8. Comenzaron las negociaciones
No volvieron a hacer el mismo camino de antes. Tomaron un camino secundario hasta llegar a un despacho sencillo con muebles de madera y papel pintado verde. Los soldados esperaron fuera, dejando a los dos solos.
—Estoy dispuesta a negociar.—dijo sin poder aguantar más el incómodo silencio y la intensa mirada del soldado.
—¿Y qué me ofreces?
—Haré todo este paripé, pero quiero que saques a Adriel de esa celda y que le des todo lo que necesite para que pueda llevarme a mi casa.
—¿Nada más?
—No pienso tener un hijo, ni acostarme con nadie.
—De acuerdo. ¿Algo más?
Se dedicó unos segundos para pensar. No sabía qué quería porque no sabía cuales eran sus obligaciones, ni lo que ellos esperaban de ella. Sentía que cerrar un pacto ahora solamente la comprometería a hacer algo que no quería.
—¿Es obligatorio que me persigan dos guardias día y noche?
—Sí.
—¿Pero dos?
—Normalmente Unai es la escolta personal de su majestad, pero he considerado que fueran dos debido a la habilidad de fuga que ha demostrado.
Olivia chasqueó la lengua con disgusta.
—No tengo a ningún sitio donde ir. No voy a huir.
Olivia hizo un esfuerzo considerable para pasar el nudo que se le estaba formando en la garganta.
—Aun así mantendré mi decisión. No confío todavía en usted—admitió.
Aquella sinceridad hizo que Olivia, lejos de amilanarse, sintió que podía confiar en aquel hombre porque la sinceridad podría ser recíproca. Aquello la reconfortó pero no disminuyó su desolación.
— ¿Y qué debo hacer?
— ¿Cómo?—preguntó sin comprender.
— ¿En qué consiste ser reina? Supongo que tendré algunas obligaciones. La cena con mi supuesto tío es dentro de tres días—recordó—, supongo que debo saber cosas...—se encogió de hombros sintiéndose capaz de afinar más—... No sé, deberé dar lecciones o algo.
— Primera lección, no lo llaméis "supuesto tío". Leonardo Udoy es vuestro tío por parte de madre y vos no os llamáis Olivia Sonrí, sois Elia Udoy Yanes, hija de Victoria Udoy Villaseca y nieta de Elena Udoy Torga.
— ¿Tengo hermanos?
— No, no los tenéis. Tu padre murió de apendicitis cuando tenías a penas dos años y vuestra madre murió de "tefirea" a los treinta y cinco. Aunque la causa de muerte oficial que quiso usted hacer público fue por un constipado.
— ¿Qué es "tefirea"?
— Una enfermedad de transmisión sexual.
— Ah.
— Usted reina desde los dieciséis años, y desde ese momento tu tío ha comenzado un movimiento para desprestigiaros y arrebataros el trono. Suponemos que está detrás de algunos disturbios al norte de Luana, pero nada que no podamos controlar.
— Vaya...— no sabía qué decir o qué hacer. Dudas tenía muchas ,pero quería esperarse a saber la historia básica para no ahogar al soldado con sus preguntas— ¿Y la cena para qué es? Debería de darle un patada en el culo, no darle de comer.
El guerrero elevó las comisuras y aquello fue lo más parecido a una sonrisa que le había visto hacer.
— Dentro de dos días será 1 de Julio, el día en que vuestra madre murió. Es solamente un acto social más de los muchos que habrá durante el verano—el soldado ya se había percatado de que Olivia tenía el don de reflejar cada uno de los sentimientos que le pasaban por la cabeza en su rostro y aquello podía ser un problema grave como no lo controlara cuanto antes—. Dentro de una semana habrá un baile con las personalidades más importantes de la ciudad, tendréis que escucharles, bailar con ellos y aparentar que no ha pasado nada.
— No sé bailar.
— Aprenderás—afirmó tajantemente—. También está la animadversión con la Iglesia y con el Padre Santo. Todavía no tienes un heredero y hay rumores de que compartís la cama con muchos hombres. Os consideran que sois igual de casquivana que vuestra madre y vuestra madre nunca fue un ejemplo a seguir.
Olivia sintió que debía confesarse, ser sincera con él de la misma forma que él lo había sido con ella ¿pero y si se reía de ella?
—¿Y lo soy de verdad? —preguntó pese a no querer saber la respuesta— Lo digo porque una cosa son los rumores y otra lo que pasa en realidad.
—Sí. Tenéis seis amantes y los seis son personas muy importantes para el reino. Habéis conseguido muchos tratos gracias a vuestros dones en la cama. Por alguna razón que desconozco, sabéis controlar a los hombres.
— Guido... —tomó aire y notó cómo sus mejillas comenzaban a teñirse de vergüenza— Yo nunca he estado con ningún hombre.
—¿Nunca?
— Nunca.
Si el soldado estaba asombrado o no, era algo que Olivia no era capaz de saber. El rostro de aquel hombre parecía imperturbable en todo momento, y su semblante serio junto con las tres cicatrices que le surcaban por el lado izquierdo por la cabeza y por la nariz le daban un aspecto fiero.
Unos golpes procedentes de la puerta la sobresaltaron, pero no gritó asustada y aquel estúpido detalle hizo que se rearmara de valor.
—¡Adelante! —exclamó Guido.
Vito abrió y se introdujo la cabeza
—Señor.
—¿Qué ocurre, Vito?
Aquel hombre de edad madura miró a Olivia con interrogación y después a Guido, el cual asintió. De forma silenciosa, el Jefe de la Guardia le dio permiso para que hablara frente a ella.
—El primogénito de los Bermeo ha visitado el Capitolio. Creemos que el Santo Padre ha decretado un nuevo impuesto para la clase media y alta.
—¿Con qué permiso? Todos los impuestos deben de ser aprobados por la corona.— y aquello último lo dijo con el fin de la muchacha empezara a aprender más cosas de su reino.
—He mandado a Nuño para que se recopile más información.
—Está bien —dijo mientras se dirigía hacia la puerta —. Llevadla a su habitación para que pueda asimilar toda la información —se detuvo frente a Vito—. Cuando yo no esté quiero que seas tú la que le custodie. ¿Entendido?
—Sí, señor.
Guido salió del despacho. Jairo seguía custodiando la puerta y apenas le dedicó una mirada cuando pasó por su lado. Por el contrario, Unai, que había llegado junto a Vito, le siguió. Los soldados siempre debían de ir en pareja a excepción de que el Jefe de la Guardia diera la orden específica de no hacerlo. Durante aquel paseo pensó en la niña y en la situación tan precaria en la que se situaba. No iba a ser fácil, pero aquella última confesión por parte de la muchacha le dio a entender que podía confiar en la niña. Apreciaba la sinceridad por encima de todas las cosas y no iba a permitir que su relación se enturbiara como había pasado con la verdadera Elia. Pero para que pasara aquello necesitaba que ella no se sintiera juzgada y presionada. ¿Pero cómo no presionar a nadie cuando el tiempo escaseaba y los problemas no paraban de surgir?
—¿Qué pensáis? —preguntó Unai, rompiendo el silencio.
—Confío en ella.
—¿Y ayudará?
—Eso espero.
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