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Episodio 6 - Una muerte en la familia (Final - Pt. 1 de 4)

Muros del tiempo, Northwind...

El aire estaba cargado con el aroma del papel viejo y la tinta. Lucan llegó a la sala de investigaciones con un café en cada mano. Sus botas resonaron en el suelo de piedra mientras se acercaba a la mesa abarrotada de libros y pergaminos. Extendió una de las tazas a Masani, quien apenas despegó la mirada de las anotaciones frente a ella, y la otra a Yujuki, que hojeaba frenéticamente un tomo con las páginas amarillentas y llenas de notas desordenadas.

Vaya que este tipo tenía imaginación... —exclamó Yujuki, dejando caer el libro con un golpe sordo—. Llevamos casi una semana aquí, y lo único que hemos encontrado son teorías absurdas sobre la gran guerra, la desaparición de Rendor, y otras tonterías. –

—¿Nada sobre los Voltaris? —preguntó Lucan mientras se apoyaba en el borde de la mesa.

—Nada de nada... —respondió Yujuki con un suspiro exasperado.

Desde un rincón de la sala, Onyx levantó la vista. Estaba sentado en una silla baja, sosteniendo un recipiente metálico lleno de lava que bebía con tranquilidad. Su mirada incandescente recorría la habitación con impaciencia.

—Sabía que esta misión sería irritante para los ojos de un Magnorite... ¿Dónde está la acción? —gruñó, golpeando el recipiente contra el suelo para enfatizar su frustración. –

Masani levantó la mirada de sus notas, fulminándolo con los ojos.

—¿Por qué no dejas de quejarte y haces algo útil? Tal vez encontrarías acción si usaras esa cabeza de roca para buscar pistas en lugar de esperar que caigan del cielo. –

Onyx chasqueó la lengua, pero no respondió. En cambio, volvió a beber con expresión hosca.

Lucan, tratando de aliviar la tensión, se inclinó hacia Yujuki.

—¿Y si volvemos a revisar los tomos más antiguos? Tal vez se nos pasó algo... —sugirió.

Antes de que Yujuki pudiera responder, Masani alzó una hoja con gesto triunfal.

—¡Esperen! Miren esto. —Señaló un pasaje escrito a mano en uno de los márgenes del libro. Las palabras eran apresuradas, como si el autor las hubiera escrito con urgencia: "El duelo final tuvo lugar en Mt. Velgrin. Allí se selló el destino de los reinos."

Yujuki se inclinó hacia adelante, sus ojos brillando con entusiasmo.

—¡Por fin algo concreto! Mt. Velgrin... Tiene sentido. Hawken habría llevado a Thalleous allí si era un lugar tan importante. –

Lucan asintió, su expresión tornándose más seria.

—Eso significa que hay algo más en ese lugar, algo que no sabemos. Tal vez una pista, o incluso... —Hizo una pausa, mirando a Yujuki con cautela—. Algo que Hawken dejó atrás antes de su muerte. –

Yujuki asintió rápidamente y se puso de pie.

—Debemos enviar esta información a Zulius. Si hay algo en Mt. Velgrin, él querrá saberlo de inmediato. –

Masani ya estaba sellando un pergamino con la información. Onyx, aunque claramente aburrido, se levantó con un gruñido.

—Espero que esto valga la pena. Si no, juro que romperé uno de estos malditos libros solo por diversión. –

Antes de que Masani pudiera replicar, un sonido grave y estremecedor interrumpió su discusión. Las campanas comenzaron a sonar con fuerza, su eco retumbando por las paredes de piedra.

El grupo se quedó inmóvil por un instante. Entonces, Yujuki susurró con voz temblorosa:

—Las campanas... Significan que algo está atacando el Salón del Tiempo. –

Lucan desenfundó su espada con rapidez, su mirada ahora alerta.

—Prepárense. No sabemos quién o qué está aquí, pero no dejaré que alcancen este lugar sin luchar. –

Masani agarró su arco con un movimiento fluido, mientras Yujuki comenzaba a guardar los documentos importantes en un bolso.

—Onyx —dijo Masani, con una chispa de emoción en su voz—, parece que tu acción acaba de llegar. –

El Magnorite mostró una sonrisa salvaje, sus ojos brillando con intensidad.

—Ya era hora. –

El caos se había apoderado del templo. Los ecos de espadas chocando y gritos de guerra resonaban por los pasillos, mezclándose con el repique de las campanas de alarma. Lucan, Masani y Onyx avanzaban rápidamente entre los cuerpos de los guardias caídos. Las marcas en los muros del tiempo, normalmente majestuosas y serenas, parecían teñidas de una amenaza oscura bajo la luz parpadeante de las antorchas.

