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09: Imposible

PABLO

Un olor dulce y fresco hizo que me despertara. Parpadeé varias veces sin creer a quién tenía dormida a mi lado. La sonrisa fue instantánea.

Mis dedos fueron a parar a su mejilla, y lentamente viajaron hasta llegar a sus labios entreabiertos. Los recuerdos de la noche anterior vinieron a mi mente como una canción de amor: los besos que nos dimos, la seguridad que me dio al besarme, al confirmarme que había algo entre los dos. Porque lo había. Sus besos me lo gritaron a centímetros de los míos.

Fue una noche de buenos besos. La besé por todos esos casi cuatro años que estuve sin poder besarla. Tanto tiempo sin saber de ella... Casi cuatro años desde la última vez que habíamos estado juntos. Cuatro años que se sintieron como una vida. Todo ese tiempo sospechaba que estaba con otro, que quizá otro la besaba, besos en sus labios y en lugares que a mí me fascinaban. Que estaba siguiendo con su vida. Y de solo pensarlo, me daban ganas de subirme a un avión e ir por ella. Pero sabía que todo sería en vano, que el tiempo que Valeria decidió darnos habría sido en vano. Así que lo mejor era no pensar en ello.

Escucharla decir que se había acostado con otro hombre fue como una bofetada ante la tela negra que me había puesto en los ojos.

No era tanto lo que había hecho, sino lo que representaba. Había una parte de mí que entendía que no podía juzgarla, no después de tanto tiempo separados. No después de que yo también lo había hecho. Pero otra parte, la más primitiva y egoísta, sentía un ardor en el pecho que no sabía cómo apagar.

Ella me lo dijo sin rodeos, sin adornos. Su mirada fija en la mía, al contarme ese pequeño detalle junto al hecho de que la habían despedido de la editorial. Su lugar soñado. Eso era lo importante, que me estaba confiando algo que pocos sabían y ella me confiaba. Yo estaba volviendo a ser su Pablo. Ese Pablo que siempre la escuchaba y apoyaba.

Es por eso que me enfoqué en ello. En lo importante. Aunque me moría de celos, definitivamente estaban ahí. Pero era más complejo, más profundo. Era el recordatorio de que ambos seguimos. Que ella había encontrado una forma de seguir adelante. O al menos lo había intentado.

—Bon dia —susurró con los ojos entreabiertos y una de esas sonrisas que iluminaba mi día.

—Bon dia —murmuré bajito, depositando un beso en su frente.

Valeria parpadeó un sinfín de veces, hasta que abrió por completo los ojos, dejando ver esos orbes marrones que me volvían loco.

—¿Cómo has dormido? —Le pregunté, posando mis manos en su cintura y atrayéndola más hacia mí.

—De maravilla. Son muy buenas las camas, como si durmieras en una nube.

—Joder, y yo que pensaba que había sido por mi compañía.

—Duermes fatal, te mueves como una lombriz y roncas como si fuera el fin del mundo.

—Así, pero bien que has dormido a gusto.

Valeria cerró los ojos; estaba conteniéndose de no sonreír.

—Las camas son cómodas. Ya te lo he dicho —murmuró sin mirarme.

—Sí, sí, cómo no.

Me abalancé hacia ella y besé su mejilla; la sentí reírse y dejarse llevar debajo de mí. Mis manos acariciaron las suyas, mientras seguía llenando su rostro de besos.

No podía detenerme, era adictivo besarla. La besé de nuevo, esta vez en el cuello, con un poco más de intención. Sentí cómo su cuerpo se tensaba levemente bajo mis labios, y eso solo me animó a seguir mostrándole mi amor.

Mis besos continuaron por su cuello, bajando por sus clavículas, hasta que ella dejó escapar un suave suspiro que me hizo sonreír. Fue entonces cuando me di cuenta de la presión en mi propia entrepierna. No podía ignorar la dureza de mi polla, era imposible. Me detuve de besarla y me separé, poniéndome al otro lado de la cama.

No me iba a pasar de la raya. Seguir tan cerca de ella y besarla solo iba a llevarnos a una cosa y ella tenía razón, aún no estábamos listos para desnudarnos.

—Son muy buenos días —murmuró con la voz aún ronca por el sueño, mirándome y sonriéndome con una especie de picardía y deseo, pero a la vez con esa lejanía que me decía que fue una buena decisión acabar con esos besos.

—Muy buenos —respondí,y le dejé un beso en la frente—. Estás preciosa.

Valeria sonrió como diciéndome "ya lo sé". Nos quedamos mirando y a la vez nos íbamos acercando. Mis ojos se cerraron cuando nuestros labios volvieron a rozarse; se sentía tan bien y, de pronto, el sonido de una alarma interrumpió el momento, nos hizo alejarnos.

Aturdido por besarla, como si el mundo se hubiese detenido, estiré mi mano hacia la mesita de noche y, tanteando, agarré el móvil, apagando la alarma como si fuera lo más difícil del mundo.

La alarma no fue lo único que se apagó. Valeria se detuvo. Lo sentí en la forma en que su cuerpo se tensó ligeramente, en cómo su respiración se hizo más pausada. Levanté la cabeza para mirarla, encontrando su mirada un poco confusa, pero también cargada de algo que no podía ignorar.

—Te tendrás que dar una ducha —murmuró, bajando la mirada en mi entrepierna.

No sentí ni una pizca de vergüenza al verla que, por un segundo, se mordió el labio inferior. Sabía que le ponía, al igual que ella a mí, y que ambos deseábamos estar juntos de otra manera. Siempre habíamos tenido esa conexión sexual y seguía presente, y aunque aún no era el momento, no pude evitar entrar a un jueguito.

—¿Vienes conmigo? —Lo decía en forma de broma, algo pícaro entre los dos y ella lo entendía.

—Noup, iré a mi propia habitación a ducharme y a reflexionar por todos estos besos —Se levantó de la cama y sonrió ladeada—. Nos vemos luego, Pau.

—Oye, Val —La detuve, ella volteó a mirarme y con algo de miedo le dije—. Viajaré a Houston. Tú también irás, ¿verdad?

—Sí, es el trabajo de mi puesto inventado.

Al escucharla, pude respirar tranquilo. Inconscientemente, tenía miedo de perderla otra vez, aunque la tuviera cerca. Me encontraba viajando de un lado a otro; en cualquier momento ella podría simplemente dejar de venir, o si yo quedaba eliminado, regresaría a España. ¿Qué pasaría con ella entonces? Necesitaba quedarme el mayor tiempo posible, pero mi estadía dependía de los partidos que ganara. No podía permitirme perder.

