10: Tal vez los dos
PABLO
Houston, Texas,
Estados Unidos
El tiempo no había estado a mi favor últimamente; a decir verdad, siempre había sido un inconveniente en mi relación con Valeria. Nuestros horarios no cuadraban; hace unos años me las apañaba para verla, entre sus clases, su vida personal, mis entrenamientos, mi carrera. El tiempo estuvo como obstáculo y aún seguía siendo un grano en el culo. Luego de nuestra cita y aquel beso interrumpido por el flash que, si ya lo odiaba, empecé a odiarlo más. Ella se fue a su habitación y yo me fui a la mía. Pensé que, como la noche anterior, ella tocaría mi puerta a medianoche y nos quedaríamos charlando entre besos y susurros, pero no fue así.
Me quedé dormido luego de agregar una nueva canción a nuestra playlist.
Me desperté con mi representante tocándome la puerta. Ivan se esmeró en hacer mucha bulla para despertarme y enseñarme que era la cara de varios titulares de chismes. La foto que nos tomaron ayer estaba circulando por todo internet con un mega titular de: ¡Revivieron las llamas entre el futbolista Pablo Valdezy la escritora bestseller Valeria Blair!
Soy un tío que mantiene su vida privada al margen y la verdad no me importaba mucho lo que dijeran de mí en revistas o por todo internet. A mí lo único que me importaba era el fútbol, mi familia y Valeria; los demás podían irse a tomar por culo.
Valeria era una de esas pocas personas que realmente me importaban, y no dudé en enviarle el enlace con la noticia. Conocía a la Valeria de 18 años, aquella que fingía que nada la afectaba, pero que por dentro sufría el peso de la atención pública. Lo sabía bien, y ahora que había vuelto a aparecer en mi vida, quería asegurarme de que nada ni nadie interfiriera en mi camino hacia ella. Estaba decidido a no cometer los mismos errores del pasado.
me:
Así que Bestseller eh
Val mi Val:
Tres libros en el top de ventas y
Una gira internacional no está tan mal, ¿no crees?
Me:
Nada mal
No eres la única que ha estado ocupada
Dos ligas, dos Copa del Rey, una Champions, una Nations League y, por si te lo perdiste, una Europa League.
Val mi Val:
No me lo he perdido
Engreído
me sorprende que después de 3 años
sigamos siendo noticia.
Sonreí y no dudé en llamarla, no sin antes hacerle una seña a Ivan para que me dejara a solas. Valeria contestó y rápidamente retomé la conversación.
—Ya ves, la gente siempre tiene algo que decir. ¿Te molesta que hablen de nosotros? Digo, con eso de que ahora eres toda una figura pública...
—¿Molestarme? Supongo que hace años me habría puesto nerviosa, pero ahora… He aprendido a lidiar con la prensa. Si no hablan de mí, es porque algo va mal en ellos. Carla dice que soy la Taylor Swift de la literatura. Aunque, claro, preferiría que hablaran de mi trabajo, aunque pensándolo bien, por la situación en la que estoy, agradezco que se fijaran en mi posible relación contigo debido a mi tremenda caída.
—Ves, sigo siendo el superhéroe Dez y no te preocupes, que ya se arreglara —Yo me iba a encargar que todo se arreglara —. Y por lo otro... la prensa es así. A mí me da igual lo que digan. Lo que realmente importa es lo que nosotros pensamos, ¿no crees?
—Toda la razón.
Tuve la idea de invitarla a desayunar. Sabía que sería prácticamente imposible porque tenía que desayunar con mis compañeros, pero aun así lo intenté. Me tomó por sorpresa cuando negó, diciendo que ya había quedado con su familia. Empezaba a notar cómo nuestros horarios chocaban más y más. Mientras yo entrenaba, ella tenía tiempo libre; cuando yo descansaba, ella estaba ocupada en reuniones con sus abogados o en cenas con su abuela. Cada vez parecía más difícil encontrar un momento para nosotros, ni siquiera en las noches donde solo hablabamos por mensajes antes de dormirnos.
Sabía que lo de sus libros la estaba preocupando, la conocía y sabía lo frustrada que estaba.
Los días siguientes fueron una tormenta de horarios cruzados. Si no fuera por los mensajes rápidos que intercambiábamos, casi habría olvidado que aún seguíamos en contacto.
Sin embargo, había algo más en mi agenda que ella no sabía. Desde que me contó los problemas con su editorial, mi mente no dejaba de trabajar. Sabía que estaba en una situación delicada y que, si no intervenía pronto, podría perder los derechos de sus propios libros. Y eso no lo iba a permitir. Por eso, durante esos días, cada vez que tenía un descanso entre entrenamientos o partidos, llamaba a mi representante. Él se movía rápido, haciendo llamadas, buscando los contactos adecuados. Averiguar cuánto querían por los derechos no fue sencillo, pero ya teníamos una cifra en mente. Sabía que no iba a ser barato, pero Valeria valía cada maldito céntimo.
