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11. Delgada y callada

Aquel maldito vestido le apretaba por todos lados. Estaba incómoda y aunque sabía que no estaba gorda, sentía cómo aquel maldito vestido le sacaba lorzas donde no existían. Pero había que aceptar que aquel vestido era precioso. El vestido era de un color muy parecido a su piel y daba la ilusión de que iba desnuda. Pero lo que de verdad impactaba era la fina tela que iba por encima que iba saturando el color gradualmente hasta llegar a los pies y que contenían estrellas que daban la ilusión de que toda la galaxia se concentraba en su vestido.

—Habéis adelgazado mucho. 

—También os veis bien,  Leonardo. — respondió con una calculada sonrisa.

Su tío le devolvió la misma sonrisa hipócrita que ella misma había esgrimido durante toda la fiesta. Había tenido poco tiempo para conocer a su tío postizo, ya que la ceremonia de bienvenida estaba repleta de protocolos que trataban de darle su debida importancia a cada uno de los invitados.

—Estáis muy callada, mi señora. —apuntilló el marqués de Bourá, un hombre de mediana edad más feo que un pie pero el único con mirada franca y sonrisa bondadosa de toda la mesa. 

— Es que no tengo mucho de qué hablar. Hoy me he levantado un poco espesa. 

Rió, aunque aquella risa estaba ajena de comedia. 

— Eso es algo nuevo—apuntilló su tío con una sonrisa mordaz en la boca —. Siempre nos complaces con tus comentarios mordaces pero divertidos sobre la sociedad.

—Pues me temo que esta vez, nuestros invitados tendrán que conformarse solo con los tuyos.

Los presentes en la mesa rieron, pero Elia y Leonardo lo hicieron de forma diferente. No despegaron la mirada del uno del otro, todo entre ambos era una competición silenciosa por quien era mejor que el otro. Su tío le había intentado pinchar más de una vez, y por desgracia, sus bromas constantes eran la irritaban cada vez más.

— Sobrina, han llegado a mis oídos que habéis recibido muchas opiniones de vuestros vasallos sobre vuestra forma de vida y lo incompatible de vuestras obligaciones para el pueblo. Debéis estar muy afectada.

—Tío, las críticas se encajan o resbalan dependiendo del respeto que te merezca quien las haga. 

—¿Vuestros vasallos no merecen respeto?—preguntó con sorpresa fingida.

— Por supuesto que lo merecen — Olivia sentía que se estaba metiendo en un embolado—, pero no todos.

— ¿Cómo quién?

— Todo aquel que murmura a mis espaldas y que no es capaz de comunicarme sus contradicciones a la cara, por ejemplo.

—La sinceridad es compleja, necesita de una fuerza del que muchos carecen por lo que no podemos culparles por ello. Aun así, estoy obligado a preguntar: ¿Cuándo vendrá el futuro heredero de Everial?

— Cuando encuentre el pretendiente correcto.  

  — ¿Y cuándo será eso? Porque me consta que os habéis revelado contra todos los pretendientes que se han mostrado interesados por vos.

—Cuando llegue el pretendiente correcto.— repitió con mayor dureza.

— Debes entender que esté preocupado. Si os pasa algo, Dios no quiera, yo seré el siguiente en la línea de sucesión del trono. 

Guido carraspeó tras ella. Olivia no le veía pero seguro que estaba taladrando con la mira a su tío y él por el contrario, estaba haciendo todo el esfuerzo necesario por ignorar la presencia del Jefe de la Guardia.

— Tío, no deberías de sufrir por lo que nunca fue, por lo que no es y por lo que nunca será, que es ser rey de Everial.  

— Por supuesto, pero deberías ser más realista contigo misma. Los accidentes existen—Se había pasado de la raya y el tenso silencio que precedieron a sus palabras se lo confirmaron—. Dios quiera que no os pase nada, sobrina. 

Olivia se rascó la barbilla mientras pensaba en qué hacer. Su tío se había pasado de la raya, pero tampoco veía correcto montar una bronca delante de aquellos hombres que no conocía pero que sabía que eran importantes. 

—¿Por qué no trasladamos la charla a la sala de música? 

— Esa es una deliciosa idea, Majestad— comentó el marqués.

Ella se quedó mirando a los presentes que la miraban con agradecimiento por haber roto con aquel momento tan tenso e incómodo. Tardó varios segundos en entender que esperaban  a que ella se levantara primero. 

— No me cae bien — le comentó a Guido cuando por fin se encontraron solos—. Este hombre es estúpido, se cree que su presencia ilumina al resto de los que estamos presentes y él es el que tiene menos luces que un cubo boca abajo.

Guido abrió los ojos sorprendido y seguidamente sonrió. 

— Lo estáis haciendo muy bien, no dejéis que ese cretino se os suba a las barbas.

— ¿Pero que pasa si se me calienta la boca y la cago?   

—Pues carraspearé y sabréis que debéis huir hacia delante, nunca hacia atrás. Las reinas no rectifican, y menos delante de mequetrefes con inspiraciones a la corona.

