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Esto Nunca Pasó - Capítulo 20


Miguel quedó completamente impactado al notar que el hombre que tenía al frente, de mirada  fría y profunda, cabello oscuro y risa sarcástica, no era otro que su antiguo rival Tom, quien no había cambiado nada físicamente en todo ese tiempo y ahora se encontraba revelándose a sí mismo.


—Tom, el hijo de puta, Durán ¿Eh? por lo visto dejaste el alcohol —le dijo Miguel, un poco más calmado.

—¿Y tú ya dejaste de mojar tus pantalones? Para ser alguien que se dice de mundo, me sorprende que no supieras diferenciar un cuchillo de un instrumento para maquillaje profesional. —le dijo Tom mostrándole el artículo brillante.

—Sabes que debo proteger mi integridad, tengo un público que me espera...

—Que espera que dejes de hacer las cosas que haces diría yo. —le interrumpió de forma abrupta.

—Desgraciado, ¿Cómo hiciste todo esto?

—A diferencia tuya yo si estudié, entre muchas cosas de mi carrera está el cine y dentro del cine los efectos especiales. Tardé mucho, pero aprendí a caracterizarme por mi cuenta. Pero ¿Qué sabes tú de eso?

—Por dos años eh... —dijo Miguel con un suspiro antes de abrir los ojos de sorpresa al pensar un poco la situación.— ¡No puede ser! ¡Todo este tiempo fuiste tú quien estuvo con Diana!

—Qué lento eres. —respondió Tom con sarcasmo.

—Maldito ¡¿Que has estado haciendo con ella todos estos años?! ¡¿Cómo la has estado tratando?! ¡¿Dónde esta?! ¡¿Lo han hecho ya?! ¡Juro que te mataré si le has hecho daño!


Dicho esto, Tom cambió su expresión, pasando de sarcástico y burlón a uno más serio. Se acercó a Miguel y le tomó el cuello alzándolo ligeramente. Lo miró fijamente a los ojos sin dejarle tiempo suficiente a reaccionar en su contra.


—¿En serio crees que voy a ser un maldito degenerado como tú y contarte ese tipo de cosas? Lo que hubo o no entre Diana y yo queda entre nosotros. Más te vale no volver a preguntar algo así ¿Entendido? —se acercó a su oído y comenzó a susurrarle— Eso no impide que lo deje a tu imaginación.


Tom lo soltó de forma brusca, haciendo que Miguel se golpee la espalda con el espaldar del sofá.


—Y pensar que tuve que llegar a amenazas de denuncia para que dejaras de joderme con tus llamadas en la madrugada —continuó Tom.— ¿Era realmente un logro para ti que yo sepa los detalles de tu intimidad con Roxana?

—¿Qué no me impide denunciarte por esto? —replicó Miguel.

—Pues adelante, esto no es un secuestro y esa herida tuya ya sanó por el alcohol que yo mismo te puse. En cambio, yo si pude haberlo hecho en ese momento, grabé cada llamada tuya y aún las tengo.

—¿Entonces te debo una? —preguntó Miguel sarcásticamente.

—Tal vez, pero no cumpliste con hacer feliz a Roxana. Solo quería que me dejaran en paz tanto tú como ella.

—Pero tú si cumpliste la promesa de vengarte ¿No?

—Siempre cumplo lo que digo huevón, pensaba no tener que llegar a esto, pero aquí estamos —la expresión cambió a uno más serio al decir esto.

—¿Pensabas no tener que llegar a esto dices? ¿Y qué pasó? ¿Roxana te llamó y volviste como perro faldero? ¿Qué es de ella por cierto? —preguntó Miguel manteniendo el sarcasmo— pese a las cosas que hacía era una cucufata, así que imagino que ahora cuida su bendición en algún hueco. Bendición que, según ella, yo le di, ¿No?


La expresión de Tom cambió a uno de tristeza, se quedó callado y tomó una silla para sentarse frente a Miguel. No lo miraba directamente como lo hacía segundos antes, miraba al suelo con la vista perdida. Respiraba con dificultad, conteniendo diversos sentimientos entre los cuales también estaban la rabia y la frustración.


—¿Haces esto por ella y no puedes tenerla cierto?  —continuó Miguel— Nadie se haría cargo de una mujer con hijo a menos que seas o muy platudo o muy idiota. Y serás idiota, pero ella no lo permitiría porque sigue creyendo que es mío, ¿Qué pasaría si regreso con ella? Si hago como que me haré cargo de ella al menos por un tiempo. Eso te jodería ¿verdad?


Tom lo observó entonces, hizo un puño con sus manos y comenzó a temblar de repente. Se notaban sus ganas de atacar de nuevo, pero Miguel se sintió extrañamente confiado, como si estuviera ganando la discusión y que no habría nada que cambiara el curso del mismo.