Lucan se detuvo en seco al llegar a una encrucijada. Se giró hacia Yujuki, que intentaba seguirles el ritmo.

—Yujuki, ve a la bóveda con los demás cronistas, —ordenó con firmeza—. Mantente a salvo. –

Ella vaciló, sus ojos pasando de los cuerpos a la espada que Lucan tenía desenfundada.

—¿Y ustedes? —preguntó, su voz temblando.

—Nosotros vamos a detener esto. —respondió Masani mientras ajustaba la cuerda de su arco. Su mirada era dura, calculadora.

—Bien. —Lucan asintió, y luego señaló el pasillo más seguro—. ¡Corre! –

Yujuki, a regañadientes, obedeció, desapareciendo entre las sombras mientras el grupo se dividía.

El caos había tomado el templo. Los gritos, el retumbar de las espadas y el destello carmesí llenaban el aire. Onyx corría hacia el eco de la batalla, cada paso pesado resonando en los corredores de piedra. Finalmente, giró una esquina y se encontró con una escena inquietante: un Ardoni de marcas carmesí brillantes estudiaba los grabados del muro, aparentemente ajeno a la masacre que ocurría a su alrededor.

Onyx apretó los puños y avanzó. Su sombra, alargada por las antorchas, llamó la atención del Ardoni, quien se giró con calma. Sus ojos rojos evaluaron al Magnorite con una mezcla de curiosidad y desprecio.

—Vaya, vaya... —dijo el Ardoni, dejando caer su mano sobre el pomo de su espada con un gesto deliberado—. Un Magnorite en Northwind. No todos los días se ve algo así. –

Onyx frunció el ceño, su voz resonando como un trueno.

—No vivo aquí, idiota. Supongo que tú eres un Voltaris. Esas marcas rojas te delatan. –

El Ardoni sonrió con burla, señalando los cuerpos caídos de los guardias.

—Qué observador... A menos que quieras terminar como ellos, te sugiero que desmedia vuelta. Hoy estoy de buen humor. –

Onyx soltó una carcajada grave y llena de desafío.

—Soy un Caballero de Ardonia. No retrocedemos. –

El Ardoni arqueó una ceja y rio con desprecio.

—Un caballero, dices. Qué noble. Debían estar desesperados para aceptar a un Magnorite en sus filas. Mi nombre es Tygren Voltaris. Un placer conocerte... mocoso. –

El insulto fue la chispa que encendió el temperamento de Onyx. Rugió como un volcán en erupción y cargó contra Tygren, su puño cerrado como un martillo. Tygren desenvainó su espada en un movimiento fluido y bloqueó el golpe, la hoja vibrando con el impacto. Con un giro rápido, Tygren desvió el ataque y lanzó una estocada hacia el rostro de Onyx. La hoja dejó una chispa al contacto con la dura superficie rocosa de su piel.

Onyx retrocedió, sus ojos ardiendo con furia.

—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló Tygren, girando su espada con una destreza insultante.

Onyx rugió nuevamente, atacando con una furia descontrolada. Sus golpes eran como martillazos, abrumadores, pero Tygren esquivaba y contraatacaba con precisión quirúrgica. Con un movimiento ágil, el Ardoni disparó una esfera de energía carmesí directamente al pecho de Onyx, lanzándolo contra un muro cercano. El impacto hizo temblar el pasillo.

Onyx se levantó, sus grietas brillando con lava incandescente.

—No he terminado contigo... —gruñó, su cuerpo ardiendo con más intensidad.

Mientras tanto, Lucan y Masani lideraban un pequeño grupo de guardias por los corredores del templo. No tardaron en toparse con un contingente de Voltaris. Sus marcas rojas iluminaban la penumbra con un resplandor siniestro. Las palabras eran innecesarias; ambas partes sabían lo que venía.

Lucan desenvainó su espada, su mirada llena de determinación.

—¡A por ellos! —gritó un guardia, y las dos fuerzas chocaron.

Lucan se lanzó al frente, su espada se encontró con la de un Voltaris en una lluvia de chispas. Sus movimientos eran precisos, cada golpe era un reflejo de su entrenamiento y experiencia. Masani, por su parte, se mantuvo a distancia. Desde una posición elevada, disparaba flechas con una precisión letal, derribando a los enemigos que intentaban flanquear a los guardias.

Un Voltaris intentó acercarse a Masani, pero ella lo vio venir. Con un salto ágil, esquivó su ataque y, antes de que pudiera reaccionar, disparó dos flechas consecutivas que perforaron su pecho. Su expresión permanecía seria mientras volvía a tensar su arco, buscando el próximo objetivo.

