Capítulo Uno.- Un Gran Lío
Querido Diario hoy tuve un día horrible, rompí mi propio récord de días horribles.
¡¿Por qué tuvo que pasarme a mí?! ¿Por qué no le pudo pasar a una chica linda y popular como Camila o Karina? Pero no, que la paloma cague a la chica nerd, que la mochila de la tímida se rompa y que el almuerzo se derrame sobre la torpe, y todas esas cosas soy yo siendo yo cada día de mi vida.
Está bien, estoy siendo un poco drama queen, pero esta vez lo tengo justificado... ¡¡PORQUE ESTOY METIDA EN UN GRAN LIO CON EL MAYOR CRETINO QUE JAMAS CONOCÍ!!
Uff, tengo que respirar y desahogarme. Te lo contaré todo.
La mañana estaba yendo como cualquier otro día. Querido Diario, tú sabes que yo no soy una chica popular, no tengo un aspecto especial; no tengo ojos azules como el mar o marrones que brillen con el atardecer, ni siquiera verdes que parecen esmeraldas, no tengo pecas, ni siquiera un lunar que sobresalga. Mi cara es común y corriente. De hecho, si hicieran una película de Netflix en mi escuela ni siquiera saldría en cámara, simplemente estaría ahí, pero nadie me notaria. Esa soy yo, una simple chica más.
Pero este día sentí que algo andaba mal, noté que mucha gente me observaba a mis espaldas, como si me vieran por primera vez. Sentía las miradas, el ligero cuchicheo, inclusive noté alguno que otro flash, pero no le di importancia, supuse que era mi imaginación, pero a la hora del almuerzo cuando me dirigí a la cafetería, sonó mi teléfono, vi que era un mensaje de Anabel, mi única y mejor amiga, diciendo: Tienes que ver esto ya!!!
Abrí el link que me mandó a Instagram y Oh-My-God!
Era yo, docena de veces, mi cara era un meme. Repito, mi cara era un meme. Había docenas de fotos, videos, incluso remixes. Y por si fuera poco, me había vuelto viral, porque en algún momento de la mañana me había cagado una paloma. Tenía caca de paloma en mi cabeza.
Quería morir.
Sentí que todo comenzó a girar alrededor de mí, me fallaba la respiración y la cafetería estalló en carcajadas. Yo solo quería salir lo más rápido del ahí, pero entonces sentí un jalón en mi mochila que me llevó hasta el piso, la cinta de mi mochila se había atorado con la manija de la puerta, alguien había tirado de la puerta y como efecto domino yo caí al suelo, con mi almuerzo embarrado en mi cara. Estallaron más carcajadas histéricas, todos me estaban grabando. Fue horrible.
No sé qué paso después, creo que simplemente salí corriendo al baño más cercano.
Error.
En el baño, estaba "el grupito de chicas", las malvadamente populares. Karina, Camila y Fernanda. Apenas las noté con las lágrimas bañando mi cara, me encerré en un cubículo, me tape los oídos con las manos y cerré los ojos con demasiada fuerza desenado desaparecer. Rogando que me tragara la taza del baño, total, ya tenía caca.
Permanecí echa bolita hasta que mis ojos se hincharon y mis lagrimas se secaron. Cuando decidí salir ya estaba oscureciendo. Metí la mano en mi bolcillo para ver la hora, pero mi celular no estaba, mis cosas mucho menos y rayos, la puerta del retrete estaba atorada. Grité por ayuda pero nadie vino. No me sorprendió que nadie estuviera cerca, estaba anocheciendo.
Fin de semana― me llevé las manos a la cabeza, entrando en pánico.
Nadie se daría cuenta de que estaba ahí, mis papás estaban de viaje de negocios, mi mejor amiga usualmente estaba ausente en la escuela por permiso de enfermedad así que no podía contar con que ella me rescatase, no tenía teléfono o mochila...
―¡Alguien, ayuda!―grité con todas mis fuerzas― estoy atrapada en el baño. Ayuda.
La escuela estaba muerta como un cementerio.
―No, Athenea no pienses en cosas de terror ―me dije a mi misma― no pienses en escuelas malditas, en la niña del baño...
―¡AYUDA!― grite con todas mis fuerzas. Jalé la puerta como si mi vida dependiera de ello, ―¡AYUDA, POR FAVOR!― sacudí la manija hasta que mis nudillos quedaron blancos. Las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo.
La puerta no se movió. Caí al suelo exhausta. Me quedé tendida en el húmedo y frio suelo renegando de mi existencia no sé por cuento tiempo, hasta que escuché pasos amortiguados. Me puse de pie en seguida, alguien estaba aquí.
Estaba a punto de gritar por ayuda cuanto vi una sombra reflejada en el otro cubículo del baño. Sentí el bello de mi piel erizarse y mi sangre bajar hasta mis pies. La niña del baño.
Comencé a temblar incontrolablemente, la voz me abandonó y mi corazón comenzó a latir como poseído. Moví la manija de la puerta con todas mis fuerzas hasta que escuché el chick del seguro. Corrí y me estampé con la puerta, cerrada con llave. El sonido de pasos húmedos a mis espaldas hizo que golpeara con más fuerza.
