Episodio 4 - Igneous
Masani y Onyx llegaron a los imponentes muros del tiempo, usando las balizas de transporte que Zulius les había proporcionado. Las estructuras antiguas, hechas de piedra brillante y surcadas por runas luminosas, parecían resonar con la historia de Ardonia. Cada línea tallada en las paredes narraba un fragmento del pasado, como si las sombras de los acontecimientos aún danzaran sobre sus superficies. Masani observó todo con cierto respeto contenido, mientras Onyx resoplaba, claramente más interesado en la tarea que en el espectáculo.
—Este lugar siempre me da escalofríos —comentó Onyx, mirando las inscripciones con una mezcla de curiosidad y desdén.
—Tal vez porque la historia te recuerda que siempre estás metido en problemas. —Masani no levantó la mirada mientras hablaba, ajustando el arco en su espalda.
Cruzaron el pasillo principal, donde la luz de las runas parecía intensificarse con cada paso. Entonces, lo vieron: un hombre de pie junto a una de las paredes. Estaba inclinado sobre un pergamino, su postura relajada pero concentrada. Lucan.
—¿Lucan? —Masani alzó la voz, llamando su atención. Su tono no reflejaba sorpresa, pero sí una ligera curiosidad—. ¿Qué haces aquí? –
Lucan se giró hacia ellos, y por un momento, su expresión reflejó una mezcla de sorpresa y alegría contenida. Una sonrisa torcida apareció en su rostro al reconocerlos.
—Ah... —hizo una pausa, como si no estuviera seguro de cómo responder—. Masani, Onyx. Ha pasado un tiempo.–
—¿Sigues vivo? Milagro. —Onyx cruzó los brazos, medio en burla, medio en saludo.
—¿Y tú sigues siendo un mocoso insoportable? —contestó Lucan, con una sonrisa que no ocultaba su cansancio. Luego suspiró y añadió—: Estoy trabajando, por así decirlo.–
—¿En qué? —preguntó Onyx, con una ceja alzada.
Lucan hizo una pausa más larga esta vez. Sus ojos vagaron un momento hacia las inscripciones cercanas, como si buscaran apoyo en las palabras del pasado.
—Al parecer, la tarea que me dio Kiyoshi antes de... —dudó un instante, un atisbo de tristeza cruzó su mirada al recordar al que una vez fue su rival y, en sus últimos días, un aliado—. Bueno, mi misión es proteger a Yujuki. Básicamente soy su sombra hasta que los altos mandos de Felden decidan que es seguro. –
—¿Seguro? ¿De qué? —Masani frunció el ceño, claramente escéptica.
Lucan alzó los hombros con resignación.
—Si me preguntas a mí, esto tiene menos que ver con la seguridad de Yujuki y más con mantenerme alejado de Felden un rato. —Su tono era despreocupado, pero la amargura detrás de sus palabras era inconfundible.
—O tal vez quieren evitar que te metas en más problemas... —comentó Masani con una media sonrisa que parecía esconder algo más profundo.
Lucan dejó escapar una risa breve.
—Puede ser. Aunque después de la guerra, creo que me he ganado al menos un poco de crédito. –
Antes de que la conversación continuara, una voz llena de energía interrumpió desde el pasillo adyacente.
—¡Lucan! ¿Quiénes son tus amigos?
Yujuki apareció corriendo hacia ellos, con un libro bajo el brazo y una expresión de curiosidad contagiosa. Su presencia iluminó la atmósfera sombría que había quedado tras las palabras de Lucan.
—Masani, Onyx. ¡Qué sorpresa! —exclamó, emocionada al verlos—. Hace casi un año que no los veía. –
—Yujuki... —Masani asintió levemente, mientras Onyx murmuraba algo en tono bajo que solo ella alcanzó a oír.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Masani, directa.
—Estaba revisando unos registros de los cronistas —respondió, mostrando el libro que llevaba—. Estoy investigando eventos de la guerra contra Xander, ya sabes, para completar mi crónica. Pero... —Su tono bajó un poco, tornándose más serio—. ¿Qué los trae a ustedes por aquí? –
Masani y Onyx intercambiaron miradas antes de que Onyx decidiera hablar.
