🦋 Capítulo 11
Kenai.
Mantuve las manos en el volante, apretándolo con suavidad mientras que la carretera desaparecía bajo nosotros a gran velocidad. Rafa me acompañaba en el asiento del copiloto, mostrando toda su dentadura en una ancha y alegre sonrisa y vitoreando la adrenalina que se expandía por nuestro cuerpo a causa de la pequeña travesura que estábamos llevando a cabo.
—Acelera —pidió mi colega—. Vamos, Oli. ¡Písale!
Lo hice sin dudar siquiera, creando un efecto túnel ante mi campo de visión. Sus ojos azules me miraron de refilón a la vez que se quitaba el cinturón de seguridad. Aquello me alarmó tanto que se me borró todo rastro de diversión del rostro. Bajó la ventanilla de su lado todo lo que pudo y sacó la mitad del cuerpo para gritar como si estuviera viviendo en una película de acción.
—Rafael, regresa tu culo al asiento —ordené de reojo.
—¡Anda ya! —rio—. ¡La vida son dos días!
—Menos de dos días serán para ti como te caigas.
No me hizo caso, siguió a lo suyo como si yo no estuviera allí. Así que hice lo que debía y fui bajando la velocidad poco a poco hasta que él volvió dentro del vehículo soltando un ruidillo de queja desde las profundidades de su garganta. Sus cejas se habían juntado y el aire que entraba por su ventana le hacía volar el poco pelo que descansaba en medio de su cabeza; llevaba una cresta y siempre lucía despeinada, mucho más ahora.
—¿Qué haces? No frenes.
—Cierra la ventanilla y ponte el cinturón —dije con seriedad.
Rafael obedeció con los ánimos por los suelos. Recostó su espalda en el respaldo soltando un sonoro suspiro y cerró la ventana lentamente, queriendo disfrutar de lo poco que aguantaría abierta mientras terminaba el proceso. Hecho aquello, cogió la correa del cinturón y la estiró para que llegara a su respectivo enganche, no obstante, no llegó a abrocharlo.
—Me voy —comentó—. Me voy en un año, o dos, no sé.
—Será "nos vamos" —corregí.
—No, allá donde voy no quiero que vengas.
—¿Dónde coño te vas?
No me respondió, lo que me confundió de sobremanera y me hizo arrugar el cejo. Le eché una rápida mirada, mi amigo me observaba con una cálida expresión facial de la que no sabía sacar conclusiones; Rafael siempre había sido una persona a la que costaba descifrar.
Se me revolvió algo por dentro al pensar en sus palabras. ¿Cuál era la razón por la cual no quería que le acompañase esta vez? Desde que nos conocimos habíamos estado juntos en todo, allá donde fuera uno iba el otro. Nos faltaba poco para ir acompañados de la mano al cuarto de baño y aquello me escoció un poco porque no terminaba de comprenderlo.
Tragó saliva y respiró en profundidad. No pasó ni un solo segundo hasta que su rostro adquirió rasgos que denotaban frustración y descontento. Le escuché chasquear la lengua y dar un último tirón al cinturón de seguridad para después soltarlo, provocando que este regresara a dónde provenía y que él quedase de nuevo libre de protección.
—Vamos, tío. Acelera —insistió, derrotado—. Dale caña a esta mierda. Necesito sentir mis tripas flotar en cada curva, necesito sentir que estoy aquí.
Apreté el volante y, con la intención de volver a verle sonreír, pisé a fondo el acelerador con la mano en el cambio de marchas para estar preparado para pasar al siguiente. Rafa no tardó en recomponerse, lo que me robó una sonrisa. No era algo extraño que se comportase de aquella forma, siempre habíamos buscado la adrenalina en distintos sitios para sentir que estábamos en este mundo.
Recordaba estar bajo el Ferrari que conducíamos esa misma tarde, ultimando unos arreglos hasta que él apareció, se montó en el asiento del copiloto y propuso ir a dar una vuelta antes de que tuviéramos que devolvérselo a su dueño. Me preguntó si había terminado con el coche y le dije que sí muy convencido, pero ahora que lo pensaba..., no era así.
