segundos los volví a escuchar; seguro que sería la policía para asegurase de que seguía aquí. Me levanté a duras penas y me aproximé a la entrada. Una vez allí, abrí y me dispuse a decirle al agente que había sido bueno y que no me había saltado el arresto, pero antes de que pudiera siquiera abrir la boca, sus iris azulados y su ojo de gato me cortaron la voz y el aliento.
Lo primero que hice fue mirar mis tobillos, por suerte el pantalón del pijama era largo y los cubría, por lo que el localizador no estaba a la vista. Regresé la mirada a la chica que estaba frente a mí.
—No estoy preparado para otra mala noticia, Eris —pronuncié en un tono bajo.
—No, no. Tranquilo... —dijo de carrerilla—. Todo sigue bien, bueno, dentro de lo que cabe.
El lugar se quedó en silencio. Yo observándola con fijeza y ella con los ojos inquietos. La notaba nerviosa, estaba con las manos escondidas tras su espalda y podía notar en el vaivén de su pecho que tenía la respiración un tanto agitada. Arrugué el entrecejo y crucé los manos sobre mi pecho a la espera de que me contase el motivo por el cual había venido a visitarme presencialmente, pero al ver que no estaba por la labor de hacérmelo saber por su propia cuenta, opté por preguntarle al respecto.
—¿Puedo ayudarte en algo?
—No —negó.
—¿No?
—No.
—Pues... ¿adiós? —inquirí agarrando la puerta para poder cerrarla.
Aguardé unos instantes, queriendo ver si se animaba a hablarme o continuaría con la conversación de besugo en la que nos habíamos sumergido. Eris seguía en la misma posición en la que le había encontrado, casi ni pestañeaba y notaba como sus pies se retorcían disimuladamente. ¿Qué le pasaba? No me quedé para averiguarlo y me dispuse a regresar dentro del piso.
—Te he comprado esto —soltó de golpe, frenando mi acción.
Entreabrí de nuevo la puerta y le puse atención, viendo como sus brazos extendidos sujetaban una bolsa de gominolas en mi dirección. Respiré hondo y le mostré una corta sonrisa, no tenía ganas de absolutamente nada.
—Dijiste que estaban hechas con...
—Son veganas —me interrumpió—. Mira, pone "veggie".
Dio unos cuantos pasos hacia a mí y me las entregó. Con una palpable desconfianza examiné la bolsa para asegurarme del origen de las chuches que, efectivamente, eran veganas. Reí silenciosamente al ver cómo había escrito con un rotulador permanente "besitos de fresa". Abrí el envoltorio y eché un vistazo dentro.
—No son besitos de fresa —objeté—. Esto es un engaño.
—No había, pero son de fresa.
—Pero no son besitos.
—Y qué más da, saben igual. —Se estaba empezando a molestar—. Solo acéptalas.
—No estarán envenenadas, ¿verdad?
—Mira, si no las quieres, devuélvemelas.
Extendió la palma para que se las diera, pero yo hice el gesto contrario, alejándolas de sus manos al mismo tiempo que cogía una y me la llevaba a la boca; tenía razón, sabían exactamente igual que las que eran mis favoritas. Eris resopló y cruzó los brazos sobre su pecho.
Aunque me había hecho bastante ilusión que se hubiese acordado de mí y hubiese tenido ese bonito detalle conmigo, había algo que no me cuadraba. Ella no quería verme ni en pintura, me había pedido que la dejara en paz, pero ahí estaba, frente a la entrada de mi casa y con un regalo para mí.
—Gracias —agradecí—, pero ¿por qué?
La canija tomó una bocanada de aire y la expulsó un poco temblorosa. Realizó un par de intentos de contestarme, abriendo y cerrando la boca, pero sin llegar a decir nada. Ladeé la cabeza y me mantuve esperando a que lograse hacer salir alguna palabra de entre sus labios. Carraspeó con la garganta.
—Era solo para... animarte.
