14. Empresarios y nobles
Olivia no sabía bailar, pero Elia sí y al parecer no había canción en la que no estuviera acompañada. Todos los ojos estaban puestos en ella y se notaba a la legua que se preguntaban qué le había pasado a su reina. La gente la juzgaba en silencio. La presencia de Unai y Gael tras su espalda la daba seguridad pero no la ayudó a minimizar sus nervios.
Empresarios y nobles estaban en la misma sala, pero no se relacionaban entre ellos. Había dos grupitos bien diferenciados. Los nobles despreciaban a los empresarios por carecer de título, y los empresarios odiaban a los nobles por todos los beneficios que gozaban. Aquello la sorprendió a Olivia porque conocía la ruina en la que se encontraban muchos nobles de prestigiosos títulos por culpa del juego y las fiestas, pero su orgullo era tan grande que no podían parar de lanzar miradas afiladas al otro bando.
"Estúpidos nobles"
Olivia había tenido que mantener conversación con más de uno y su arrogancia la provocaba nauseas. El reino se encontraba en una situación precaria: su pueblo pasaba hambre, la mayoría de terrenos pertenecían a la nobleza y a la Iglesia, y solamente un cuarto de la tierra estaba siendo cultivada. ¿El motivo? A los nobles le interesaba cobrar a precio de oro por sus tomates y sus patatas. El problema era que el pueblo no tenía dinero y la hambruna ya comenzaba a hacer mella en su espíritu.
— Majestad.
Un hombre de mediana edad se acercó a ella con rostro tenso. Estaba sudando y no era por culpa del calor, sino de los nervios. Hizo una reverencia y escondió las manos tras la espalda, poniendo tensos a los guardaespaldas de la reina.
— Es un placer...
—Aldo Agosta.
—Es un placer, señor Agosta.
—Tenía muchas ganas de conocerla en persona, mi señora. He solicitado decenas de veces una audiencia, su excelencia, pero las respuestas nunca me han sido favorables.
—Suelo estar muy demandada, pero estoy dispuesta a escucharle ahora mismo.
Aquel hombre abrió los ojos como platos, sorprendido.
—No quisiera que le arruine la fiesta...
—Insisto, señor Agosta. Los problemas de mi pueblo también son mis problemas.
La música comenzó a tronar y con un gesto de mano le indicó que hablarían en otro lado. Aquello no era muy correcto puesto que ella era la anfitriona, pero también era feo denegar la invitación de aquellos hombres que deseaban bailar con su reina.
—Adelante.
—Soy el representante del sindicato de pescadores de la Zona Norte. El precio del lenguado y de la sardina ha caído en picado y los pescadores estamos viéndonos obligados a aumentar el número existencias...
— Disculpe señor —le interrumpí alertada—, ¿cuántos años lleváis explotando nuestras costas?
—No sabría decirle muy bien, Excelencia —no había entendido muy bien la pregunta—.Desde siempre, supongo.
— Y me imagino que respetaréis la primavera para que los peces puedan reproducirse tranquilamente.
—Hay mucho paro en las costas y mucha gente se ha visto obligado a pescar de forma clandestina.
—Eso explica la bajada de precio—pensó en voz alta— ¿Y qué método usáis? Red de arrastre, pesca con seda...
—La tradicional, mi señora. Cada día salen veinte pesqueros en cada cala. A quinientos pasos de la orilla lanzamos una red de treinta metros y recogemos los resultados.
— Yo lo único que veo es una negligencia por parte ustedes y de sus compañeros. Estáis acabando con la fauna marina con una rapidez alarmante.
— ¿Y qué vais a hacer, prohibir que los barcos pesqueros salgan del puerto?
— Podría, pero no creo que sea la mejor manera de solucionar las cosas.
— ¿Entonces...?
— ¿Cómo catalogarías nuestra flota pesquera en comparación con la del resto del continente?
— La mejor — dijo sin dudarlo el empresario.
Gael y Unai asintieron.
— Tengo entendido que nuestros vecinos ferfatos todavía tienen una técnica pesquera que deja qué desear. —añadió Gael.
— Pero Ferfata está muy lejos, señora.
— Tenemos minas de sal, ¿por qué no comerciamos con pescado seco?
— Necesitaríamos muchos tratados, no podemos pescar donde queramos.
— Claro — y en su tono vislumbró lo molesto que le resultaba que le resaltaran lo obvio —, por eso necesitamos de su cooperación, señor Agosta. Usted es el portavoz del gremio de pescadores, en sus manos le dejo el concienciar a los suyos de lo problemático que es pescar peces pequeños o en época de reproducción.
—No creo que no sea suficiente, mi señora.
— Por supuesto, no confío en la buena voluntad de las personas. Por eso endureceré las normas y el control en las costas— la reina se puso de pie—. Nos mantendremos en contacto, señor Agosta.
— Le agradezco su atención, señora.
— Faltaría más, que disfrute de la fiesta.
— Igualmente.
Salieron de aquel pequeño despacho en dirección a la fiesta, dejando al empresario anonadado.
— Bien hecho, señora. — le susurró Gael a escasos centímetros de ella.
— Gracias, pero todavía queda mucha noche por delante.
¡Y vaya que si quedaba todavía mucha fiesta! Pasó más tiempo hablando y solucionando problemas que bailando y bebiendo como el resto de los invitados. Kay, que estaba siempre al corriente de todo cuanto pasaba, estaba sorprendido por su manera de lidiar con los empresarios, pero le preocupaba que hubiera prometido cosas que no pudiera ser posible cumplir. Pero Olivia era consciente de ello y podía hacerse a la idea de que los recursos eran limitados pero los problemas parecían infinitos y muy complicados.
— ¿Le ocurre algo, señora? — Unai la miraba con cara de preocupación.
—Todos son problemas muy complejos y prioritarios. Seguramente no tendremos los recursos y las capacidades suficientes para llevarlos todos a cabo al mismo instante y no tengo ni idea de cómo jerarquizalo, por no hablar de en quién confiar. Necesito personas de fiar, que conozcan el tema a tratar y lo peor de todo es que seguramente necesitemos financiación. ¿Pero quién? Los bancos nos dan unos intereses altísimos porque tenemos un riesgo de impago descomunal y si lo financian los propios empresarios, sería perder el control del sector y la Corona necesita fondos...
— Es muy tarde, señora— le recordó Kai con cara de circunstancia.
Él estaba al tanto de todos los problemas y aunque Olivia nunca se lo diría en voz alta, le reprochaba con la mirada que hubiera permitido que aquella circunstancias se hubieran dado.
—Me duele la cabeza.
— Retírese a sus aposentos, esta fiesta ya está prácticamente terminada.
Miró por última vez a sus invitados que habían alzado la voz y estaban ya ebrios. Algunos parecían haber roto la clara diferencia entre empresarios y nobles, pero seguro que aquella amistad sería poco duradera.
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