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03| Un hogar para una Hermione Malfoy

Draco se encontraba en una situación de todo menos cómoda. Estaba sentado en uno de los aterciopelados sillones de su inmenso salón con su madre enfrente de él, también sentada. Llevaban ahí casi quince minutos y ninguno había mediado palabra todavía. Draco estaba seguro de que su madre había sufrido un colapso cerebral o algo cuando presenció el juicio porque no le había dicho nada desde que llegaron a la mansión. Estaba incluso más seria que de costumbre.

—¿Cuándo pensabas contarme que ibas a casarte con una sangresucia? —La voz de Narcissa sonaba cansada, como si apenas tuviera fuerzas.

—Déjame que te lo explique —dijo él—. No es cierto nada de lo que se ha dicho en el juicio. Todo fue un plan del viejo chiflado de Dumbledore para ayudarme.

—¿Dumbledore?

—Sí, sé que parece una locura, pero es la única forma que tenía de salvar el pellejo —se justificó.

—Pero entonces... ¿no la quieres?

El rubio esbozó una mueca de asco.

—¡Oh, por Merlín! ¡No! Sólo debo fingir que somos un matrimonio feliz durante el tiempo necesario hasta que sea declarado inocente.

Su madre suspiró aliviada.

—Qué alegría, hijo mío —manifestó mientras las lágrimas caían de sus ojos y se secaba con su pañuelo—. Creí que te habías convertido en un traidor a la sangre.

—Claro que no —Malfoy frunció el ceño—. ¿Entonces te parece bien?

—Sí. Ya tengo bastante con que tu padre esté en Azkaban, así que te ayudaré en lo que pueda, Draco. Simplemente, no me pidas que te vea yendo a prisión a ti también.

Malfoy esbozó una sonrisa que se quedó a medio camino.

—Yo también tengo una noticia para ti —habló Narcissa de nuevo—. Tu abuelo Abraxas te dejó como heredero legítimo de su empresa.

—¿Me ha dejado la empresa? —Draco frunció el ceño de nuevo.

—Sí, ya lo sabes. En realidad se la iba a dejar a tu padre, pero él siempre tuvo la certeza de que la acabarías dirigiendo tú.

La empresa del abuelo de Malfoy era una potencia que se encargaba de regular la energía mágica en los hogares y otros espacios. La única que existía así en todo el mundo mágico y la cual había pasado generación tras generación.

Aquella noticia era la única buena que había recibido Draco en mucho tiempo. Director jefe de una empresa... Sonaba muy bien. Le encantaba hacerse el importante.

—Y otra cosa más —añadió la mujer—, mañana mismo te mudas a tu nueva casa con la sangresucia. Hagamos que esto pase cuanto más rápido mejor.

*

Ambos se encontraron muy temprano en el censo del mundo mágico. Debían firmar los papeles que les harían marido y mujer de forma oficial.

En cuanto Draco vio a la repelente pelo esponja, no pudo evitar poner una mueca de repugnancia.

—Será mejor que seas más disimulado si no quieres estar en lo más alto de Azkaban —dijo Hermione canturreando cuando pasó a su lado.

Malfoy le dedicó una mirada de desprecio y la siguió dentro del edificio. Fue mucho más fácil para ambos de lo que esperaban, al fin y al cabo se trataban de unos meros papeles y un par de firmas.

—Yo me voy a ir —informó ella.

—No tan deprisa, Granger. —Pese a que tras haberse casado, ella había adoptado su apellido, él continuaba dirigiéndose a ella de esa manera—. Vas a venir a ver nuestro dulce hogar, vas a ir a tu casa a recoger tus cosas y te vas a mudar inmediatamente.

Hermione parpadeó varias veces antes de responder.

—¿Hablas en serio? —Le costaba creer tanto interés repentino del único responsable de la situación.

—Obviamente.

Tras ver su nuevo hogar y comunicarles a sus progenitores su rápida partida, se mudó. No se mostraron muy dramáticos, pero sí que se pusieron de un modo bastante meloso. Para Hermione aquello hizo que le supusiera más difícil aquella precipitada partida, pero tuvo que hacer de tripas corazón.

La casa era grande, no de dimensiones inmensas como lo era la Mansión Malfoy, pero a la joven le resultó demasiado para tratarse de dos personas. Aunque, si se paraba a pensarlo, quizá el tamaño les beneficiaría a ambos: menos ocasiones de cruzarse por aquella casa.

Lamentablemente para ella, no había pasado ni un día de convivencia con él y ya habían tenido la primera discusión.

—Me pido esta habitación —señaló Draco la más espaciosa aunque con un diseño un tanto diáfano.

—Hay tres habitaciones en la casa. Lo justo sería que eligiéramos las dos que más nos gustan y se decidiera por votación —replicó ella.

—A mí solo me gusta esta.

Realmente, a Hermione no le encantaba, pero le daba rabia que se saliera con la suya como si nada.