Aún no le había dicho nada. Prefería mantenerlo en secreto hasta que todo estuviera asegurado. Además, había algo más que me rondaba la cabeza: un proyecto que venía planeando desde hace meses con mi familia. No era solo una inversión cualquiera, era algo más personal. Valeria estaría encantada si lo supiera. Aunque, claro, aún no había llegado el momento de contarle eso, por el momento solo lo sabía mi equipo y mi familia, Valeria también era mi familia, pero quería que fuera sorpresa.
Cinco días después de nuestra cita, el cansancio empezaba a acumularse, pero la sensación de estar haciendo algo importante me mantenía en marcha. Mientras corría por el campo calentando para el partido, miré hacia las gradas donde mi representante me miraba y alzaba sus pulgares, dándome a entender que estaba cerca de cerrar el trato.
No pude evitar sonreír al imaginar su cara cuando todo estuviera listo. Íbamos por buen camino, mañana tendría un día libre y aprovecharía cada maldito segundo para besarla y hacerle saber lo mucho que la quería en mi vida. Decirle que cuando se acabe el mundial, regresé conmigo a Barcelona, que viviéramos juntos en ese apartamento que compramos, que empecemos donde lo dejamos y joder, que se casara conmigo.
Volvimos a los vestidores después del calentamiento, la adrenalina ya empezaba a subir. Le di un trago a mi botella de agua, intentando mantenerme concentrado. Antes de salir al campo, busqué en mi neceser aquel anillo que me regaló Valeria. Siempre lo llevaba conmigo, como un amuleto de la suerte. Me lo puse en el dedo, sintiendo el peso familiar, y respiré hondo antes de darle un beso y guardarlo de nuevo en su bolsita.
—¡Venga, es hora de ganar! —Les hice saber a mis colegas y empecé a repartir palmadas para animarlos y que aquellos nervios se quedarán en los casilleros de cada uno.
Ganar este partido, significaba un paso más en ser campeones del mundo.
Ya en el campo y desde el primer toque, estaba metido en el partido. Sabía lo que tenía que hacer: presionar, luchar cada balón como si fuera el último, y nunca dejar que el rival respirara tranquilo. Mi estilo no era el de alguien que espera pasivamente, sino el de quien se lanzaba al suelo, recuperaba el balón y salía corriendo hacia adelante, buscando abrir espacios. Las piernas me ardían, pero eso solo me empujaba a correr más.
Cada vez que la pelota pasaba por mis pies, la distribuía rápido, con precisión. Hice un par de regates cortos para superar a un par de defensas, manteniendo siempre la vista en los compañeros que subían al ataque. Sabía que nuestra oportunidad llegaría. Y llegó.
En una jugada rápida, robé el balón en el medio del campo con una entrada limpia. Levanté la cabeza y, sin perder un segundo, envié un pase entre líneas al delantero. El resto fue historia. El grito de gol se sintió como una descarga eléctrica en todo el estadio, pero no paré ahí. Seguí luchando, ganando duelos, gritando a mis compañeros, exigiendo más.
Cuando el árbitro pitó el final, estábamos exhaustos, pero con el marcador a nuestro favor. Habíamos ganado. Un escalón más a la cima que contenía mis sueños.
Alcé los brazos, celebrando junto a la afición y mis compañeros, sintiendo el peso del esfuerzo dejarme en un instante. El estadio era un mar de gritos, banderas ondeando, y el sonido ensordecedor de los tambores resonaban en mis oídos. Cada abrazo de mis compañeros era una victoria compartida. Pero aunque la euforia me embriagaba, había algo más, o más bien, alguien más que no estaba allí.
Miré hacia las gradas, buscándola instintivamente. Cada vez que ganábamos un partido importante, Valeria estaba ahí, siempre con esa sonrisa de orgullo. Pero esta vez, el lugar donde solía esperarme estaba vacío.
Regresé al túnel, los gritos de la victoria aún resonaban en los pasillos, pero algo en mí se había apagado. Los demás seguían bromeando, empujándose unos a otros, celebrando lo que acabábamos de lograr. Pero yo... solo quería verla, quería besarla, sentir que todo esto no solo era para mí, sino también para ella.
—¿Dez, qué te pasa?— me preguntó Mau, dándome una palmada en la espalda.
—Nada, tío. Estoy bien —respondí con una sonrisa forzada.
Pero no era cierto. No estaba bien. Me ardía la necesidad de verla, de tenerla cerca. Ya habían pasado casi 4 años sin ella y estos últimos días se sintieron un paraíso, que no tenerla abrazándome y felicitándome por la victoria, me pesaba más que los minutos que acababa de correr.
Llegué a los vestuarios, me senté, las manos temblorosas por la adrenalina. Miré mi móvil, esperando algún mensaje, algo que me dijera que estaba bien. Nada. Ni un solo mensaje de Valeria. Y eso me jodía más que cualquier patada recibida durante el partido.
Guardé el móvil y traté de concentrarme en las risas y las celebraciones que llenaban el lugar, pero mi mente estaba con ella. Moría por besarla, por perderme en ella y en lo bien que me hacía estar con ella.
