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Esto Sí Pasó - Capítulo 9


"Me das miedo"


"¿Cuándo te moriste?"



Estas fueron algunas de las frases que marcaron toda mi vida de colegio, tanto en primaria como en la secundaria. Y es que tuve la desdicha de compartir tiempo, espacio y lugar con la misma gente desconsiderada y estúpida durante 11 años. El bullying es igual tanto en un colegio particular como en uno estatal, esto lo creo firmemente ya que la crueldad de los jóvenes es independiente a su estatus social e incluso a la educación recibida en casa.


Pero aquí me estoy adelantando, iré desde el principio. Algo que tuvo claro mi madre desde mi nacimiento, es que no era un chico normal. Al nacer, estaba claro que estaba vivo, pero no lloré. Me cuenta que, lejos de llorar, lo primero que hice fue bostezar, mover mis brazos y piernas e intentar abrir mis ojos. Los doctores quedaron sorprendidos y por un momento pensaron que había nacido ciego. Sin embargo, mi madre les confirmó que lo mío era algo genético puesto que mi abuelo tenía ojos similares a los míos. Mis primeras lágrimas fueron por hambre.


Un hospital estatal durante la puesta de sol en una tarde de invierno, fue el lugar donde nací. Apenas pocos días después, vinieron mis 4 abuelos para ayudar a mi mamá y llevarnos a casa. Mi papá estuvo el día que nací, pero por tema de trabajo no se podía quedar tanto como hubiese querido. Según mis padres, para cuando llegamos a casa se armó una gran fiesta con familiares que no veíamos desde hace mucho y desde entonces no se ha vuelto a dar algo así. Fui el primer nieto para todos mis abuelos, por lo que "había que celebrar la coincidencia", como decían. Me olvidé destacar que mis padres tenían la misma edad cuando me tuvieron: 27 años.


A partir de este punto, la estimulación temprana y mis primeros años de estudios en educación inicial están completamente borrados de mi mente. Mis recuerdos comienzan en los primeros años de primaria. Vagamente me acuerdo lo emocionado que estaba por iniciar esta nueva etapa en un nuevo lugar. Recuerdo a mi madre preparando mi uniforme la noche anterior con mucha alegría, los ingredientes para mi lonchera, mis útiles y el rollo para la cámara ya que quería tomarme una foto en la puerta del colegio. Recuerdo que apenas pude dormir esa noche, pero la emoción hizo que obedeciera y me sintiera capaz de todo para el día siguiente.


Al llegar al lugar, me tomaron muchas fotos. Recuerdo que no tuve problemas para separarme de mi familia a diferencia de otros niños que lloraban desconsoladamente, como si los estuvieran abandonando. No fue difícil ubicarme, solo tenía que decirle a un auxiliar cuál era mi salón y de inmediato me guiaron para allá. A partir de aquí el recuerdo es más claro. El lugar era un desmadre total, muchos de estos chicos se conocían desde la educación inicial y ya eran amigos desde entonces. Yo, por mi lado, era nuevo. Tuve miedo de acercarme, no era muy extrovertido entonces. Fue entonces cuando vi a lo lejos a otro niño que, como yo, se encontraba alejado de los demás. Por su expresión, lo noté fastidiado y por un momento pensé que sería el punto de partida perfecto para comenzar a relacionarme con mis nuevos compañeros. "Hola, ¿Cómo estás? Mi nombre es..." fue lo único que alcancé a decir, antes que ese chico me respondiera con la primera de muchas frases que marcarían mi vida escolar. "¿Ah? ¿Y tu cuando te moriste?". A la primera no entendí a lo que hacía referencia, mi error fue preguntar, porque respondió con la segunda escandalosamente mientras se reía: "Porque tienes ojos de pescado muerto jajajaja".


