2. Busca y encontrarás
— ¿Qué te han dicho en dirección? — preguntó Laura con curiosidad fingida.
Estaba aburrida. No le interesaba para nada aprender a hacer integrales y Olivia era la única persona que tenía cerca.
— Nada, estaba Magdalena — una de las profesoras más agradables de aquel infierno—. Me dijo que debía llegar antes a clase y me ha mandado hacer ejercicios de biología.
— Uff... — frunció el ceño— ¡Qué horror! No pienso llegar tarde nunca.
Olivia sonrió porque no sabía qué más decir, aunque en realidad tampoco quería contarle nada más. No confiaba en Laura y probablemente nunca lo haría, porque había aprendido a las malas lo que era una persona de doble cara. Cuando Laura no estaba con sus amigos, era maja y agradable, se interesaba por ti y no paraba de darte temas de conversación. Olivia le había contado todo acerca de ella: la muerte de sus padres, cómo conoció a su abuela por primera vez y lo excluida de la sociedad que vivía por las manías de su tutora. A los pocos días, todo el mundo comenzó a mirarla con tristeza e incluso algunos, que en un pasado fueron verdaderamente crueles con ella, comenzaron a hablarle por compasión. Todavía se sentía traicionada y dolida por aquello, porque en ningún momento Laura pareció arrepentirse por ser una verdadera bocazas, pero con el paso del tiempo la ira y el rencor se convirtieron en resignación, y entendió que para que aquellas horas encerradas en clase se hicieran más amenas, debía de perdonarla. Sí, la había perdonado, pero nunca se olvidaría de lo que había hecho.
— Estudiar este fin de semana, el lunes tendremos un pequeño control que influirá en vuestra nota continua... — Sonó la campana que indicaba el fin de las clases y todos se pusieron de pie pese a estar el profesor todavía hablando —... ¡Qué tengáis un buen fin de semana, no os olvidéis de estudiar!
— Adiós.
Laura se despidió de ella tras echarla un rápido vistazo. Siempre hacía lo mismo, corría casi con desesperación para reunirse con sus amigas, como si temiera que no la esperaran a la salida.
— Adiós. — se despidió de la profesora.
—Espera un momento, Olivia — su alumna se detuvo y cuando el último alumno se marchó, retomó la conversación —. ¿Qué tal ves la asignatura? ¿Bien?
—Sí, no tengo ningún problema.
—Vale, me alegro —y parecía estar totalmente aliviada —. Entiendo que tienes más asignaturas y que has debido de hacer un esfuerzo muy grande para ponerte al día, por eso si crees que necesitas que te explique cualquier cosa búscame en la sala de profesores, ¿vale?
—Sí, muchas gracias.
Olivia se marchó de allí contenta por saber que había alguien de allí que de verdad se interesaba por ella. Pero cuando llegó al aparcamiento de bicis, se percató de que había algo que brillaba en su sillín. Sentía curiosidad pese a saber que aquel misterio seguramente la ridiculizaría. Sus pensamientos no se alejaban de la realidad, alguien había escrito en su sillín "pelo polla" con un rotulador permanente que no transfería tinta. Tendría que estar durante horas frotando con un estropajo para quitarlo.
Olivia levantó la cabeza y escudriñó con la mirada sus alrededores. Vio a Laura con una sonrisa en la boca mientras hablaba a sus amigas y lanzaba miradas fugaces hacia ella. Estaba nerviosa, sabía quién había hecho aquello y estaba a la espera de que su compañera se marchara de allí para poderse reír de ella con sus amigotes. Trató de que nadie se diera cuenta de que aquello le había afectado, trató de controlar que le temblaba las manos por la rabia que sentía y se subió a la silla con el fin de marcharse de allí lo antes posible. Quiso no escucharlo, enfocar su oído en cualquier otra cosa que no fuera su entorno, pero las risas de aquel grupo de urracas llegó hasta sus oídos y aquello hizo que los ojos se le empañaran de lágrimas.
Pedaleó con rapidez, sin importarle que estuviera a punto de perder el equilibrio varias veces, solamente quería llegar al bosque, donde estaba segura que estaría sola, y llorar. Estaba repleta de rabia e impotencia. No entendía cómo la gente podía comportarse así con alguien que no había hecho nada. Tampoco entendía cómo la gente podía ser agradable con ella y a las espaldas hacerle mucho daño. Ella había visto muchos documentales sobre el bullying, sabía que ella era la víctima y ellos los abusones, que debía pedir ayuda pero sentía que nadie podía ayudarla. Solamente encontraba consuelo en el rincón del sillón de su comedor donde veía los documentales en la televisión.
— ¡Ah!
Un fuerte estallido la asustó e hizo que su bicicleta tambalease, el suelo pedregoso no le permitió enderezarse y cayó al suelo estrepitosamente. Fue entonces, cuando un fuerte dolor le traspasó las palmas de las manos y su rodilla derecha estaba despellejada cuando se permitió llorar. Estaba harta de todo, harta del instituto, harta de sus compañeros, harta de Laura, harta de volver a casa en bicicleta, harta de vivir tan lejos de la ciudad... ¡Estaba harta de la vida en general!
— ¡Puta mierda! — exclamó antes de propinarle una patada a la bicicleta.
Sus pantalones se habían roto y la sangre había manchado la tela. Eran nuevos y su abuela se enfadaría muchísimo con ella en cuanto la viera, pero no tanto como cuando se diera cuenta que la pintura de la bicicleta se había arañado. Cuando se recuperó de aquello, se palpó los bolsillos y se dio cuenta que las llaves no estaban. Hurgó en su mochila, pero no obtuvo resultado.
Buscó por los alrededores y removió las hojas con el pie, pero tampoco encontró las llaves. Se obligó a alejarse del camino con la esperanza de que hubieran salido disparadas por la caída. No quería volver al instituto para comprobar si se había olvidado las llaves en el aula, pero tampoco quería esperar tal vez cuatro horas en el poyete de su casa hasta que su abuela llegara.
Se detuvo cuando volvió a escuchar de nuevo aquel ruido que la había asustado. Era un sonido eléctrico, como si alguien estuviera disparando un táser. Se alejó aún más del camino se detuvo cuando una luz azul eléctrico la hirió en los ojos. Cuando sus ojos se adaptaron a la luz, se obligó a mirar y fue entonces cuando vio cómo una línea de color azul eléctrico rasgaba el aire y se expandía hasta abarcar la figura del hombre que se encontraba frente aquello. No pudo vislumbrar quién era porque estaba de espaldas y tenía una capa negra que le cubrí de la cabeza hasta los pies. Estaba a punto de entrar a aquel círculo y desaparecer, pero de pronto se detuvo y se volteó hacia el escondite en el que se ocultaba Olivia.
— Mierda. — masculló antes de echarse a correr hacia ella.
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