Llegó un momento en donde sospechaba que de verdad me estaba evitando. Lo confirmé cuando fui a verla a su habitación y cuando abrí la puerta supe que todo estaba yendo mal.
Valeria abrió la puerta me miró con una expresión que no había visto en mucho tiempo, como si estuviera atrapada en sus propios pensamientos, tenía esa mirada perdida que siempre llevaba hace unos años cuando se desaparecía de la nada y pasaba de mí, en ese tiempo pensaba que ya no me amaba, pero era más allá que eso, era ese infierno que pasó y del cual yo no la pude salvar.
Aun así, sabía que era lo que debía de hacer para hacerle saber que todo estaba bien. Aunque su mente pensara lo contrario, esta vez me tenía a mí de verdad, no al chaval de 17 que pensaba que la había arruinado.
Me apoyé en el marco de la puerta, cruzando los brazos, esperando que ella hablara. Pero cuando el silencio se hizo demasiado incómodo, fui yo quien lo rompí.
—¿Me estás evitando? —le pregunté, tratando de mantener la calma, aunque la duda me estaba consumiendo.
Valeria suspiró y bajó la mirada, como si estuviera buscando las palabras correctas.
—No es eso, Pablo. —Su voz era suave, pero cargada de una pesadez que no podía ignorar—. Son líos míos, no tiene nada que ver contigo.
Fruncí el ceño, sin saber muy bien cómo interpretar eso. Me acerqué un poco más y sin ser invitado, pasé a su habitación.
Valeria cerró la puerta y escuché cómo suspiro, mientras miraba cualquier objeto en la habitación, menos mis ojos.
—¿Líos tuyos? —repetí, intentando sacar más información—. Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿no? Soy tu confidente.
Ella asintió, pero no parecía convencida de sus propias palabras. Después de unos segundos de silencio, finalmente decidió hablar.
—Es que... Me siento agobiada, Pablo. Con todo. —Me miró por primera vez directamente a los ojos—. La editorial, las reuniones, los plazos... No sé si estoy haciendo lo correcto, si soy lo suficientemente buena para esto. Y luego está todo lo demás... simplemente necesitaba un poco de espacio. No quería arrastrarte a esto, por eso no fui a verte hoy.
Me quedé en silencio, dejé que las palabras se asentaran. Lo último que quería era que Valeria sintiera que no podía contar conmigo. Me acerqué a ella, tomando su mano suavemente.
—Vale, todo eso es mucho —admití—. Pero también sé lo increíble que eres. Has llegado hasta aquí por una razón, y sé que lo vas a lograr. Solo no te cierres conmigo, por favor. Déjame estar aquí para ti.
Ella esbozó una leve sonrisa, pero aún podía ver la preocupación en sus ojos. Quería animarla, sacarla de esa nube gris que la rodeaba, y de repente, se me ocurrió algo.
—¿Sabes qué? —dije, sacando el móvil y buscando una canción.
Aparte de ser futbolista profesional, también era experto en Valeria y sabía que escuchar una buena canción la mantenía en calma.
Empezaron a sonar los primeros acordes de Mi vida entera de Morat, y Valeria me miró con incredulidad, pero también con una chispa de curiosidad. Sabía que no podía dejarla hundirse en sus propios pensamientos. Quería hacerla sonreír, recordarle que no estaba sola en esto, que siempre estaría aquí para ella.
—Me prometiste revivir tu corazón de piedra... —empecé a cantar suavemente, captando su atención.
Sus ojos se clavaron en los míos, sorprendida, como si no creyera que realmente me iba a poner a cantar y bailar. Pero no me importó. Quería verla reír, quería verla feliz otra vez. Seguí cantando mientras daba un par de pasos hacia ella, despacio, sin dejar de mirarla.
—Si yo te daba todo lo que quisieras... —continué, acercándome un poco más, notando cómo una pequeña sonrisa empezaba a formarse en sus labios—. Que derritiera inviernos e inventara primaveras, Que te alejara de todos tus problemas
Valeria me miraba con esa mezcla de incredulidad y diversión. Sabía que le estaba sacando una sonrisa aunque intentara resistirse.
—Sinceramente solo siento pánico en escena y sostenerte la mirada me quema —le canté, exagerando el gesto y llevándome una mano al pecho dramáticamente, lo que finalmente la hizo reír. Y ese sonido fue como si volviera a ganar la Champions.
—¿De verdad, Pablo? —preguntó entre risas, tratando de contenerse.
—Sí, claro —respondí sin perder el ritmo—. Pero mejor ser arriesgado que un cobarde en pena. Y es que al fin Si te casas con un loco
Vas a ver Que es la magia poco a poco No podrás distinguir Entre besos y palabras Un te quiero no me alcanza
Vi cómo sus ojos brillaban más a medida que la canción avanzaba, y justo cuando llegué a la parte clave, le extendí las manos.
—Dame todo, di que sí —murmuré suavemente, mirándola a los ojos con una sonrisa en los labios.
