Capítulo 3
B3A
La vida no me había preparado para la vida adulta. Las clases y buscar un trabajo me consumían, pero saber el estilo de vida que me gustaba y la carrera que amaba me hacía despertar y seguir con mi día sin quejarme (pero eso no decía que no lo hiciera en mi mente o que mi rostro expresara lo degustada que estaba). A veces soñaba que un señor mayor se enamorara de mí y me dejara su herencia, pero solo eran sueños.
Ya era viernes, había pasado una semana de clases y ya estaba agotada. ¿Cuánto faltaba para que se termine el semestre? (Recién íbamos dos semanas.
Me quité las botas al entrar al depa y, siendo arrastrada por mi alma, me iba dirigiendo a mi habitación para quedarme a dormir por las próximas 8 horas, pero ni siquiera llegué a entrar ya que escuché un llanto.
Me alarmé y todo el sueño desapareció en mí. A pasos rápidos entré a la habitación de Nat y la busqué con la mirada. La encontré hecha un ovillo, llorando.
¿QUIÉN FUE LA RATA QUE LA HIZO LLORAR?
Corrí a abrazarla y ella no dudó en echarse a llorar más, llenando mi brazo de lágrimas y mocos.
—Dime un nombre, yo le corto los huevos.
Mis palabras se suponía que debían de tranquilizarla, pero ella seguía llorando, sin darme el nombre del susodicho.
Nat lloró mucho, demasiado, y tardó como una hora en poder calmarse lo suficiente como para hablar. Sus sollozos disminuyeron poco a poco hasta que, finalmente, entre suspiros temblorosos, comenzó a contarme lo que había pasado.
—Hoy... Fui al departamento de Óscar. Quería hacerle una sorpresa sexy y ya sabes, follar toda la tarde... —Su voz se quebró, y yo sentí que la rabia me hervía por dentro al escuchar el nombre de ese idiota.
Esperé pacientemente, acariciándole el cabello y dejando que continuara cuando estuviera lista.
—Y... y cuando entré, él estaba en el sillón de la sala... —Natalie apretó los labios, como si al decirlo en voz alta el dolor fuera más real—. Se estaba tirando a otra. Ahí, en el mismo sillón donde veíamos películas juntos, donde dormíamos, donde hacíamos el amor, Bea ¡me puso los cuernos!
Mi estómago se retorció de asco y enojo. Y lo único en que pensé fue en la venganza.
Desde que conocí a Oscar me dio malas vibras y se lo dije a Nat en su momento, le dije que era un idiota y que solo la quería para asuntos de hombres, pero Naty era un ángel que me dijo que él era diferente, que lo sentía en su corazón. Un "te lo dije" iba perfecto en la situación, pero mi amiga no merecía eso; ella siempre veía todo lo positivo y eso siempre la dejaba mal parada. Era un amor de persona. ¿Quién, en su sano juicio, se follaría a otra estando con ella? Solo los hombres imbéciles.
—¡Ese maldito hijo de puta! —bufé, tratando de contener mi ira por ella. No quería que mi enojo la asustara, pero realmente quería salir corriendo a buscar a Óscar y decirle unas cuantas verdades. Tal vez dejarlo con un recuerdo que no olvidaría.
Se me ocurrían varias cosas.
—Lo peor es que... —Natalie tomó una bocanada de aire, aún temblando—. Ni siquiera se inmutó. Me vio, Bea, ¡me vio! Y ni siquiera intentó explicarse, no intentó detenerme... nada. Solo me miró como si fuera yo la que estaba interrumpiendo algo.
Me quedé en silencio un momento, tratando de procesar la crueldad de sus palabras. ¿Cómo alguien podía ser tan insensible?
—Escúchame, Nat —le dije en voz baja pero firme—. Ese tipo no vale ni una de tus lágrimas. Mereces algo mucho mejor, y lo sabes. Él no es ni siquiera la sombra de la persona que debería estar a tu lado.
Ella asintió, pero sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo.
—Lo sé, pero... aún duele. Aún me cuesta aceptar que le entregué tanto y... y él simplemente me trató como si no significara nada.