Las ruedas; estaban tan desgastadas que podrían reventar, y más a la velocidad a la que íbamos. Los ojos se me abrieron de par en par, el corazón me pegó un vuelco y empezó a latir desenfrenado. Miré a mi amigo como acto reflejo y me di cuenta de que aún no se había puesto el...
—¡Rafael! —grité—. ¡Ponte el puto cinturón!
La rueda reventó, frené de golpe, nos desviamos de nuestro rumbo y colisionamos contra otro vehículo. Mi cabeza golpeándose de manera muy brusca contra el volante y el sonido de cristales y carrocería crujiendo y resquebrajándose inundaron el lugar. Un ruido seco contra el capó me dejó helado y con la respiración atrancada.
Me incorporé con una rapidez mareante de la cama, estaba sudando a chorros y el pecho me dolía por la cantidad de aire que entraba y salía sin cesar. Notaba el corazón en la garganta, en el estómago, mis manos, cuello, cabeza..., en todas partes. Empecé a ahogarme. Deslicé las piernas por el borde del colchón y agarré la tela de mi camiseta más cercana a mi órgano palpitante con una dolorosa sensación de asfixia consumiéndome.
Enseguida me puse en pie y me dirigí al cuarto de baño para despejarme hundiendo la cara en agua fría; estaba muy alterado y pensé que, tal vez, eso me ayudaría un poco. Así que cuando estuve frente al lavabo, abrí el grifo, puse las manos de bajo y me eché el contenido en las mejillas, frente, cuello e incluso cabeza. Me humedecí el pelo, apoyé las palmas sobre la encimera y me miré al espejo mientras que intentaba tomar de nuevo el control de mi respiración.
Aguardé un par de minutos en esa posición hasta que sentí que ya podía regresar a la cama y ver si sería capaz de dormirme un rato más, pues había dormido un par de horas como mucho aquella noche. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera moverme, el sonido del timbre me sobresaltó. La persona al otro lado de la puerta timbró unas tres veces seguidas más, como si no tuviera ni una pizca de paciencia en su ser.
¿Me había estado llamando la policía y no me había dado cuenta? Eran como mucho las siete de la mañana, no creía que madrugaran para tal cosa. ¿O sí? Estaba algo confuso, pero no me demoré mucho más y fui a abrir para ver de quien se trataba. Al hacerlo, el rostro serio del que era mi jefe apareció ante a mí. No venía con muchos ánimos y yo tampoco es que los tuviera, menos ahora que él estaba frente a mí, pues no tenía ni idea de lo que querría si ya me habían informado de mi despido.
—Marcos, ¿qué te trae por aquí? —indagué.
—¿En serio me lo preguntas?
—Sí.
El hombre suspiró y se sacó del bolsillo de sus pantalones del trabajo un papel doblado que posteriormente me entregó. Lo fui desdoblando mientras le miraba de reojo y luego lo ojeé por encima; era una factura en la que había una suma desorbitante de dinero.
—¿Qué es esto?
—Lo que tú y tu amiguito debéis al dueño del vehículo —respondió.
Se me secó la boca.
—Rafa está en coma, yo en arresto domiciliario y pronto en la cárcel —expliqué—. ¿De dónde voy a sacar el dinero?
—Por suerte, el dueño es un gran amigo mío y ha accedido a esperar a que salgas de prisión para que le vayas abonando esta pequeña cantidad de aquí —señaló otra cifra en el papel— mensualmente. Os he evitado más cargos, no he podido hacer más.
—Vale. —Asentí con nerviosismo.
—¿En qué pensabais, Oli?
—Rafael no lo sé. Yo en nada.
—Pues empieza a pensar, hijo —me riñó—. Os conozco, sabía que os metíais en líos, pero esto es un problema muy gordo. Os tengo un cariño del copón, pero aquí os habéis pasado, chicos. No pensé que vuestras "travesuras" evolucionarían hasta convertirse en esto.