Ella me miró, como si estuviera considerando si realmente aceptaría mi invitación. Pero antes de que pudiera responder, le tendí mis manos más firmemente y añadí:
—Y si bailamos, tan solo bailamos... —le dije, dándole un pequeño tirón suave para acercarla.
Valeria soltó una risa suave, pero no se resistió. Dejó que nuestras manos se entrelazaran y la atraje hacia mí, guiándola en un lento baile improvisado en medio de la habitación.
—Y si tus pies nuestra historia escribieran... —continué cantando, bajando el tono mientras la hacía girar lentamente, mis manos firmes sobre las suyas.
Ella dejó caer la cabeza hacia atrás, soltando una pequeña risa nerviosa, como si finalmente se hubiera rendido al momento. Mis manos se deslizaron por su espalda mientras seguíamos moviéndonos al ritmo de la canción.
—Como si fuera este el final de un cuento... —murmuré contra su oído—. Y nadie más en el mundo existiera...
Valeria apoyó su cabeza en mi pecho, susurrando entre risas.
—Eres un tonto, Pablo.
—Puede ser —le respondí, sonriendo—. Pero un tonto que quiere verte feliz. —Me incliné un poco más hacia ella y añadí en un susurro—: Voy a rogarle sin descanso al tiempo... que esta canción dure mi vida entera.
Ella se detuvo, levantando la cabeza para mirarme, y en ese momento supe que algo había cambiado. Sus ojos ya no estaban cargados de preocupación. La sonrisa que tanto había querido ver estaba ahí, iluminando su rostro.
—Gracias —susurró, y en ese instante, me incliné y la besé, sintiendo cómo todo a nuestro alrededor se desvanecía, como si realmente no existiera nadie más en el mundo.
—Que esta canción dure mi vida entera —canté en un murmullo entre nuestros labios. Y en ese momento, todo lo demás dejó de importar.
Nos quedamos bailando, moviéndonos al ritmo de la música que seguía sonando en mi cabeza aunque la canción ya había terminado. El ambiente entre nosotros cambió por completo. Valeria se dejó llevar, sus manos relajadas sobre mis hombros mientras yo la sostenía por la cintura. La cercanía era casi hipnotizante, y sus ojos seguían brillando, pero esta vez con algo más de alivio.
La atraje un poco más hacia mí, y sin pensarlo dos veces, me incliné para besarla. Disfrutamos del beso cada segundo, nuestros labios se movían suaves. Pero luego, el beso se profundizó, las manos de Valeria se aferraban a mi camisa, como si no quisiera que este momento se escapara.
Mis manos seguían en su cintura, recordando perfectamente lo que su madre me había dicho una vez, bromeando pero seria a la vez: "Manos en la cintura, Pablo. Ni subir ni bajar". Sonreí al recordarlo, pero esa misma advertencia ahora me hacía reír internamente mientras seguía besándola. Valeria, al parecer, también lo recordó, porque se separó un poco, con una sonrisa traviesa en los labios.
—¿Qué pasa? —le susurré, mi frente aún pegada a la suya.
—Me estaba acordando de mi mamá —dijo, riendo suavemente—. Te veo muy bien portado, Pablo.
Me reí con ella, negando con la cabeza.
—Lo llevo grabado a fuego —respondí, besándola otra vez, pero manteniendo mis manos exactamente donde debían estar, en su cintura, sin subir ni bajar.
Valeria soltó una pequeña risa contra mis labios, pero no se apartó esta vez. Nos dejamos llevar por el momento, por los besos que parecían interminables y la calidez de tenerla tan cerca. Podía notar cómo sus dedos jugaban suavemente con mi cabello, y cada vez que nuestras respiraciones se entrecortaban, ella volvía a besarme, como si no quisiéramos que este instante acabara.
Nos movíamos apenas, en un baile que ya no seguía ningún ritmo concreto, solo el de nuestros propios latidos. Las manos en la cintura se convirtieron en un ancla, en el recordatorio constante de que quería hacer esto bien, de que respetaba cada límite, incluso cuando el deseo me empujaba a ir más allá.
—No quiero que esto acabe —le susurré, dejando caer mis labios a su cuello, depositando besos suaves, sintiendo cómo su piel se erizaba bajo mis labios.
—Entonces que no acabe —me respondió ella, su voz suave, apenas un susurro—. Un para siempre ¿Lo recuerdas?
—Lo recuerdo muy bien.
Y en ese instante, todo lo demás desapareció. No había editorial, no había presión, no había más problemas. Solo estábamos Valeria y yo, perdidos en un momento que ninguno de los dos quería soltar.
💌💌💌
Octavos de final.
30 de junio Atlanta, Georgia, Estados Unidos
Los cuartos de final me estaban respirando en la nuca y cuando el pitido final del partido nos dio el pase a la siguiente ronda, no pude evitar saltar encima de Mau, celebrar con mis compañeros y con la afición que saltaba de felicidad al igual que nosotros.
Los sueños se hacían realidad y yo estaba a nada de cumplir uno o más bien dos, ganar el mundial y poder estar con Valeria de verdad.
—Te quiero presentar a mi familia —susurró Valeria mientras estábamos solos en mi habitación, su voz suave pero cargada de significado.
