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2. Un hada a llegado, ¿Será un cuento de hadas?

– ¿Eh? – veía al pequeño quien esté sonreía dulcemente.

Estaba impactado, ¿Como un niño se había convertido en pequeño? El no pesaba tanto ahora que se ponía a pensar. Lo soltó de inmediato, no lo podía creer.

— Auch. — El amatista giró su espalda dejando mostrar unas alas muy pequeñas. — No puedo volar, al parecer el hechizo no pudo agrandar mis alas. — Suspiró haciendo un puchero demasiado tierno. — Pero no importa. — Sonrió al verlo. — No los voy a necesitar en el mundo humano, después de todo viviré contigo.

— ¿Vivir conmigo?. — Asintió el otro. Finalmente reaccionó e hizo cara de enfado. — Yo no te di el permiso de vivir en ella. Anda pequeño, encuentra a otra persona que te dé hogar. — Cargó su mochila y se fue.

El otro no entendió, de hecho, sonrió empezando a caminar detrás de él. Lo seguía y a él le molestaba, refunfuñando siguió dirigiéndose a su casa.

En un momento se detuvo molesto, obviamente, giró a ver al amatista quien esté sonrió muy feliz.

— Vete. No sé quien seas o que seas pero lárgate. — Dijo.

— Soy Yugi, tu destinado y soy un hada. — Ni se inmutó en irse. — No me iré, pienso en ayudarte.

— ¿Piensas en ayudarme? La mejor ayuda que puedes hacer es irte y no volverte a aparecer nunca más. — Había llegado a su casa.

La casa del chico no era para nada agradable, el jardín que daba a la entrada tenía plantas marchitas, la pared que estaba pintada de un amarillo pastel se veía demacrado y la puerta tenía un color rojo oscuro donde se podía ver un poco de moho en ellos, como si nadie hubiera estado en esa casa por un largo tiempo.

— Vaya. — Miró positivamente el hada el lugar, podía arreglarlo. — Una casa abandonada.

— Este es donde vivo, idiota. — Entró al hogar dejando atrás al otro.

[...]

Despertó por una inusual aroma, como a una rica sopa de tomate, le recordaba a algo similar el aroma, como a un recuerdo. Sus pupilas se dilataron al recordar que él vivía solo, tomo un bate y se dirigió lo que sería a la cocina.

Al llegar, vio como el pequeño que vio la otra vez, hacia una sopa, eso le hizo molestar demasiado, el pequeño al girar lo pudo ver y soltó una gran sonrisa.

— La señora de la esquina me enseñó como usar la "estufa" cuando me vio juntar todas las ramas para preguntarme para que era. — Siguió en lo suyo.

— ¿Por qué no te largas?. — Perdía la paciencia.

— Ya te dije, eres mi destinado y por lo tanto, tengo que estar a tu lado por las buenas y por las malas. — Sirvió en el plato la sopa y la puso en la mesa. — Come, debes de tener hambre.

Bufó enojado para acto seguido sentarse en la silla y empezar a comer. No lo podía negar, sabía rico, como si aquellos recuerdos lo rodearán llenándolo de un cariño que hace mucho había sentido.

Al terminar su comida se levantó yéndose hacia su cuarto vistiéndose y tomando sus cosas escolares. Vio una navaja en su armario, sonrió de lado, aquel arma le había servido como un truco muy bueno a aquellos tramposos que no querían seguir las reglas del juego.

Miró la puerta esperando que el amatista no lo atrapará, pronto se dio cuenta que no importaba lo que él decía aunque no se creyó eso, con discreción guardo la navaja en la mochila para acto seguido ponérselo.

Salió del cuarto con una mirada despreocupada, bajó de las escaleras hasta la salida donde se puso sus zapatos.

— ¿Ya te vas?. — El amatista se acercó a él con una tela envolviendo algo. — Ten, es arroz con trozos de zanahoria. Pienso arreglar un poco la casa.

— Gracias. — Se le hacía extraño eso, entonces se dio cuenta de lo que había dicho, jamás agradecía. Bufó enojado yéndose de la casa.

Corrió queriendo que cuando volteara hacia su casa está se encontrará totalmente desaparecida. Ese pequeño era alguien raro, no sabía lo que era y parecía a un fenómeno... Tierno. Chasqueo la lengua en forma de disgusto al pensar que era alguien tierno.

Al entrar al salón los alumnos se sorprendieron ya que usualmente llegaba tarde y no se encontraba tan arreglado como ahorita.

