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🦋 Capítulo 14

Consiguieron que el corazón de Rafael volviese a latir luego de dos largos minutos de reanimación cardiopulmonar. Sentí como la presión de mi pecho se aliviaba al ver como la recta dibujada en la máquina que medía sus pulsaciones, volvía a hacer subidas y bajadas dentro de la normalidad. Aquello no era bueno, su situación había empeorado muchísimo más y requería de mayor vigilancia.

Tenía que contarle lo sucedido a Kenai, iba caminando por la calle camino a casa pensando en la forma de hacerlo. Eran cerca de las cinco de la madrugada y llevaba debatiendo conmigo misma desde que me había subido al coche en el aparcamiento del hospital si sería mejor despertarle y contárselo ahora o esperar a que fuese una hora más accesible para ambos.

Joder, la noticia le iba a destrozar y ni siquiera estaba mentalmente preparada para verle decaído de nuevo porque no sabía de qué forma subirle el ánimo. ¿Qué haría si se ponía a llorar como la otra vez? ¿cerrar la ventana e irme a dormir como si nada? Hacer eso sería algo horrible por mi parte, pero es que tampoco podía hacer nada porque no se me daba bien dar consuelo a la gente.

Me costaba un poco dar muestras de afecto, más aún cuando estas requerían de contacto físico. No dejaba que me tocaran si no tenía confianza con la persona involucrada, necesitaba que me avisaran para poder mentalizarme de que iba a recibir un abrazo, una caricia o un beso, o sentirme yo previamente lista para ello, como sucedía cuando iba en busca de alguna tangente. Mi padre y Uxía eran las excepciones. Un tiempo atrás también lo fue mi exnovia Minerva.

No quería que pensara que era una insensible, no lo era.

Llegué a mi hogar con un nudo en la garganta y una leve taquicardia que se hacía más palpable a cada paso que daba hacia mi habitación. Antes de dirigirme allí, me asomé al dormitorio de Uxía y, al ver que se encontraba profundamente dormida, cerré la puerta para que el ruido que yo hiciera no le molestara.

Hecho aquello, cogí una bocanada de aire y la fui expulsando lentamente a la vez que avanzaba por el pasillo que llevaba a mi destino. Una vez allí, me subí a la cama y me quedé ahí de rodillas mirando hacia la pared, dándole una rápida pasada a mis opciones de si avisarle ahora o esperar a que amaneciese un poco.

Me relamí los labios y opté por quitarme aquel peso de encima ya, así que dejé caer los nudillos sobre la pared en un par de toquecitos para poder llamar la atención del ricitos al otro lado.

—Kenai —pronuncié su nombre y lo acompañé de otro par de golpecitos.

—¿Eris?

El corazón me pegó un vuelco y tuve que carraspear con la garganta para que me saliera la voz.

—Siento despertarte, es que...

—Tranquila, estaba despierto —me interrumpió.

—¿Qué haces despierto a estas horas? —Arrugué el cejo.

—Duermo como el culo —murmuró—. ¿Qué quieres?

—¿Puedes salir un momento a la ventana? Será rápido.

—Sí.

Escuché los muelles de su cama, por lo que enseguida me bajé de la mía y me acerqué a mi ventana para abrirla. Justo cuando lo hice, Kenai apareció en mi campo de visión; tenía sus rizos alborotados, seguro que de haber estado dando vueltas en la almohada. Tenía ojeras marcadas y una expresión de cansancio que no podía con ella, lo que me echaba para atrás y me hacía pensar que tal vez no iba a ser una buena idea comentárselo en ese preciso momento. Aunque su mansa sonrisa no había quien se la quitara de la boca. Me sorprendía como podía mantenerla en su rostro incluso en días malos, porque era obvio que hoy no estaba especialmente bien.

—Tú dirás —animó al ver que no tenía intención de hablar.

—Es tu amigo —solté de golpe y él se puso serio—. Ha entrado en parada cardiaca durante dos minutos. Pudieron reanimarlo, pero su situación ha empeorado.

Kenai se quedó callado y muy quieto, lo único que se movía eran sus ojos, que no sabían exactamente a dónde mirar. Noté como su respiración se le había atropellado en la garganta, jadeaba como si no le llegase el aire a los pulmones. Estiró los brazos y se agarró con fuerza al borde del alféizar mientras que escondía la cabeza entre estos; estaba tenso, su espalda estaba erizada y temía por lo que le estuviese pasando. No le escuchaba respirar y eso me estaba preocupando.

Antes de que pudiera decir algo, el chico se incorporó de golpe al tiempo que tomaba una brusca bocanada de aire, como si hubiese estado sumergido bajo el agua durante un buen rato y necesitase oxígeno de manera desesperada. Me miró con los ojos enrojecidos y yo tragué saliva.