Estuvieron de novios 2 semanas, pero mi amiga entregaba todo y su alma.
—Eres muchísimo más de lo que él puede manejar —le aseguré, abrazándola con fuerza—. Y aunque ahora duela, esto va a pasar. Tienes a una amiga loca dispuesta a cortar ciertas partes de su anatomía si es necesario, ¿okey?
Eso al menos le sacó una pequeña sonrisa, aunque fuera fugaz. Era un comienzo.
—No le vayas a cortar sus huevos, Bea.
Sonreí como un demonio jugando.
—No estoy loca, solo conocerá cómo mi pie tira unas buenas patadas. Lo dejaré sin hijos.
Naty me miró con esos ojos llenos de lágrimas y una mezcla de miedo y risa.
—Bea, ¿te acuerdas de la semana pasada? No puedes meterte en problemas otra vez. La última vez, estuviste en la cuerda floja.
Suspiré, recordando aquel incidente que me llevó a la comisaría con el idiota de... ya ni siquiera me acuerdo de su nombre. Había estado a nada de que me demandaran; si no hubiese sido por Marcus y por Kit (quien se encargó de pagar los daños), estuviera en la prisión y el naranja no me queda para nada bien.
Nat tenía razón, pero no podía quedarme de brazos cruzados mientras mi amiga sufría por ese hombre.
—Está bien —le dije con una sonrisa que dejaba ver lo que estaba tramando—. No necesitamos violencia para darle una lección.
—¿Qué harás?
—Será una sorpresa, ahora descansa. Yo prepararé la cena.
Cuando Nat se quedó dormida y yo fui a la cocina a ver qué hacer para comer, saqué mi móvil y marqué el número de Kit, mi mejor amigo y cómplice en todas las locuras.
—¿Aló? —contestó él.
—Kit, necesito tus habilidades artísticas para un servicio a la comunidad —dije, intentando contener la risa—. ¿Podrías ayudarme a hacer unos folletos?
—Eso depende... ¿A qué clase de "servicio" te refieres?
Con una sonrisa cómplice, le expliqué la idea. En menos de media hora, él apareció en nuestro departamento con una sonrisa de oreja a oreja y más de 500 impresiones en la mano.
—Mira lo que diseñé —dijo, mostrándome una imagen perfecta de Óscar, sacada de una de sus redes sociales, con una leyenda en mayúsculas: "SOY ÓSCAR Y TENGO LA POLLA DEL TAMAÑO DE UN MANÍ".
—Te amo, en verdad te amo. —Lo llené de besos y sonreí; nadie se metía con Naty y salía ileso de esto.
A la hora de cenar, Nat se dio cuenta de los folletos. Miraba la imagen con incredulidad, tratando de disimular la risa.
—¿En serio vamos a pegar eso? —preguntó, todavía un poco dudosa—. Es que la tendrá chiquita, pero si folla bien.
—¿Es en serio, Nat? —dije, mirándola con una mezcla de asombro y risa—. O sea, la tendrá chiquita, pero... ¿Le estás defendiendo el rendimiento ahora?
Nat se encogió de hombros, tratando de contener una sonrisa, aunque sus mejillas seguían enrojecidas.
—No lo estoy defendiendo, es solo que... bueno, a veces no importa tanto el tamaño, ¿sabes?
Puse los ojos en blanco y solté una carcajada, mientras Kit negaba con la cabeza, divertido.
—Madre mía, Natalia, ¿acaso hay algún maldito con suerte al que no puedas encontrarle una cualidad?
Ella se rió, y ver su sonrisa auténtica, aunque fuera por un momento, me hizo sentir que todo valía la pena. Kit se unió a la broma y añadió:
—Bueno, al menos gracias a nuestro "servicio público" ahora todos en el campus sabrán que su mejor cualidad no es precisamente su ego...
Los tres nos reímos a carcajadas y la sonrisa de satisfacción se dibujó en mi rostro. A la mañana siguiente, la cara de Óscar estaba por todos lados, y los murmullos y risitas en los pasillos del campus lo confirmaban. Cuando finalmente lo vi pasar por el corredor, con la cara roja de vergüenza y las manos apretadas en puños, no pude evitar sonreír con satisfacción.