Esa fue la primera de muchas desilusiones en mi vida. Como virus en pandemia, a todos los chicos se les pegó el repetir como loros el apodo que me había ganado y desde entonces, cada vez que podían, empezaban a insultarme. Al principio no me molestó tanto el apodo, lo que me dolió fue que no me dieran la oportunidad de darme a conocer. Con el tiempo, el apodo fue mutando a cosas mucho peores y comenzó a molestarme de verdad. Para luego pasar al odio una vez entrada la secundaria. No hace falta destacar que lo que tuve entonces no fueron amigos, sino meros conocidos con los que debía compartir 8 horas de mi vida durante 5 días a la semana. Mis padres poco o nada pudieron hacer para contrarrestar el bullying que me hacían, por el contrario, lo empeoraban con cada intervención. ¿Saben lo duro que es para un chico de primaria intentar contradecir sin éxito un apodo de algo físico más o menos evidente? Tenía que dar validez a mi vida ante seres despreciables, ridículos... inferiores...


En fin, como si no hubiese tenido suficiente con los chicos durante la primaria, el problema se hizo aún peor con las mujeres en secundaria. Ellas no eran de molestarse entre sí durante la primaria, pero al parecer en esta nueva etapa, con tal de mantener una sensación de pertenencia a un grupo o simplemente agradar a los chicos más populares, se sumaban a una crueldad establecida. Para este punto es fácil suponer que podría haber estado acostumbrado, pero fue un hecho el que se convirtió en la gota que derramó el vaso.


Fue en tercero de secundaria, lo recuerdo claramente. En ese año hubo varios nuevos que se integraron a mi salón. Me enamoré a primera vista de una señorita de nombre Catalina. Mi visión de ella era la de una rosa azul en un jardín de rosas rojas. Al igual que yo, muy poco se hablaba con los demás, tenía ya un grupo formado con otras dos chicas, pero solo se hacían compañía durante las horas libres. Durante los primeros meses de ese año la admiraba a lo lejos, sin valor de poder decirle palabra alguna, era una de las nuevas por lo que, pese a saber de mi apodo, no se dignaba a molestarme.


Fue a mitad de año, cuando nuestro tutor tuvo la idea de cambiarnos de sitio y ella terminó frente a mí. Aún temeroso de algún tipo de rechazo, tomé valor y me presenté. Recuerdo su reacción adorable, se sonrojó y solo asintió con la cabeza. Me dijo su nombre tartamudeando, pese a que ya me lo sabía. Durante los siguientes meses, traté de ser amable con ella, le ayudaba en todo lo que podía, si había oportunidad le buscaba el habla. Sus amigas venían por ella muy seguido, por lo que dichas oportunidades eran en realidad muy pocas. A pesar de mi timidez y todo lo que esta emoción conlleva me armé de valor un día cualquiera, llamé su atención después del recreo, sin querer hice que se sobresaltara y le pregunté si podíamos vernos un momento después de clases, "a solas si no fuera mucha molestia" recuerdo que le dije. Agachó la mirada y sin saber en quién o dónde apoyarse aceptó. Durante esas últimas horas de clase no me concentré para nada, mi corazón era un tambor y en lo único en lo que podía pensar era en qué decirle. Catalina por su parte cumplió su palabra y pese a que sus amigas se acercaron hasta en un par de ocasiones e incluso un instante en la puerta de salida, no llegaron con ella hasta nuestro punto de encuentro.


La escena era digna de un anime de romance. A las afueras de la espalda del colegio, los dos solos, frente a frente y de pie. El sol ya con su amarillo rojizo intenso propio del atardecer detrás de mí, era inicio de primavera en esos días. Cuando llegó tenía esa expresión apenada con la que la conocí el primer día, evitaba la mirada, sentí que ella sabía a lo que venía y pese a todo seguí con mis planes. La llamé por su nombre y apellido, ella se sobresaltó una vez más, quería dar una falsa impresión de seguridad.


Mi introducción fue breve, no es muy difícil describir un amor a primera vista, resalté las cualidades que había visto en ella cuando se juntaba con sus amigas, las destrezas escolares y sobre todo lo linda que se veía siempre al sonreír. Estaba a punto de cerrar todo con un "Me gustas mucho" cuando de pronto ella me interrumpió, aún sin mirarme.


