Cap L: Sea of love
Es curioso el tipo de música que elegimos dependiendo de nuestro estado de ánimo. Cuando estamos tristes ponemos música triste para entristecernos más. Cuando estamos felices escuchamos puras melodías que nos hacen mover el cuerpo; y al estar enojados, bueno... mejor ni le sigo.
El sexto saco de boxeo sale volando cayendo con los otros que minutos antes tuvieron el mismo destino. Me tomo un respiro para recuperar el aliento, cada extremidad de mi cuerpo duele, grita pidiendo un descanso. Cuelgo otro saco y tomo posición. Lanzó golpe tras golpe, no tan fuertes para no mandarlo a volar. Todavía.
Desde que conozco a Steve se mete en mis asuntos, interrumpe cada uno echándolos a perder. Por más que lo escucho prometer no volverlo hacer, lo hace.
—¿Por qué no cumples lo que prometes? —doy una patada al saco—. Siempre... te metes... ¡donde no te llaman! entrometido. A veces quisiera golpearte en la cara.
La música alterada no ayuda mucho a calmar la tensión en mí.
—¡Maldita seas, Rogers! —golpeó con toda mi fuerza donde imagino es el rostro de Steve. Mi puño queda en el aire mientras el saco vuela hasta el montón, juntando así siete sacos que debo pagarle a Tony.
¿Cómo diablos pasamos de AC/DC a Adele? Maldita sea el modo aleatorio. En verdad quisiera estar enojada con Steve, desearía poder odiarlo, pero es imposible. Cada vez que recuerdo las veces que se mete en mis asuntos y los cambia completamente también recuerdo las cosas buenas que ha hecho por mi. Todas las veces que por más pena que tenga juega conmigo en la consola o se esfuerza por aprender alguna coreografía de Just Dance. Creo que me odio más a mí en estos momentos.
Bebo un poco de agua. Me echo sobre la banca de descanso mirando los grandes y luminosos focos, no había notado una de las flechas de Clint clavada allá arriba.
"Y todos los caminos que tenemos que recorrer son sinuosos. Y todas las luces que nos llevan ahí son cegadoras. Hay muchas cosas que me gustaría decirte, pero no sé cómo.
Porque quizás tú vas a ser quien me salve y después de todo eres mi maravilloso apoyo."
—Cierra la boca —froto frustrada mi cara. El grupo Oasis no es bienvenido en estos momentos. Han pasado una hora o dos desde que estoy acá y no hay señales de Steve por ningún lado. Debo darle las gracias por darme al menos espacio.
Capto el sonido de unos zapatos, pasos pesados y firmes, el típico caminar de un soldado. Percibo dos cosas antes de tener su cuerpo interfiriendo entre la cegadora luz y yo: su perfume y pollo frito. El delicioso olor de pollo frito con puré de papa. ¡Tengo tanta hambre!
—Te traje algo de cenar.
Apenas pestañeo.
—Tienes toda la tarde aquí encerrada, no has comido nada desde que llegamos. Anda come algo, por favor —extiende el plato. Sigo mirándolo, por más fuerte que me duela el estomago no pienso moverme hasta escuchar lo que deseo. Mi orgullo es mucho más grande que mis ganas de comerme esa cosa tan deliciosa hecha con mucho amor, el pollo también se ve rico—. Sé lo mucho que te gusta el pollo frito. Natasha me ayudo a buscar una buena receta para hacerlo; esta vez no incendie todo.
Me incorporo hasta estar completamente de pie. El pollo se ve igual de delicioso a como huele. Como deseo comerlo. Quisiera no ser tan débil cuando de comida se trata, Steve ve mi titubeo y con una media sonrisa ofrece de nuevo el plato, esta vez no lo resisto. Acepto el plato, vuelvo a sentarme en la banca para comer como animal. Literariamente me siento como el Remmy al probar aquella comida, siento el crujir del pollo al morderlo, la carne suave y el puré ¡por todos los dioses! Rogers tiene un don para la cocina; siempre y cuando no hierva la comida.
—No está mal —susurro sin voltearlo a ver. Sigo enojada. Su pollo frito nada más disminuyó mi enojo un 8%— para ser la primera vez que cocinas pollo frito.
—En realidad es la quinta vez —se rasca el cuello—. Clint, Tony y Bruce probaron los primeros cuarto intentos, según ellos eran asquerosas y es posible que para mañana no los veamos por una posible intoxicación. Nat se negó a probarlo.