Me reía viendo uno de los carteles de Óscar pegado en el tablón, pero alguien carraspeó a mis espaldas y me sacó de mi dulce venganza. Actué con normalidad, para que nadie sospechara que había sido yo quien fue pegando los folletos en la madrugada. Me giré y ahí estaba el idiota hermano de Marcus, mirándome con una mezcla de diversión y una pizca de sospecha.
—No me digas, es otro de tus exs —dijo, cruzándose de brazos y observando el cartel—. Después de lo de mi coche, pensé que habías tenido suficiente. Es más, ¿por qué no se te ocurrió pegar esto con la cara de Marcus, en vez de destrozarme el coche?
Me mordí el labio, tratando de contener la risa. Era cierto que había confundido su coche con el de Marcus, y el resultado había sido catastrófico. Pero, honestamente, no me arrepentía del todo. Y este hombre me daba ganas de hacerlo cabrear.
—Bueno, es que seré una loca, pero no una mentirosa —le respondí con una sonrisa traviesa—. Y Marcus no la tiene como un maní.
Leo soltó una carcajada, llevándose una mano a la frente, claramente divertido y sorprendido a la vez por mis palabras.
—Vaya, Bea, tienes un talento especial —dijo, negando con la cabeza mientras me miraba con esa sonrisa pícara que empezaba a resultar peligrosa.
—Es un don, qué te puedo decir —respondí, encogiéndome de hombros, como si no hubiera pasado nada—. Además, si te sirve de consuelo, lo de tu coche fue un error... inocente. A medias.
—¿A medias? —repitió él, entrecerrando los ojos—. ¿Quieres decir que en el fondo, igual te gustó un poco?
Me mordí el labio, fingiendo pensar en su pregunta.
—Digamos que tengo un historial de venganzas que me cuesta dejar atrás. Y bueno, tú... no eres exactamente la persona más aburrida para molestar.
Él sonrió, dando un paso hacia mí, y su cercanía me hizo darme cuenta de que quizás esta broma se estaba yendo a otro nivel.
—Entonces, para que te desquites bien esta vez —dijo, con un brillo cómplice en sus ojos—, ¿qué tal si me acompañas esta noche? No sé, tal vez podemos idear alguna forma de que finalmente saques a Marcus de tu sistema sin destrozar más coches.
Lo miré, sorprendida, y no pude evitar reírme. ¿Salir con el idiota guapo? Vale, no mentiría al decir que no me apetecía follármelo, porque estaba muy guapo, pero ¿salir con él? No que era una loca y me odiaba.
—¿Seguro que puedes manejarlo? —dije, levantando una ceja con un toque desafiante—. Soy bastante impredecible.
—Eso ya lo tengo claro —contestó, riendo—. ¿Te parece a las ocho? Yo invito.
Me acerqué desafiante a él, como si lo fuera a besar, pero no era así.
—Lo siento, pero no eres mi tipo —dije y lo empujé muy lejos de mí. Empecé a andar para ya irme del edificio y regresar a mi cómoda cama, pero él me siguió.
—Eres una loca —bufó.
—Luego dicen que las mujeres son dramáticas cuando un hombre las rechaza.
Leo soltó una risa sarcástica mientras aceleraba el paso para alcanzarme, sin dejarme escapar tan fácilmente.
—¿Dramático yo? —respondió, poniendo una mano en el pecho como si hubiera sido ofendido—. Por favor, Bea. Sólo es una salida para charlar, como me darás mi coche.
Rodé los ojos, intentando mantenerme seria, aunque su persistencia me sacaba una sonrisa. Seguía sin entender cómo podía ser tan terco.
—¿Qué parte de "no eres mi tipo" no te quedó clara? —le dije, alzando las cejas con una sonrisa burlona—. Además, tengo mejores cosas que hacer que salir contigo.
—¿Mejores cosas? —repitió, fingiendo estar ofendido—. Oh, claro, porque tu cama y esa maratón de series son mucho más interesantes que yo, ¿verdad?