Desde que Rafa y yo nos conocimos, se convirtió en una costumbre eso de meternos en diversos problemas. De hecho, nuestro primer encuentro nos llevó directos a ambos a comisaría. Yo me había ido de casa esa misma noche, era tarde y era prácticamente la única persona que caminaba por la calle a esas horas. No sabía a dónde ir, no quería pedirle ayuda a ninguno de mis amigos porque sus padres me llevarían con mi familia, así que fui estúpido y decidí buscarme la vida por mí mismo como buen orgulloso e incorregible que era.
Iba caminando con los hombros encogidos, las manos dentro de los bolsillos de los pantalones, gesto torcido y una mochila en la espalda. Todo estaba tranquilo, no había mayor ruido que el que había dentro de algunas de las viviendas que había a mi alrededor, aunque esa calma no tardó en desaparecer en el momento en el que empecé a escuchar pasos acercándose a gran velocidad hacia mi posición justo detrás de mí.
Un chaval no mucho mayor que yo chocó a propósito contra mi espalda y aprovechó nuestro acercamiento para cederme unos botes de pintura en spray para después continuar corriendo. Le pegué un grito como queja y al darme la vuelta vi como un par de policías venían corriendo también hacia donde me encontraba. Me cagué las patas abajo y tiré los botes al suelo para correr tras el desconocido como si no hubiese un mañana.
Nos atraparon, me metió en un lío que no me correspondía y discutí con él hasta casi llegar a los puños en plena comisaría luego de intercambiar unas cuantas palabras para nada agradables en el coche patrulla. Nos retuvieron hasta que lograran contactar con nuestros padres; los de Rafael no respondieron, pero el mío sí, y estaba muy furioso. ¡Y no había hecho nada!
Cuando la sala se desalojó un poco, el chico que me había acoplado en contra de mi voluntad a su problema se levantó de la silla, echó un vistazo por los alrededores y luego me miró. «Me voy, ¿te vienes?», fue lo que dijo. Nos escapamos de allí cagando leches y desde entonces estuvimos juntos en cada embolado, nos dedicábamos a hacer pinturas consideradas ilegales en zonas urbanas y a salir por patas como la primera vez.
Marcos nos pilló grafiteando una pared en plena noche cuando teníamos diecisiete. Nosotros creímos que nos denunciaría a la policía y estábamos preparados para huir, no obstante, nos propuso trabajar en su taller para que usásemos nuestro arte para tunear las chatarras que le trajeran; le gustaron nuestros dibujos y ni siquiera se lo pensó. Él nos enseñó todo lo relacionado con los coches y la mecánica, el sueldo que nos ganábamos en ese trabajo nos sacó de muchos aprietos.
—Gracias por esto. —La voz me salió afónica—. Es más de lo que nos merecemos.
El dueño del Ferrari debería de habernos denunciado, pero Marcos había movido cielo y tierra para librarnos de consecuencias peores. Era mucho dinero el que debíamos, ese coche no era precisamente barato, pero era eso o más años de prisión.
—No me las des a mí.
—¿Y a quién se las doy? —Arrugué el ceño.
—Tú sabrás, hijo. —Se encogió de hombros—. Bueno, tengo que irme a trabajar. Cualquier noticia de Rafa, dame un toque.
Asentí con la cabeza y él me sonrió con los labios apretados. Sin más, se dio la vuelta y bajó las escaleras con prisa, dejándome sumido en la soledad a la que yo mismo había atraído.
🦋
Desde que mi exjefe se fue, me había quedado tumbado boca arriba sobre mi cama mirando el techo sin pensar en absolutamente nada. No me había movido desde entonces, ni siquiera para comer; no me apetecía, tenía el estómago cerradísimo y estaba cansado, aunque seguía sin poder conciliar el sueño. Miraba el móvil de vez en cuando, pero no tenía ni una sola notificación; hacía meses que no subía nada a las redes sociales y no era una persona con la que quisiese hablar mucha gente. Normalmente solía tener algún que otro mensaje de Rafa, de Sabrina antes de que cortásemos y de Marcos, pero nada más allá.