Los miró con una mirada de amenaza a lo que siguieron lo suyo con temor a que esté les hiciera algo. Apretó fuertemente su puño, debía deshacerse de ese niño, se estaba convirtiendo en alguien que no era.

[...]

— ¿Cómo arreglaré el piso de madera?. — Se preguntó dudoso mirando la madera maltratada.

Cada vez que pisaba en algún punto del suelo empezaba a rechinar. El sonido no le desagradaba, para nada, pero en algunas parte estaba roto y tenía astillas, no quería que en algún momento pisará en falso lastimando se o peor, que se lastimara su destinado.

Salió de la casa, tuvo una idea, no se iba a rendir, lo que tenía en mente era que estuviera afuera del hogar ya que cuando lo hizo aprendió a encender la estufa.

En eso, empezó a oír un llanto de un niño, su instinto de hada no lo pudo hacer a un lado, ya que, el instinto consistía en nunca abandonar a un niño que este necesitado de su ayuda. Corrió hacia el pequeño quien lloraba el haberse roto su peluche de un oso.

— ¿Qué pasó?. — Se acercó preocupado.

— ¡Se ha roto!. — Dijo entre tantas lágrimas.

— Déjame verlo. — Agarro el peluche con el consentimiento del otro. Sin que se diera cuenta, arregló el brazo del peluche que se encontraba separado de su cuerpo, obviamente usó un poco de magia. — Ya está. — Se lo regreso con una sonrisa dulce.

— Gracias. — No paraba de abrazar el muñeco de felpa.

En un momento a otro le pidió al menor que se quedará donde éste, corrió a su casa buscando su bolsa pequeña, cuando la abrió se encontraba un onigiri del tamaño de una hormiga. Suspiró pero no se rindió, fue a la cocina dónde de ahí saco un frasco con mermelada de fresa.

Volvió a correr yéndose donde estaba el otro esperándolo, quizás no era mucho lo que daba pero quería verlo feliz. Ese era su labor, algo que tanto adoraba.

— Ten. — Le dio el frasco a lo que el otro acepto.

— Se lo agradezco. — Se acercó una señora mayor rubia atada en una coleta no tan bien puesta.

Iba a huir ya que la leyes de las hadas no permitían ver a los adultos, quizás con los progenitores sí pero jamás a los mayores.

Esto se debía a la era medieval, la gente quería los deseos que otorgaban las hadas y sus maneras de atraerlos eran de lo peor.

¿Qué trampas hacían? Fácil, usaban a los progenitores de ellos, los golpeaban en los bosques para que ellos fueran al otro por su ayuda y otros mataban o torturaban a la gente que crecían hasta cierta altura pero ya no volvían a crecer, lo hacían para confundir al hada haciéndolos pensar que eran niños, algunas veces funcionaba y otras no. Eran momentos de terror según contaban los que tenían muchos años.

No lo hizo al pensar que estaba en el tamaño de un humano, se acercó a la señora con una sonrisa positiva y dulce.

— No fue nada. — La forma en que trató a la otra le gustó demasiado.

— ¿A qué viene por aquí?. — Preguntó mientras cargaba a su niño quien esté se chupaba el dedo.

— Es que quiero arreglar un suelo de madera pero no sé cómo. — Rió algo tímido.

— Lo hubiera dicho antes, tengo un esposo que trabaja en carpintería y unos amigos suyos que también. Venga, lo vamos a ayudar a arreglar esa casa, después de todo, ellos están libres y usted es una buena persona. — Lo guió a lo que el otro acepto con una sonrisa dulce.

Muy pronto y sin darse cuenta, se ganó el cariño de muchos vecinos a lo que estos no dudaron en darle su apoyo. Facilitando más el arreglar el hogar de su amado.

[...]

Yami no se encontraba de buenas, veía a la gente muy feliz, gruñó de fastidio al oír las risas alegres, pero en su mente vino una pregunta, ¿Y si en vez de que esas personas que se encontraban riendo fuera Yugi?. No, negó varias veces, no estaba bien.

— Vaya, tu hermana Serenity es muy linda. — Soltó un silbido un moreno.

— ¡Hey!, ¡Me la respetas! — Puso su brazo en el cuello del moreno en una manera de jugar.

— Lástima que está hospitalizada en el hospital Dominó. — Suspiró como enamorado. — Pero no te preocupes, en tu lugar la puedo visitar.

El moreno volvió a recibir otro golpe del rubio, el de ojos carmín que se encontraba girando un lápiz con su mano, sonrió de una manera burlesca y poco confiable.