—Ya, pero ¿por qué? —insistí.
—¿Por qué, qué?
—Hace apenas un día no querías tener nada que ver conmigo —aclaré—. No sé qué es lo que estará pasando por tu cabeza, pero creo que sé lo suficiente para ver que esto solo te complica las cosas. Así que discúlpame si no lo entiendo.
—Me las complica —admitió.
Alcé las cejas, inhalé en profundidad y me relamí los labios a la vez que acortaba la poca distancia que quedaba entre nosotros, dejando nuestros rostros tan cerca que podía sentir su cálida respiración contra mi boca. Eris no se movió, se quedó mirándome directo a los ojos, midiendo mis intenciones al milímetro e intimidándome de una manera que me encantaba.
—¿Qué quieres de mí, Eris? —pregunté con voz ronca.
Su respiración se entrecortó y sus pupilas se desviaron hacia mis labios, lo que consiguió hacer latir mi corazón con mayor fuerza. Ni siquiera me lo esperé cuando sus manos agarraron mi rostro, se puso de puntillas y entreabrió su boca para encajarla a la mía, pero eso no sucedió, no me besó. Solo me desplazó un poco hacia atrás por el impulso que había tomado para poder llevar acabo tal acción.
Me incliné hacia a ella para poder así terminar lo que había empezado, no obstante, sus manos descendieron hasta mis pectorales y me dieron un brusco empujón para que me alejase. Eris se dio media vuelta, enfurruñada, maldiciendo por lo bajo cosas que no se entendían y se fue dando fuertes pisotones hasta desaparecer de mi vista, como si algo le hubiese enfadado de sobremanera.
🦋
Dos horas. Habían pasado dos horas y yo aún seguía intentando procesar lo que había pasado hace rato en la puerta de casa. Me había sentado en el sofá con la mirada fija en la pared mientras ante mis ojos se sucedían las imágenes que habían visto previamente y, para qué mentir, inventándose una continuación que me hubiese encantado experimentar.
«Ha intentado besarme».
—Joder... —murmuré.
El timbré sonó y me sobresaltó, mi corazón había comenzado a latir con un desenfreno que hizo que un cosquilleo rebotara en las paredes de mi estómago y me subiera los calores a la cara. Por alguna extraña razón pensaba que podría ser Eris queriendo seguir con lo que había dejado a medias, no era una chica tímida y la veía capaz de hacerlo. Aunque sus ganas de alejarme siempre que podía me desmontaban la teoría, pero de igual manera había estado a punto de besarme, pero no me quería ver, pero me había traído chuches, pero también me había mandado a la mierda, pero me estaba echando un cable con lo de Rafa, pero era muy fría conmigo, pero...
El timbre volvió a sonar, sacándome de mi bucle mental.
«Eris, me rayas».
Me levanté y me dirigí con pasos rápidos a la entrada. Antes de abrir la puerta, cogí una bocanada de aire, tragué saliva y me alboroté los rizos para que quedasen más o menos decentes. Cuando me vi preparado, agarré el picaporte e hice lo propio. Pero no era Eris quien estaba al otro lado, era Diego, el simpático policía que me había pegado un susto de muerte haciéndome creer que la pulsera me la había puesto en el otro tobillo.
—Te juro que no me ha sonado el teléfono —declaré y el rio.
—Estese tranquilo que esto solo es una visita rutinaria, enséñeme la tobillera.
Me alcé un poco el bajo del pantalón del pijama y él se agachó para toquetearla y mirar si todo se encontraba en orden. Mientras hacía esto, algo apareció caminando desde su espalda hasta su hombro, haciéndome fruncir el cejo. Un pajarillo verde que ladeaba y giraba su cabecita hasta que sus ojos dieron conmigo, pero lo que me sorprendía era que no se movía ni un solo centímetro. Ni siquiera echaba a volar ni intentaba escaparse, estaba ahí tan a gusto.
—Tienes un intruso ahí —le hice saber.
