Capítulo 1 "La despedida del jefe"
~Un día antes del viaje~
Estaba recogiendo sus cosas luego de haber dejado todo en orden. Su pequeña y relativamente acogedora oficina había quedado impecable luego de la gran recogida que le había propiciado. Sentía que, antes de tomarse aquellas vacaciones soñadas, necesitaba dejar todo pulcro, para al regresar no sentirse ahogada. Es que ya se imaginaba el montonazo de trabajo que le esperaría en su mesa al volver. Jackson Fuentes Roche era un hombre extremadamente exigente, insoportable, arrogante, egoísta, etcétera y muchos más etcéteras. Y no, no era la típica historia romántica de jefe-secretaria, ni mucho menos. Bueno, guapísimo sí era, y tenía un cuerpazo digno de revista, pero de más está decir que no se soportaban.
Él la había colocado allí, en una oficinilla horrible en un pasillo estrecho casi junto a su oficina, para que fuese su secretaria. Beatriz se había formado como administradora de empresas, fue excelente en su año, aunque no lo suficiente para ser ubicada en una mejor empresa quizá fuera del país, lejos de la corrupción latente en su ciudad natal.
En resumen, lo detestaba por eso, y él a ella solo porque sí, prácticamente no le agradaba nadie que no fuese él mismo. Así que ahí estaba ella, sumisa a su jefe, y ganando un generoso salario de unos cuantos dólares que para nada la disgustaban. Después de todo, no era tan malo ser secretaria, al menos tenía su mente ocupada a tiempo casi completo.
Cogió su bolso, le lanzó un beso a su pequeño espacio y cerró con llave para dirigirse al despacho de Jackson para despedirse. Sabía que al muy cabrón poco le importaba su partida, pero adoraba molestarlo. Dió un par de toques en la puerta y luego de un ronco "pasa", manipuló la manija y abrió. Coló su cabeza por la puerta y, con una genuina sonrisa, exclamó a modo de pregunta: —¿¡Soy libre ya!?
El rostro serio y sin expresión alguna de Jackson la recibió. Se recostó al espaldar de su intimidante sillón de cuero negro, y llevó su bolígrafo a sus labios. Llevaba puesto un chaleco negro encima de una camisa azul remangada hasta los codos, y el cabello perfectamente peinado cual actor de Hollywood. Terriblemente hermoso, tenía que aceptarlo.
—No por mucho tiempo, señorita Andersson, recuerde que serán diez días, luego de eso regresa aquí como...
—Como la esclava que cree que soy, sí ya sé —murmuró con los ojos entornado, lo suficientemente audible como para que su jefe arqueara una ceja.
—No creo que usted sea mi esclava, y tampoco vamos a discutir ahora su posición en mí empresa. —Hizo énfasis en que era suya y ella le restó importancia con un gesto de mano.
Beatriz lo respetaba como a nadie, sin embargo, llevaba cuatro años trabajando fielmente para él. Ya existía cierta confianza entre ambos, por lo que le permitía comportarse como era verdaderamente en su presencia, y, aunque a veces lo molestaba demasiado, él jamás la maltrató ni juzgó. Esa era su personalidad y Jackson lo supo desde el día que la contrató, y aunque no se soportaban a la vista de todos, en realidad se apreciaban, de forma extraña, pero lo hacían.
—Como sea, pasaba a despedirme, y a pedirte que por favor no te quites la vida, aguanta, son solo diez días —jaraneó y él siguió serio, con una sonrisa que se negaba a salir de sus labios.
—Ya lárgate antes de que me arrepienta —le exigió devolviendo su anterior posición, derecho y con sus manos sobre el escritorio.
—¡Ya me voy! Te traeré una concha de Hawaii, adiós.
Y diciendo esto último se dió la media vuelta y salió brincando de la oficina. Así era ella, tremenda, vivaz, feliz... Agarró los papeles de sus vacaciones, los firmó y emprendió un corto viaje en auto hasta su apartamento, para posteriormente comenzar a preparar sus maletas.
* * *
Tenía seis llamadas perdidas de su madre. En cuanto soltó el bolso y se quitó los zapatos lo primero que hizo fue devolverle la llamada, seguro la había sorprendido el mensaje que le había dejado hacía un par de horas comunicándole que se iría de viaje con sus primas.
—¡Bea! Cielo —su voz cálida la recibió tras la línea telefónica.
—Mamá, ¿cómo están? —le respondió quitándose la liga del cabello para soltarlo. Su cabeza le estaba empezando a doler.
