Miércoles
Aquella tarde, agobiado por el silencio y con una sensación de inanición cuyo único alimento era la sombra de mi amo, llamé a su número. Mi corazón latía desbocado y las manos me sudaban, pero enfrentarme a su furia era el panorama más optimista ante la prolongación de su ausencia en mis días.
No respondió.
Sin embargo, esa tarde, como cada miércoles antes de aquella fiesta, se presentó en mi puerta. Tan apuesto como siempre, con su aspecto pulcro y traje azul de tres piezas. Los segundos que permanecí estupefacto y convenciéndome de que no era una ilusión alimentada por mi desesperación, fueron los suficientes para que un par de lágrimas recorrieran mis mejillas.
Él me abrazó, y yo me hundí en su cuello para llenarme de su perfume, sentir su piel fría, celoso de que el viento de la calle hubiese podido tocarlo todo este tiempo y no yo. No sé cuánto tiempo permanecimos de pie bajo el marco de la puerta, solo sé que él se encargó de cerrarla y sacar su pañuelo para limpiar mi rostro húmedo.
Me besó con una ternura que jamás había experimentado, y aguardó paciente por mi calma, correspondió a mi boca que lo buscaba desesperado en un intento de compensar su ausencia. Se sentó sobre el sofá, y yo me arrodillé para descansar mi rostro sobre su regazo. Le conté todo, lo que ya sabía sobre Jungkook, sobre la fiesta y mi encuentro con los hombres que me habían tomado por sorpresa. Le conté también sobre mi modelo y oficinista, y la pena que me aquejaba por haberle ocultado todo. Y él, con un silencio que me calaba, no dejó de acariciarme el cabello con su mano libre, pues una de ellas residía entre las mías, humedeciendose con el llanto que no podía contener.
—Entiendes que no podemos seguir con esto, ¿Cierto? —para cuando el llanto cesó, su voz llenó la habitación en silencio, y yo me tensé de inmediato, consciente de lo que estaba por venir. —Comenzando porque violaste nuestro lazo de confianza, lo más importante sobre todas las cosas.
Asentí en silencio, no tenía que decir mucho. Pude notar en su tono el dolor y la traición, suficiente reproche para dejar en claro que lo había lastimado, a él, que había estado para mi, que me alimentó en la boca cuando no tenía fuerzas, que limpió mi cuerpo en la bañera, propiciando en mí en sentimiento reconfortante de amor y protección. Volví a suplicar por su perdón, pero aún en el fondo estuve consciente de que no era suficiente, para él, para mí.
Alcé mi rostro y lo dejé limpiar mis lágrimas nuevamente, como un inútil incapaz de lograr algo por sí mismo, y en espera de la frase que terminaría con nosotros en ese momento.
—Quiero que reflexiones en lo que ha sucedido, en tu presente, tu futuro. Y no me busques, yo no lo haré. No hasta que estés consciente de lo que deseas, pues no puedes seguir así para siempre, y si algo me quedó claro de todo esto, es que tú, mi precioso sumiso, mi amado Tae, estás listo para enfrentar el mundo que alguna vez te obligó a encerrarte y aprender a caminar nuevamente.
Me besó, sus labios llamando a los míos con un lenguaje silencioso, y fue paciente de nuevo ante el temblor de mi boca y sabor agridulce de mis intrusas lágrimas. Después vino la entrega, con un hambre pendiente de satisfacción, con la venida de una despedida inminente.
Aquella noche me entregué a mi verdugo con una devoción que no volvería a experimentar a manos de nadie. Cada caricia, cada palabra carente del amo que algún día fue mi soporte, pero llena del hombre ordenado y exigente, del hombre lastimado y herido, que aún en su enojo y dolor, me cumplió mi último capricho antes de desaparecer por la puerta, listo para dejarme como un inválido que aprendería tarde o temprano a volver a caminar.
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