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4. Buenos días

Olivia se levantó sobresaltada y empapada en sudor. Estaba alterada y confundida, la pesadilla que había vivido era tan real que parecía todavía sentir el fuerte agarre de aquel hombre en la muñeca. Notó que algo le pasaba en el ojo derecho porque no podía abrirlo del todo, pestañeó varias veces hasta que pudo enfocar y fue entonces cuando se percató de que la pesadilla había sido tan real como ella misma. Un olor fuerte a herbolario le golpeó las fosas nasales y la leve palpitación que había sentido nada más despertarse se convirtió en un fuerte martilleo. Se llevó las manos a la cabeza como si de esa forma pudiera contener el dolor.

—¿Olivia?

Con desesperación escudriñó cada esquina de aquella habitación, pero había tantas cosas en aquel habitáculo que apenas podía ver de qué material estaban hechas las paredes. Sintió cómo el miedo volvía a apoderarse de ella. No sabía dónde estaba y en cuanto atisbó entre tanto trasto la puerta, quiso correr hacia ella. Pero la voz la detuvo.

—¡Vaya, ya te has despertado!

Era el hombre que había estado a punto de disparar. Apareció tras una puerta de la que Olivia no se había dado ni cuenta que existía porque estaba oculta entre un montón de pieles de animales que nunca había visto.

Se acercó a ella con una sonrisa tensa en la boca. Aquel hombre le imponía, no solo por su estatura que medía por lo menos dos metros, sino porque le había demostrado que estaba dispuesto a hacerla daño. Mientras se acercaba, Olivia pudo analizar aquel hombre. Era feo y tenía rasgos en la cara que le hacían parecer brusco, pero no parecía malvado. Quiso pensar que en su mirada se reflejaba un atisbo de arrepentimiento, pero de inmediato se amonestó y quiso abofetearse. No era momento para tener un síndrome de Estocolmo, aquella situación en la que se encontraba era lo más parecido a los casos de secuestro que había en las películas de terror.

— ¿Te encuentras bien? — ella no respondió, se limitó a encogerse y pegarse aún más a la pared — ¿Eres Olivia Sorní, verdad? ¿Tu abuela es Amabel Castrejón, no? Yo me llamo Adriel. Adriel sin más, sin apellido.

Que supiera su nombre la aterró por completo. Pensó que aquel hombre era un acosador que había estado espiándola a ella y a su abuela durante días.

—¿Dónde estoy? —balbuceó — ¿Quién eres tú?

—Tranquilízate.

Adriel estaba incómodo y aunque quisiera no trasmitirlo, sabía que aquella niña con ojos de búho lo había notado. Sus movimientos y sus gestos eran bruscos. Su esfuerzo por parecer despreocupado solamente le hacía parecer un psicópata.

—¿Dónde estoy?—volvió a repetir.

—En mi casa.

—¿Qué vas a hacerme?

—¡Nada!— levantó las manos para mostrarle que no tenía nada en las manos —. Te hice daño y lo siento mucho. ¿Cómo te encuentras? ¿Te duele el ojo? — fue a acercarse a ella, pero ella le apartó la mano de un manotazo — Yo nunca haría daño a nadie, pero el disparo me puso nervioso.

—Quiero irme a casa.— le interrumpió.

—Sí, sí, claro. Lo entiendo, pero no puedo dejar que lo hagas.

—¿Por qué?

—Porque no puedo dejarte marchar.

—¿Por qué?

—Porque ya conoces nuestro secreto.

— ¿Qué secreto?— la ansiedad se adueñó de su racionalidad, porque entendió que no iba a salir de allí nunca si no hacía nada al respecto— Yo no vi nada, lo juro. No vi nada.

—Ya, pero...

La muchacha lanzó una patada que impactó en la entrepierna de aquel extraño, que cayó de culo en el suelo. Ella aprovechó aquel momento para salir corriendo, pero cuando dio el primer paso, una mano se aferró a su tobillo derecho. Aquello le hizo trastabillar y cayó al suelo.

— No te puedo dejar marchar —se excusó.

Pero sus escusas le daban absolutamente igual a Olivia que solamente estaba luchando por sobrevivir. Le lanzó una patada a la cara y la suela de su zapatilla chocó contra su nariz. Aquel hombre la soltó y se llevó las manos a la nariz para detener la hemorragia. Olivia se levantó del suelo y fue directa hacia la salida. Cuando por fin estuvo fuera, una bofetada de calor la conmocionó, haciendo que perdiera unos segundos valiosos que Adriel aprovechó para levantarse y recuperarse del dolor de su entrepierna.