—Quiero verle —dijo.

—No puedes.

—No me vengas con esa mierda. —Torció el gesto; era la primera vez que le veía tan alterado—. Pide que me dejen entrar como la otra vez.

—No puedes entrar —repetí.

—Pues cuélame o qué se yo.

—No.

—¡Pues me cuelo yo!

Me hirvió la sangre.

—Te vas a quedar quietecito —espeté—. Si no puedes entrar no es porque no queramos, sino porque Rafael está frágil y ahora mismo no puede recibir visitas. Así que hazme el favor de tranquilizarte y dejar de decir estupideces.

—Quiero estar con él —insistió, rabioso.

—Cómo te vea por el hospital te saco de los pelos, tú verás.

—Eris...

—No estoy obligada a avisarte de estas cosas. Pruébame y dejaré de informarte.

Se relajó de mala gana. Entendía su frustración y la forma que estaba teniendo de comportarse, pero no podía permitir que cometiese la gilipollez de meterse en las UCIS a hurtadillas. No estaba pensando con la cabeza, se estaba dejando llevar por lo que sentía.

—¿Cómo de frágil está? —La voz le salió afónica.

—Muy frágil, Kenai —aseguré con la mirada clavada en sus iris verdosos—. Se hará todo lo que esté en nuestras manos para sacarle adelante, pero...

—Yo necesito que me prometas que saldrá adelante.

—No puedo prometerte eso.

—Prométemelo —sus lágrimas salieron a la luz—, aunque sea mentira. Por favor...

Negué con la cabeza muy a mi pesar. Él terminó más destrozado de lo que pensaba, me apartó la vista y la puso hacia el frente. Tenía la nariz enrojecida debido al llanto, al igual que sus pómulos. Apoyó sus brazos cruzados sobre el vano de su ventana y apoyó la frente en ellos mientras lloraba con un desconsuelo que me partía el alma en pequeños trocitos.

Me sentía un poco impotente al no saber cómo ayudarle, nunca me había tocado dar una tan mala noticia y esperaba no tener que notificarle su muerte si es que eso llegaba a suceder. Notaba retortijones en el estómago, unos nervios que me tenían mal y las manos inquietas. Me las retorcía sin parar.

Hice lo que me definiría como una persona horrible e insensible. Cerré la ventana, cogí mi pijama de uno de los cajones de mi armario y me fui al salón para dormir allí.

🦋

A la mañana siguiente acompañé a Uxía al hospital para que se hiciera la ecografía. Se había levantado de la cama muy nerviosa y me había costado un poco tranquilizarla, su cuerpo entero temblaba de camino aquí. Por no hablar de su negativa a no querer faltar a clase, también me había tenido que esforzar mucho para convencerla de que no pasaría nada porque se saltase las dos primeras horas, que siempre podría pedirle los apuntes a algún compañero u hablar con los profesores al respecto. Ahora ella estaba dentro con la especialista y yo sentada en el interior de una salita esperando a que mi amiga terminase.

Había pasado ya un rato y mi pierna había adquirido un tic nervioso; esperaba que lo de Uxía no fuese nada maligno, pero aún así no podía evitar estar un poco preocupada e impaciente por conocer los resultados, aunque sabía que para saberlos habría que esperar unos días.

También sentía malestar en el estómago, pero eso era por otra cosa. Bueno, por otra persona. Era pensar en cómo lloraba Kenai esta madrugada y se me revolvían las tripas, esta sensación aumentaba cuando recordaba que me había marchado y le había dejado ahí tirado para no escucharle y poder dormir tranquila. Pues dormí de todo menos tranquila. Solo podía descansar un par de horas antes de tener que acompañar a mi amiga al hospital y no pegué ojo más de diez minutos. El arrepentimiento me carcomía.

—Ya estoy. —Una voz dulce se hizo presente a mi vera; la rubia que compartía piso conmigo.

Me puse en pie de un salto y me acerqué a ella.

—¿Cómo ha ido? —quise saber.

—Bueno, me ha dolido un poco. —Se sostuvo el pecho afectado—. Pero bien. Me han dicho que en una semana tendré los resultados. Estoy un poco asustada.

—Venga, no pienses en ello hasta que los tengas en tus manos. —Le acaricié la espalda para hacerle notar mi apoyo.

—Vale. Ahora llévame al instituto.

Sin más se puso a caminar hacia la salida a paso rápido, lo que me hizo correr un poco para alcanzarla y reírme por el camino. No había quien le quitara la atención ni un solo instante de sus estudios, estuviese donde estuviese, siempre andaba pensando en ellos.