—Guay, entonces... eh... tendré el día libre, ¿te apetece salir...?

—¿Una salida de amigos?

—Una cita.

—Vale, una cita.

💌💌💌

Houston, Texas.

Al llegar al hotel me pregunté si Valeria ya había llegado. Así que mientras caminaba por el pasillo, arrastrando mi maleta, le envié un mensaje.

Me:

Me avisas cuando llegas

😘😘😘😘

—Valeria y tú... —la voz de Mau a mi lado me sacó de mis pensamientos. Me sobresalté.

—¡Hostias! Casi me matas de un infarto, tío —le dije, llevándome la mano al pecho como si eso calmara el susto.

Mau se echó a reír, con esa sonrisa cómplice que siempre llevaba cuando sabía algo que yo no quería que supiera.

—Entonces... —empezó, levantando una ceja.

Lo miré con los ojos entrecerrados, tratando de no parecer afectado.

—¿Valeria y yo? ¿Qué tiene que ver ella?

—La vi salir de tu habitación hoy a primera hora de la mañana —soltó, directo—. Y no me digas que solo fue a desearte los buenos días. ¿Han follado?

El calor subió a mi rostro, pero me obligué a no mostrarlo. Le lancé una mirada entre divertida e inocente.

—Ya quisiera —respondí, dejando escapar una risa nerviosa.

Ya quisiera.

Mau soltó una carcajada y me dio una palmada en la espalda.

—Si no ha pasado nada, con esa sonrisita que tienes, diría que está a punto de pasar.

—Pues... —La sonrisa nerviosa se me escapó—. Estuvimos hablando, nos besamos y pues no pasó nada más porque aún queda mucho que aclarar.

—Me alegra por ti, chaval —dijo Mau dándome una palmada en la espalda—. En verdad. También por Valeria, se le ve bien y feliz y eso que al verme casi me mata con la mirada.

—¿Por qué será, hermano? —pregunté como si no supiera una respuesta.

Mau se encogió de hombros, y sin leer mentes, sabía que estaba pensando en Carla.

—No sabes nada de ella, ¿verdad? —Se atrevió a preguntar.

—A mí también dejó de hablarme, pero si quieres le puedo preguntar a Val... siguen siendo amigas.

—Da igual.

Claro que no le daba igual.

—Hermano...

—Estoy conociendo a alguien —dijo como si segundos atrás no hubiese preguntado por Carla.

—¿Así?

—No me digas que quieres que te cubra para follar...

—No, imbécil. Es diferente.

—¿Quién es? ¿La conozco? ¿Qué quiere contigo?

Mau se encogió de hombros y murmuró un "ya la conocerás", dejándome con la duda al acelerar el paso y alejarse. Me quedé con la intriga y, apenas llegué a mi habitación, me eché a la cama y empecé a buscar en redes cualquier indicio de la tía nueva con la que esté saliendo. Pero lo mismo de siempre, rumores sin sentido que siempre sacaban de él y que la mayoría terminaba siendo falso.

Me llegó un mensaje de Valeria y rápidamente entré a su chat.

Val mi Val:

Ya llegué 

Me:

Nos vemos en 2 horas 😚


Saber quién era la tía a la que Mau estaba conociendo dejó de importarme y me concentré en hacer un par de llamadas para que la cita fuera perfecta. Esas dos horas pasaron en un abrir y cerrar de ojos.

Toqué la puerta de la habitación donde se quedaba Valeria y, mientras esperaba a que me abriera, aproveché para acomodarme el pelo como si antes de salir de mi habitación no me hubiese pasado varios minutos mirando en el espejo y perfeccionando aquel peinado despreocupado.

Saqué mi móvil y me miré por la cámara delantera. Me veía bien, demasiado bien a decir verdad. Me tomé una foto a la vez que escuchaba una risita y, al mirar por encima de mi móvil, vi que Valeria ya había salido de su habitación.

—¿Lista para nuestra cita? —pregunté y ella ocultó sus labios aguantando una sonrisa antes de decirme.

—¿Quieres que te tome una foto?

—Vamos a nuestra cita, Rosón —dije, pasando uno de mis brazos por sus hombros y obligándola a caminar a mi lado. Su perfume me dejó perdida en ella.

—Ya me había olvidado de lo mandón que eres —soltó entre risas y por un segundo pensé que me empujaría para mantener la distancia, pero se acomodó bajo mi brazo mientras caminábamos por el pasillo del hotel.

Le guiñé un ojo sin tener que refutar nada; era verdad lo que decía. Además, ella me dejaba sin palabras; su cercanía me desarmaba. El perfume suave que llevaba y la manera en que nuestras manos rozaban mientras caminábamos me tenían nervioso.

Bajamos por el ascensor y ambos nos dimos una mirada cómplice. No cabía duda de que siempre que me subiera en un ascensor me iba a acordar de aquel primero de enero que pasé junto a ella.

—Eres un guarro —murmuró como si me estuviera leyendo la mente.

—Tienen unos bonitos espejos —comenté mirando mi reflejo y el de ella sonreír, ambos con un leve sonrojo.

—Lo dices con segundas intenciones.

—Creo que tú eres la guarra, Valeria.

Valeria soltó una risa suave, esa que siempre hacía que me sintiera como si estuviera en el lugar correcto, con la persona correcta. Estábamos solos en el ascensor, y la atmósfera entre nosotros se sentía cargada, pero no incómoda. Era esa tensión que se construía con el tiempo, donde las bromas y miradas cómplices escondían algo más profundo, algo que ambos sabíamos, pero ninguno quería decir en voz alta.

—¿Yo? ¿La guarra? —preguntó poniéndose al frente de mí, con los brazos cruzados y una sonrisa divertida en los labios—. Claro, y tú eres el santísimo Pablo.

—No puedo negar que muchos me rezan.

Valeria volvió a reírse; Dios amaba esa risa. Se acercó un poco más, acortando la distancia entre nosotros, mientras seguía mirándome con esa mezcla de desafío y diversión.

—¿Ah, sí? —dijo, alzando una ceja—. ¿Y qué milagros haces tú, santísimo?

Me encogí de hombros, fingiendo modestia mientras la miraba de arriba abajo, dejando claro que ella era la respuesta.

—Hago que las mujeres hermosas se enamoren de mí —respondí, guiñándole un ojo—. También se desnudan y...

Ella puso los ojos en blanco, pero no podía disimular la sonrisa en sus labios.

—Vas a tener que esforzarte un poco más para impresionarme, Pablo.

—¿Te parece que una tarde conmigo no es suficiente? —dije con una sonrisa socarrona—. No todos los días invito a alguien a una cita tan exclusiva.