"Perdóname - recuerdo que dijo - te agradezco tus palabras, no pensé que podías sentir eso por mí, sé lo que intentas decirme, pero no puedo corresponderte". Aquí cometí el mismo error, preguntar por qué. "Porque me das miedo - sentenció, mirándome a los ojos por primera vez - no quisiera ser la novia del chico con ojos de pescado muerto". Dicho esto pude comprender mejor todos sus gestos para conmigo en ese tiempo, no era timidez, era rechazo, asco tal vez, vergüenza de tener que pasar sus días escolares cerca al chico más fastidiado de todo el grado. No era el deportista popular, no era el gracioso del salón ni el más sociable y mucho menos el más inteligente. Era un bicho raro cuya sola presencia daba miedo. Tras su sentencia se fue corriendo a reunirse con sus amigas, por sus expresiones note que ellas sabían lo que pasaría y se fueron dándole palmaditas en la espalda. Algo dentro de mí realmente había muerto ese día y no había sido como consecuencia de mis ojos.


Por primera vez sentí un dolor en el pecho tan intenso, sentí que lloraba, pero no me nacían las lágrimas, quería gritar, romperlo todo, pero no me nacía la voz. Me sentí tan raro que me fui corriendo a casa. Mi colegio quedaba a 10 minutos en transporte público, por lo que tomé el primero que pude disimulando el dolor y la respiración agitada que tenía. Fue el traslado a casa más largo de toda mi vida hasta ese momento. Cuando llegué, mamá estaba ocupada en el jardín y papá en su trabajo, por lo que fui a la cocina buscando agua, pero lejos de encontrar una bebida, lo primero que atrajo mi atención fue el cuchillo. Sin pensarlo, lo tomé y me lo llevé a mi habitación. Una vez dentro, solté todo lo que tenía contra la almohada, los gritos, la frustración, las ganas de golpear. Me desquite con todo. Lo que pensaba en ese momento era "¿Tampoco se me permitirá amar por culpa de estos ojos?" "¿Todas las chicas que conozca de ahora en adelante me tendrán el mismo miedo y asco?" Cuando estás en secundaria no puedes evitar pensar que ese es el único mundo que conoces y que quizás tu estatus quo de aquel entonces será el que tendrás en tu vida adulta. Aún alterado y sin más lágrimas por derramar, tomé el cuchillo. Frente a mi cama, a un lado, estaba un espejo que usaba para verme antes de ir al colegio. Por primera vez, me vi como un fenómeno, si ya tenía baja la autoestima, era el odio por mí mismo lo que me embriagaba. Con el cuchillo en la mano, por un instante, pensé en arrancarme los ojos. No me importaba quedarme ciego, solo quería que dejaran de molestarme al menos por los últimos años de mi secundaria. Estaba a punto de hacerlo cuando mi mamá entró inadvertidamente a mi habitación. Se dio cuenta de lo que iba a hacer y terminamos forcejeando por el cuchillo. Grave error. Parte del mismo quedó clavado en mi hombro y a mi mamá le generé un corte en la palma de su mano. La escena era de horror, nunca había visto y gracias a Dios, nunca volví a ver tanta sangre en mi vida. Solo escuché los gritos desesperados de mi mamá antes de caer desmayado.


No sé cuánto tiempo pasó realmente, cuando desperté ya estaba en la camilla de un hospital. Me dolía el hombro, lo tenía completamente vendado, a mi lado estaba un enorme sofá donde mi mamá descansaba. Pese a la poca luz, podía ver claramente sus ojos hinchados y su mano vendada por el corte que recordé que se hizo. Al intentar moverme, noté que mis manos estaban atadas. "Por supuesto" pensé "deben creer que haré una locura si quedo libre". Volví a sentirme mal, pero ya no por mí mismo, sino por el daño que le había causado a mi madre por mi egocentrismo. Comencé a llorar una vez más y sin querer la desperté. Lejos de regañarme, mamá me abrazó. "Si te mueres, te juro que seré la siguiente" me decía mientras lloraba de alivio por mi bienestar. "Perdóname mamá - le dije- te juro que no va a volver a pasar. Te lo juro por Dios."