Salimos del hospital y nos encaminamos hacia los aparcamientos. Una vez que nos subimos cada uno en nuestros respectivos sitios, nos pusimos el cinturón y yo me dispuse a arrancar el motor. No obstante, antes de que pudiera hacerlo, la voz de mi amiga hizo acto de presencia, por lo que me estuve quieta y la miré.

—¿Qué pasó con tu tangente cuando llegaste del trabajo? —inquirió—. Os escuché hablar.

Parpadeé un par de veces, atónita, pues juraría que estaba tan dormida que no se había enterado de absolutamente nada. Me recosté en el asiento, miré al frente y tragué saliva.

—Le di la noticia de que su amigo había entrado en parada y que luego pudieron reanimarle —respondí—. Se puso a llorar porque quería verle, pero su estado no lo permite. Y yo le dejé ahí, Uxía. Cerré mi ventana y le dejé ahí llorando.

—¿Por eso has dormido en el sofá?

—Sí. —Suspiré—. No sé dar cariño, Uxi.

—Sabes darlo a tu modo, Marina. Puede que no seas la persona más amorosa del mundo, pero te aseguro que nunca nadie me ha cuidado tanto como tú —expresó con seriedad—. Me arropas cuando me quedo dormida estudiando y eso me pone blandito el corazón.

—Tú te pones blandita con cualquier cosa —reí.

—Puede. Ahora estoy muy blandita.

—¿Por qué? —La miré.

—Porque estás aquí conmigo.

—No te iba a dejar sola en esto —aseguré.

—Te voy a comer a besos, alguita.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—Oh, no —negué.

—Oh, sí.

No me dio siquiera tiempo a desabrocharme el cinturón y salir huyendo del coche. Uxía se abalanzó sobre mí, rodeando mi cuello con sus brazos y repartiendo besos por todo mi rostro. No me dejaba separarme de ella, estuvo pegando sus labios a la piel de mis mejillas, frente, nariz y ojos hasta que comenzó a notar como mi cuerpo se tensaba. Las muestras físicas de afecto me gustaban recibirlas en su medida justa, no era tan pegajosa como la rubia que acabaría por crearme una contractura solo por insistir en mantenerse pegada a mi cuerpo, ella lo sabía y por eso me estaba queriendo fastidiar.

—Vale, ya, ya. Ya está bien —murmuré hecha un ovillo.

Ella se separó con una sonrisa de oreja a oreja plantada en la boca, admirando como su ataque besucón había hecho de mí un gurruño de carne y hueso. Me había dejado estática y con cara de póker, pero estaba tan acostumbrada a verme así después de sus arrumacos que lo único que hizo fue reírse.

—Hay formas y formas de mostrar cariño, Marina. Tú lo haces mediante pequeños gestos y yo así —añadió—. Venga, conduce que no me quiero perder más clases.

Me incorporé lentamente y puse las manos en el volante, tenía el cuerpo un poco encogido todavía, pero poco a poco me iba poniendo erguida. Le eché un vistazo a la rubia y la forma tan dulce con la que me observaba me arrebató una sonrisa que contuve con todas mis fuerzas para aparentar que estaba molesta, pero Uxía sabía de sobra que no me podía enfadar con ella y menos por haberme llenado de besos.

No le hice perder más tiempo, así que arranqué el coche y puse rumbo hacia el instituto en el que estudiaba. Tardamos poco más de media hora en llegar, por lo que mi amiga me dio un apretón en la rodilla como despedida y salió embalada hacia la entrada. No me marché hasta que la vi entrar.

De vuelta a casa tuve que pararme en varios semáforos, pero uno en concreto me dejó enfrente de una tienda de chuches en cuyo letrero ponía en verde y bien grande la palabra "veggie". Me humedecí los labios y me quedé mirando el escaparate embobada mientras pensaba en si había traído dinero conmigo. El claxon de un vehículo detrás del mío me avisó de que ya podía emprender de nuevo la marcha, así que lo hice. Pero no para seguir con mi camino, sino para buscar sitio para aparcar.

Solo esperaba que tuviesen besitos de fresa.

¡Hola! ¿Cómo estáis? Espero que bien. 🤗

Ya podéis guardar los pañuelos por hoy, jejeje. ¿Qué os ha parecido el capítulo? Contadme, os estaré leyendo. 👀

Para el próximo capítulo se viene una miajilla de salseo, yo ahí lo dejo. ¿Y os acordáis de que estos dos se escuchan desde sus respectivas habitaciones? Bueno, no lo olvidéis. 🌚

Besooos.

Kiwii.

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