—¡Lucan, detrás de ti! —gritó Masani, y Lucan giró justo a tiempo para bloquear un golpe dirigido a su espalda.

—¡Gracias! —respondió, derribando a su atacante con una estocada precisa.

El combate era feroz, cada golpe resonando en los muros del templo. Sin embargo, Masani no podía deshacerse de una creciente inquietud. Sus orejas felinas se movieron al captar un sonido distante, como un zumbido bajo y constante.

—Algo no está bien... —murmuró para sí misma, mirando hacia el corredor donde Onyx había desaparecido.

De vuelta en el pasillo, Tygren parecía tener la ventaja. Con una serie de movimientos rápidos, desarmó a Onyx y lo derribó al suelo. Apuntó su espada al cuello del Magnorite, sus ojos brillando con una satisfacción peligrosa.

—Los Magnorites eran conocidos como armas vivientes —espetó Tygren con una sonrisa cruel—. Pero tú... no eres más que un montón de rocas mal talladas.

Onyx, jadeando y cubierto de polvo, no respondió. En cambio, con un movimiento repentino, giró sobre su eje y golpeó la espada de Tygren con su pie, enviándola lejos. La sorpresa apenas tocó el rostro del Voltaris antes de que el puño de Onyx impactara en su pecho con la fuerza de un ariete. Tygren salió despedido varios metros, chocando contra una columna con un estruendo que hizo temblar el suelo.

El Magnorite se puso en pie, sus grietas brillando con una intensidad renovada.

—¿Eso es todo lo que tienes? —gruñó Onyx, avanzando con pasos pesados, cada uno resonando como un tambor de guerra.

Pero Tygren no se inmutó. Con una calma inquietante, se levantó, sacudiéndose los escombros de su armadura. Sus marcas carmesí comenzaron a resplandecer aún más, como si absorbieran la energía del ambiente.

—Impresionante... pero insuficiente. —Su voz era fría, casi burlona.

Sin previo aviso, levantó su espada y canalizó una Aggrosphere que tomó forma rápidamente en la punta de su hoja. Onyx apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando la esfera de energía oscura salió disparada hacia él.

El impacto fue devastador. La explosión iluminó el pasillo, enviando fragmentos de roca y lava en todas direcciones. Cuando el humo se disipó, el cuerpo de Onyx se había desintegrado, dejando solo trozos dispersos de piedra inerte y un charco de magma enfriándose rápidamente.

La esfera continuó su trayectoria, impactando contra una pared cercana y dejando un cráter ennegrecido y humeante. Tygren bajó su espada, observando los restos de su oponente con una mezcla de desdén y aburrimiento.

—Patético... —murmuró, girándose hacia los grabados en el muro.

A unos metros de distancia, Masani y Lucan seguían luchando con fiereza contra los Voltaris. Masani, con su arco tensado, derribaba enemigos con precisión letal. Cada flecha era un proyectil de muerte, y sus ojos felinos analizaban el campo de batalla en busca de nuevas amenazas.

—¡Lucan, cuidado a tu derecha! —gritó mientras disparaba otra flecha.

Lucan reaccionó justo a tiempo, bloqueando un ataque dirigido a su costado y contraatacando con una estocada que atravesó la armadura de su oponente.

—¡Gracias, Masani! —respondió con una sonrisa a pesar del caos a su alrededor.

—No me agradezcas, sigue vivo. —La felina disparó dos flechas más, abatiendo a otro Voltaris que intentaba flanquearlos.

Pero la lucha no estaba a su favor. Aunque valientes, los guardias del templo caían uno a uno, y la presencia de los Voltaris llenaba el aire de una oscuridad opresiva.

De vuelta al muro, Tygren observaba los grabados con una atención obsesiva. Sus ojos recorrían las inscripciones, deteniéndose en una línea que hizo que su expresión cambiara de fría indiferencia a una sonrisa peligrosa.

—Interesante... —murmuró para sí mismo.

En ese momento, Lucidius Voltaris apareció detrás de él, su figura alta y amenazante cubierta de sangre fresca. Su espada goteaba, cada gota resonando en el silencio momentáneo como un reloj marcando el tiempo.

—Esto está por descontrolarse. Debemos irnos antes de que lleguen refuerzos. —Su voz era firme, cargada de pragmatismo.

Tygren asintió, pero no apartó la mirada de los grabados.

—Ya conseguí lo que buscábamos... —dijo en voz baja.

Con un movimiento fluido, ambos Voltaris comenzaron a retirarse, dejando un rastro de destrucción a su paso. Mientras se alejaban, el eco de la batalla seguía resonando en los pasillos, y las marcas en los muros del tiempo parecían brillar débilmente, como si hubieran sido testigos de algo que alteraría el curso de la historia.