—Es lista —comento, sonriendo un poco. Natasha no tiene un pelo de tonta, si aquellos tres casi mueren por intoxicación ella será la única en sobrevivir para darle a Steve su merecido por matarnos—. Que quede claro que sólo acepto el pollo por el hambre que tengo, pero aún estoy a un pelo de rana de usarte como saco de boxeo.
—Las ranas no tienen pelo —argumenta confundido.
—Exacto. Estoy a nada de golpearte, cariño —hablo con obviedad. Luego de degustar un poco más el platillo en mi regazo añado:—. ¿Sabes? Aveces quisiera darte un golpe y borrarte tu bonita sonrisa.
Mi comentario en lugar de intimidarlo lo hace sonreír, ¿debí haberlo dicho más amenazante?
—Escúchame, ¿si?, Dame cinco minutos para explicarte y si quieres luego me golpeas, pero déjame explicarte mis motivos.
—Tienes hasta que me termine el pollo. —lo escudriño como si fuera miope.
Steve exhala antes de comenzar. Sabe el poco tiempo que tiene, como demasiado rápido, más de lo que me gustaría admitir.
—Antes de hoy creía que eras intocable, nadie podía ser rival para Dianne Prince, la princesa Amazona. En los entrenamientos, en las misiones, en cualquier lugar me has demostrado ser capaz de defenderte tú sola, no necesitas a nadie. Has vencido a Tony, Clint, a mí y hasta a Romanoff, ¡le ganaste a Nat en una pelea! ¿Te das cuenta lo impresionante que es eso?
—Le he ganado tres veces —aclaro. El ego de Tony es contagioso.
—Aún más impresionante. A lo que quiero llegar es... cuando vi a Doris lanzarte por los aires y casi aplastarte sentí que mi mundo se venía abajo. Me hizo darme cuenta que también eres humana y puedes llegar a morir de la misma forma en que puedo hacerlo yo. —su mano se dirige a mi muslo. Levanto la vista conectando nuestras miradas por primera vez desde que empezo—. Eres lo mejor que tengo, Dianne, lo más valioso y preciado en mi vida, no quiero que nada te pase. Ni siquiera puedo expresarte que sería de mí si no estás conmigo. De verdad juro no volver a meterme en asuntos tuyos.
—En serio quiero golpearte —declaro, luego de unos largos segundos de reflexión.
—Hazlo si quieres, pero ya perdóname.
Su mirada ablanda mi corazón. De verdad deseo no ser tan débil cuando se trata de él, no tiene ni la más remota idea del poder que tiene sobre mí. Estoy perdidamente enamorada de este hombre, si me pidiera lanzarme a la Fosa de las Marianas lo haría sin protestar. Sus argumentos son válidos, le doy ese punto a su favor, cocino mi segundo platillo favorito para lograr que lo perdone; otro punto más. Su tercer punto (y el más importante) es lo mucho que lo quiero. He llegado a sentir ganas de llorar el sólo pensar que si un día llegara a romper mi corazón estoy segura que jamás voy a recuperarme.
Steve es el hombre con el que deseo estar hasta el final. Pasar cada segundo de cada día a su lado. A diferencia de él yo sí sé expresar lo que sería de mí si me llegara a hacer falta: me muero.
—Eres un tonto, ¿lo sabias?
—Si.
—Un entrometido.
—También.
—Un cabezon obstinado que no escucha razón —presiono mi dedo acusador sobre su pecho.
—Lo sé —reconoce cabizbajo.
Dejo de lado el plato. Lo abrazo por el cuello, siento su cuerpo relajarse poco a poco.
—Te quiero, Steve Rogers —susurro en su oído—. Si algo te pasa me muero.
Sus brazos me estrechan con fuerza. Esconde la cara entre mi cuello y hombro. Sin romper el abrazo me muevo hasta acabar sentada sobre su regazo, plantó un beso en su cuello.
—¿Sabes? Hoy me di cuenta de una cosa —dice, alejándose un poco para poder mirarnos de frente. Sus ojos analizan cada centímetro de mi rostro como intentando memorizarlo. Acomodo su cabello perfectamente peinado—. Te amo.
Quedo petrificada al segundo de escuchar esas palabras salir de su boca. Me ama. Dijo las palabras que sólo creí estaba destinada para Peggy Carter, la primer mujer en su vida. Siento algo extraño en el pecho, mi corazón se encoje, inexplicablemente tengo ganas de llorar. Las lagrimas se acumulan en mis ojos dándome una vista borrosa de su rostro.
