Capítulo 4 "Bebida de pobres"
Fueron juntos hasta su cabaña, durante el camino estuvieron hablando sobre la razón de sus vacaciones en Hawaii, él le contó que, como ella ya sabía, estaba celebrando el previo compromiso con su exprometida —el cual por motivos que no le explicó, se había cancelado—. Le dijo también que su familia los esperaba en España para realizar una boda como se debe: de blanco y guirnaldas.
Le preguntó qué haría entonces, y contestó que aún no tenía idea, no quería defraudar a su familia, Mónica había sido la mujer que escogió su madre para él, y que, en algún momento de su vida, se había robado su corazón. En aquel entonces aún no había podido olvidarla, y Bea solo sería la mujer que pasaría una noche con él para ayudarlo a olvidar.
—¿Escogieron una esposa para ti? ¿En qué época vive tu madre? —cuestionó sobresaltada mientras él abría la puerta de la cabaña.
—Mi familia es muy conservadora, se empeñan en mantener el equilibrio en todos los matrimonios, ya sabes —contestó como si fuera algo obvio, y la verdad, ella no entendía nada.
—No, no sé de qué hablas, sigo sin entender.
—Pasa —le indicó, con un ademán de mano señalando el interior del acogedor lugar—. Mónica es de buena familia.
—Ah, ya, la alta alcurnia y sus prejuicios —soltó, mientras recorría los alrrededores con la vista—, ¿Y tú qué crees de casarte con alguien a conveniencia?
—Yo quiero a Mónica ¿sí? Disculpa si no lo aclaré —dijo y comenzó a desabrocharse la camisa.
—Uy, tú si eres rápido —balbuceó mordiendo su labio inferior, mientras admiraba el respingado y bien definido trasero de Marcos. Su espalda estaba bien tonificada, y sus no exagerados pero tampoco ausentes músculos habían conseguido encenderle las mejillas.
—Solo me estoy poniendo cómodo... ¿Quieres tomar algo? Champan, vino, cerveza...
—Cerveza, por favor.
Se dirigieron al sofá, dónde se sentaron cómodamente para continuar con la conversación mientras degustaban las frías cervezas.
—Como te decía, si me pilla mi madre bebiendo esto... —Se refirió a la cerveza que sostenía en su mano—, es capaz de matarme.
—¡No manches! ¿Qué? ¿Qué problema tiene con las cervezas? —replicó histérica, su bebida favorita luego de la crema de Arecha era la cerveza sin lugar a dudas. Aquello le resultó una ofensa.
—Es bebida de pobres —contestó con un encogimiento de hombros.
Cada vez que Marcos bebía se soltaba más al mundo y dejaba de ser tan obstinado y malhumorado. Le venían bien esos traguitos de más encima, y Bea debía aprovechar su estado, pues una vez sobrio su personalidad cambiaba drásticamente, pero claro, eso Bea aún no lo sabía.
—Entonces, estás soltera.
—¿Lo dices o lo preguntas? —Entrecerró los ojos y le sacó una risa.
—Lo digo, de tener a alguien no estuvieses aquí —acertó como si tuviera más razón que nadie. Y sí que la tenía.
—Puede ser... —Al decirlo, Marcos arqueó una ceja, ella sonrió de lado y continuó—. Pero en mi caso tienes razón, estoy súper soltera. Bueno, háblame más de tí y tu extraña familia.
—No somos extraños, así funciona la alta sociedad.
—La alta sociedad es un poco aburrida —entornó los ojos y bebió un poco del líquido frío.
Hablar con él le producía escalofríos, pero aún así se sentía más segura que nunca. No quería demostrarle flaqueza, Marcos le gustó desde el segundo cero, y no podía permitirse perderlo sin haberlo probado antes. Debía ser muy cautelosa, ese hombre tenía que ser suyo a cualquier costo. Por otra parte estaba esa rara familia, no sabía mucho de ellos en esa fecha, pero por lo poco que le había contado los imaginó de lo peor. Supuso que serían un problema para ellos en un futuro, porque sí, con Marcos no se imaginaba un revolcón de verano, con él lo visualizaba todo, ¡incluso hijos! Sí, estaba completamente loca, así era ella, muy fantasiosa y optimista.
—Háblame de ti —pidió y ella asintió para luego contarle de su patética vida.
Y es que no tenía muchas cosas que contarle, su familia era estrechamente pequeña, contaba con abuelos paternos, sus padres y dos hermanos varones mayores que ella. También tenía un perro, Roco se llamaba, y lo mimaba como a un bebé. Durante las vacaciones estaría al cuidado de sus abuelos, pero aún así no podía echarle de menos a cada instante. Se había criado en un barrio de Chihuahua y al salir de la universidad se instaló en un apartamento de la Ciudad de México junto con Martha. Trabajaba para un importante empresario de la capital, Jackson Fuentes la había contratado para un excelente puesto en la administración, sin embargo, había parado como secretaria en una pequeña y desordenada oficinilla. No se podía quejar del salario, Jackson sabía cómo mantenerla callada, era muy generoso cada mes y eso le permitió a Beatriz tener una buena vida y ayudar a su familia. A demás, aquella extraña relación jefe-empleada se había convertido en una fuerte amistad colmada de discusiones, ofensas, bromas, amor-odio... En resumen, amistad de la buena.
—Estoy aquí de vacaciones con mis primas, y la razón principal fue huir de mi insoportable jefe, es un ogro.
—¿En qué trabajas?
—Estoy de secretaria, pero en realidad estudié administración de empresas —le contó y bebió un buen trago de champán, aquello le dolía de gran manera, porque su jefe no valoraba su esfuerzo y en el fondo bien sabía que era mucho mejor de lo que imaginaba, por algo había sido la mejor graduada de su año.
—¡¿Qué hace una administradora trabajando de secretaria?! Es una ofenza —exclamó negando con la cabeza.
Escucharlo hablar con ese acento hacía que se le erizara la piel. Amaba oírlo hablar. Se fijó también en sus labios al pronunciar cada palabra, esas facciones tan varoniles y esos ojos azules profundos y cristalinos. ¡¿Cómo fue posible que su prometida lo hubiese engañado?! ¡¿Quien traicionaría a un bombón así?!
—Jackson es un machista, jamás admitiría tenerme como algo más, para él soy dos cosas: su amiga y su secretaria/asistente/salvaculo.
—Seguro le gustas —aseguró y Bea casi escupe el trago que recién caía en su boca.
—¡Qué! No, de ninguna manera, ese hombre y yo no podríamos siquiera vernos de otra forma que no sea lo que somos: amigos con beneficios laborales —repuso, negando tal idea.
—A veces molestamos a quien nos gusta —se encogió de hombros y colocó la copa vacía sobre la mesita de enfrente.
—Pues déjame decirte que no funciona, ¿yo y él? Pfff, no mames. Tratar a una mujer con rechazo no hace que se enamore, al contrario...
—Supongo que es una inmadurez de nuestra parte.
—Totalmente, amigo ¿Tienes otra botella por ahí?
—Claro, ya la traigo.
Pasaron dos, tres horas quizá, bebiendo y llorando de sus desgracias. Jugaron un juego extraño y quedaron totalmente desnudos el uno frente al otro. Si hicieron algo o no, al día siguiente ninguno de los dos lo pudo recordar.
Amanecieron tirados en la arena, en pleno mediodía con rostros de personas extrañas rodeándolos. Se burlaron de su desnudez, y se preguntaron el por qué de aquel estado. Ellos tampoco podían responder a esas preguntas, pero no tardarían en intentar averiguarlo.
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