Me quedé un segundo procesando sus palabras. Quería que conociera a su familia, y eso no era cualquier cosa. Cuando empezamos a salir, sabía lo importante que era su mamá, su única familia. Sabía lo especial que era su relación y cuando la perdió fue devastador para Val. Ya no le quedaba a nadie o era lo que ella pensaba, porque por lo que sabía había sido acogida por su familia paterna. Por lo que vi su relación con Christopher estaba bien y me alegraba por ella. Así que presentarme a su nueva familia, era dar un paso más en nuestra relación, uno que había estado esperando pero que, al mismo tiempo, me ponía algo nervioso. Ya conocía a su padre y le caía bien, creo, pero tenía entendido que habían más integrantes, sus abuelos, sus tíos, sus primos… era un gran paso que quería decir que iba por un buen camino.
—¿Tu familia? —le pregunté, sonriendo, pero queriendo estar seguro de que había escuchado bien.
—Sí, ya conoces a Christopher, pero quiero que conozcas a mi abuela y abuelo, mis primas ya saben de ti… —respondió, y noté una chispa en sus ojos que me hacía sonreír al escucharla.
—¿Saben de mí?
—Les conté de ti, no todo. Pero saben que hay un Pablo Valdez en mi vida.
«Su futuro esposo» pensé, pero no lo dije para no agobiarla. No estábamos en algo concreto, solo estábamos en la fase de darnos buenos besos.
—Sé que es un poco pronto, pero… quiero que lo hagamos, Pablo. Quiero que te conozcan.
Sus palabras fueron calidez en mi interior, algo que no podía ignorar. La idea de estar con ella en algo más que en lo privado me llenaba de ilusión. Sabía que esto era importante para Valeria, y para mí también. Pero más allá de la formalidad, reafirmba que lo nuestro estaba avanzando, que era real. Que volvía a tener a mi Val.
—Me encantaría conocerlos —dije, acariciando su mejilla y observando la sonrisa que apareció en sus labios.
Nos quedamos en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la cercanía, hasta que ella miró el reloj y suspiró.
—Debería irme a dormir. Mañana tengo un día largo —dijo con una sonrisa, dándome un beso suave en los labios antes de apartarse.
—¿Quieres que te acompañe a tu habitación? —pregunté, aunque en realidad lo que más deseaba era que se quedara conmigo. Pero sabía que tenía que respetar su espacio, sobre todo con el día importante que se le venía.
Ella sonrió, divertida.
—Solo si no te quedas mucho tiempo en mi puerta.
—No prometo nada —bromeé, levantándome para seguirla.
Mientras nos dirigíamos al ascensor, no pude evitar recordar lo que había pasado la última vez que habíamos estado en uno. Año Nuevo. Una noche de celebración que había terminado de la manera más intensa posible, con ambos perdiéndonos el uno en el otro en un ascensor. Sus besos, su piel, sus suspiros y gemidos. ¿Seguiría gritando mi nombre como lo mejor del mundo?
Mis pensamientos comenzaron a viajar a esos momentos, y miré de reojo a Valeria, notando cómo ella también tenía esa expresión cargada de deseo.
—Muy buenos recuerdos —le susurré al oído, aprovechando en darle un par de besos en el oído cuando las puertas del ascensor se cerraron.
—Tal vez —respondió con una sonrisa pícara, sus ojos brillando de la misma manera que aquella vez.
No dejo de mirarme y, decidida, paso sus brazos por mi cuello. Ya tenía una sonrisota en mis labios antes de que me besara y yo le siguiera el beso con la misma intensidad y pasión, como si los recuerdos de aquella noche nos hubieran encendido nuevamente.
Mi lengua rozaba la suya, nuestras bocas se devoraban con la misma intensidad que latía en nuestros cuerpos. Mis manos bajaron rápidamente hasta su cintura, tirando de ella hacia mí, sintiendo cada curva de su cuerpo pegada al mío. Sus manos ya estaban en el borde de mi jersey, alzándola con una destreza y rapidez que me hizo sonreír brevemente entre besos.
Cuando nuestras bocas se separaron, sus ojos brillaban con un desafío que solo me encendía más.
—Detén el ascensor —me susurró, su voz ronca de deseo.
La miré buscando una pizca de duda en su mirada, noches atrás me había dejado en claro que aún no era el momento de follar, pero ver su mirada oscurecida por el deseo y la firmeza en sus manos en atraerme más ella me hizo saber que me deseaba al igual que yo la deseaba.
—¿Segura?
—Segura.
Sin vacilar y sin mirar, presioné varios botones , y el ascensor se detuvo en seco. El sonido de nuestras respiraciones era lo único que llenaba el aire, y eso solo hacía todo más intenso. En cuanto lo hice, Valeria tiró más de mí y sus manos recorrieron mi pecho, encendiendo mi piel con cada roce.