Mucho más tranquila, mamá deshizo mis ataduras, quería confiar en mí y me encargué de retribuir esa confianza. Le conté de forma general lo que venía sintiendo desde la primaria, nunca tuve el valor de contárselo por completo, ella solo sabía lo superficial, creía que podría soportarlo por mi cuenta y mentía constantemente diciendo que estaba bien, pero había llegado a un límite perverso. A la mañana siguiente, vino mi abuelo materno, aquel que tenía ojos como los míos. Ese día, evidentemente, no fui a la escuela y me quedé con él la mayor parte del día. Me contó diversas anécdotas de su juventud, historias que, según sus propias palabras, debió contarme hace mucho tiempo ya que él también había pasado por lo mismo. Sin embargo, lo que lo hizo seguir adelante fueron sus sueños, se propuso tener una casa propia y familia a los 30 años, al enamorarse poco a poco le fue importando menos las opiniones de los demás, mientras más objetivos lograba, menos se fijaban en ese detalle físico y por el contrario terminaba siendo admirado. Se casó con la abuela poco antes de los 30 y casi de inmediato tuvieron a mi madre y a mi tía.


Incluso tras salir del hospital, no fui al colegio durante una semana. Necesitaba recuperar algo de paz antes de volver. Durante esos días visité a un psicólogo, con quien pude desahogarme y comprender mejor el comportamiento de esos salvajes que tenía por compañeros.


Para este punto de mi vida, hay algo que he dejado de lado y es el problema económico de mi familia. Mi papá no ganaba lo suficiente, no era una persona profesional, sin embargo, motivado por sus amistades, consiguió meterme a un colegio de paga. La educación a nivel conocimientos era buena, mis notas eran poco sobre el promedio, pero a nivel de valores estaba claramente por los suelos. Tras esta casi tragedia, le sumamos el pago del psicólogo, el cual fue un duro impacto para todos. Era algo muy necesario para evitar que tomara decisiones como esa, por lo que me propuse a aprovechar al máximo las horas de esa semana. En suma, asistí a la misa del domingo y mi madre me hizo hablar con el sacerdote. Con un guía mental y un guía espiritual, hice de aquella semana una etapa de cambio total. Comprendí que poco o nada me debería afectar los apodos de los demás, que no debo ser egocéntrico y ver más allá, analizar a los demás, comprender que todos tienen su propio infierno y de algún modo buscamos desquitarnos con los otros. Decidí a partir de entonces dejar de pensar en mí solamente y ser más reflexivo con las situaciones que me rodeaban. Fijé mis metas y prometí conseguir una beca para la universidad y un trabajo una vez termine el colegio, tenía que ayudar de algún modo u otro, además de comenzar a luchar por mis sueños. Definí entonces que quería hacer videos, audios, cosas así, motivacionales para gente que como yo quiere escapar de una triste realidad por un minuto. Llevar alegría y mover emociones. Me motivé con ese pensamiento y, al final de esa semana pude volver con la frente en alto al colegio.


Todos se enteraron de lo ocurrido, aunque con diferentes versiones según quien contara la historia. Catalina me hizo el habla para disculparse conmigo, dejé en claro que la perdonaba y que no se hiciera problemas. Esos últimos dos años, nadie se atrevió a volver a molestarme, por el contrario, la burla se convirtió en temor y ese temor en un mal llamado respeto. No faltó el imprudente que tuvo el pensamiento de "si estuvo a punto de hacerse eso (las versiones de "eso" variaba) qué no sería capaz de hacernos a nosotros." La única que no me creía capaz de hacer algo realmente malo fue la propia Catalina, quien superó su miedo y se convirtió en una suerte de aliada casual durante esos últimos años, con la que hablaba de vez en cuando. Una vez acabado el colegio, separamos nuestros caminos y no supe de ella ni de mis compañeros en mucho tiempo.


En mi último año de secundaria, tomé por válido y puse en práctica un consejo muy valioso por parte de mi psicólogo, que comenzara a buscar gente que comparta mis aficiones. Su consejo fue que lo hiciera en el propio colegio, pero yo estaba completamente asqueado de todos ahí por lo que ingresé al internet de esos años, las cabinas. No tenía gustos definidos por lo que solo me remonté a las caricaturas japonesas que veía de niño. Comencé por los clásicos e ingresé a lo que se conocía como foros. Fue en esos sitios, a mis casi diecisiete años, con todo el temor de haber caído en una estafa, donde conocí a Naiara, una chica de mi edad.