Valeria negó riéndose a la vez que sonaba un ding y las puertas del ascensor se abrieron dejando ver el lobby. Rápidamente dio media vuelta y empezó a caminar; la seguí volviéndome a poner a su lado y me puse las gafas de sol para que no me reconocieran.

—Sigues con ese encanto tuyo —murmuró volviendo a la conversación de hace unos segundos.

—Es un don natural —respondí, ajustándome las gafas mientras salíamos al bullicio del lobby. A pesar de lo que pudiera parecer, siempre había una especie de juego entre nosotros. Ella intentaba resistirse a ese "encanto" del que hablaba, pero sabía que en el fondo le gustaba tanto como a mí me gustaba verla sonreír.

Valeria se detuvo un momento y me miró de reojo antes de seguir caminando hacia la salida del hotel. No pude evitar sonreír para mí mismo. Cada vez que parecía que estaba cediendo, volvía a levantar sus barreras. Pero eso era lo que me hacía quererla aún más.

—Lo que sí me impresiona —dijo mientras nos dirigíamos al coche— es que no te hayas cansado de intentarlo.

—¿Cansarme? —respondí rápidamente—. Me da energía. Si fuera fácil, no tendría gracia.

Ella rió de nuevo, esa risa que, si bien a veces sonaba como un reto, siempre dejaba un eco de complicidad entre nosotros. Subió al coche y cerró la puerta suavemente, mientras yo rodeaba el vehículo para ponerme al volante. Había planeado una cita en un museo que nos esperaba, pero sabía que la verdadera obra de arte de ese día sería el tiempo que pasáramos juntos.

—Oye, debería manejar yo, ¿no crees?

—¿Ah, sí? —respondí mientras encendía el coche—. ¿Por qué, señorita Rosón?

—No me fío de ti detrás de un volante.

—Oye, aprobé mis exámenes.

—¿A la tercera?

A la cuarta, a decir verdad, pero ella no lo debía de saber.

—Venga, conduzco yo que vivo en este país hace ya más de 3 años y tú de seguro te saltas los semáforos.

—No me salto los semáforos —Valeria me dio esa mirada seria a la que no podía resistirme y estiró su mano para que le diera las llaves—. Pero es una sorpresa a donde te llevaré.

—Me terminaré enterando por el GPS, Pablo.

Solté un bufido y le entregué las llaves. Me bajé del coche e intercambiamos lugares.Una vez que ocupé el asiento del copiloto, me acomodé en el asiento y observé a Valeria mientras se ajustaba el espejo retrovisor y el asiento. La forma en que lo hacía, con ese aire de seguridad, me hizo sonreír de nostalgia.

Parecerá absurdo, pero la conocía desde los 16 y muchas veces hablamos sobre cómo sería aprender a conducir, que nos apuntaríamos juntos a las clases y que el primero en obtener el carnet le invitaría una cita al otro. No estuve para verla mientras aprendía a manejar, ni nos apuntamos juntos en clase, ni estaba seguro de quien fue el primero en sacar el carnet; se sentía raro estar en el asiento de copiloto viéndola manejar. Se sentía raro porque hace un mes no sabía nada de ella y allí estábamos, en una cita.

—Espero que no tengas problemas de aparcamiento, o puede que tenga que ir a rescatarte —dije, bromeando mientras ella arrancaba el motor.

—Te apuesto 100 pavos a que aparco mejor que tú —respondió, girando la cabeza hacia mí con una sonrisa retadora.

—Pues va, 100 pavos.

Y un par de besos.

Valeria asintió mientras ponía el coche en marcha y, con la vista fija al frente, conducía hasta salir del todo de la propiedad. Mientras la veía manejar, no podía evitar recordar nuestras conversaciones de cuando éramos adolescentes,retándonos y sacándonos de quicio cada vez que uno de los dos ganaba.

—Espero que estés listo para perder —dijo con una sonrisa mientras nos acercábamos a una intersección.

—No lo creo. No soy de los que pierden tan fácilmente, Valeria. Es imposible que pierda, imposible —respondí, devolviéndole la sonrisa.

Ella me lanzó una mirada rápida y volvió a concentrarse en la carretera, pero podía sentir cómo el ambiente se llenaba de una mezcla de nostalgia y algo nuevo, una conexión que creía haber perdido pero que, al parecer, nunca se había desvanecido del todo.

—Te recuerdo que yo siempre te he ganado —murmuró con ese tono burlón que tanto me gustaba.

—Te estás equivocando, yo siempre te ganaba —le respondí, provocando que sonriera aún más.

Miré por la ventana, intentando calmar el pequeño nerviosismo que se formaba en mi pecho. Una semana atrás no tenía idea de dónde estaba ella, ni siquiera sabía si alguna vez volvería a verla. Ahora, estábamos en una cita, como si el tiempo se hubiera comprimido, llevándonos de nuevo a esos momentos de nuestra juventud, pero con la madurez y las cicatrices que habíamos acumulado.

—¿A dónde iremos? —preguntó.

—Es una sorpresa.

—Igual me iba a enterar. Venga, dímelo.

—No tienes remedio, ¿eh? —le dije con una sonrisa ladeada, soltando un suspiro teatral, fingiendo rendirme—. Está bien, está bien. Vamos al Museo de Bellas Artes. ¿Contenta ahora?

Valeria me miró sorprendida, levantando una ceja.

—¿Un museo? —preguntó, con un tono de incredulidad—. ¿Ese es tu plan para impresionarme?

—¿Qué? ¿No me vas a decir que no te gusta el arte? —repliqué, divertido.

Ella se encogió de hombros, haciéndose la pensativa.

—Bueno, puede que me guste. Pero pensé que intentarías algo más... no sé, emocionante.

—Un museo es solo el comienzo.

Valeria continuó conduciendo, escuchando y siguiendo las indicaciones del GPS, mientras yo me acomodaba en el asiento del copiloto, observándola de reojo. La había observado muchas veces, podía reconocer cada uno de sus lunares y saber en qué parte de su cuerpo iban. Podía perderme en la curva de su mandíbula y cuello; podía pasarme miles de horas viéndola, hipnotizado de su apariencia. Tenerla a mi lado, perdida en la seriedad que tenía al conducir.

Mis ojos se desviaron hacia su muñeca, y entonces lo noté. Llevaba puesto el brazalete que le había regalado hacía un tiempo. Era una pieza sencilla, pero cargada de significado. Recuerdo haberlo elegido cuidadosamente, los dijes, pensando en algo que pudiera llevar siempre, algo que, aunque pasaran los años, le recordara lo que era y de paso que se acordara de mí.