—Queremos información. Sobre el cronista que acompañó a Thalleous hace años. Es importante. –
Yujuki frunció el ceño, pensativa.
—El cronista que acompañó a Thalleous... —murmuró, mientras su mente comenzaba a trabajar rápidamente—. Eso suena familiar. Esperen un momento, creo que puedo ayudarlos.–
Con un gesto de mano, los condujo hacia una sala adyacente, donde los muros del tiempo parecían brillar aún más intensamente. Allí, las estanterías abarrotadas de libros, pergaminos y mapas se mezclaban con las historias grabadas en la piedra, como si el conocimiento mismo buscara salir al encuentro de quien lo necesitara.
—Esto podría llevar algo de tiempo —advirtió, mientras comenzaba a buscar frenéticamente entre los registros.
Finalmente, después de varios minutos de búsqueda, Yujuki encontró un documento que parecía ser clave. Su expresión cambió a una mezcla de descubrimiento y tristeza.
—Aquí está. El cronista era un novato llamado Hawken. Contactó a Thalleous hace seis años y lo acompañó en su viaje. Pero... —vaciló un momento antes de continuar—. Nunca regresó. Su cuerpo fue encontrado semanas después en un río.–
El silencio se apoderó de la sala, roto solo por el sonido del papel mientras Yujuki hojeaba con cuidado el documento.
—Tengo todos los libros y notas que dejó antes de partir —añadió Yujuki, señalando una pila considerable de textos en un rincón de la sala—. Son demasiados, pero si hay algo que pueda ayudarles, estará aquí. –
Masani y Onyx intercambiaron otra mirada, esta vez más seria. La revelación de Yujuki había cambiado el tono de su misión.
—Gracias, Yujuki. —Masani fue la primera en hablar, con un tono más suave del habitual.
—Sí, gracias... Supongo. —Onyx añadió, aunque su tono mostraba incomodidad al tratar con tanta información.
Lucan, observando todo desde un lado, no dijo nada. Pero su expresión reflejaba una mezcla de interés y preocupación. Mientras ellos comenzaban a revisar los libros, se quedó junto a Yujuki, quien, con una sonrisa tranquila, les ofreció su ayuda.
...
En algún punto del sendero de Conchord, el sol comenzaba a descender lentamente entre las copas de los árboles, arrojando un suave brillo dorado sobre el camino. Senn e Igneous avanzaban con pasos constantes, rodeados por el murmullo de las hojas y el crujir de las ramas bajo sus pies. El aroma del bosque llenaba el aire, mezclado con el leve sonido de la risa de Igneous, que hablaba con entusiasmo, como si el mundo entero estuviera escuchando sus palabras. Habían rodeado Oakendale a petición de Senn, evitando la capital menor para mantener un bajo perfil. Ser reconocido era lo último que deseaba, especialmente en un lugar donde su rostro y su linaje podrían llamar la atención indeseada. Sin embargo, la conversación constante de Igneous había resultado ser un bálsamo inesperado para su mente, a menudo atrapada en silencios oscuros y pesados.
– ¿Sabes? – dijo Igneous de repente, mientras apartaba una rama de su camino—. Realmente no era apreciado por mi clase.
Senn lo miró de reojo, intrigado pero sin interrumpir.
– Normalmente, un magnorite es visto como alguien violento, un guerrero por naturaleza. Pero ese no es mi estilo – continuó Igneous con una sonrisa nostálgica –. Nuestra vida es demasiado corta como para desperdiciarla en batallas interminables. Yo solo quiero conocer el mundo, hacer amigos, y, bueno... tal vez tener una familia algún día. –
El joven magnorite se detuvo por un momento, girándose hacia Senn mientras continuaba hablando, como si quisiera asegurarse de que el rey de Ardonia realmente lo escuchaba.
– ¿Sabías que un magnorite puede formar una familia a partir de los cinco años? Es como un proceso de madurez rápida. Aunque, bueno, eso no significa que sea fácil. –
Senn lo escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando. Había algo en la honestidad desbordante de Igneous que lo hacía más llevadero que otras compañías. No hablaba por obligación ni con intenciones ocultas; simplemente era él mismo. Finalmente, Senn rompió el silencio que había mantenido durante gran parte del viaje.