—¿Qué pasa, mi amor? —vuelve a estrechar entre sus brazos.
El que te digan que te aman es lo mejor del mundo, pero no para mí. La última vez que alguien me dijo "te amo" lo perdí para siempre; esta de más decir que se llamaba Steve Trevor ¿no?
—¿Por qué me amas? —cuestiono.
—¿De verdad lo preguntas? Eres una maravilla de mujer, Dianne —rio ante la referencia.
Tengo miedo de repetir la frase, miedo a perderle. Hacia mucho tiempo no amaba alguien de la forma en que lo hago con Steve.
—Apesto, muchísimo.
—No apestas.
—No entiendes, literalmente apesto por estar toda la tarde entrenando. Debo ir a darme un baño —replico.
—Bien. —dice. Se pone de pie cargándome—. Vayamos entonces.
—¿Se bañara conmigo, Capitán? —sonrío coqueta.
—Prepararé la bañera para ti —aclara con nerviosismo.
Sube por las escaleras hasta el piso donde están nuestras habitaciones. Soy depositada delicadamente en mi cama, como si de una frágil figura de arcilla se tratara. Lo observo mientras prepara la tina, al escuchar el sonido del agua llenando la tina me imagino a ambos ahí dentro. Agarro mi teléfono para ver la hora, bajo la vista hasta la fecha, incrédula vuelvo a mirar a Steve para volver a ver la fecha. Tengo que deshacerme de él pero YA, aún no termino algunas cosas. Por enojarme olvide los otros planes que tengo para hoy.
¿Qué excusa puedo usar para quitarme a Steve de encima por maximo una hora? Podría mandarlo por algo para comer, acabo de cenar y quiero pensar qué hay mucho pollo frito. Quizá si lo mando por helados a Central Park, demasiado cerca. Sólo existe una cosa en este mundo capaz de distraer a Steve Rogers por largo tiempo, es hora de hacer un viaje a la farmacia.
—Steve, amor, ¿me harías un favor? No te pediría esto de no ser súper importante.
A los pocos segundos se asoma por la puerta del baño, un tanto confundido.
—¿Qué necesitas? —se apoya en el marco de la puerta secando sus manos en su pantalón.
—Necesito unas toallas sanitarias. Tengo el periodo y se me terminaron. —aparto la mirada.
—¿Período? —frunce el ceño.
—Concéntrate. Luego googleas qué es el periodo. —ordeno—. Si puedes traerme unas toallas sanitarias nocturnas para flujo abundante, unas de flujo abundante con alas, un paquetito de uso diario y unas pastillas de Mercilon serías mi héroe.
Al escuchar flujo abundante se queda más confundido que antes. Definitivamente no sabe nada sobre los cambios de humor de las mujeres y los horribles cólicos. En su pequeño cuaderno anota algo.
—¿Dijiste flujo abundante?
—Si, Steve —ruedo los ojos—. No olvides las pastillas son muy importantes.
—Está bien... —enfila a la salida. Con paso firme cruza la puerta, continúa hasta doblar la esquina al final del pasillo sólo para volver a los segundos—. En realidad estoy yendo a ciegas. No tengo idea de qué se supone debo comprar.
Dame paciencia.
—Cielo, ve a la farmacia y dile a quien sea que se encuentre del otro lado del mostrador lo que necesitas. Tomate tu tiempo, no tengo prisa.
—¿Estás diciéndome que el flujo abundante no es urgente? Porque presiento que lo es.
—¡Steve!
—De acuerdo. Ya me voy.
Agudizo mi sistema auditivo, el elevador se abre y cierra a los pocos segundos, Steve murmura la lista una y otra vez. Es momento de poner manos a la obra.
Literalmente, meto medio cuerpo debajo de la cama para sacar la caja de regalo a medio envolver escondida ahí abajo, de uno de los cajones de escritorio saco la bolsa plástica con las herramientas necesarias. Enchufo la pistola de silicona, hago la forma del moño para pegarla a la tapa de la caja en cuanto la silicona caliente. Me regaño mentalmente por olvidar nuestro aniversario, es nuestro primer aniversario ¿y que hacemos? Pelear. Vaya pareja somos. Si a mi se me olvido, no quiero pensar a Rogers.