Mis visitas a las cabinas eran ocasionales, pude hacerlas más frecuentes en el periodo entre el colegio y la universidad. Para este momento la economía en mi casa había mejorado ya que papá pudo obtener un mejor salario como reconocimiento por parte de su jefe por los muchos años de servicio. Por mi parte, estaba en una academia para postular a una beca. Grande fue mi sorpresa cuando Naiara me comentó que ella pensaba estudiar lo mismo que yo y en mi propia universidad. Por supuesto me costó creerle, fue entonces cuando por primera vez me pidió que nos viéramos en video llamada. Acepté con mucho temor. Al encender su cámara, era todo lo que podía soñar en una chica. Era hermosa, se notaba a leguas pese a la pésima calidad de las cámaras de entonces, su cabello estaba pintado de rayos verdes pese a ser rubia. Yo llevaba un gorro entonces y, pese a su insistencia, logré ocultar mis ojos. Harta de no poder verme completamente me lanzó un reto y fijó un día y hora para vernos cerca de lo que sería nuestra universidad.


Cuando fui, llevé lentes oscuros usando como excusa el sol de verano. No pasó mucho tiempo hasta que ella llegó. Era bellísima e increíblemente alegre. Era temprano, pero ella tenía la energía propia de un atleta. Me saludó de la forma más escandalosa y risueña que se le ocurrió, era una otaku en toda la regla, su vestimenta delataba su gusto, pero no por ello se me hizo menos atractiva. Fue entonces cuando comenzó a insistir en que me quite los anteojos. Me inventé un millón de excusas, pero poco o nada le importó y prácticamente me los arrancó. Traté de cubrirme, pero ella bajó mis brazos dulcemente. Por un momento vi en ella los mismos ojos de sorpresa de mis compañeros de colegio, esperaba que pase al rechazo y ya estaba preparándome mentalmente para irme hasta que dijo: "Sugooooi, te pareces a mi personaje favorito". 


Quedé sorprendido por su afirmación, era la primera vez que alguien tomaba como normal la particularidad de mis ojos, además de mi familia. Se emocionó al verme y me demostró con un fan art que ella misma hizo que, en efecto, me parecía a un personaje de anime. Un antihéroe. "No deberías ocultarlos, son más lindos de lo que crees" me dijo. Un nudo en la garganta se me formó y creo que ella lo notó de inmediato ya que siguió sonriendo, tomó mi mano y me llevó al Arena Shopping donde por primera vez comimos, jugamos y nos divertimos juntos. Nos haríamos novios poco después de nuestro primer año en la universidad y sería ella quien, voluntariamente y tras una divertida salida, me daría mi primer beso dando inicio a nuestro romance. Gracias a su afición iniciamos una bonita relación y terminaríamos meses después por esto mismo. Mi decepción hacia las personas volvió a surgir, pero esta vez estaba seguro de poder manejarlo.

Naiara (ilustración hecha por Milecas02)

Fue poco antes del fin de mi primera relación donde conocí a Roxana y la historia de venganza más surrealista de mi vida tendría lugar después. Muchas cosas pasaron en medio, volvió mi crisis de ansiedad, perdí mi identidad por dos años, me enamoré de quien debía lastimar y la dejé de la peor manera, pero el suicidio o lastimarme a mí mismo eran opciones que jamás volví a considerar por muy difícil que resultara todo. Se lo prometí a mi madre y así me mantuve. Ahora con treinta años, cerca de los treinta y uno, con mi viaje ya terminado, asentado en mi país, vislumbrando un hermoso horizonte por futuro, miro hacia atrás y me doy cuenta que he tomado malas decisiones. Dicen que de buenas intenciones está hecho el camino al infierno, así que supongo que el camino al cielo está lleno de errores. Pero tendrás que esperar un poco más para conocer el final de mi historia.

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