—Sí, eso haré, buscaré a Roxanita, me haré el súper papá el tiempo suficiente para joderte la vida nuevamente. La traeré de vuelta a mi lado y a mi cama ¿Qué dices a eso, Tommy? —sentenció Miguel.

—Hazlo entonces —dijo Tom casi en susurro.

—¿Qué dijiste? —dijo Miguel acercando su oído aún en son de burla.

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—¡Pues hazlo entonces! —gritó Tom poniéndose de pie bruscamente y haciendo a un lado la silla, rompiendo en llanto— ¡Tráela de vuelta! ¡Si puedes ir al más allá y traerla de vuelta a la tierra, pues hazlo estúpido de mierda!

—¿Qué estás diciendo? —preguntó Miguel, con una nueva expresión de temor e incredulidad.

—Lo que oyes, Roxana lleva muerta varios años, para variar, tampoco lo sabías.

—Eso es... imposible.

—Yo estuve cuando ocurrió, la vi en sus últimos días.

—¡Mientes!

—¡¿Te tengo que llevar a su tumba acaso?! ¿Crees que haría todo esto si ella siguiera con nosotros?


Tom lloraba de forma mucho más notoria con cada palabra que decía. Gritaba y se notaba las ganas de saltar nuevamente al ataque, pero se contenía mucho puesto que sintió que decirle lo que sabía era más que suficiente para su enemigo. Miguel, por su parte, dejó a un lado la incredulidad y comenzó a sentirse culpable por lo que le estaban contando. Sus ojos se abrieron como nunca antes lo habían hecho, no podía cerrar la boca de la impresión y muchas dudas comenzaron a surgir.


—¿Qué pasó? —preguntó Miguel.

—No respondí a su llamada —dijo Tom, mientras se secaba las lágrimas y acomodaba nuevamente la silla que tiró— Ella... me llamó insistentemente el día que la abandonaste.

—Me tuve que ir...

—La abandonaste —interrumpió Tom— lo sé porque sí contesté mucho después tras mucha insistencia y escuché todo lo que tenía que decir. Estaba llorando. Dejé que hable, me dijo todo lo que había pasado y sobre la posibilidad de que estuviera embarazada. Quería que fuera a verla. ¿Crees que en ese momento me importó un carajo lo que pasaba entre ustedes? Le dije que no iría y le colgué. Desde entonces intentaba llamarme por lo menos una vez al día durante un par de semanas y yo la rechazaba.

—La abandonaste...

—Tú lo hiciste, no yo, no pretendía asumir las consecuencias de sus problemas.

—¿Y luego?

—Y luego las llamadas se detuvieron. No recibí llamada alguna hasta unos meses después, desde un hospital. ¿Puedes creer que me tuvo como su único contacto de emergencia? Ahí si no pude negarme. Fui a verla.


Miguel estaba atento a cada palabra de Tom, se notaba en su mirada miedo y sorpresa. Supuso que tras dejar a Roxana no habría consecuencia alguna y que ella se las arreglaría puesto que estaba convencido que encontraría a alguien más. Sin embargo, todo lo que su enemigo le decía le caía como un baldazo de agua fría, puesto a que nunca antes había sido regañado ni acusado de nada.


—Estaba demacrada —continuó Tom, con lágrimas en los ojos— mucho más delgada que antes, con ojeras y el cabello mal cortado. Apenas si podía articular palabras. Supe que estuvo sola todo ese tiempo.

—¿Cómo acabó en el hospital?

—La depresión y un embarazo no son aliados, tarado. Tuvo un aborto espontáneo a causa de ello y un grave desorden alimenticio. Se desangró y por eso terminó internada. La visité casi todos los días, su familia cercana no estaba en el país y ella me rogó para que no contactara con nadie. Mucho menos a ti. Lograron estabilizarla, pero ella había perdido las ganas de vivir. Mis visitas no ayudaban en nada. Ella prefería hablar de todas las mentiras que descubrió de ti y se deprimía. Eventualmente, la herida volvió a abrirse un día que fui tarde a verla y cuando llegué... —Tom se quebró un poco y tomó aire antes de continuar hablando— ella ya no estaba ahí, no se pudo hacer nada para salvarla. Se había ido y lo único que obtuve de ella fue la carta que tú le dejaste cuando te fuiste.

—¿La tienes? —preguntó Miguel sorprendido.

—Si —respondió Tom con seguridad— entre otras cosas personales de ella.

—No... no es posible... yo solo quería...

—Que nadie interfiera en tu inexistente carrera de artista —interrumpió Tom enojado— "La vida de un artista está llena de sacrificios necesarios" dijiste cuando viniste aquí. ¿Este es el tipo de sacrificio necesario que querías?