—Es mi amigo —respondió con ilusión—. En comisaría intentan enjaularlo, así que lo he traído conmigo.
El oficial se puso en pie y fue entonces cuando el pájaro emprendió el vuelo y aterrizó sobre mi cabeza, picoteándome los mechones de pelo y tirando de ellos a la par que me raspaba con las uñas de sus patas. No me moví, no quise molestarlo.
—¡Le has gustado! —exclamó—. Está anidando.
Justo en ese momento sentí como se despanzurraba sobre mi coronilla, lo que me sacó una carcajada muda de mis adentros; ya estaba, se iba a quedar a vivir conmigo. Diego puso sus manos sobre sus caderas y negó con la cabeza mientras sonreía al presenciar tal escena.
—¿Por qué lo quieren enjaular? —indagué.
—Porque hay alguien al que no le cae bien, y creo saber quién es... —refunfuñó—. Un pájaro enjaulado nunca podrá llegar a ser feliz, hay que dejarlos libres. Él decidirá si se queda o se va.
—Toda la razón —admití—. Y... ¿es aplicable a todo tipo de animales?
—Por supuesto, no pueden vivir en cautividad.
—¿Incluido los Homo sapiens? Más concretamente... ¿este Homo sapiens? —Me señalé con los pulgares a la par que sonreía.
Diego se rio y me miró con complicidad; no había colado. Él se pasó los dedos por el bigote para colocárselo y luego extendió su mano hacia mi cabeza para que su plumado amiguito fuera con él. El animal se le subió al índice sin rechistar, dejándome una sensación de vacío sobre mi pelo.
—Vamos a hacer una cosa, ¿quiere? —propuso.
—Soy todo oídos.
—Si adivina el nombre de mi pequeñín, veré qué puedo hacer para que le dejen salir un día de estos.
—¿Solo con adivinar su nombre? —Arqueé una ceja.
—Sí, solo eso.
—Vale —accedí—. Rumpelstiltskin.
Carcajeó sonoramente.
—Buen intento. Venga, pórtese bien y que pase un buen día.
—Igualmente —dije sonriente.
El policía se puso al animalillo en el hombro y se fue. Cerré la puerta y regresé sobre mis pasos hasta llegar al salón, no obstante, no me quedé allí, sino que puse rumbo hacia mi habitación. Cogí el móvil de la mesilla y lo revisé, al ver que no tenía ni un solo mensaje, lo dejé donde estaba y me tiré boca arriba sobre la cama.
Entrelacé mis manos sobre mi estómago y me quedé embobado observando el techo sin saber qué narices hacer con mi vida, al menos hasta que escuché un ruido proveniente del dormitorio de Eris. Ella se encontraba deambulando por ahí y estaba claro que eso yo lo iba a aprovechar como buenamente pudiera, siéndole ese incordio al que tanto aborrecía en algunas ocasiones, en otras no tanto. Estaba más que demostrado.
Me llevé el puño a la boca y comencé a toser con una exageración que logró arrebatarle un gruñido de frustración a aquella chica que vivía a mi lado. Pude escuchar cómo se tropezó con algo por el camino, como maldijo por lo bajo, insultó al objeto responsable y se piró refunfuñando de una manera que se me antojaba divertida.
¡Hola! ¿Cómo estáis? Espero que bien 🥰.
Sé que algunas queréis que haga un maratón, pero ya empiezo con los exámenes y si hago uno, me quedaría sin capítulos de reserva y ya no podría ponerme a escribir como antes, por lo que es muy probable que os quedárais sin actualización. Más adelante prometo hacer uno. 👀
¿Qué os ha aparecido el capítulo? Yaha habido un avance. Pequeñito, pero un avance de todas formas. 🤭
Como adelanto del capítulo del próximo domingo puedo deciros que estará nuestra querida calabacita y que ya empezarán a escucharse ciertas cosas desde las habitaciones de estos dos tortolitos. 🌚
Besooos.
Kiwii.
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