—Llevas el brazalete —dije en voz baja, más para mí mismo que para ella.

Valeria bajó la mirada brevemente hacia su muñeca y luego me dedicó una sonrisa fugaz, como si no le diera demasiada importancia.

—Sí, lo encontré hace poco —respondió con un tono despreocupado, pero pude notar que había algo más detrás de esas palabras. Me estaba mintiendo, no me miraba a los ojos.

—No me miras a los ojos —susurré.

—¿Qué?

—Sigues siendo una pésima mentirosa.

—¿Por qué no te miró a los ojos? —dijo, esta vez mirándome por un segundo más antes de volver su atención a la carretera—. Estoy conduciendo.

Me quedé en silencio por un momento, observando cómo sus dedos se ponían rígidos sobre el volante, mientras el brazalete brillaba ligeramente bajo la luz del sol. Era extraño, pero esa pequeña joya hacía que todo se sintiera más... real.

—Es precioso —dije, rompiendo el silencio, tratando de mantener mi tono ligero—. Al igual que tú.

—Tú y tus cumplidos —respondió, esta vez con una sonrisa sincera—. Pero gracias. —Volteó a verme y me miró directo a los ojos—. Es mi amuleto de la suerte.

El corazón brincó dentro de mi pecho y, gracias a Dios, Valeria dejó de mirarme, porque sus palabras y miradas iban a hacer que mi corazón saliera saltando de mi pecho. Fingí normalidad y encendí la radio.

I don't wanna die or fade away
I just wanna be someone
I just wanna be someone

El corazón se me apretó un poco más al escucharla tararear. Me aclaré la garganta y, sin pensarlo demasiado, comencé a cantar también aunque no me sabía del todo la letra; yo solo seguía a Valeria.

Ella se rió suavemente, dándome una mirada rápida antes de volver a concentrarse en la carretera.

—No sabes la letra —rió por lo bajito.

—Claro que me la sé.

Cante otro trozo de la canción; ya la había escuchado antes. Era someone to you de Banners.

Valeria siguió cantando y yo la seguía. Cantábamos como si volviéramos a ser aquellos dos adolescentes que compartían bromas tontas y sueños. Había algo muy natural en ese momento, como si los años que habíamos pasado separados nunca hubieran existido.

—Eres pésimo cantando —dijo Valeria, con un brillo en los ojos que fue a buscar y encontró.

—Por eso canto contigo, para disimularlo —respondí, inclinándome un poco hacia ella mientras la canción seguía sonando—. Nos conocemos tan bien que me puedo permitir ser un desastre y aun así suena bien, ¿no?

Ella me lanzó una mirada burlona, pero esta vez no respondió. Solo sonreímos, dejándonos llevar por la música y ese viejo recuerdo compartido. Mientras nuestras voces se entrelazaban con la canción, sentí una calidez en el pecho que hacía tiempo no experimentaba.

Cantábamos juntos como si nunca hubiéramos dejado de hacerlo. Y en ese momento, me di cuenta de que, de alguna manera, Valeria y yo siempre habíamos sido eso: dos voces que encajaban, aunque a veces desafináramos.

Al llegar al museo, la maldita preciosidad de Valeria aparcó como si fuera una experta. No como yo, que mayormente me demora un buen de tiempo y terminaba haciéndolo mal; me había ganado un par de multas, a decir verdad, pero esto no lo debía de saber ella.

No sé cómo lo haría, pero terminaría ganando esto.

—Al regresar lo aparcas tú —dijo desafiante antes de bajar del coche; ni siquiera me dio tiempo de bajarle y abrirle yo la puerta.

Me bajé del coche y cerré la puerta detrás de mí, y caminé para ponerme al lado de Valeria, donde me debatí si era adecuado tomarle la mano. Lo iba a hacer, fui acercando mi mano a la suya para empezar esta cita, pero a unos milímetros de tomar su mano, ella la apartó sin siquiera darse cuenta.

Guardé mis manos en mis bolsillos, viendo cómo Val sacaba una gorra azul de su bolso y se la ponía. Se acomodó unos mechones y, al estar lista, me miró.

—No sabía que el arte empezaba antes de entrar —murmuró, lanzando una mirada a su alrededor; la seguí con la mirada y aquella paz verde que rodeaba el museo era una obra de arte.

Quizá cualquier turista se perdiera ante tan obra de arte de la naturaleza, quizá sea lo primero que llame la atención, pero para mí, Valeria se llevaba todas mis miradas. Era preciosa.

—Es bello —murmuré acomodándole la gorra; noté que era de los Yankees y la conocía a la perfección. Sabía de qué se trataba aquel guiño de sus libros favoritos. Los primeros libros que leyó.

—La gorra de los Yankees te vuelve invisible, ¿no? —le dije, riendo suavemente mientras hacía referencia a la famosa gorra de Annabeth Chase en Percy Jackson.

—Eso elijo creer —respondió Valeria con una sonrisa fantasiosa que siempre ponía al hablar de sus libros.

—Me la tendrás que prestar un par de veces —dije, intentando no ponerme nervioso al notar que algunas personas ya se habían fijado en mí.

—Tendrás que conseguirte la tuya —Me guiñó un ojo y me dio un suave empujoncito con su hombro para empezar a caminar por el sendero bordeado de césped bien cuidado, con árboles frondosos que brindaban sombra, mientras el sol de Texas caía fuerte sobre nosotros. A lo lejos, unas esculturas metálicas se alzaban imponentes, como centinelas silenciosas de un lugar donde el arte fluía tanto en el interior como en el exterior.

Valeria caminaba a mi lado, ajustándose la gorra de los Yankees y mirando discretamente a su alrededor. El sonido de una fuente cercana burbujeaba suavemente, mezclándose con el canto de los pájaros y el murmullo lejano de los coches. Parecía que estábamos entrando a otro mundo, como si Valeria hubiese traído uno de sus libros y me jalara entre las páginas.

A lo lejos, unas esculturas metálicas se alzaban imponentes. Como dos guardianes que intimidaban.

—Es un jardín de esculturas, Lillie and Hugh Roy Cullen Sculpture Garden —murmuró Valeria a mi lado con ese inglés tan fluido que había mejorado más—. Parecen centinelas silenciosas, ¿verdad?

Abrí mi boca para confesarle que me daban un poco de miedo. Pero me detuve al verla cómo rápidamente sacaba una libreta de su bolsa y escribía algo rápido.

—Perdona, se me ocurrió algo y no quiero que se me olvide —dijo con una sonrisa tímida, apenas mirándome mientras guardaba su libreta.

Yo de ella, la tendría pegada en la mano. Recién iniciábamos.