―¡AYUDA, POR FAVOR!― lloriqueé.
Un gruñido hizo eco, en el sombrío lugar. Me iba a desmayar, eran el perro del diablo y la niña del baño.
No sé que fuerza misteriosa se apoderó de mí, pero logré abrir la puerta de un empujó, derribé algo que la estaba bloqueando.
Vi una tenue luz en la oficina del la directora. Si le explicaba que estaba ahí por accidente, el baño, el meme y que solo quería ir a casa, estaba segura de que lo entendería. Nunca había hablado con ella o con algún profesor, pero ella siempre había sido comprensiva con la situación de Anabel. Apostaría que incluso se ofrecería a llevarme a casa.
Toqué la puerta y entre. No había nadie. La computadora estaba encendida y había una linterna sobre la mesa. De pronto sentí que me sujetaban por atrás y me cerraban la boca.
―¿Quién eres tú? Y ¿Qué haces aquí?
Balbuceé o mejor dicho lloriqueé. Un ladrón o psicópata o peor... Un ladrón psicópata asesino serial e iba a violarme. Chillé más fuerte.
―Cállate o nos encontraran.
Por supuesto que no me callé.
―Mierda. Cállate o te golpeare y no quiero hacerlo.
¿Un ladrón psicópata asesino serial violador no quería hacerme daño? Guardé silencio.
―Te voy a soltar, pero no grites. Si gritas date por muerta.
Asentí.
―Estoy metido en mierda ―murmuro al alejarse. ―¿Y bien, quién eres tú?
―Athenea Gertrudis Orozco Hernández ―respondí como recitando una línea al darme cuenta de quien me interrogaba.
Era Diez, sí Diez como el número, nadie sabía su nombre o de donde había venido. Se decía que incluso en el registro escolar solo aparecían las letras D-I-E-Z, en donde deberían ir su nombre y apellidos. También se rumoreaba que lo habían expulsado de 3 escuelas en menos de un año, que era líder de una pandilla, que no tenía padres, que había crecido en orfanatos y que había estado en la cárcel. 10 10 10 era su código de recluso.
Nada de eso me constaba, de lo que sí estaba segura era de que había golpeado a un chico de ultimo año. Lo había dejado como papilla.
―No te escuché, ¿Qué dijiste?
Repetí mi nombre.
―Acaso eres muda, por qué hablas tan bajo.
Era verdad mi voz era tan baja que apenas y se escuchaba algo.
Negué con la cabeza, mirando el suelo. Él me daba miedo.
―¿No qué? ―preguntó.
―No soy muda.
―Deberías habla más fuerte, con una voz así nadie te escuchará. Si no tienes nada que hacer aquí, lárgate. Y más te vale no decirle a nadie que me viste.
Regresó a la silla de la directora y comenzó a teclear. Aliviada de salir ilesa, me apresuré a la puerta, cuando de pronto escuché un ladrido a la distancia.
―El perro del diablo ―me quedé congelada.
―¿El qué?
―El perro del diablo ―cerré la puerta a prisa. Él se levantó de la silla y asomó su cabeza por la puerta.
―Demonios. Es ese jodido perro del vigilante, no tardarán en encontrarnos.
Me quedé estupefacta, ¿el vigilante? Cómo no se me había ocurrido que la escuela no quedaba totalmente abandonada. El amable y comprensivo señor vigilante podría ayudarme a volver a casa.
―¿Qué haces ahí parada? Muévete. ―ordenó mientras apagaba la computadora y ponía las cosas en su lugar.
―Sí le explicamos que todo fue un accidente seguro que nos ayudará.
―¿Ayudarnos? Estas bien de la cabeza. Llamará a la policía.
―¿La policía? No, eso es un error, no he hecho nada malo. ― Caí en cuenta: ¿Qué hacia él aquí, en la noche, en la oficina de la directora, con su computadora? ―Oh, My God ―di un paso atrás― yo no estoy involucrada contigo. No estoy robando nada o lo que sea que este haciendo. Soy muy joven para ir a la cárcel.
―Vámonos ―ordenó. Lo seguí sin rechistar.
Corrimos por los pasillos sin atrevernos a mirar a atrás, los ladridos del perro se escuchaban cada vez más cercanos. Los pasos del guardia hacían eco en los corredores desiertos. Si nos atrapaban nos entregarían a la policía, saldría mi rostro en los periódicos, nos expulsarían de la escuela y adiós a mis estudios universitarios. Mi futuro, todo por lo que he trabajado. Otra vez comenzaron a resbalar lágrimas por mis mejillas.
―Deja de llorar, no nos atraparan. ―murmuro antes de patinar en una esquina.
―¿Estas bien? ―lo ayudé a ponerse en pie. Vi moretones en su brazo, marcas de pelea, seguramente.
―No te detengas, sigue corriendo ―respondió mientras se acomodaba su playera. ―A la alambrada izquierda.