En otro lugar del Reino de Northwind...

El sonido de las hojas moviéndose con la brisa acompañó a Fley mientras descendía con una gracia innata, aterrizando en un claro cercano al pueblo. A lo lejos, se divisaba una aldea pequeña y tranquila, con un paisaje dominado por casas de madera y techos de paja. Los habitantes, en su mayoría humanos y felinas, caminaban despreocupados, inmersos en sus actividades cotidianas.

—Aquí encontrarán a Galleous, —anunció el ave con voz clara y melodiosa—. Es el herrero local. –

Senn, con una expresión neutral que apenas ocultaba su fatiga, asintió.

—Comprendo, gracias, Fley. –

Sacó de su bolsa una galleta y la ofreció. Fley inclinó la cabeza con dignidad, pero la tomó rápidamente, trinando con satisfacción antes de alzar vuelo.

—Un ave curiosa, —comentó Igneous, observando cómo Fley desaparecía entre las copas de los árboles.

Senn no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en el sendero que llevaba a la entrada del pueblo, como si su mente estuviera atrapada en un lugar distante. Finalmente, con un movimiento casi mecánico, señaló hacia adelante.

—Vamos. –

Mientras caminaban por el empedrado, Igneous no pudo evitar mirar a su alrededor con fascinación. Los felinas, ágiles y elegantes, cargaban mercancías o charlaban en pequeños grupos. Los humanos, por otro lado, trabajaban en los campos cercanos o reparaban sus herramientas. Era un lugar humilde pero lleno de vida, un contraste marcado con la fría indiferencia que Senn parecía cargar consigo.

Al llegar a la entrada del pueblo, Igneous, siempre observador, divisó un taller al final de una calle lateral. La estructura, aunque modesta, destacaba por el humo que salía de su chimenea y el brillo anaranjado que escapaba por las rendijas de la puerta.

—Allí, —señaló emocionado.

Senn asintió en silencio y lideró el camino. Al cruzar la entrada del taller, fueron recibidos por una oleada de calor. El frío del exterior quedó atrás, reemplazado por el calor acogedor de un caldero lleno de lava burbujeante. La fragancia del metal caliente y la madera quemada impregnaba el aire, y el sonido rítmico de un martillo resonaba en el espacio.

El taller era un caos organizado: yunques dispersos, herramientas a medio completar y armas recién forjadas descansaban sobre mesas y estantes. Al fondo, trabajando con concentración, un Ardoni anciano manipulaba una espada al rojo vivo. Sus marcas azul cielo brillaban débilmente bajo la luz del fuego, recordándole a Senn a alguien que ya no estaba.

—Thalleous... —murmuró, su voz apenas audible.

El anciano, como si hubiera sentido la mirada de Senn, levantó la cabeza y dejó la espada en el yunque. Sus ojos, llenos de sabiduría y una chispa de vitalidad, se encontraron con los del joven rey.

—¿Quién eres, muchacho? —preguntó con una voz profunda y resonante.

Senn avanzó unos pasos, deteniéndose a una distancia respetuosa.

—Soy Senn, rey de Ardonia. Hemos venido desde lejos en busca de su ayuda, Galleous. –

El Ardoni anciano levantó una ceja, claramente intrigado, pero no mostró hostilidad.

—Un rey en este rincón olvidado... No es algo que vea todos los días. Habla, joven, ¿qué te trae aquí? –

Mientras Senn se preparaba para responder, Igneous, incapaz de contener su curiosidad, examinaba las herramientas y armas con ojos llenos de asombro.

—¡Esto es increíble! —exclamó, señalando un martillo forjado con runas que parecían canalizar energía.

Galleous dejó escapar una pequeña risa, su atención dividida entre el entusiasmo del Magnorite y la seriedad de Senn.

—El entusiasmo de tu amigo es refrescante, pero intuyo que tu visita no es solo por curiosidad. –

Senn asintió lentamente.

—Necesitamos algo más que armas, Galleous. Necesitamos respuestas. Y creemos que usted las tiene. –

Un silencio cargado se instaló en el taller. Galleous observó a Senn detenidamente, como si evaluara no solo sus palabras, sino el peso que llevaba sobre los hombros. Finalmente, asintió con un gesto lento y solemne.

—Muy bien, muchacho. Si has viajado hasta aquí, lo mínimo que puedo hacer es escuchar. –

El fuego del taller crepitaba suavemente, como si también estuviera atento. Afuera, el pueblo continuaba con su ritmo pausado, ajeno a la conversación que, quizás, cambiaría el curso de los eventos por venir.

CONTINUARÁ...
Episodio 7 - Galleous, susurrante del tiempo (Final - pt. 2 de 4)

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