—A mí también me gusta. Tiene bastante espacio para colocar estanterías.

—Menuda rata de biblioteca. ¿Para qué quieres tanto libro en tu habitación?

La chica miró hacia los lados, buscando alguna especie de cámara oculta.

—Mmh... no sé... ¿Para leerlos?

Él se quedó callado mirándola y después entró.

—No es necesario convertir tu habitación en la biblioteca de Hogwarts.

—¿Qué hay de malo en ello? —cuestionó siguiéndolo.

Draco agitó las manos y se puso frente a ella, mostrándose calmado.

—Verás, Granger, sé que eres una marisabidilla a la que le encanta hacerse la superior, pero me parece que lo que voy a decirte es algo que también es normal incluso para los muggles: las habitaciones personales se utilizan para dormir, pasar el rato o para eso.

La castaña frunció el ceño.

—¿Eso? ¿A qué te refieres con eso?

Draco no creyó que fuera a ser necesario aclararlo.

—Pues a esas cosas que se hacen cuando se está solo.

Ella ladeó la cabeza como un animal confundido.

—¿Qué clase de cosas?

Antes de darse cuenta, estaba siendo incomodado por la conversación que él mismo había sacado a relucir.

—Cosas no aptas para todos los públicos, Granger —escupió mirando hacia otro lado.

Al fin, las preguntas cesaron y sintiéndose más calmado, volvió a mirarla. Ella se había quedado con el rostro completamente rojo. Estaba tan colorada que llegó a preocuparse.

—Granger —pasó la mano por delante de su cara varias veces, comprobando si estaba consciente—. ¿Estás bien?

Ella retrocedió un paso.

—Esas cosas las harás tú solo —dijo entonces.

En aquel momento, Draco se dio cuenta de cómo lo había interpretado.

—No te confundas. Yo solo lo hago con chicas y tú para mí estás lejos de serlo. —El comentario la ofendió un poco, pero no la sorprendió—. Además, estoy convencido de que si meto a mi amigo ahí —señaló su entrepierna— se me pudrirá.

El rubor que hasta hace un rato mantenía, se esfumó por completo.

—Tranquilo, Malfoy, no creo que debas preocuparte por eso. —Le dio una palmada en el hombro y teatralizó sus facciones—. Está a salvo conmigo.

—No te desilusiones, es que soy demasiado para ti —continuó él, como si estuviera consolando a alguien.

—Quédate con el cuarto —dijo ignorando el último comentario—. Me iré al de al lado.

—¿Al de al lado?

Ella, que ya había puesto rumbo a su habitación, se volvió a girar.

—Sí, al de al lado —esbozó una sonrisa maliciosa—. No hagas mucho ruido cuando vayas a hacer esas cositas para adultos.

En aquella ocasión, fue Draco el que se quedó con la cara un poco colorada.

Una vez que deshizo las maletas sin el incordio de Malfoy pululando a su alrededor, se tumbó en la cama. Era muy cómoda y la habitación era bastante bonita. Tenía mejor iluminación.

Apenas tuvo una hora de descanso, puesto que Malfoy abrió la puerta de su habitación de un golpe sonoro. Hermione dio un brinco del susto y se irguió rápidamente para verle.

—¿No te han enseñado a llamar?

—Tengo hambre —dijo ignorando la pregunta de la joven.

—¿Y?

—Pues que bajes a hacerme la cena.

Fue tan descarado que no estaba dando crédito.

—¿Perdón?

Él silbó.

—Vaya... Tan pronto con problemas auditivos.

—Háztela tú.

—No sé cocinar.

—Pues aprendes —espetó perdiendo la paciencia.

Malfoy se encogió de hombros, cerró la puerta y ella volvió a dejarse caer sobre la cama.

Al cabo de un rato, un estruendo proveniente del piso de abajo le hizo ir a comprobar qué había sucedido.

El panorama que se encontró no fue otro que una sartén carbonizada y un Malfoy con un rostro muy enfurecido.

—¿Se puede saber qué ha pasado? —Se asomó al ver el contenido de la sartén. Apenas distinguía los ingredientes que había, todo tenía un aspecto ennegrecido—. ¿Qué se supone que es eso?

—Mi cena.

—Si te comes esto te vas a morir.

La chica se dirigió a la nevera y contempló con cierto horror como ya no quedaba apenas nada. Y lo peor, que era lo había traído ella.

—Enhorabuena, acabas de gastar la poca comida que teníamos para hoy.

—Pues ve a comprar más.

Se había hecho de rogar, pero finalmente Hermione estaba a punto de estallar. Apretó los puños y contuvo las ganas de gritarle y hacerle un cruciatus.

—Eres insoportable —fue lo único que se permitió decir antes de correr de nuevo a su habitación y dar un portazo.

Se dejó caer apoyada en la puerta hasta estar sentada en el suelo.

Sin duda, pasar a ser Hermione Malfoy era peor que cualquier maldición. 

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