―¿Vamos a trepar? Nunca he trepado. Me dan miedo las alturas.
―Entonces quédate aquí y muere.
―No me dejes aquí ―sollocé―no quiero ir a la cárcel, mis padres me matarán. Nunca volverán a confiar en mí, es la primera vez que me quedo sin niñera. Jamás de los jamases me volverán a dejar sola en casa.
―¿Niñera? ¿Cuántos años tienes, 3?
― 16 ―respondí sorbiendo mi nariz.
―Sube, rápido.
―Pero, me da miedo, no podré llegar hasta allá arriba.
―Si te caes yo te atrapo. Apoya tu pie en mí, sí así. Te voy a impulsar, ¿lista? Agárrate de la parte superior y no te sueltes. Apoya tu pie en mi cabeza y sube.
―Ya estoy arriba. ―grité a más de dos metros. De repente Diez soltó un alarido. ―¿Qué pasa?
El perro lo había agarrado. Como pudo se soltó de las fauces y con un solo impulso llegó a la cima de la pared. Con un mismo salto, llegó a la calle.
―Salta, te atraparé.
―Tengo miedo. ―Una luz me dio directo en la cara.
―Alto ahí― dijo una voz rasposa ―No podrán huir, la policía viene en camino.
Salté, aterrizando de lleno en Diez, llevándolo conmigo al suelo.
Corrimos por toda la calle, tomando atajos, metiéndonos en callejones y calles poco concurridas hasta llegar a mi casa. Estaba sin aliento.
―Gracias por acompañarme hasta mi casa. ―dije desde la entrada.
―Déjame pasar.
―¿Qué? ¡No! Mis padres me matarían.
―Ellos no están ―respondió apartándome a un lado. Entonces lo recordé...
―Mis cosas se quedaron en la escuela, no tengo llaves, tendré que irme a casa de los vecinos ―sonreí para mis adentros.
―Conozco a la gente que vive en este tipo de casa, en barrios tranquilos y seguros ―levantó una maceta que estaba cerca de la puerta y recogió la llave ―siempre tienen una llave de repuesto cerca de la puerta, para que tipos como yo, los roben sin ninguna dificultad. Hay que ser idiotas.
―Oye, pero no puedes entrar.
―Ya estoy adentro ―dijo inspeccionando todo ―bonita casa.
―Gracias ―murmure― pero no te robes nada.
―Lo intentare. ¿Dónde está el baño? Necesito ver lo que me hizo el jodido perro.
Había olvidado que lo había alcanzado el perro del celador. Le indique el baño y le di nuestro botiquín de primeros auxilios. Por suerte solo había mordido el pantalón, no había llegado a la piel.
―¿Dónde dormiré? ―preguntó mirando hacia el segundo piso.
―En tu casa.
―Incorrecto. Dormiré aquí ―antes que pudiera replicar, él agregó― Déjame recordarte: Te ayudé a escapar de un perro enloquecido, te ayudé a trepar por una barda de casi 3 metros, te saqué de la escuela a medianoche, te traje a tu casa a salvo, ¿sabes lo que te hubiera pasado en las calles sola? Me lo debes.
―Yo no te pedí ayuda ―murmuré cruzándome de brazos ― así que no te debo nada.
Se acomodó en nuestro suave y mullido sofá caoba. Se estiró cuan alto era y me miró con ojos analizadores.
―Tú no pareces el tipo de persona que se cuela en ningún lugar a medianoche.
―¿Qué tipo de persona parezco?
―Cómo un gato mojado. Ahora responde: ¿Qué hacías ahí? Y no me mientas porque lo sabre de inmediato.
―Yo... ―No quería decirle que me había quedado atrapada en el baño. Me sentiría más patética ―Me quedé estudiando.
―¿Estudiando? ¿A mitad de la noche, en una escuela vacía, cuando tus padres no están en casa? ¿De verdad esperas que me crea eso?
―Sí... quiero decir no. Yo estaba...
De repente se levantó, haciendo que retrocediera un paso.
―Ah, ya sé quien eres ―sacó su celular y me mostró la pantalla― la del meme.
La música ruidosa y repetitiva, las letras vibrantes y mi cara en la pantalla hizo que mi sangre se calentara. Sentí mi cara volverse roja.
―¿Quieres saber que hacía ahí?, pues bien, te lo diré. Estaba ideando la mejor manera de vengarme del tonto que puso mi cara en internet. Ahora si no te importa, lárgate de mi casa.
Él me miró otra vez con ojos evaluadores. Había elevado mucho mi voz y por un momento me sentí capaz de sacarlo de mi sofá. Pero la sensación se había desvanecido tan rápido como había llegado. Él me intimidaba y mucho.
―No puedo. Déjame dormir aquí esta noche. ―él se escuchó tan... sincero.
Así que, querido Diario, hay un tipo casi desconocido y seguramente peligroso durmiendo en el sofá de nuestra casa mientras que mis padres no están. Si lo descubren estoy muerta, muerta, muerta.
R.I.P. Athenea.
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