Sonreí, orgulloso de que mi cita iba por buen camino. Sabía cómo era Valeria, a cada lugar que iba encontraba algo que le inspirara. Y verla sacar su libreta aquí, en el jardín de esculturas, no era ninguna sorpresa para mí. Desde que éramos novios a los 16, siempre había sido así. Observadora, atenta, capaz de encontrar una historia en cualquier cosa que la rodeara. Quizá por eso nunca pude quitarla de mi cabeza, porque siempre encontraba la manera de hacer que todo pareciera nuevo, como si cada momento tuviera algo escondido que solo ella podía descubrir.

Nos acercamos a la entrada del museo, y a pesar de las miradas curiosas de algunos visitantes, ella seguía absorta en sus pensamientos, como si el resto del mundo no importara. Me encantaba eso de Valeria. Pero hoy no solo quería recordarle lo mucho que disfrutaba de su compañía; quería que se sintiera inspirada de nuevo. Desde que me contó lo del fraude con su editorial, había notado que estaba apagada, como si algo hubiera robado su chispa creativa. Y yo no podía permitir eso.

—¿Por qué me miras así? —preguntó ella, alzando una ceja cuando notó que la observaba.

—Porque siempre llevas tu libreta contigo —le respondí con una sonrisa—. Me acordé de aquella vez en la Costa Brava, cuando me asustaste diciéndome que había fantasmas y lo apuntaste en tu libreta y hoy en día es uno de los libros más vendidos.

Valeria soltó una carcajada al recordar.

—¡Claro! Y tú estabas tan pálido que quisiste que te acompañara al baño.

—Es que lo dijiste con tanta convicción —respondí, negando con la cabeza—. Pero mira dónde estamos ahora, ¿quién diría que esa broma tonta se convertiría en un bestseller?

Ella sonrió, y por un segundo sus ojos brillaron con ese orgullo que siempre aparecía cuando hablaba de sus historias.

—Sí, ¿quién lo diría...? —susurró y por un instante vi a esa Valeria de 16 que no sabía qué hacer con su vida, cuando literalmente siempre lo llevaba en su bolso.

Aquella niña desapareció cuando levantó la mirada hacia las esculturas que nos rodeaban, tomando una bocanada de aire como si intentara absorber cada detalle. Sabía que su mente ya estaba trabajando, conectando ideas, trazando las primeras líneas de una nueva historia, como siempre lo hacía. Estaba claro que este lugar la inspiraría.

—¿Sabes? —dije, acercándome un poco más—. Te traje aquí para recordarte que siempre has encontrado magia en cualquier lugar. Y que lo seguirás haciendo. No importa lo que pase.

Ella asintió, con una sonrisa nostálgica en los labios.

—Sí, a veces creía que me dejarías porque pensarías que estaba loca por sacar ideas de cualquier cosa. Creí que te aburría...

Sus palabras hicieron que volviera aquella jovencita de mirada triste. Aquella que dejé en su casa con lágrimas en los ojos solo porque, a diferencia de ella, yo no tenía ese poder con las palabras.

Nunca le dije aquella verdad y creo que era mejor no remover heridas del pasado.

—Hombre, si esa era tu manera de flirtear —dije con una risa que espantó a los fantasmas del pasado. A mis fantasmas.

—¿Lo conseguí?

—Me traes loco desde...

Valeria me tapó la boca con las manos y negó con la cabeza.

—No hagas que te quiera besar en medio de toda esta gente, porque lo haré —susurró y dejó en paz mi boca. Sonreí y cambié mis palabras.

—Está bien. Solo porque quiero a tus besos en...

—¡Pablo!

Me reí, ni siquiera me dejó terminar. Era una guarra.

Alcé mis manos en son de paz, fingiendo que iba a decir lo que ella había pensado. Aquella guarrada que la hacía sonrojar y que era mejor no pensar si no quería un impedimento al caminar.

—Sabía que siempre verías más allá de lo evidente. Por eso te traje aquí. Quiero que tengas nuevas ideas, nuevos comienzos. Que dejes atrás lo que pasó con esa puta editorial.

Valeria se quedó en silencio por un momento, mirándome con esos ojos llenos de algo que nunca pude descifrar del todo, y luego bajó la mirada a su bolso, donde estaba su libreta.

—¿Por eso me trajiste a este museo? —preguntó en un tono suave.

—Sí —admití, dando un paso más cerca de ella—. Sé que has pasado por momentos duros. Pero no quiero que pierdas eso que te hace única. No quiero que dejes de escribir.

Ella me miró de nuevo, y esta vez su sonrisa fue más cálida, sincera, y me dejó un beso en la mejilla.

—Gracias, Pablo.

Escuché los susurros a nuestro alrededor, pinchando la burbuja de nosotros dos. Aquel beso había causado que mi corazón y las miradas junto a los murmullos se dispararan hasta el cielo.

—Lo bueno es que no tendremos que lidiar mucho con ellos —dije en voz baja mientras nos acercábamos a uno de los principales edificios—. Tengo una reservación privada.

—¿Por qué eres Pablo Valdez?

—El mismo que viste y calza. —Me hice el engreído acomodando el cuello de la camiseta que llevaba.

Valeria rió a mi lado, esa risita que me enamoraba cada vez más.

Nos acercamos a las puertas del museo, con sus grandes ventanales que reflejaban el cielo despejado. Apenas entramos al museo, captamos miradas de algunos turistas y también de uno de los encargados que a pasos rápidos se acercó a nosotros.

—Bienvenidos —dijo con una inclinación de cabeza—. Señor Valdez, su reserva está lista. Si me acompañan, les mostraré el camino a su recorrido privado.

Seguimos al hombre y volví a tener la duda de si tomar su mano o no. Tenía presente las miradas puestas en nosotros y tomar su mano significaría más titulares de los que ya saldrán. Aunque el beso decía más que tomar su mano. A la mierda, tomaría su mano.

Sus dedos rozaban con los míos, ese gesto tan familiar que muchas veces me hacía sonrojar. Estaba decidido a enredar mis dedos con los suyos y justo cuando era el momento, el hombre nos dejó frente a una puerta.

—Todo está en orden, como nos lo pidió señor Valdez —dijo, entregándome un pequeño dispositivo, uno de esos aparatos para audioguías—. Cualquier cosa, no dude en llamarme.

Se despidió con una sonrisa, dejándonos a solas, no sin antes abrir la puerta e invitarnos a pasar a un pasillo que conducía a una de las galerías que había reservado.

—Los miedosos primero —dijo Valeria con una sonrisa burlona—. Les sigues teniendo miedo a los fantasmas, ¿verdad? —Sus ojos me dejaron sin palabras—. Pues venga. Yo te cubro.