—¡Mierda! —exclamó sacudiendo la mano. La silicona se adhiere a mi piel, suelto la pistola y arranco la bolita de silicona de mi dedo índice—. Derrotas a un grupo de malhechores, vuelas, digna oponente de Hulk, pero la señorita no sabe usar una pistola de silicona. Muy bien, Dianne, vas bien.
Diez minutos después esta listo. Dentro de la caja coloco cada regalo cuidadosamente acomodado, perfecto todo para el hombre perfecto que este mundo ha tenido. Decido al fin tomar esa tibia ducha que Steve preparo para mí, hay velas aromáticas por cada rincon, sobre el lavabo, la repisa, en el borde de la ventana; lo raro es que yo no tengo velas aromáticas, no me relajan y nunca compro, ¿de donde salieron estas?
Pongo algo de música. Nada alterado, sólo baladas, románticas y lentas baladas que hacen imaginarme muchas cosas; una de mis favoritas es Sea of Love, de The Honeydrippers. Cierro los ojos reclinando la cabeza hasta apoyarla en el borde de la tina, concentró toda mi atención en la letra de la canción.
Do you remember when we met?
Por supuesto, el recuerdo de la primera vez que nos conocimos está fresco en mi mente; un guapo hombre de gracioso traje me salva de ser aplastada por el Dios del trueno, un clásico. Aún recuerdo lo cautivada que estuve al ver sus ojos, son hermosos. Quién lo diría, gracias a la locura de Loki por conquistar la Tierra conocí a mi futuro novio; al principio me cayó mal por llamarme niña y una persona incapaz de estar en el equipo porqué, obviamente, una chica de metro setenta es incapaz de defenderse ante los ojos de un hombre que sólo le saca una frente.
Llevo demasiado tiempo, pero al fin le he dejado en claro a Rogers lo mucho que merezco el lugar donde estoy. Me he ganado una silla con los Vengadores y él ya lo tiene presente.
Mis dedos comienza arrugarse, envuelvo mi cuerpo con una toalla para irme a sacar el pijama de Hakuna Matata del que tanto se burla Tony. Levanto el tapón para que el agua se vaya por el desagüe.
—¿Crees que lo haya olvidado?
—¡Por Hera! —pongo una mano sobre mi acelerado corazón—. Nat, en tu vida vuelvas asustarme de ése modo.
—Hace casi hora y media que Steve se fue y no ha vuelto —destaca con una sonrisa.
—Debe seguir en la farmacia tratando de descifrar el por qué las toallas tienen alas. Use la táctica del periodo para quitármelo de encima por un rato. Ya termine de envolver su regalo. Y respondiendo a tu pregunta: de verdad espero no lo haya olvidado.
Nat mete las manos abajo de la cama extrayendo mi regalo para Steve, analiza la caja escudriñando cada centímetro. Ruedo los ojos ante la falta de fe hacia mis habilidades con manualidades. Entro al armario para vestirme.
—Imagína a Steve regresando con un gran ramo de margaritas y la sonrisa más tonta que un enamorado puede tener —la oigo hablar desde el otro lado de la puerta. Algo en su tono de voz me pone ansiosa, comienzo a ponerme nerviosa—. Además de una caja de chocolates.
—Apágate, Romanoff. Nada más llegará con toallas, ¿de acuerdo? —digo más para mi que para ella.
—Ten los preservativos a la mano, ¿quieres? Hoy será una noche llena de magia —habla en latín.
—¿Qué insinúas...? —salgo en un chasquido del armario. Guardo silencio al ver todo lo descrito por Natasha, incluso trae consigo un kit para Peliculas idéntico al que me obsequió en mi cumpleaños hace unos meses. Él está ahí parado sosteniendo las flores y los chocolates, sonriendo tal y como dijo Nat—. Steve...
Con pasos tímidos se acerca hasta estar frente a mí. Extiende los regalos, apenado.
—Feliz aniversario, Dianne —dice.
—Supuse que lo olvidarías —acepto las flores.
—¿Bromeas? Hoy es el segundo día mas feliz de toda mi vida... tercer día —se corrige luego de pensárselo un segundo.
—¿Los dos primeros cuales fueron? —inhalo dl aroma de las flores. Exquisitas.
