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MIÉRCOLES 09.08

✉️ 08:49
Buenos días, amo.

Mi desayuno de hoy, arroz con verduras y un poco de pescado asado.

✉️ 10:50
Fui a entrenar y miré una película mientras desayunaba.

Había un hombre poderoso en la película, me gustó porque me recordó a usted.

✉️ 14:47
Quise leer un poco, pero estoy tan impaciente por verlo hoy, que no pude concentrarme.

✉️ 14:52
Amo: Intenta de nuevo, sé que puedes.
Amo: Llegaré a la hora de siempre. Termina esa lectura para mi.

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Él era... único.

Manejaba el peso del mundo en sus hombros con la facilidad de quien lleva su taza con café a los labios y bebe un sorbo tranquilo. Aquella tarde de valentía decidí preguntarle por qué me visitaba sólo los miércoles, y él, con una sonrisa de efecto tranquilizante, me dijo que yo era su calmante; ¡Qué increíble! Como si él no pudiera leer lo que mis ojos le decían con una confidencia ciega, como sí de verdad no supiera que él era mi dopamina, mi única luz en el camino oscuro.

No estaba exagerando. Imaginen abordar un auto con tus padres al frente, cerrar los ojos cuando todo se volvió ruidoso y negro, y despertar dos mañanas después con la noticia de que habías perdido todo. Ellos se habían ido, dejándome solo y sin motivos para continuar viviendo.

Él debió verlo, él no era del que pasaba por alto los detalles. Desconozco qué clase de magia fue esa, quizá mis padres habían dejado un último regalo terrenal en forma de un majestuoso hombre para cuidar de mí, pues él, aún sin conocerme bien, cuidó de mí los siguientes días. Como si pudiera leer el lenguaje silencioso de la muerte y el abandono tocando mi puerta, me pidió que comiera, que me bañara y me mantuviera cuerdo para él.

Lo que comenzó como algo extraño y automático, se convirtió en un hábito y placer. Él me ordenaba que comiera bien y yo a cambio aprendí a cocinar. Me pidió que no olvidara darme una ducha, limpiar el desastre de mi cuarto, y si bien, no retomaría pronto la vida que había abandonado por mi pérdida, me pidió que no dejara de lado mis prácticas.

Me sentía a salvo con su mano acariciando mi cabello y mi mejilla reposando en su pierna. Paladeaba lo que era el amor cuando él, con un gesto tranquilo, acercaba su mano a mi rostro y limpiaba con una servilleta mis comisuras sucias de comida. Me sentía el más afortunado cuando arremangaba su camisa y se sentaba junto a mi en la tina y lavaba mi cabello, con sus dedos fuertes masajeando mi cuero cabelludo y su toque que combinaba a la perfección con el aroma a jabón que perfumaba toda mi piel mientras él pasaba el estropajo por toda mi espalda.

Él era mi amo y yo su fiel sumiso. Comenzó una tarde cualquiera, cuando él decidió tomar las riendas del asunto y me ayudó a vender la casa de mis padres y comprar mi propio departamento. Prometí servirle y él a cambio cuidó de mí como nunca nadie antes lo había hecho. Él era mi luna por las noches, mi sol por las mañanas, y pese a que me privaba de su compañía diaria, yo me sentía afortunado de cada minuto dedicado a mí. Porque lo amaba, cada mirada de soslayo, cada sonrisa de dientes blancos y perfectos; la forma en que su mano palpaba mi cabello cuando lo obedecía, los cortos y reconfortantes besos en mi frente; la intimidad de una ducha juntos y las pocas noches donde él se quedaba a mi lado.

Me entregué por completo a su voz, a sus mandatos, le reportaba cada acción del día, dejando que la distancia fuera insignificante con sus control y protección reconfortandome en cada mensaje, en la idea de que si comía bien él estaría orgulloso de mí. Que, si asistía a mis prácticas y me mantenía cuerdo, él vendría a mí a mitad de semana y me permitiría servirle.

Al principio fue suficiente y yo abracé mi cobardía cuando me percaté de lo mucho que me gustaba y la forma en que mi cuerpo me gritaba lo mucho que lo deseaba. Pero él no presionó, quizá satisfecho de lo que teníamos o quizá solo esperando a que yo fuera un chico bueno y le dijera lo que quería. Sin embargo, Kookie llegó. Tuve miedo de perderlo, de confesar lo que en mi estaba creciendo, y pese a que el peso del secreto fue demasiado para contenerlo, mi amo entendió, y yo me alejé de él por el bien de mi relación.

Y entonces el abandono llegó, la amenaza de volver a perder el control de mi mismo. No temí en volver a buscarlo y él me acogió como un cachorro abandonado que vuelve a su hogar después de estar perdido por mucho tiempo. Envalentonado quizá por la segunda oportunidad, le confesé que lo deseaba, y él, con esa sonrisa que enamora, me dijo que cuidaría de mi si yo le servía a cambio.

Con el tiempo comprendí que el control tenía su precio, que el peso del mundo también mermaba su humor; ambos encontramos en el otro lo que necesitábamos bajo una promesa basada en la confianza. Él me cuidaba y yo a cambio le dejaba encontrar refugio en mi cuerpo, en mi compañía. Le dejaba liberar sus cargas con las correas cortando mi circulación, con su mano dejando sus rojizas marcas en mí, con su boca dejándome adolorido y sus docenas de creativas formas de amarme robándose mis energías; después le agradecía, pues no había dolor donde existía tanta sed de sus atenciones, de servirle con fervor, de restregarme en sus trajes finos y besas sus zapatos, sentir que era el hombre más afortunado del mundo cuando él me castigaba por mi bien, o probar el cielo lleno de egoísmo cuando me dejaba probar su saliva escupiendo en mi boca en el gesto más íntimo y placentero que he experimentado en mi vida.

Era él contra el mundo, y yo su pequeña pausa de la batalla. Pues él de tonto no tenía un pelo, y si bien nunca me cuestionó sobre el rastro de otros hombres em mi cuerpo, se aseguraba de que sus marcas fueran aún más fuertes. Quizá nunca sabría del todo por qué me había elegido a mí, quizá yo era un sumiso más en su vida, pero para mí él era el sol y la luna, era mi amo, el hombre que no confiaba en nadie, y a quien yo podía confiarle todo.

¡Hoy se celebra! ✨💜
Cuéntenme qué les pareció el MV y la canción, que yo amé mucho mucho muchooooo. Veré si puedo escribir algo con ella más adelante.

¡Hasta otro día!

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