Uno quería ser caballero, pero ella se me adelantaba cada vez que tenía la oportunidad.

Fui el primero en entrar, seguido de Valeria que no dudó en ponerse a mi lado.

Al llegar a la galería, le di una rápida mirada. Las paredes estaban adornadas con una selección de obras modernas y esculturas abstractas; la luz suave hacía que todo se sintiera íntimo, con un aire fresco y sereno que nos envolvió. Las paredes de mármol, las esculturas y los cuadros nos recibieron en silencio.

—Este lugar tiene un encanto único —dijo Valeria, su voz baja y reverente, como si no quisiera perturbar la tranquilidad del lugar.

—Lo sé, pero no te preocupes, tenemos todo el tiempo para disfrutarlo sin prisa. Hoy seré tu guía —le respondí, sonriendo con un toque de picardía.

Valeria arqueó una ceja, mirándome con curiosidad.

—¿Tú? ¿El mismo que apenas distingue entre el Renacimiento y el Barroco?

Me reí, fingiendo indignación al llevarme una mano al pecho.

—Oye, no subestimes mi capacidad de improvisar. Además, que me pase todo el vuelo estudiando —dije y, aunque tenía el clásico aparato con audios explicativos del museo, no pensaba usarlo como lo haría un guía. Yo le daría una versión personalizada.

Valeria rió, aquella risita que siempre lograba derretirme un poco más. Caminamos juntos hacia la primera sala, donde los retratos nos observaban desde sus marcos antiguos. Mientras nos acercábamos a una pintura clásica, tomé aire y comencé mi relato.

—Bien, este es el famosísimo... —Me aclaré la garganta y la miré con seriedad—. Es un cuadro pintado por Monet. Se llama... espera, Nenúfares. Fue pintado desde su jardín en Giverny. ¿Sabías que Monet tenía obsesión con pintar su jardín? Hasta le puso nombre a cada flor.

Ella frunció el ceño, divertida.

—¿Te lo acabas de inventar, verdad?

Sonreí.

—Quizá un poco, pero suena bien, ¿no?

Valeria se carcajeó negando y, entre aquellas risas, por fin pude tomarla de la mano. Sus dedos acariciaron los míos. En ese momento confirmé que Valeria seguía siendo mi Val.

—Te sigue sudando la mano —murmuró Val, avergonzándome como la primera vez que tomé su mano.

—No me avergüences —Bajé la mirada a nuestras manos entrelazadas y volví a subir la mirada a sus ojos; no dudé ni un segundo en dejarle un beso en la frente y, antes de que la sangre me hirviera más en el rostro, tiré de ella con suavidad y firmeza—. Continuemos.

Seguí haciendo reír a Valeria con mis ocurrencias; quizá ante los ojos de alguien que apreciara el arte, mis palabras estuvieran mal vistas. Pero en ese instante yo solo quería impresionar a Val, hacerla reír para dejarle más en claro que yo era el indicado y para seguir confirmando que esa risa era la que quería escuchar todos los días de mi vida.

—Este es el retrato de la mujer con sombrero —improvisé, señalando la pintura con aire solemne—. Según algunos expertos, se decía que esta mujer era tan elegante que las flores del sombrero la elegían a ella, y no al revés.

Valeria se rió en voz baja, acercándose para observar los detalles del cuadro.

—Es muy bello.

—Tan bello que dicen que este sombrero fue la inspiración para un desfile de moda en París en los años veinte, pero nadie sabe si la modelo sobrevivió al peso de las flores.

Valeria se rió tan fuerte que tuvo que taparse la boca, avergonzada de que alguien la escuchara. Pero estábamos a solas, que me reí igual de fuerte que ella; ambos nos reímos y seguimos caminando y, cada vez que nos deteníamos ante una obra, yo me inventaba alguna historia rocambolesca o exagerada, tratando de sacarle una sonrisa. Pero entre bromas y risas, también me tomaba momentos para observarla. Valeria estudiaba las obras, tomando notas en su libreta, completamente concentrada, y en esos momentos me daba cuenta de lo mucho que me gustaba estar con ella. ¿Cómo había podido sobrevivir casi cuatro años sin ella?

Nos detuvimos frente a una escultura de mármol que representaba a una diosa griega. Valeria la miraba fascinada, mientras yo decidí acercarme un poco más y hablar en voz baja, con tono misterioso.

—Esta es la famosa... eh... Afrodita del doble giro —dije, mirando la escultura—. Según la leyenda, ella era tan hermosa que los dioses decidieron convertirla en mármol, para que los mortales no se distrajeran demasiado cuando la vieran.

Valeria me dio un ligero codazo, entre risas.

—A veces me sorprende tu imaginación —dijo, sonriendo ampliamente.

—Gracias, es un don —respondí con falsa modestia—. Aunque, si te soy sincero, la razón real por la que estamos aquí es porque... bueno, he preparado algo especial para ti.

Sus ojos se iluminaron con curiosidad.

—¿Especial? ¿Qué es? —preguntó, acercándose un poco más, con esa chispa de intriga que me encantaba.

—Venga, vamos.

Volví a tirar de ella, pero esta vez no caminamos, más bien corrimos, entre risas.

—¿Estás seguro de que sabes a dónde vas?

—Confía en mí.

La verdad es que hablé por teléfono con el supervisor y me explicó cómo llegar a la otra galería y yo estaba perdido, peor que mamá con el GPS por Barcelona.

No sé cuántas vueltas dimos hasta que por fin llegamos a una puerta que decía "luces inmersivas" y, antes de que Valeria se diera cuenta, le tape los ojos con ambas manos.

—Confía en mí.

—Con los ojos cerrados, literalmente.

La guié hasta entrar a la sala y, apenas di una ojeada del lugar, vi lo asombroso que era. Si en las fotos que me enviaron supe que era hermoso, pues en vivo y en directo parecía un cielo nocturno con miles de estrellas a nuestro alcance.

—¿Lista para empezar?

—Lista.

Aparté mis manos de sus ojos y me puse al lado de ella, viendo cómo caminaba hasta el medio de la sala, mirando a su alrededor con los ojos bien abiertos, su libreta ya en la mano, como siempre.

—Es... precioso —susurró, su voz apenas rompiendo el silencio.

—Sabía que te gustaría —le respondí, acercándome a su lado.

Las luces bailaban suavemente, creando destellos sobre su rostro. En ese momento, no había ningún cuadro que pudiera compararse a la belleza de Valeria allí, bajo la suave luz dorada.

—¿Ya encontraste lo que escondí? —le pregunté en tono juguetón.