Steve quita los obsequios de mis manos, los coloca sobre mi cama para tomar mis manos delicadamente. Mirándome fijamente a los ojos dice:
—Uno de ellos fue cuando aceptaste salir conmigo y el otro fue el día en que me enteré que nunca podría sacarte de mi corazón. Te amo, Dianne. —besa el dorso de mis manos.
Sonrío como la mujer más dichosa del mundo; lo cual soy. Lo abrazo, intentando así dejarle claro lo mucho que quiero y adoro.
—También tengo algo para ti —susurro en su oído.
Deshago nuestro tierno abrazo yendo a sacar su regalo del escondite secreto. Observa con curiosidad la colorida caja de lunares de colores que he dejado sobre la cama. Levanto la barbilla en dirección de la caja, capta la seña y se acerca a ella. Retira despacio la caja, lo primero que ve es una fotografía enmarcada de nosotros dos acostados en el sillón de la sala; yo estoy apoyada en el pecho de Steve mientras sostengo un libro de pasta azul marino, Steve me rodea cons sus brazos y sigue la lectura. Solemos hacer eso a veces, en más de una ocasión se ha quedado dormido escuchándome leyendo.
—Ya sé donde voy a ponerla —alza la foto. Sigue hurgando dentro hasta dar con el reloj. En el fondo se encuentra el regalo mayor, no es la gran cosa; sin embargo, entre nosotros dos marca cierta situación—. El señor de las moscas.
Ambos sonreímos al recordar la charla que tuvimos sobre ése libro. Una tarde común y corriente Steve y yo decidimos ir a pasar la tarde por Central Park, compramos un helado, caminamos, hablamos todo el tiempo de cosas triviales; una de ella fue sobre el hombre de mediana edad leyendo un libro de pastas blancas con la cabeza de un cerdo puesta sobre el símbolo de un cuerpo humano sosteniendo una lanza y un palo; lo que confundio a Steve fue el título que nada tiene que ver, según él, con el cerdo en el cuerpo humano.
Trate de explicarle sobre lo que trataba el libro cuidando de no soltar algún spoiler. Él se centró en el por qué se llama así y por qué tiene un cerdo mutado en lugar de una mosca.
—Así podrás salir de tus dudas.
—De verdad que no entiendo por qué tiene un cerdo pegado al cuerpo de un hombre —argumenta risueño.
—Sólo léelo, mi amor —entrelazo mis manos detrás de su cuello, con una masajeo su nuca. Posa sus manos a ambos lados de mi cadera firmemente, llevando mi cuerpo hacia el suyo. Observo cada rasgo de su rostro, sus perfectos ojos azules con un poc de verde, como amo sus ojos. Intento imaginarlo con barba, nunca he visto ni un pequeño rostro de vello facial en su cara, es con su cada mañana se afeitara—. Apuesto que con barba te verías el doble de guapo.
—¿Barba?
—¡Ay, vamos! No me digas que cada mañana te rasuras. —murmura algo inaudible—. Increíble, de verdad lo haces. Deberías inculcar eso a las futuras generaciones para evitar que tengan una barba como la de Tony.
—Quizá debería —dice pensándolo un segundo.
Me roba tres cortos besos. Luego otros tres, más largos que los anteriores. Una risa nerviosa se me escapa, contagiándolo.
Junto una vez más nuestros labios en un beso lento, tierno, de esos que te roban el aliento. La forma en la que mi boca y la de Steve encajan perfectamente me gusta, echas la una para la otra. La dulce forma en la que nos besamos hace temblar mi cuerpo, las dichosas mariposas revolotean en mi estomago.
—¿Quieres dar una vuelta por la ciudad? —dice al separarnos.
—Mmhm.
¡Hola! De nuevo yo. Sigo respirando por si creían lo contrario.
Quiero pedirles perdón por tardar tanto en actualizar, he pasado por algunas crisis estos últimos meses. La ansiedad y la depresión nunca deben mezclarse, es horrible. Estuve yendo a terapia un tiempo para superarlo, y sigo haciéndolo. Estuve pensando muchas veces en dejar todo, incluidas mis historias; no tenía ganas de nada... quería desaparecer de la faz de tierra. No me refiero al morir o algo así, simplemente quería desconectarme de todo, llevar una vida más tranquila y al parecer lo estoy logrando.
Así que, ¡¡ME TIENEN DE VUELTA!!
L@s quiero mucho. Gracias a todos los que aún siguen leyendo mis historias aún después de tardar meses en actualizar. Tienen un pedacito corazón❤️.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro