"Está...sobre el indomable celo, la mente borrosa y sus anhelos, aquí hablamos de aquello que perdemos"

Con pocas palabras en su boca, se maltrata con la espera...

Cadenas la ataban, mas no podía crear los peldaños del remordimiento base a su propia creencia. Vivía bajo aquella roca sepulcral tiempo atrás; tiene la dicha de poder hablar, al menos de la lengua no la han despojado y ya bajo gritos se ha sedado. Comunicándose con los que allí vivían, seres indescriptibles que con ella dormían, alimentaban su sed así como saciaban su hambre. Un verdadero horror dentro de un tan mal visto daño, en corazones podridos y sin otra voz que no fuera la del dueño sin rebaño. Condenada en verdad, por su mente y cuerpo, atraída por el hueco que atravesó su alma. Ya no duerme dolida pues dolor no es lo que siente, extraña el cariño de sus verdades mas fieles, es no otra sin nombre sino en comparaciones por quien se le conoce como la bien remontada en pesares bajo el propio llanto de sus canciones.

Alabando a quien pueda, caminando en las calles negras, es un ser que cloacas alza y su palabra calza; tiene tres letras claves, una de remordimiento, otra de azares; tiene mirada erguida, siempre atento a su vida, con algo que le sobra y cosas que le faltan, llevando oro en sus pies y cobre en sus alas. De el una oscuridad emana, una que no ven ni sienten, como antaño se conocía, quien por ella daría la vida. Arrastra bajo su nombre, la impureza y larga cresta; amado por si mismo, por quien vio una humilde alma sin revuelos en sus entrañas, aclamado en verdad, pues tiempo a pasado, y sus bajos demonios a guardado, en manto de luz y compasión insana, no es mas que la tercera letra, una mentira inhumana.

Diestro es aquel que evade la vida, no quien con dies cuchillas conoce la muerte, no quien con dies caballos recorre los lagos sin pestes. Diestro es aquel que entienda el camino, que vea sentado a sus peores enemigos, es de aquel quien hablo, quien si no el que no llego a ser esclavo. Salvado por treinta y un verdades no le preocupan sus grandes pesares, ni aunque le faltaran piernas y rostro se perdería la noción de sus gestos tediosos, de su mirada impenetrable, y sus lamentos saludables. Nadie le recuerda pero estuvo ahí, en la historia de las cadenas rotas y el falso atril.