Valeria me miró con curiosidad y luego volvió a observar a su alrededor. Frunció el ceño, como si tratara de descifrar un enigma. Y entonces, lo vio. Pequeñas letras formadas por las sombras proyectadas en una de las paredes, una tras otra, que decían: Te brillan los ojos, mi Val.

Ella sonrió, esa sonrisa que siempre me volvía loco.

—¿Tú hiciste esto? —preguntó, mirándome con asombro.

Me encogí de hombros y caminé hacia ella. Al estar frente a frente, con los ojos fijos en los suyos, le susurré, quitando aquella gorra de la invisibilidad.

—Soy un tío romántico.

—Lo eres, joder. —Y sin decir más, me agarró del cuello de la camiseta y tiró de mí, estampando sus labios con los míos. Ese tipo de beso que detenía el tiempo y que solo me daba Valeria.

El beso con Valeria fue uno de esos que te dejan sin aliento, de esos que solo ella sabía dar. Justo cuando creí que el mundo había dejado de girar, un estruendo nos sobresaltó. Un ruido agudo invadió el museo y ambos nos separamos de golpe.

—¿Qué demonios...?

Antes de que pudiera responder, una voz por los altavoces interrumpió el silencio:

—Atención, por favor —la voz del altavoz resonó por todo el lugar—. Este es un aviso de emergencia. Por favor, sigan el protocolo Lockdown.

—Pablo... dime que esto es otra de tus bromas. —Valeria me miró con esos ojos llenos de reproche, como si supiera que tenía algo que ver.

—Te juro que no fui yo esta vez —dije, nervioso mientras la tomaba de la mano—. Vamos, hay que salir de aquí antes de que se ponga peor.

—No... que al salir puede haber un tío loco con un arma... —susurró Val, apretando mi mano con fuerza. Su mirada estaba clavada en la puerta de salida, como si esperara que en cualquier momento alguien irrumpiera—. Pablo...

—No va a pasar nada —le respondí, en un intento de calmar sus nervios—. Pero prefiero que salgamos antes de que nos toque averiguarlo.

—No... han dicho que sigamos el protocolo Lockdown... es confinamiento...

Nos quedamos quietos un segundo, escuchando el eco de la sirena que inundaba el museo. La incertidumbre se sentía en el aire, y por primera vez, no sabía qué hacer para tranquilizarla. Mi cerebro trabajaba a mil por hora buscando una salida, pero lo único que lograba escuchar era la respiración acelerada de Valeria.

—Pablo... —murmuró, más nerviosa.

—Ya sé, ya sé. —La jalé con cuidado hacia un rincón más seguro.

Justo cuando estaba a punto de sugerir que buscáramos algún escondite o salida lateral, un guardia de seguridad apareció corriendo hacia nosotros.

—¡Es una falsa alarma! —nos gritó desde la distancia—. Todo está bajo control, no hay peligro.

💌💌💌

Después de ese gran susto que obviamente no planeé, Valeria condujo por la carretera, guiándose del GPS. El día no acababa y pensaba en seguir con una cena en el hotel, pero ella me sorprendió al llevarme a un restaurante.

—Espérame aquí, vengo rápido.

Se bajó del coche y volvió a ponerse la gorra de los Yankees. La seguí de vista antes de perderse en el local.

Miré mi móvil y respondí algunos mensajes, en especial a Aurora, que no dejaba de insistir en cómo iba esta cita.

Me:

Genial 😁

Ya pronto volverá a ser tu cuñis
🙈


Dejé el móvil a un lado y vi que Valeria había dejado su libreta y el móvil. Por mi mente pasó que echarle una ojeada a lo que había apuntado no le haría daño a nadie; la mano me picaba por verla y más de una vez la agarré y volví a ponerla en el asiento.

Leer lo que escribía era algo personal, lo sabía porque me dejaba leer lo que escribía, pero también había escritos que no me dejaba y a veces leí sin su permiso y debía de fingir demencia. Así que me obligué a no abrir su libreta y solo me imaginé y quería creer que mi nombre estaba de vuelta entre esas hojas.

De pronto su móvil empezó a sonar, lo dejé pasar, pero seguía sonando y Valeria seguía sin venir. Agarré el móvil y vi que decía "Bestie". En automático pensé que se trataba de Carla y sin pensarlo contesté. A ella también la extraña demasiado.

—Hola, rubia tonta, ¿adivina quién volvió? —Le di tiempo a que gritara de emoción por volver a escucharme, pero solo se escuchó un silencio—. Te dije que sería el padre de tus futuros sobrinos... —Seguía el silencio—¿Aló? ¿Carla?

No hubo respuesta al otro lado de la línea y cuando vi la pantalla, ya había colgado.

Mis sospechas de que Carla estaba enojada conmigo crecían más y más y no entendía el porqué.

—Llegué —Escuché la voz de Valeria junto a la puerta del coche siendo abierta—. ¿Qué haces con mi móvil?

La miré a ella, su expresión un poco seria al ver mi móvil entre mis manos. Se lo devolví.

—Carla te estaba llamando y contesté... yo... no te enojes, es Carla, yo...

—¿Y qué te dijo?

—Nada, creo que tu móvil no funciona o ella me hace la ley del hielo —respondí con una sonrisa que no salía del todo sincera.

Perdí a Valeria, perdí a Carla. Estaba recuperando a Valeria; necesitaba a mi Carla.

—Seguro es mi móvil.

No me miró a los ojos, solamente me entregó las bolsas de comida y miró el móvil con una expresión rara.

—Seguro.

Valeria guardó el móvil y regresó a verme con una expresión muy diferente a la de un segundo atrás. Fue como si se diera una sacudida y cambiara de vibras.

—Muero de hambre —dijo y empezó a sacar un par de cajas de comida, el coche no tardó en llenarse de un rico olor que hizo que mi estómago rugiera de hambre.

Metí uno de los rollos en mi boca y saboreé lo rico que estaban.

—¿Habías venido antes? —le pregunté.

—No, pero vi reseñas en Internet. Están ricos, ¿verdad?

Asentí metiéndome otro rollo.

—Sí, pero quiero McDonald's —murmuré, sacándole una sonrisa—. Cuando acabe el mundial, me comeré una hamburguesa gigantesca.

—Espero me invites.

—Más que invitada —susurré, acercando mi mano a la comisura de sus labios donde había una pequeña mancha de salsa. La limpié con suavidad, sintiendo cómo una chispa recorría mi cuerpo al tocar su piel.

—Es el momento en donde vuelves a besarme —susurró a centímetros de mis labios.