Mis manos encontraron el borde de su blusa y la desabotoné con rapidez, revelando su piel suave y caliente. La levanté por la cintura y la empujé con prisa contra la pared del ascensor, nuestros cuerpos pegados, sus piernas rodeando mis caderas. El calor de su cuerpo, el roce de su piel contra la mía mientras mis labios bajaban por su cuello, mordiendo y besando en el camino, arrancándole pequeños gemidos que hacían que mi deseo se intensificara aún más.
—Pablo… —murmuró, su voz apenas un suspiro, mientras sus manos tiraban de mi pantalón con urgencia.
No podía más. El deseo me consumía, y sabía que ella quería lo mismo. Deslicé mi mano entre nosotros, bajando sus pantalones justo lo suficiente para que mis dedos encontraran su humedad. Gimió contra mi boca cuando la acaricié, sus caderas moviéndose contra mi mano, rogándome por más. Y yo estaba encantado de dárselo.
Tiré de sus braguitas y dejé que mis dedos la exploraban lentamente, provocando y aumentando su deseo con cada movimiento. Sus manos estaban ahora en mis pantalones, desabrochándolos con la misma necesidad. Cuando bajó la cremallera, y dejó caer mis pantalones, no dudo en tirar de mi boxer y tocarme. Su mano envolviendo mi polla hizo que todo mi cuerpo se tensara, el calor subiendo rápidamente. Cada caricia era lenta, tortuosa, justo lo que sabía que me volvía loco.
—Joder, Valeria... —susurré, mi voz rota de deseo, mientras ella seguía moviendo su mano con esa mezcla de urgencia y control que me desarmaba.
El roce de su piel contra la mía, esa presión justa, me arrancaba gemidos ahogados, y el calor entre los dos me hacía perder la cabeza. Estaba al borde, necesitando más.
—Pablo, por favor… —gimió, sus uñas clavándose en mis hombros, sus caderas moviéndose contra mí, buscando más.
No podía esperar más. Estaba a punto de entrar en ella, de perderme por completo en su cuerpo cuando…
—¡Oh my god! —gritó una voz femenina.
Nos congelamos, aún pegados el uno al otro, respirando entrecortadamente, nuestras ropas desordenadas. Giré la cabeza rápidamente, tratando de entender qué estaba pasando, y allí, parada frente a nosotros, estaba una mujer mayor, con una expresión de puro horror.
—¡Abuela! —exclamó Valeria, sus ojos abriéndose de vergüenza y empujándome para que la soltará.
Mis piernas casi flaquearon. Me volví rápidamente, cubriéndonos lo mejor que pude. El calor subió a mi cara cuando la miré, y luego miré a Valeria, quien también estaba roja como un tomate, pero con una mano sobre su boca, conteniendo la risa.
Abuela. Su abuela. Era su abuela, la misma a la que quería presentarme.
La situación no podía ser más surrealista, y Valeria estaba en un trance de querer reírse y morirse de la vergüenza.
Yo, por mi parte, solo quería que la tierra me tragara.
—¡Christopher! —gritó la señora y el papá de Valeria no demoró mucho en venir.
El papá de Valeria apareció en la escena, pero no reaccionó de la misma forma que su mamá.
—Por favor, cúbranse —dijo con una voz tranquila pero firme.
Valeria y yo nos apresuramos a recoger nuestras ropas, vistiéndonos lo más rápido posible, aún sintiendo el calor de la vergüenza en mi rostro. Una vez listos, seguimos al padre de Valeria hacia la suite. Apenas cruzamos la puerta, sentí las miradas tensas de todos, especialmente la de la abuela, que no me quitaba los ojos de encima. A simple vista no se parecía a nada a mi Val, parecía una de esas señoras elegantes y llenas de botox.
—Abuela Lily, quiero presentarte a Pablo... —empezó Valeria, tratando de suavizar la situación.
La mirada de la abuela se hizo aún más afilada. Me miró de arriba abajo, con esa mezcla de desaprobación y desprecio que sólo una persona mayor, acostumbrada a imponer respeto, podía tener.
—Don’t even think I’m going to greet you, young man —soltó la abuela, en un inglés impecable y con una voz refinada, que resonaba como una sentencia. Me quedé sin palabras, apenas pudiendo mantenerme en mi lugar.
No entendía lo que dijo, pero se escucha molesta.
—Valeria, ven conmigo —añadió pronunciando el nombre de mi Val de una manera que me daba risa, pero no me pude reír al ver que no me quitaba los ojos de encima.
Valeria me lanzó una mirada de disculpa antes de seguir a su abuela, dejándome solo con Christopher, en un silencio incómodo. Nos sentamos, y después de unos segundos, él fue el primero en hablar.
—No te preocupes, muchacho. Las cosas con mi madre siempre son un poco... complicadas —dijo con una leve sonrisa, como si intentara romper la tensión.
—Gracias —respondí, sin saber bien cómo manejar la situación—. Y disculpe, no sabíamos que…
—¿Te apetece un whisky? —ofreció, levantándose para buscar un par de vasos.
—No tomo alcohol cuando es temporada, pero gracias.
