Muerte negra / BajiTake
Cada (...) significa que pasó cierto tiempo entre escena y escena
Ya había perdido la cuenta de las veces que se había mudado, recorría el mundo en búsqueda de tranquilidad, paz y estabilidad. Sólo podía quedarse algunos años, porque luego la gente lo nota y Baji Keisuke no puede darse el lujo de ser atrapado por esos locos quema mujeres.
Nació el tres de noviembre del año 548, fue un niño amado por sus padres, a pesar de sus pobres orígenes, todo estaba bien en él, aunque tenía unos peculiares colmillos largos, no había mayor rareza, hasta que cumplió treinta y seguía viéndose como de veinte. Tal vez sólo tenía una piel saludable, pero pronto cumplió cuarenta, seguía sin cambiar, sus padres decidieron que sería mejor no dejarlo salir.
Para cuando cumplió cien años, supo que nunca iba a siquiera morir, desde ese momento decidió que tampoco permanecería al lado de alguien, porque los demás a su alrededor fallecen, tal como sus padres. Era por su bien. Ahora en sus setecientos noventa y ocho años de edad, se establece en una preciosa ciudad. Siempre se sorprende de lo agigantados que son los pasos del humanos, al menos en creaciones, porque siguen siendo igual de destructivos y crueles.
Le gusta pasear por la noche, la oscuridad es total y abrumadora, pero es el único momento en el que se muestra totalmente descubierto, no teme ser visto. Siempre regresa antes del alba, es cuidadoso con las cosas que hace, atento a cada sonido. Nunca se involucra con algo que no le concierne, ni siquiera le abre la puerta a las vecinas chismosas que tratan de conocerlo con sus guisos de codorniz.
Esa noche se siente especialmente fría, no tanto como para tiritar, pero lo suficiente como para que su aliento produzca vapor. Las estrellas se ven lindas, es lo único que le parece igual de eterno que su existencia. Aunque su paz no dura tanto, puede escuchar gritos por el callejón, se pide por ayuda que no va a llegar, porque nadie sale de noche, los humanos creen que es la hora de los demonios.
Camina en dirección a los pedidos de ayuda, puede ser una trampa, a veces los ladrones actúan así. Pero no, él puede escuchar la desesperación real de un hombre "Por favor, ayuda" se repite con más fuerza que el "No, por favor, no" ese último era más bien dirigido a otra persona. No debería, realmente no debería, pero esos gritos son tan desgarradores, si no hace nada, eso se le va a quedar grabado, ya le ha pasado antes.
Termina dirigiéndose a la casa de la que proviene el desespero, en la ventana de la casa hay una vela que baila agresivamente, acompaña el ambiente de pánico del interior. Espera que la puerta no tenga pasador y pueda entrar tan rápido como pueda. Por suerte entra sin problemas, ahí en el piso frente a sus ojos, un señor inmoviliza a un muchacho bajo su robusto cuerpo, Keisuke puede ver que los pantalones del chico ya han desaparecido, pero sigue luchando por ser liberado.
Keisuke no tiene poderes sobrehumanos, como algunas leyendas cuentan, sólo es inmortal, por lo que tampoco puede hacer la gran hazaña de separar rápidamente a un hombre que seguro pesa el triple que él. Por lo que decide rodear su cuello con su brazo, presionando tan fuerte como puede, evidentemente el otro se incorpora para librarse del agarre, pero no es tan ágil para poder hacerlo, termina desmayándose por la falta de aire.
Una vez neutralizado, observa al muchacho semidesnudo, tiembla en el piso, observando al hombre que intentó poseerlo a la fuerza.
—¿Por qué?—la pregunta espabila al joven.
—No lo sé— susurra—No lo sé.
Keisuke se acuclilla para revisar al chico, este retrocede algo asustado, pero ante los movimientos lentos de su salvador, permite que este revise lo que se puede ver. Los dos buscan sus pantalones, pero la manta mal cocida ya está muy rota. El mayor decide que está bien si es un poco más amable y le permite usar su saco para cubrir su delgado cuerpo.
—Muchas gracias, buen señor—no dejan de salir lágrimas de sus ojos.
—De nada—Observa cómo el joven se levanta temblorosamente, siendo apenas iluminado por la luz de la ventana, distingue un par de ojos azules todavía asustados—¿Cómo te llamas?—es una pregunta impulsiva, realmente no debería estar indagando en la vida de un humano.
—Takemichi Hanagaki—su voz es tan suave que Keisuke siente que sus palabras se pierden en la suave brisa que entra por la ventana.
—Te acompaño a casa.
El muchacho baja la mirada, removiendo sus dedos en la costura de las mangas del fino saco—No tengo una casa—murmura.