Me fijé en la hora, eran casi las cuatro de la tarde.
Bufé con exasperación y cerré los ojos para ver si gracias a las fuerzas del universo conseguía dormir, aunque fuese media hora, pero tan rápido como realicé esta acción, un ruido proveniente de la habitación de Eris me hizo abrirlos. Me quedé estático hasta que lo siguiente que oí fue un suspiro, unas zapatillas caer al suelo, la ventana abrirse y el mechero encenderse; acababa de llegar de trabajar.
Me puse en pie con tal prisa que en mi cabeza se alojó un mareo que me hizo tambalearme hasta casi caerme de nuevo a la cama, pero lo pude controlar. Me acerqué a mi ventana, la abrí y me apoyé en el alfeizar hasta que sus ojos claros dieron con los míos. Realizó una mueca de asco y soltó un sonoro gruñido a la vez que apartaba la vista de mí.
—Rafael.
—No hay novedades —contestó.
Los pulmones se me deshincharon de golpe y mi ánimo decayó; tenía la esperanza de que hubiese habido alguna mejoría.
Eris continuó fumando completamente ajena a mí, como si no le importase en lo más mínimo mi presencia. Estaba seria, juraría que se estaba esforzando para que su expresión facial no decayera, que se mantuviera impasible, fría como el hielo. Aquello no hacía más que añorara la calidez con la que me abrazó la primera y última noche que estuvimos juntos.
Incliné mi barbilla hasta que esta quedó sobre los brazos que mantenía sobre el alfeizar, pudiendo observar a la pelinegra desde otra perspectiva. Me deleité viendo como sus labios atrapaban el cigarrillo para darle una calada e inmediatamente pensé en cómo una vez estuvieron devorándome de pies a cabeza sin ningún tipo de pudor. Bajé la mirada hacia su cuello y la vi tragar saliva, lo que provocó que yo hiciese exactamente los mismo, embelesado a más no poder.
No sabía qué era lo que tenía, pero no podía dejar de mirarla. Había dejado todo en mi interior patas arriba, Eris me había sumido en un caos emocional del que no lograba salir, ocupaba un huequito en mi cabeza desde entonces. Quería volver a besarla, poder acariciar su mejilla con mi pulgar para apartarle los mechones de pelo que se quedaban adheridos a su piel por el sudor y sentir su corazón desbocado contra el mío, tomándose el tiempo de compenetrarse el uno con el otro.
«¿Qué me has hecho?»
El caos que no me podía sacar de la mente se dio cuenta de que no le quitaba los ojos de encima, así que me incorporé con un poco de vergüenza en cuanto cruzó sus iris con los míos con un palpable nerviosismo. Su ojo de gato robó mi atención y estuve embobado admirándolo. Me fascinaba. Ella me fascinaba.
—¿Por qué me miras así? —quiso saber.
—Porque eres hipnótica.
Se volvió asustadiza, era como si yo fuese el responsable de su miedo y creí que iba a salir corriendo en cualquier momento. Sus cejas me demostraban lo temerosa que se sentía y aquello me alarmaba, por no hablar de que se había puesto colorada. ¿Por qué me tenía tanto pánico?
—¿Por qué no puedes mantener tu boca cerrada? —espetó fuera de sí.
—Tú me has preguntado.
Se llevó las manos a la cabeza con desesperación, estaba empezando a preocuparme.
—No vuelvas a hablarme —ordenó señalándome con los dedos con los que sujetaba el cigarro—. Ni me mires, ni me dirijas la palabra. Déjame en paz.
Me quedé helado, sin poder moverme. Apagó el tabaco en el alfeizar, se adentró en su habitación y cerró con tanta fuerza que temí que rompiera el cristal.
«No debí decir eso».
¡Holi! ¿Cómo estáis? ¿Qué tal el comienzo de las clases?
Eris se nos sulfuró un poquitico... Jejeje.
En el próximo capítulo os espera un nuevo personaje que tendrá relación con nuestro Kenai. Este no es un pajarillo ni nada que se le asemeje. 😂
Besooos.
Kiwii.
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