Su madre, Romina, era ese tipo de mujer que estaba fuera de los estereotipos sociales y conductuales. A sus cuarenta y ocho años no faltaba al gim, bebía vino en cada cena y hacía pilates cada fin de semana. Llevaba una vida muy activa, y su esposo y padre de Bea, Álvaro, no era nadie para cuestionárselo. Álvaro sí era el típico padre callado cuya opinión valía tres hectáreas de remolachas. Trabajaba en una modesta empresa de construcción como arquitecto y se sentaba cada domingo a beber café con su periódico en manos y las piernas cruzadas frente a la televisión. Nada fuera de lo normal.
—Bien, como siempre. ¿Cómo es eso que te vas de vacaciones con Martha y Fátima?
—Pues sí, he decidido descansar un poco mi mente, diez días sin Jackson es todo lo que necesito.
—¡Jack, ese hermoso hombre! ¡¿Quién se cansa de algo así?! Digo, es que vamos, es un bombón.
—¡Mamá! —exclamó Bea, no tan sorprendida por los comentarios desmesurados de su madre.
—¡Romina! —exclamó su padre desde algún lugar de la casa, ante la desvergüenza de su esposa.
—¡Cállate, que estoy hablando con la niña! —atacó ella, y tal cuál, él no dijo ni pío—. ¿Dime bebé, cuánto tiempo estarás fuera?
—Diez días.
—¿Y no hay capacidad para tu madre en ese viaje? —ronroneó bajito, pero no lo suficiente para que su esposo no escuchara, pues tras un carraspeo de garganta se le escuchó decir:
—Y al pobre Álvaro que se lo coman los gusanos...
—¡Ay no seas tan dramático! ¡Dios, ni para freír un tocino sirve! —exclamó Romina entre risas. Fuese cuál fuese la veracidad de sus palabras, siempre se aseguraba de reír para que pareciese chiste.
—¡Okey! —se escuchó a su padre agregar—, entonces, si no sirvo para nada, hoy la zanahoria no entrará en...
—¡Ay no, mamá, papá, delante de mí no, voy a colgar, no manchen! —se apresuró en gritarles Bea, a esas alturas ya imaginaba que el altavoz estaba activado y que la conversación era colectiva. Definitivamente no quería estar presente en una disputa por el sexo de la noche, no en la que sus padres fueran los protagonistas, así que colgó en cuanto escuchó a su madre decir: —¡Ya verás cuando la conejilla se ponga la tanga de melocotones y te enseñe la nueva posición que aprendió en gimnasia! ¡Ya verás!
—Uff, que pesados —dijo cuando colgó, definitivamente no se quedaría escuchar semejantes barbaridades de quienes le dieron la vida.
Revisó entre sus contactos de WhatsApp y seleccionó a Fátima. La saludó con un emogie de manito y enseguida recibió una respuesta, esta lo hizo con un sticker del burro de Shrek sonriendo con un cartel en el pecho que decía: "buenas noches impróspera". Eso la hizo sonreír de lado, y le devolvió el saludo a modo de audio: —Dime que tienes tus maletas listas.
Fátima:
Yo nací lista, no como otras ;)
Fátima:
¿Es cierto que tu jefe tiene problemas legales? Lo he visto en las revistas de chismorreos locales.
Bea:
Maravilloso, puntuales y responsables, así me gusta.
Bea:
No estoy autorizada a revelar absolutamente nada de Jackson, pero aseguro que sea lo que sea es falso.
Bea:
Jack es un hombre de leyes.
Fátima:
¿Se te olvida que vives en el país de la corru...? Ya sabes.
Bea:
No pongo la mano en el fuego por nadie, Fat. Pero bueno, ¿desde cuándo te interesas por la política?
Fátima:
Está en todas partes, era solo curiosidad.
El empresario Jackson Fuentes, dueño de la cementera más amplia de México, estaba siendo acusado de supuesta malversación de fondos de la empresa y desviación de materiales de construcción, todo sin contar con los socios mayoristas. Beatriz estaba totalmente segura de la inocencia de su jefe, y no por vivir de su salario ni por ser amiga relativamente íntima de mencionado personaje, justamente por eso le defendía, porque le conocía lo suficiente para afrontar su totalmente nula participación en dichas acusaciones. Sin embargo, pese a los chismes de los medios, en manos de la justicia quedaba la veracidad de las especulaciones.
La empresa estaba siendo investigada, mas eso no impidió que Bea pidiera sus vacaciones y disfrutara por primera vez desde que había aceptado el trabajo. Jack estaba bastante estresado, y todo su mal genio caería sobre los hombros flacuchos de su asistente. Tenía que largarse de allí aunque fuese por unos días. El cargo de conciencia no se hizo esperar, le dió pena dejarlo allí con tantos problemas legales, pero bien segura estaba que su jefe era, sobre todo, muy obstinado y capaz, ya se las arreglaría y limpiaría su nombre.
Cerró el chat con su prima luego de ponerse al día con el horario del vuelo y entró a la ducha para refrescarse. Tenía toda la tarde para preparar sus cosas y largarse al día siguiente.
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