Christopher asintió comprendiendo y me invitó a sentarme. La incomodidad estaba presente entre los dos y más al escuchar las voces de Valeria y su abuela, apenas si se escuchaban y trataba de entender lo que decían, pero hablaban tan rápido que llegue a la conclusión de que por su tono de voz la estaba regañando.
—Valeria ya es una mujer adulta, ambos son adultos…
—¿Me darás esa charla en donde me dices que debo de respetarla? Porque Martina ya lo hizo y juro que yo respeto a Val.
Christopher soltó una leve risa, antes de inclinarse hacia mí con una expresión más relajada.
—No, no te voy a dar esa charla. Creo que Martina ya se encargó de ello. Yo prefiero ser un poco más práctico.
Seguía escuchando a lo lejos las voces de Valeria y su abuela, la atención de Christopher me obligó a concentrarme en la conversación.
—Valeria ya es una mujer adulta —repitió, como si quisiera reforzar esa idea—, y sé que toma sus propias decisiones, aunque algunas me sorprenden más que otras.
Levanté una ceja, sin saber muy bien a qué se refería.
—Lo que quiero decir —continuó— es que respeto su independencia, y si te ha elegido a ti, entonces yo también debo respetar eso. Solo quiero que te asegures de estar a la altura de lo que ella necesita.
—Lo estoy. O, al menos, estoy haciendo lo mejor que puedo —respondí con sinceridad, sintiendo la presión de sus palabras.
Christopher me miró por un momento, como si evaluara la honestidad de mi respuesta. Luego asintió lentamente, dejando que el silencio se instalará por unos segundos.
—Eso es lo que quería oír.
Justo en ese momento, las voces de Valeria y su abuela se acercaron, y ambas salieron del cuarto donde habían estado hablando a solas. La abuela de Valeria, con su porte elegante y mirada fría, se detuvo junto a la puerta, observándome con una expresión de desdén apenas disimulado. Valeria, por otro lado, parecía tensa, evitando mi mirada por un segundo antes de acercarse hacia mí.
—Abuela, este es Pablo —dijo Valeria, tratando de mantener una sonrisa, pero era evidente que la tensión seguía en el aire—. Es especial para mí…
La abuela ni siquiera hizo un esfuerzo por disimular su mal humor. Me miró de arriba a abajo con una ceja arqueada, y antes de que pudiera decir algo más, soltó en un perfecto y refinado inglés:
—Don’t think I’m going to greet you. You may have some charm, but that doesn’t mean I’ll welcome you into this family so easily.
El aire se volvió aún más espeso. Valeria parecía incómoda, pero se mantuvo firme.
—Yaya, please.
Su abuela la tomó del brazo suavemente y, sin apartar su dura mirada de mí, le dijo en voz baja:
—Valeria, darling, we need to talk, right here —Mantuvo su tono bajo pero firme. No necesitaba elevar la voz para hacerle saber a Valeria que estaba molesta.
Valeria suspiró, claramente incómoda, pero no se apartó de su lado. Sabía que enfrentarse a su abuela en ese momento solo empeoraría las cosas. Yo permanecí inmóvil, intentando mantener la calma, aunque el ambiente era cada vez más cargado.
—Yaya, he’s important to me —Valeria trató de suavizar la tensión, mirándome con una mezcla de disculpa y determinación—. Please, give him a chance.
La abuela me lanzó una última mirada, como si me estuviera evaluando minuciosamente, antes de hablar nuevamente, pero esta vez en un perfecto español.
—Puede que ahora seas importante para ella, pero eso no cambia el hecho de que la confianza no se da libremente, se gana. Y por lo que he visto hasta ahora... tienes mucho que demostrar, jovencito.
Sentí cómo las palabras me golpeaban, pero mantuve la compostura. Valeria me lanzó una mirada de apoyo, mientras la abuela finalmente soltaba su brazo y daba un paso hacia atrás.
💌💌💌
Mi día libre comenzó leyendo los mensajes de Valeria. Quería que pasara el día con ella y su familia, para que así su abuela me conociera. Lamentablemente, tuve que rechazarlo porque ya tenía otros planes. Conseguir los derechos de autor de Valeria y así finalmente ella dejaría de estar preocupada por ello.
Fueron unas largas citas virtuales y mucho que decirse en esas reuniones, pero finalmente, todo estaba listo para firmar, y los derechos de la historia de Valeria estaban oficialmente comprados. Solo me faltaba encontrar la manera adecuada de decírselo. Sabía que no sería fácil.
Sabía que Val valoraba su independencia, y la idea de que alguien, aunque fuera yo, comprara los derechos de su historia sin consultarle podría no sentarle bien. Pero no iba a dejar que alguien más se los comprara y Valeria era tan terca que no quería comprarlos ella misma.
Así que comprarlos y dárselos era como un regalo adelantado de cumpleaños.
Más tarde, cuando finalmente tuve tiempo de verla, la encontré en su suite, descansando con su portátil. Me acerqué a ella con una mezcla de nervios y emoción. Nos saludamos, y sin mucha premeditación, me acerqué a besarla. Nuestros labios se encontraron, y por un momento, todo lo demás quedó en segundo plano. La forma en que Val me besaba siempre tenía ese poder, hacer que todo lo complicado pareciera más simple.
—Ya estamos solos —susurró—. Esta vez cierras bien la puerta, Pablo.
Sonreí al escuchar el tono decidido de Valeria. Había una chispa en su mirada que siempre me desarmaba.
—Esta vez la cierro bien, te lo prometo —respondí con una sonrisa traviesa, mientras caminaba hacia la puerta y la cerraba con un suave clic, asegurándome de que no hubiera margen para sorpresas.
Me giré para mirarla, y el ambiente entre nosotros se volvió más intenso. Su mirada estaba fija en mí, y podía percibir el calor acumulándose en el aire. Lentamente, me acerqué a ella, con cada paso sintiendo cómo la tensión se apoderaba de ambos. No necesitábamos palabras en ese momento.
Valeria se mordió ligeramente el labio, y en un segundo, la distancia entre nosotros se evaporó. Mis manos encontraron su cintura, atrayéndola hacia mí, mientras ella rodeaba mi cuello con sus brazos, trayéndome más cerca. Nuestros labios se encontraron de nuevo, esta vez con una intensidad renovada, más profunda, más urgente.
La habitación parecía desvanecerse, y lo único que importaba era el calor de su cuerpo contra el mío.
Pero justo en medio de nuestra sesión de besos, su móvil vibró. Con una mezcla de pereza y curiosidad, Valeria lo tomó, mientras yo seguía besándola en el cuello, intentando que ignorara cualquier distracción.
—Es solo un correo —dijo ella con voz suave, alejándose un poco para mirar la pantalla.
De repente, su expresión cambió. La relajación en su rostro se desvaneció, sus cejas se fruncieron y sus labios formaron una línea tensa.
—¿Qué pasa? —pregunté, deteniéndome al ver su reacción.
Valeria soltó una risa nerviosa antes de leer en voz alta el asunto del correo.
—Derechos de tu obra comprados. ¿Qué demonios significa esto?
Sentí cómo el nudo en mi estómago se hacía más grande. Este era el momento que había temido. Traté de acercarme de nuevo, pero ella se apartó, mirándome directamente a los ojos.
—Es una mierda, todo esto es una mierda —dijo en un tono furioso, poniéndose de pie y maldiciendo a todo el mundo—. ¿Quién cojones fue el hijo de puta? Cuando lo encuentre, lo voy a matar; los voy a demandar. Lo juro. Esto está siendo una puta estafa. Una mierda.
Sabía que tenía que decirlo, pero el peso de lo que iba a soltar me caía como una losa. La furia en sus ojos me hacía dudar por un segundo, pero no podía seguir ocultándolo. Respiré hondo y me levanté lentamente, intentando calmar la tormenta que se avecinaba.
—Val, escúchame... —Empecé, pero ella me interrumpió de inmediato, agitando su móvil en el aire.
—¿Escucharte? ¿De qué? ¡Mis derechos, Pablo! Alguien me los robó, ¿entiendes? Esto es lo único que me queda, ¡mi trabajo, mis historias! —gritaba desesperada, moviéndose de un lado a otro de la habitación.
Me acerqué con cautela, sintiendo cómo la tensión entre nosotros alcanzaba su punto álgido.
—Fui yo... —solté finalmente; las palabras pesan como piedras en mi boca.
El silencio que siguió fue peor de lo que esperaba. Ella se quedó congelada, con la mandíbula ligeramente abierta, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Sus ojos, que segundos antes estaban llenos de rabia, ahora mostraban una mezcla de sorpresa e incredulidad.
—¿Qué...? —murmuró, dando un paso hacia atrás, como si mis palabras la hubieran empujado físicamente.
—Yo los compré —repetí, con la voz más baja, sintiendo cómo el peso de mis acciones caía sobre ambos.
—¿Qué cojones has hecho, Pablo?
No supe si quería lanzarse a besarme o a matarme.
Tal vez los dos.
¡Hola, mis champiñones! 🌟 ¿Qué les pareció este capítulo? Siento que ha sido un sube y baja de emociones: desde las decisiones de Pablo hasta ese giro final que seguramente dejó a más de uno con el corazón en la mano. Pero díganme ustedes:
1. ¿Qué harían si estuvieran en el lugar de Valeria?¿Aceptarían el gesto de Pablo o estarían furiosos por lo que hizo? ¿Cómo creen que reaccionara Val?
2. ¿Les gustó la escena del baile y la canción? ¿Qué canción creen que definiría a esta pareja?
3. ¿Qué opinan de la abuela de Valeria?¿Creen que tiene motivos para ser tan dura con Pablo o está exagerando?
4. ¿Qué parte del capítulo fue su favorita? ¡A mí me encantó la escena de la canción!
5. ¿Qué creen que pasará ahora?
Me encanta leer sus teorías y saber qué opinan. ¡No olviden dejar su comentario y su voto! Nos vemos en el próximo capítulo, donde las cosas prometen ponerse aún más intensas. 🔥
Con mucho amor,
Anto :)
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