Olivia asintió, incapaz de decir nada más. No tenía ni la confianza ni la fuerza para cumplir la idea de ella que aquel hombre tenía en mente. No le culpaba, se había atrevido a saltar sobre a lo que ella le parecía un abismo, le había plantado cara a su peor enemigo y aun así, el hecho de que todo cuanto hiciera o dijera estuviera sujeto a un continuo escrutinio y juicio la tenían tan acojonada que solamente la ira y el fastidio la movían para actuar y aquello no era beneficioso necesariamente, sobretodo porque  cuando se encontraba ese estado, la boca se le llenaba de orgullo, a veces no equilibraba las palabras.

  — No nos hemos querido arriesgar y os hemos servido una copa de whisky — comentó su tío con inocencia fingida.

—   Gracias. 

Olivia lo agarró, pero cuando se lo llevo a los labios solamente se mojó los labios. El alcohol era el mal, y eso lo había gravado en el cerebro en el momento en el que Guido le había redactado las numerosas promesas que la verdadera reina había dado en una posición intoxicada. 

— Va a ser difícil encontraros un pretendiente correcto con vuestros modales.

—¿Qué modales, tío?

—Bebéis alcohol, estáis a solas con hombres, trasnocháis y compartís vuestro lecho con hombres.

—Con quien quiera pasar mi tiempo libre no es asunto vuestro ni de nadie.

—Mio tal vez no, ¿Pero y de la Iglesia?

—La Iglesia debería tener en cuenta otros aspectos antes de con quien comparto mis noches —no sabía muy bien de lo que hablaba. 

Era todo generalizaciones. Esperaba que no le exigieran más detalles, pero la suerte nunca le acompañaba.

—La Iglesia solamente piensa en el bien de los ciudadanos.

—Pero aun así viven en un edificio que tiene una cúpula de oro  mientras los pobres siguen viviendo en unas condiciones lamentables.

—Hay quien diría que la existencia de vagabundos en las calles es por culpa de vuestras políticas que no han sido capaces de generar empleo.

—Tampoco es que la Iglesia me ayude a implementar políticas adecuadas.

—¿Algo que decir, Xoel?

El sacerdote sudaba como un cerdo. Estaba nervioso y no quería que le pusieran en aquella posición tan comprometida.

—El Hermano Xoel es un hombre muy correcto, no le pongamos en una situación tan comprometida—salió Olivia a su ayuda.

—Pero me gustaría saber lo que piensa un hombre de la Iglesia sobre vuestros escándalos sexuales.

—¿Qué escándalos?—explotó— Lleváis toda la noche hablando de escándalos pero no lo entiendo.

—Sobrina, no somos idiotas.

—¿No? Porque lo parecen—su tío comenzó a ponerse rojo de ira—. Tío, solamente le escucho hablar pero no le estoy entendiendo. Sé que juega con lo abstracto del lenguaje y que sois lo suficientemente inteligente, o cobarde —añadió—, como para no hablar directamente. Así que, os ánimo a hablarme directamente. Nadie os va a colgar por eso.

—No creo que debamos tener esta conversación ahora...

—No es momento para conciliadores, Mayer —Leonardo escupía furia por los ojos y la intervención del Marqués no ayudó a que se relajara. Había dejado a su amigo en una situación vergonzosa, haciendo que Olivia se sintiera más furiosa—. ¡La señorita Elia quiere que le reprochemos su promiscuidad!  No le vale que su pueblo le dedique canciones insinuando que hace más pactos con su coño que con su muñeca.

Guido dio un paso al frente, pero Olivia le detuvo levantando la palma de la mano en el aire. 

—El que hace casos a las habladurías es más o incluso más ingenuo que el pueblo.

—¿Ah si? 

—Sí. No te temo a ti, ni nadie. ¿Qué quieres demostrar que soy virgen? ¡Adelante! invita a cualquier cura o médico que demuestre mi virginidad, que no  te temo ni a ti ni a ningún hombre —estaba tan cerca de él que podía escuchar sus respiración —. Haré que os traguéis cada una de vuestras palabras.

—No quieres que haga algo que vayas a lamentar, sobrina.

—¿Quedar mal? Ya lo veremos. Tal vez todos tus lame culos se den cuenta que solamente son gente a la que pagas por difamarme. Dime, ¿Todavía te queda algo de lo que te heredó mi abuela para sobrevivir o estás mendigando dinero como llevas haciendo desde que mi madre se hizo con el trono?

La cara de Leonardo se tiñó de rojo. Estaba enfadado, la vena de su frente lo demostraba. Pero había un brillo en su mirada que denotaba su arrogancia, su certeza de saber que sabía mejor que nadie él tenía la razón y  fue entonces cuando Olivia supo que era eso lo que había estado provocándola todo el tiempo.

—Pues vamos a demostrarlo. Si no tienes nada de lo que temer, ¿Qué menos que demostrarlo frente a un profesional?

—Haré que te tragues todas las palabras— y aquello sonó como una promesa.

—¡Ójala, sobrina! ¡Ojalá!

Olivia no quiso pasar más tiempo con en la misma habitación con él. Se limitó a tragar su vaso de un trago y cuando se dio la vuelta, quiso morirse, porque deseaba toser con más fuerzas que nunca. Pero esperó hasta que salió al pasillo y solamente sus guardias eran conscientes de lo patética que era. 

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