— No salgas. ¡Cierra la puerta!

Aquel grito la despertó de su estado y corrió por la calle, dejándose guiar por el sonido de un bullicio lejano. Las calles eran de tierra y el polvo se levantaba a cada paso que daba. El olor a orina y basura descompuesta hizo que quisiera vomitar, pero no paró de correr. Aquel hombre no se había rendido, escuchaba sus pasos resonar por la calle.

—¡No sabes a donde estás yendo! ¡Para!

Pero detenerse estaba lejos de sus planes. Giró a la derecha, luego a la izquierda y finalmente llegó a una calle tan concurrida que gracias a su pequeño tamaño pudo perderse entre el gentío. La gente estaba animada y apelmazada. Era complicado andar entre el gentío por lo que Olivia dejó que la corriente de cuerpos la transportara.

Aquel sitio le recordaba mucho a las fiestas medievales que se celebraban cada año en su ciudad natal. Pero a diferencia de Alcalá, parecían todos vestidos acorde a la temática menos a ella. Era curioso que en aquella situación tan tensa, la vergüenza la invadiera tras notar que muchas miradas estuvieran puestas en ella. Se cubrió la cabeza con la capucha de su sudadera y una idea aterradora la cruzó por la mente: ¿Y si aquello era real? Había comprobado con sus propios ojos que la magia existía y aquella ciudad parecía muy lejana a su tiempo. No veía farolas, las calles no estaban asfaltadas y la gente se paseaba con animales como si fuera lo más normal del mundo pasear a una cabra. Aquello le parecía aterradoramente real y algo le decía que sus vestuarios no eran disfraces.

Los comerciantes vociferaban para estimular las ventas

—¡Tengo los mejores panes de toda Everial! — el grito de un hombre con una redonda tripa y una atronadora capacidad vocal asustó Olivia.

Toda la gente de su alrededor se rió de ella, pero no tuvo tiempo para que la vergüenza la calara. Un fuerte agarre la detuvo y cuando volteó vio el rostro de Adriel empapado en sudor y enfadado.

—¡Suéltame!

Tiró de su agarre y sus yemas resbalaron por su brazo, haciendo que la pellizcara y notara que aquello le dejaría marca. Tras un segundo tirón se liberó por completo de su agarre y esquivó a la gente que tenía más cercana ignorando sus insultos y maldiciones.

—¡No sigas! ¡Que alguien la detenga!

Pero nadie la detuvo porque solamente hacía falta ver el lamentable estado de la muchacha y el tamaño amenazador de su perseguidor para saber que aquello solo les acarrearía problemas. Terminaba la calle y las posibilidades de salir ilesa menguaban. El final estaba custodiado por tres guardas, uno de ellos con capa blanca. La esperanza de que tal vez aquellos guardias pudieran salvarla hicieron que corriera aun más deprisa.

— ¡Socorro! — gritó a diez metros de ellos, haciendo que aquel individuo de capa blanca se volteara — ¡Me persigue un hombre! ¡Ayudadme por favor!

Se sentía mareada, no se encontraba bien. Un dolor en el estómago le amenazaba con vomitar, pero la necesidad de sentirse a salvo la hizo mantenerse lúcida. Estaba a punto de salir de la multitud, ansiaba salir del calor que aquellas personas emanaban, pero a dos pasos de salir de la multitud la visión comenzó a fallarle. Veía borroso, los sonidos le llegaban de forma amortiguada y de pronto, sin ni siquiera preverlo, cayó al suelo como un peso muerto. Se había desmayado y había caído al suelo de forma violenta. Todo el mundo se separó de aquel cuerpo, asustados.

— No pasa nada, es mi hermana — excusó aquel grandullón mirando a los soldados —. Es que no está bien. — se señaló la cabeza con el dedo índice, indicando que había algo en su cabeza que no estaba bien.

Pero aquella escusa no fue suficiente para que Nuño Morana decidiera hacer la vista gorda.

— Aléjate de ella— ordenó mientras llevaba su mano a la espada que colgaba en su cintura.

—Señor, no lo entiende.

— Aléjate de ella — volvió a repetir.

Aquel hombre se mostraba reticente a desenvainar su arma en medio de aquella multitud. Adriel lo sabía, pero no era tan tonto como para encararse a un Guardia Real.

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