—Sabes... no somos tan diferentes —dijo con voz baja pero firme. Igneous se giró hacia él, sorprendido. No era común que Senn hablara de forma tan abierta.
—¿Ah, sí? —preguntó el magnorite, con una mezcla de curiosidad y entusiasmo.
– También anhelaba algo diferente cuando era niño —continuó Senn, su mirada perdida entre los árboles, como si sus palabras fueran un eco de recuerdos enterrados –. Mitad ardoni, mitad humano... ninguna especie me apreciaba. Crecí sin pertenecer realmente a ningún lado. Así que quería viajar por el mundo, buscar un propósito, algo que me diera sentido. Hizo una pausa, y por un instante, su rostro mostró una leve sombra de melancolía. – Pero a diferencia de ti, mi esperanza de vida roza los 300 años. Apenas tengo 18 y ya he visto más de lo que a veces quisiera recordar. –
Igneous lo miró con atención, percibiendo el peso que cargaban esas palabras. La emoción de sus propios sueños parecía pequeña en comparación con el abismo que Senn parecía atravesar cada día.
– Eso suena... complicado – respondió Igneous con una voz más suave, como si temiera hurgar demasiado en heridas aún abiertas—. Pero supongo que, en el fondo, ambos queremos lo mismo: encontrar un lugar al que pertenecer.
Senn lo observó, y por primera vez en mucho tiempo, una leve sonrisa, apenas perceptible, cruzó su rostro.
– Tal vez... –
Continuaron caminando, y la conversación se fue tornando más personal. Igneous, con su energía inagotable, comenzó a compartir historias de su infancia en una aldea magnorite. Contó cómo había sido el único en su comunidad que prefería los libros a las armas, y cómo eso lo había convertido en un blanco fácil para las burlas de los demás.
– Al final, decidí que no me importaba lo que pensaran de mí – dijo Igneous, encogiéndose de hombros –. Solo quería ser feliz a mi manera. –
Senn asintió lentamente. Había algo admirable en esa determinación, un rasgo que, aunque diferente, le recordaba a Ria. El tema finalmente cambió hacia el pasado de Senn, y después de cierta insistencia de Igneous, el rey de Ardonia habló de su trauma.
– Perdí a alguien importante – confesó Senn, su voz grave y pausada– . Ria Sendaris. Era mi mejor amiga, y... murió hace un año. –
Igneous lo miró con los ojos bien abiertos.
– ¿Ria? – preguntó, casi en un susurro– . Claro que sé quién era. Todo Ardonia hablaba de ella. Pero... en las calles se decía que a ti no te había afectado su muerte. –
Senn dejó escapar una breve risa amarga.
– Eso es lo que creen porque no dejo que vean lo que llevo dentro. Pero la verdad es... que su muerte me destrozó. –
El silencio se asentó entre ellos, como si ambos estuvieran procesando la conexión que acababan de compartir. Finalmente, Igneous habló, su tono suave y reflexivo.
– ¿Sabes algo, Senn? Tal vez no somos tan diferentes después de todo. Ambos queremos entender nuestro lugar en este mundo, aunque el camino sea difícil. –
Senn asintió ligeramente. Las palabras del magnorite resonaban más de lo que quería admitir. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que alguien comprendía la profundidad de su aislamiento, aunque fuera desde una perspectiva distinta. Mientras avanzaban, el sendero se volvió más estrecho, rodeado de arbustos espesos. La luz del sol apenas penetraba las copas de los árboles, creando sombras alargadas que se movían con la brisa. Fue entonces cuando Senn notó algo extraño. Había un silencio anómalo entre los sonidos naturales del bosque. Unos metros más adelante, ocultos tras los arbustos, un grupo de la Legión Implacable esperaba al borde del camino. Esta pequeña facción se dedicaba a asaltar viajeros desprevenidos, eliminando cualquier rastro de sus víctimas para evitar represalias. Uno de los vigías observó a Senn e Igneous aproximarse. Levantó la mano, haciendo una señal para alertar a sus compañeros. Los demás legionarios se prepararon rápidamente, desenfundando armas y adoptando posiciones. Pero algo cambió cuando uno de ellos reconoció la figura que se acercaba.