—¿Qué?— tal vez escuchó mal
—No tengo una casa—dice algo más fuerte—Duermo en la calle.
Bueno, eso no era extraño, la pobreza abundaba por esos años, no todos podían tener una casa. Keisuke observa al muchacho de ojos azules, pensando si luego se arrepentirá de lo que está por hacer.
—Ven conmigo— comienza a caminar fuera de la casa, puede escuchar el sonido de los pies descalzos sobre la piedra de las calle—¿No tenías zapatos?—el joven mira sus pies sucios y luego niega con la cabeza—¿Por qué?
—Son caros
Claro, Keisuke olvida que las cosas son distintas, los pobres en estas ciudades a penas tienen para un puño de avena. Continua caminando, qué más da que el joven siga caminando descalzo, ya debe estar acostumbrado.
Se asegura que nadie lo esté viendo, abre la puerta de su casa, se gira para observar a Takemichi, el muchacho observa la estructura de dos pisos algo maravillado, él nunca había estado de ese lado de la ciudad, los pobres no tenían permitido estar ahí.
—Voy a dejar que pases, tomes un baño y comas algo—los ojos azules lo miran con sorpresa.
—¿Por qué dejaría que alguien como yo entre a su casa?—los ojos azules parecen brillar con emoción, una que el joven parece querer reprimir.
—Porque sí, no tengo una razón particular.
Takemichi entra a la casa, pisa con cuidado, como si fuera romper el piso o algo. El interior era agradable, sin duda ese hombre tenía dinero, podía pagar una casa de piedra pulida y madera muy linda.
—Creo que tendremos que cambiar el orden de las cosas, hay que calentar el agua del pozo primero—Keisuke frota sus manos para volver a ganar calor.
—¿Tiene un pozo?—Sólo lo que eran muy ricos podían tener uno.
—Claro—su salvador toma un balde de metal—Iré por agua para calentarla.
—¿Bañarse no es un pecado?—Keisuke lo mira como si hubiera dicho una locura—El padre dijo que...
—Una estupidez— el muchacho pegó un respingo ante el tono usado—Bañarse no es un pecado, tampoco va a matarte por enfermedades, ni es impuro quitarte la ropa para lavarte— todo lo dice con molestia—Todo lo que les enseñan en la iglesia es una estupidez.
El joven tapa su boca sorprendido, nunca había escuchado que alguien dijera tales cosas—Señor, no puede decir eso—dice susurrando—Pueden matarlo si lo escuchan.
—Es mi casa, puedo decir lo que quiera— sale por la puerta de su cocina.
Takemichi sigue sin creer lo que ha escuchado, desde que llegó a ese lugar se le dijo que todo lo que los hombres de sotana decían, era verdad, aunque cree que el hombre amable no puede mentir, una persona tan bondadosa como él, seguro que tiene la razón.
—Sólo tenemos que esperar a que se caliente—el hombre vierte el agua en una olla negra de metal—No tengo comida hecha—dice algo apenado—Pero tengo frutas, puedo darte muchas manzanas y peras.
—¿De verdad?— el muchacho se acerca tímidamente a la mesa.
—Claro.
Takemichi sonríe al ver las frutas en buen estado, hace mucho que no comía algó así de bueno—¿Cuál es su nombre?—pregunta mientras toma una manzana, la más roja que vio.
Keisuke lo mira fijamente, piensa en si debe presentarse o elegir el anonimato, aunque igual el chico ya le ha visto el rostro, es obvio que los candelabros de su casona dan más iluminación que una vela en la ventana.
—Baji Keisuke—el otro sonríe con las mejillas llenas.
—Un gusto conocerle, buen hombre.
(...)
Dijo que no iba a relacionarse con nadie, pero el muchacho regresaba constantemente, le traía flores del campo o las noticias del reino. Siempre platicaba animadamente, no parecía interesado en el dinero de Keisuke, nunca pedía nada cuando lo visitaba, aunque Keisuke igual le ofrecía comida y bebida.
—Señor— Takemichi llega corriendo con algo esponjoso entre sus manos—Lo he protegido—dijo feliz, el mayor lo mira serio, pero por dentro se sorprende por su estado de ánimo, tiene el ojo hinchado y continúa contento—Lo querían matar, como a los demás, pero logré salvarlo.
Keisuke observa la cosa negra entre sus manos, es un gatito, parece desnutrido. Takemichi lo acaricia con suavidad, el pequeño animal parece amar al joven, porque talla su cabecita contra la mano que lo apapacha.
—No deberías arriesgar tu vida por un animal—el otro le mira escandalizado—Digo la verdad, los fieles pudieron matarte por proteger a ese gato.