Ya sabía con quién desquitarse toda esa duda que le carcome toda su alma, dejó de girar el lápiz.

No tendría piedad está vez, de hecho casi nunca lo demostraba, era inútil el pensar que él tendría piedad. El profesor entró dando clases como siempre.

[...]

— Sí, es una mujer preciosa, se encuentra en el hospital Dominó — Dijo viendo a unos jóvenes altos de mal aspecto que lamía al mismo tiempo sus labios de manera lasciva.

Los chicos rieron yéndose de ese lugar, el de ojos carmín se dirigió a su casa. Después de todo, se encontraba afuera de la escuela, en una zona de un parque abandonado y el atardecer aparecía. Al caminar sintió como su corazón se contraía, como si está vez tuviera las ganas de no haber hecho eso, no podía creerlo, el pequeño le había hecho eso.

En un momento vio a otros adolescentes de aspecto vandálico, buscaban pelean contra aquel de ojos rubíes y este aceptaba el "juego" que así le llamaba.

[...]

— ¡Gracias, vecina! — Despidió Yugi alzando sus brazos en forma de despedida viendo como la mayoría de los vecinos se iban a su casa.

Miró el atardecer para después ver el piso de madera que ahora estaba renovada, olió la aroma a comida y vio los muebles que le habían regalado. Eran muy amables con él y no era de impresionar se ya que daba una buena vibra además de que hacía sonreír a todos.

Notó que no regresaba su destinado, sentía una preocupación terrible, ¿Qué le habría ocurrido?. Lo amaba y quería que estuviera con él, por lo menos quería un abrazo de parte de el pero tendría que ser paciente ya que la paciencia traía buenos frutos.

Suspiró aún más preocupado, decidió ir por el, después de todo, tenía una pequeña idea de dónde se encontraba la escuela. Corrió como si no hubiera un mañana, ya que, estábamos hablando de su amado.

Cuando en eso, pudo ver algo que no le agradó, lo estaban golpeando a su amado, este los esquivaba pero los adolescentes agarraban un poco de tierra y se lo ponían en sus ojos haciendo que se dificultará.

— ¡No!, ¡Dejen lo!. — Chilló asustado poniendo entre los jóvenes y el rubí.

El de ojos carmín apenas se podía sostener de su codo, limpio la leve sangre que salía de su boca, no le era posible que el pequeño lo hubiese salvado.

— Hazte a un lado, yo mismo me encargaré de ellos. — Dijo levantándose con todo su esfuerzo.

— ¡No quiero que te lastimes!. — El amatista lo vio con sus ojos llorando y su nariz moviéndose cual conejo asustado.

Se quedó perplejo, aquella mirada que le había dedicado daba un tono triste y lindo, sentía como su corazón se apretaba por tal escena tan linda del pequeño.

Los maleantes se acercaron a la pareja queriendo depositarles un buen golpe que les hiciera recordar que ellos eran los más altos y por lo tanto siguieran sus órdenes.

Antes siquiera de golpearlos se escuchó una sirena de policía, alertados huyeron de ahí dejando a la pareja.

— Vámonos a casa. — Le extendió el amatista su mano sonriéndole apesar de todo.

El rubí aceptó su mano sin decir nada, el pequeño tricolor puso el brazo del otro en su cuello para que así no hiciera mucho esfuerzo y reposará su amado.

Caminaron directamente hacia la casa, claro que en pasó lento contemplando el atardecer. Algo que le gustó al hada ya que era su primer atardecer con el otro, hasta se podía decir que era una cita, al pensarlo se ruborizó muy feliz.

Al entrar a casa pudieron ver el piso de madera arreglada y pulida como nunca, con un brillo hermoso.

[...]

— ¿Así que eres un hada?. — Paso su mano por la espalda desnuda del otro, contemplando unas pequeñas alitas.

— Sí. — Suspiró cansado disfrutando del tacto.

Ambos se encontraban en la bañera desnudos, obviamente no hicieron algo indebido, siguió el de ojos carmín pasando su mano por su espalda. El porque el pequeño se encontraba bañándose con él, era porque su amado se quería asegurar que se encontrará bien.

— Perdón. — Sus mejillas se tiñeron de rojo levemente.

— ¿Eh?. — Respondió confundido, cuando quiso voltear a verlo el otro le obligó a que mirara a otra parte.

— No me hagas repetirlo. — No iba a dejar que un pequeño lo hiciera sonrojar, no señor.

El amatista rió levemente disfrutando más del tacto del otro.

...

¿Les gustó? ;3

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