– Ay... carajo... – murmuró, con el rostro pálido.
– ¿Qué pasa? – preguntó el legionario a su lado.
El primero señaló con un temblor en la mano.
– Ese es Senn Voltaris... estoy seguro. –
El segundo hombre asomó la cabeza para confirmar, pero al reconocer al joven rey, dejó caer su arma, el pánico evidente en su rostro.
– Por un demonio... – murmuró, dando un paso atrás. Luego se giró hacia sus compañeros y, sin dudar, dijo – . Conmigo no cuenten, quiero vivir. –
Antes de que alguien pudiera detenerlo, el hombre corrió hacia el bosque. Otro de los legionarios, al ver su reacción, lo siguió, dejando a los demás atónitos.
Senn, que estaba escuchando a Igneous con atención, notó el movimiento en el bosque y levantó la vista. Su mirada se afiló cuando vio a las figuras desaparecer entre los árboles. Inmediatamente, colocó una mano firme sobre el hombro de Igneous, deteniéndolo en seco.
– Espera... – dijo en voz baja, con una calma que contradecía la intensidad en sus ojos – . Ponte detrás de mí. –
Igneous parpadeó, sorprendido por el cambio en la actitud de Senn, pero obedeció sin protestar.
– ¿Qué ocurre? – preguntó en un susurro.
– No estamos solos. –
En ese instante, los restantes miembros de la Legión, al darse cuenta de que el factor sorpresa se había perdido, decidieron actuar antes de que Senn pudiera tomar la iniciativa. Uno de ellos salió de los arbustos con un grito de guerra, blandiendo una espada.
Senn se movió como un rayo. Con un giro rápido, desenvainó su arma y desvió el ataque con una precisión impecable. Antes de que el atacante pudiera retroceder, Senn giró sobre su eje y lo cortó, a la altura superior del pecho. La rapidez y frialdad con la que actuó fue casi inhumana.
—¡Maldita sea! —gritó otro legionario, lanzándose al ataque.
Senn avanzó hacia él con una expresión gélida. Sus movimientos eran calculados, cada golpe dirigido con una precisión mortal. En cuestión de segundos, el segundo enemigo cayó al suelo, muerto. Igneous observaba desde atrás, incapaz de apartar la mirada. Había oído historias sobre las habilidades de Senn en combate, pero verlas en acción era otra cosa completamente distinta. Había algo aterrador en la frialdad con la que eliminaba a sus enemigos, como si no fueran más que obstáculos en su camino.
El último legionario, al ver cómo sus compañeros caían uno tras otro, intentó huir. Pero Senn no tenía intención de dejarlo ir. Con un movimiento rápido, arrojó Aggroshard que se clavó en la pierna del hombre, haciéndolo caer al suelo con un grito de dolor. Senn se acercó lentamente, su mirada fija en el enemigo caído. La hoja de su espada reflejaba la tenue luz del bosque mientras se preparaba para acabar con él.
– Senn... – la voz de Igneous lo detuvo. Senn giró la cabeza ligeramente hacia el magnorite, que lo miraba con una mezcla de temor y compasión. – Ya es suficiente – dijo Igneous, su tono tranquilo pero firme – . No necesitas hacer esto. –
Por un momento, el rostro de Senn mostró una vacilación. Pero luego, su expresión se endureció de nuevo.
– Ellos no habrían mostrado misericordia – respondió, antes de dar el golpe final.
Sin añadir más, apuñaló el pecho del último legionario, y dejó su cuerpo, en silencio. Cuando todo terminó, el bosque volvió a quedar en silencio, salvo por el sonido de la respiración de Senn. Igneous lo observaba, sin saber qué decir. La dualidad entre la conversación que habían compartido momentos antes y la violencia que acababa de presenciar era abrumadora.
Senn limpió su espada con calma, sin mirar a Igneous.
– Vamos. No es seguro quedarnos aquí. –
El joven magnorite lo siguió en silencio, comprendiendo que detrás de la fría fachada de Senn había mucho más de lo que las historias podrían contar.
CONTINUARÁ...
Episodio 5 - La Fuerza de Contraataque
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