—¡No, claro que no! —respondió exaltado y nervioso.


Tom realizó en que lo dicho había causado un gran impacto en su rival, por lo que optó por dejar a un lado sus lágrimas y tomar una actitud mucho más fría para obtener la información que estaba buscando.


—Bueno... —dijo Tom tomando aire profundamente— entiendo que no esperabas oír eso, pero tenías que saberlo. Cuando la visitaba, tuve la oportunidad de saber la verdad sobre ti, cosas que Roxana alcanzó a descubrir por su cuenta.

—No sabes nada Tomás Durán —le respondió su rival cabizbajo.

—Claro que sí, mentira tras mentira, te dije lo que querías saber y ahora soy yo el que quiere respuestas. ¿Entendido?


Miguel seguía impactado por lo antes escuchado, sus respuestas eran dichas casi en un susurro a diferencia del tono envalentonado que usó minutos antes. Ya no lo miraba a los ojos, miraba el suelo y su mirada se perdía cada vez que intentaba recuperar la compostura. Se sentía avergonzado, pero principalmente temeroso de que sus acciones tuvieran más consecuencias. Ante la pregunta de Tom, respondió en silencio asintiendo la cabeza de forma rápida.


—Bien, entonces dime —reanudó Tom— ¿Cómo es posible que tu familia crea que nunca en tu perra vida te has mudado si has vivido con Roxana durante casi nueve meses? Y peor aún, que para ellos estés estudiando mientras que para ella estabas trabajando medio tiempo.

—No hace falta pisar una asquerosa universidad para ser inteligente ¿Sabes? —respondió Miguel con una ligera sonrisa que se apagó de inmediato— Cuando me mudé con ella, lo hice a un cuarto cerca a mi casa. Su trabajo quedaba muy lejos, por lo que tenía que irse poco después de las cinco de la mañana. Lo cual me daba tiempo para volver a mi casa antes del desayuno, mientras ella creía que iba a trabajar o a esperar que empiece mi turno.

—Interesante, ¿y cómo hacías en casa?

—Simple, llegaba temprano y para ellas yo recién despertaba. Y para volver con Roxana decía en casa que me iba a estudiar o a realizar proyectos de campo, que volvería muy tarde por lo que no hacía falta que me esperen despiertas. No tenía vacaciones.

—Vaya, vaya, pero eso no aplica para fines de semana.

—Ahí les decía que tenía eventos de anime o reuniones con amigos. Roxana también trabajaba los sábados y los domingos era yo quien trabajaba supuestamente.

—Un chico muy ocupado.

—Si, para mi hermana y mi mamá es así.

—Entonces casi nunca te la pasabas en casa tampoco.

—Tenía mis proyectos artísticos. No lo entenderías.


Tom se levantó de su asiento con una sonrisa ligera y miró hacia arriba en señal de incredulidad ante todo lo que estaba oyendo. Miguel seguía cabizbajo, por lo que no notó la expresión de quien tenía al frente, quien a su vez se tomó algo de tiempo en servirse un vaso con agua.


—¿Debo entender entonces que no estudias ni trabajas? —le preguntó tras tomarse el agua de porrazo.

—Alguna vez estudié, eso es verdad, dos carreras que odié al primer ciclo y una última que dejé al segundo.

—¿Por qué?

—No me daba tiempo de hacer las cosas que quería hacer de verdad. Además ¿Crees que me gustaría ser un alzado, encerrado en una oficina de camisa y corbata como tú o como lo fue Roxana? Yo soy un artista.

—Te agobiaba la sola idea de trabajar por tus proyectos ¿no?

—Si.

—Pero los mismos eran carísimos en su mayoría y si no trabajabas ¿Cómo los costeabas?

—Pues, amigos, pagábamos en cuotas y...

—¿Y...?

—Pues, facilitó mucho que mi última universidad fuera de paga y que nadie en casa tuviera tiempo de pagar por mí.

—¡Oh por Dios! —gritó Tom exaltado— esto era peor de lo que creí.

—¡Pero lo valía! —le respondió casi igual de exaltado Miguel— Si me convertía en un artista lo más pronto posible, ganaría suficiente dinero para devolverle a mi madre todo lo gastado con creces. Solo necesitaba un productor que me descubriera y...

—¡Ya no existen los mecenas, Kise Tenshi! —le interrumpió de inmediato.

—Solo uso ese nick cuando me desempeño como músico, ahora soy dibujante y pienso tener un nuevo seudónimo.


Tom aún no podía creer todo lo que oía, por dentro se reía puesto que sabía todo ello desde un punto de vista muy distinto. A su vez, se llenaba de rabia porque todas esas acciones conllevaron a que Roxana sufriera y a que él mismo cayera en una profunda depresión que lo ahogó por meses antes de ejecutar la venganza que estaba realizando.