—No, de hecho iré a una fiesta y me follaré a alguien sexy —contesté con firmeza—. Lo haría contigo, pero te repito: "No eres mi tipo".
Él negó con la cabeza, divertido, mientras seguíamos caminando hacia la salida del edificio. Pero justo antes de llegar, él se detuvo frente a mí, bloqueando mi camino con una mirada intensa.
—¿Sabes qué, Bea? Creo que en el fondo tienes miedo de pasar un buen rato conmigo. Quizás hasta de que te guste —dijo, con un brillo desafiante en los ojos.
Le sostuve la mirada, dispuesta a no darle el gusto de verme titubear.
—Oh, por favor. Si aceptara una cita contigo, terminarías rogándome una segunda... y no estoy segura de que aguantes tanto. Soy demasiado mujer para un princeso que no aguanta mis mordidas.
Lo rodeé para seguir con mi camino, pero me detuve. Ahí, frente a nosotros, estaba Marcus, acompañado de la misma chica con la que había empezado a salir casi de inmediato después de terminar conmigo. Su Barbie, como Nat y yo la llamábamos en broma. Estaban muy cerca, riendo y besándose, y me dolió más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Leo, que había notado la dirección de mi mirada, bajó la vista hacia mí y se acercó un poco más, dándome un apretón en el hombro.
—Ay, pobre de Bea. Sigue enamorada de Marcus y él está besuqueándose con Meri.
Suspiré, obligándome a apartar la mirada de Marcus y su nueva conquista.
—Déjame en paz o te dejo sin hijos. —Lo amenacé, pero él siguió en el mismo juego, ignorando por completo mi amenaza.
—Oh, vamos, Bea. Si no puedes con el dolor, siempre tienes una salida: Véngate. Y bueno, parece que no fuiste muy importante, porque Marcus... nunca te mencionó en casa. —Soltó esa última frase con una sonrisa astuta, claramente disfrutando de ver cómo me afectaban sus palabras.
Me tensé, tratando de no dejar que me viera vulnerable. Pero, claro, eso era lo que hacía este imbécil: meterse bajo la piel de los demás.
—Tal vez a él le guste actuar como si yo no existiera —dije, encogiéndome de hombros—. Y para que sepas, yo fui quien lo dejó, no al revés.
Bueno, él me dejó antes.
El imbécil se rascó la barbilla, mirándome con esa mezcla de burla y curiosidad que comenzaba a ser familiar.
—Interesante... Entonces, ¿qué te parecería darle una lección? Ya sabes, demostrarle que no eres la ex resentida que él puede ignorar como si nada —sugirió, con ese brillo travieso en los ojos—. Te propongo algo. Finjamos que estamos saliendo por esta noche en una cena familiar.
Lo miré, sorprendida, y solté una risa irónica.
—¿Estás hablando en serio? ¿Quieres que finjamos una relación solo para que Marcus piense que me tiene sin cuidado? ¿Qué es esto? ¿Una comedia romántica?
Leo asintió, encogiéndose de hombros.
—Mira, no tienes que decirme que sí ahora mismo. Pero piénsalo, ¿qué podría ser más divertido que hacer que tu ex crea que has pasado página con alguien mucho más interesante? —agregó, con una sonrisa coqueta.
—¿Y tú qué ganarías?
—Bueno, hacer rabiar a Marcus y otras cositas más.
¿Hacer rabiar a Marcue? ¿Otras cositas más?
Lo pensé un momento. Fingir salir con Leo, el hermano de Marcus, sonaba como la oportunidad perfecta para demostrarle a Marcus que ya no me vería la cara de idiota y que, si él me cambiaba a los días, yo también lo podía hacer y con su hermano. CON SU HERMANO.
—De acuerdo —dije finalmente, alzando la barbilla en señal de desafío—. Pero con una condición: nada de escenas románticas exageradas. Esto es solo para molestar a Marcus, ¿entendido?
Leo me lanzó una sonrisa triunfante, como si hubiera ganado una pequeña batalla.
—Entendido. Paso por ti a las ocho y vístete decente, es una cena familiar.
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