Sonreí, sintiendo la tensión en el aire. Sin pensarlo dos veces, incliné mi cabeza hacia ella y la besé, sintiendo la calidez de sus labios y el sabor a sushi en nuestra mezcla.

Joder, la amaba.

Al separarnos, volvimos a comer y no sé cómo llegamos a hacer una competencia de quién comía más rápido y terminé ganando y atragantándome entre risas.

Bebí de mi agua y vi el destello en su dedo anular. Aquel anillo seguía sin respuesta.

—¿Me dirás quién te dio ese anillo?

—¿Sigues interesado? —preguntó como si supiera que la otra vez, cuando se lo preguntó Aurora, era yo escondiéndome detrás de mi hermana.

—Pues me gustaría saber si no me estoy metiendo en una relación, aunque no me importaría ser el cuerno. La verdad.

Valeria rió por mis palabras y se encogió de hombros. Negándose a darme una respuesta.

—No seas mala.

—Solo es un recordatorio de que los momentos no ocurren dos veces en la vida.

💌💌💌

Los momentos no ocurren dos veces en la vida; las palabras de Valeria se repetían en mi mente, como si estuviera a centímetros de mi oído repitiendo aquellas palabras que me dejaron pensando en todos esos momentos que nunca volverían.

—¿En qué tanto piensas? —su pregunta me hizo mirarla.

Valeria estaba con la mirada fija en la carretera; aún así, su atención estaba en mí.

—En que tendré unos 100 pavos cuando te gane —dije, recordando el reto que no había pasado por mi cabeza en toda la cita, pero llegó justo en el momento preciso.

—Pues veamos quién se lleva esos 100 pavos. —Sin tenerlo previsto, Valeria se detuvo en una de las esquinas y se bajó del coche, haciéndome un ademán con la cabeza para que yo también me bajara.

Me bajé sabiendo que no era un experto en coches y que aparcaba como una mierda. Me estaba cagando por dentro y por fuera mostraba lo confiado que estaba.

Intercambiamos lugares y, cuando Valeria cerró la puerta, pisé el acelerador.

—Solo estamos a dos cuadras, no vayas como si estuvieras en la Fórmula 1 —dijo Valeria, riendo con esa calma que solo me ponía más nervioso.

Pisé el acelerador un poco más, intentando controlar el coche con la confianza de alguien que no tiene ni idea de lo que está haciendo.

Al llegar al aparcamiento del hotel, Valeria no apartó su mirada de mí, atenta a cada movimiento que hiciera sobre el volante.

—Prepárate para ver cómo se hace de verdad —dije, con una sonrisa confiada, mientras giraba el volante.

—Muy preparada —contestó mirando cada uno de mis movimientos, con una expresión divertida.

Le guiñé un ojo.

Avancé lentamente hacia la plaza de aparcamiento, calculando bien cada movimiento. Todo iba perfecto hasta que escuché un leve "¡crack!". Mi sonrisa se congeló y mi corazón se detuvo por un segundo. El sonido de metal raspando llenó el aire.

Valeria se llevó las manos a la boca para no reírse, pero falló estrepitosamente.

—¡Ese muro apareció de la nada! —exclamé, tratando de contener el pánico mientras Valeria se doblaba de la risa en el asiento del copiloto.

—¡¿De la nada?! —soltó entre risas, secándose una lágrima—. Claro, Pablo, los muros son muy sigilosos, siempre están acechando.

Me crucé de brazos, fingiendo estar ofendido.

—Bueno, al menos no le di de lleno. Solo fue un rasguño... ¿No?

Valeria se bajó del coche con una risa burlona y se agachó para inspeccionar los daños. Desde mi asiento, vi cómo su sonrisa se desvanecía lentamente.

—Pablo... —empezó, con tono preocupado—. Creo que es algo más que un simple rasguño. ¡El coche es del hotel!

Bajé del coche, tratando de no entrar en pánico. Cuando vi la abolladura en la parte trasera y la mirada de regaño de Valeria, me hizo sonreír como un niño que acababa de cometer una pequeña travesura.

—Bueno, parece que la apuesta la ganaste tú —dije con un suspiro, intentando aligerar la situación.

Valeria sonrió triunfante y me dio un empujón juguetón.

—Pensé que para ti era imposible perder —dijo y añadió, remendándome—. Imposible.

—He hecho una excepción por ti.

—¿Perdona?

—Te he dejado ganar.

Valeria negó con una sonrisa, se cruzó de brazos y me apuntó con su dedo.

—Esa es tu mayor excusa.

Me encogí de hombros y, sin dar el brazo a torcer, dije:

—Te doy tus 100 pavos y... —Mordí mi labio inferior y, tomándola por sorpresa, enredé mis brazos en su cintura—... Unos cuantos besos.

Rodó los ojos, pero antes de que pudiera contestar. Rocé mis labios suavemente con los de ella, y antes de que pudiera procesarlo, la estaba besando con ganas y con bastante convicción.

Me estaba ahogando en sus besos, en lo suaves que eran, en cómo sus manos acariciaron mis mejillas hasta detenerse en mi nuca. Mis brazos la apretaron más contra mí y justo en ese momento escuché el característico sonido de un móvil al tomar una fotografía.

Nos separamos de golpe, ambos girándonos al mismo tiempo para ver a una chica con el móvil en mano, mirando la pantalla con una sonrisa victoriosa antes de salir corriendo. 






















¡Hola, queridxs champiñones! 💕 Espero que hayan disfrutado este capítulo tanto como yo disfruté escribiéndolo. Valeria y Pablo están atravesando un momento lleno de emociones, ¿no creen? Entre los recuerdos del pasado, las risas y esa conexión tan única que comparten, no puedo esperar a saber qué opinan ustedes. 

Para conocer sus pensamientos, aquí van algunas preguntas: 

1. ¿Qué les pareció la dinámica entre Pablo y Valeria durante la cita?

2. ¿Creen que la fotografía afectará la relación y el curso de la historia?

3. Sabemos que Pablo y Valeria son personajes públicos dentro de la historia ¿como creen que reaccione sus "fans" al saber que están juntos?

4. ¿Cuál fue su parte favorita?

5. ¿Creen que Pablo y Val, siguen siendo Pablo y Val?  

Sus comentarios siempre me inspiran y me ayudan a mejorar la historia, ¡así que no duden en compartir sus ideas, teorías y momentos favoritos del capítulo! Nos vemos en los comentarios y en el siguiente capítulo. 

Por cierto, si disfrutaron del capítulo, no se olviden de votar 🌟. Cada voto y comentario hace que esta historia crezca y que yo siga emocionada por escribir más para ustedes. 

Con cariño, 
Anto💌

Ig: ancovi12
Tiktok: ancovi12

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