—Me pregunto... ¿Qué pasaría si tu círculo de amistades o tu familia supieran todo esto? Peor aún, los enemigos que has hecho durante toda tu vida.

—¡Eso no! ¡No hace falta que digas nada a nadie! - replicó desesperadamente dándose cuenta de todo lo que había dicho.

—Tal vez debería, son muchos engaños para toda una vida.

—¡No, por favor! ¡Haré lo que me pidas!

—¿Lo que pida? —comenzó a ponerse pensativo Tom— entonces, mínimo debes pedir perdón.

—Lo sé —respondió aliviado Miguel— pero, Roxana ya no está con nosotros e ir a donde la enterraron sería muy duro para mí.

—¿Y en qué momento me referí a Roxana, imbécil? Me refería a dos personas en específico —dijo Tom con una sonrisa en el rostro, mientras se acercaba hacia la puerta de lo que debería ser el dormitorio principal— ¡Ya puedes salir!


Dicho esto, de su habitación salió un joven delgado de cabello no tan largo y mirada cansada. Quien vestía de sastre color negro y miraba de forma asqueada a Miguel apenas lo vio.


—Los presento —dijo Tom— él es mi estimado compañero Fred, te ayudará el día de hoy a pedir perdón.

—¿Cómo?

—Sácalos de donde están —le dijo Tom a Fred.


Fred asintió con la cabeza y de entre unas vasijas que había muy cerca de donde se encontraba Miguel, sacó dos celulares que se encontraban con llamadas activas. El joven cautivo, reconoció uno de esos dispositivos y se puso pálido una vez más, observaba sorprendido a su rival quien tomaba ambos celulares con sus manos.


—Ese... ese es...  —comenzó a tartamudear Miguel.

—¿El celular de Roxana? Si. —le confirmó Tom— te dije que me quedé con algunas cosas de ella, incluyendo esta cosita y la hermosa carta que le dejaste cuando la abandonaste en pleno embarazo. Desde aquí y desde mi celular, estamos conectados con esas dos personas.


Tom entonces quitó el silenciador de ambos dispositivos y del celular de Roxana se comenzaron a escuchar gritos que al también conocido como Kise se le hizo familiar.


—¡Déjenme hablar con mi hijo por favor! ¡Sé que me escuchan, déjenme hablar con él! —se escuchaba desde el otro lado del auricular.

—Mike... —se escuchó únicamente desde el celular de Tom.

—¡Mamá, Diana! —respondió preocupado Miguel— ¡Desgraciado, ¿Dónde las tienes?!

—No lo creerías —respondió Tom— Se encuentra en altavoz señora, la escuchamos fuerte y claro.

—¡Miguel! ¡Dime que todo lo que he escuchado no es cierto! —dijo la señora llorando y gritando- ¡Dime que no es cierto!

—¡Mamá, no es cierto! ¡Me están obligando a decir todo eso! ¡Llama a la policía!

—Y sigues mintiendo... —se le escuchó decir a su mamá, intentando contener sus emociones.

—Mamá... perdóname...

—Hablaremos esta noche cuando vuelvas a casa. Tu padre, tú y yo, ¿Estás ahí, Tom, Leo o como rayos te llames?

—Sí señora —intervino el otro joven.

—Ya no eres bienvenido a mi casa —sentenció la madre de Miguel— y por favor, si entiendes si quiera un poco lo que acabas de hacer, no vuelvas a frecuentar a mi hija.

—Le prometo que así será.


Una vez colgada esta primera llamada, Miguel se enojó de tal manera que recién tuvo el coraje de intentar atacar a Tom. Sin embargo, fue detenido por Fred quien sin mucha dificultad comenzó a empujarlo hacia la puerta de salida para echarlo completamente. El forcejeo fue breve y eventualmente se dejó de oponer resistencia.


—¡Maldito, me vengaré, me vengaré algún día por esto! —vociferaba mientras Fred le guiaba hacía la puerta de salida, quedando de pie un momento en el umbral.

—No lo creo galán, para cuando lo hagas estaré tan alto y lejos de ti que seré intocable —sentenció Tom antes de cerrarle la puerta en la cara y golpearle la nariz.— Espero que se arreglen tus asuntos.


Ya rendido y preocupado por las consecuencias de lo ocurrido, Miguel dejó de forcejear con Fred y se dejó acompañar hacia la calle para enfrentar a su madre con el fin de no cambiar el estilo de vida que había llevado religiosamente por años. Mientras tanto, Tom se sirvió otro vaso de agua y quiso llamar a Diana. Notó que la llamada desde su celular seguía activa y, al ponerse el dispositivo en el oído, solo alcanzó a escuchar una respiración muy agitada.


—Diana, ¿Estás ahí?



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