—No me importa, usted se la pasa quejándose de lo que hace la iglesia y ahora que protegía un ser que ellos desprecian erróneamente, se pone a decir cosas feas—pone al animal contra su pecho—no estoy de acuerdo en que ellos sean asesinados, si usted sí, entonces no es la persona que creí que era.
Takemichi está por marcharse, pero Keisuke lo detiene—Lo entiendo, yo también creo que está mal todo eso de matar gatos "porque son del diablo"—hace comillas—Pero no puedes anteponer la vida de un gato sobre la tuya.
—Sí puedo— es terco, Keisuke sabe eso—Además, estoy bien.
—Bien, ya no discutamos sobre esto—suspira—Déjame ver al gato.
El pequeño gato negro parece temer un poco de su toque, pero al final termina ronroneando en sus manos, nota que tiene una pequeña cicatriz en su cabeza, al costado de una de sus orejitas, seguro resultado de otro atentado contra su vida.
—¿Puede quedárselo?— Takemichi pregunta con algo de pena—Me gustaría vivir con él, pero en la calle, sería muy cruel para él.
—Para él—observa los ojos miel del animal—Sí, puede quedarse.
Takemichi se pone muy feliz, deja al gatito en el suelo de la casa, para que él pueda conocer su nuevo hogar.
—Muchas gracias, usted es un gran hombre—Keisuke siente que la sonrisa de Takemichi lo hace brillar, cerraría los ojos cegado por ese resplandor.
(...)
—Señor—Keisuke lo mira para que sepa que tiene su atención—Siento que algo pasa— dice en voz baja.
—¿Qué cosa?
—No lo sé, tenía dos compañeros de paja, dormíamos en la misma calle y eso—contextualiza un poco—Fueron contratados para limpiar caballerías, podían dormir en los establos, es más calentito, así que no me extrañó verlos menos, pero siempre me visitaban, ahora ya no regresan más, no sé si les pasó algo.
—Tal vez sólo tienen mucho trabajo—Takemichi no parece convencido, arruga su nariz mientras piensa.
—Puede ser—de pronto los ojos azules se clavan en los suyos—¿Usted algún día va a dejarme?
Keisuke le sonríe con cariño—No creo, tal vez seas tú quien termine dejándome.
—¡Imposible!—Takemichi se apresura a decir—¡Nunca lo voy a dejar!—afirma mientras le toma las manos—Usted es muy importante para mí—el mayor no puede evitar el impacto de esas palabras, sabe que sus rostro demuestra la sorpresa—Oh, lo siento—suelta sus manos apenado—Disculpe mi atrevimiento.
—No, está bien—Keisuke vuelve a tomar su mano—Es sólo que había olvidado lo que era—piensa en si debe decirlo—Lo que era esta sensación que me causas—dice vagamente.
—Señor Baji —sus ojos brillan como un par de estrellas—Gracias.
—Soy yo quien debería agradecer—con cuidado se acerca más—No quería acercarme a nadie, pero eres demasiado atrayente, me envolviste de alguna forma y no pude evitar dejar que entraras en mi vida—el menor se sonroja hasta las orejas.
—No puede decirle eso a alguien como yo—tira de su mano para liberarla, pero Keisuke lo mantiene cerca, entrelaza sus manos—Señor Baji.
—Yo puedo querer a quien yo quiera—declara—Puedes rechazarme, pero eso no va a cambiar nada, marcaste mi vida más de lo que me habría gustado.
—Usted es demasiado—le gustaría tener su mano libre para cubrir su rostro—Tanto dice que no hay que arriesgar la vida y justo ahora podrían matarnos por sodomía.
—¿Matarnos?—Baji mueve las cejas juguetonamente—Eso quiere decir que también quieres estar conmigo, porque bien podrías decir que no correspondiste mis sentimientos.
—Señor Baji— chilla avergonzado—En ningún momento me propuso estar con usted.
—Creí que estaba implícito.
—Pues no—frustrado desvía la mirada—Señor Baji, usted está loco.
—Lo que no se sabe, no se dice y entonces se sobrevive—dice con una sonrisa de lado—Lo que tú y yo hagamos, no le debe importar a nadie.
—Usted realmente es alucinante—muerde su labio inferior.
(...)
Keisuke está observando a Takemichi dormir, lo convenció de quedarse a dormir en su casa, fue difícil, pero ahí estaba el pelinegro, dormido en el colchón, entré sábanas fabricadas con lino rellenas de plumón de ganso. Se veía tan delicado y precioso.
Podrían llamarlo acosador, pero es que tenía que aprovechar todo el tiempo que pudiera, sólo podría quedarse un tiempo, luego tendría que irse sin decirle nada a ese precioso ser que descansaba a su lado.
Aleja los cabellitos de su frente, pasea su dedo por la piel suave de su rostro, hace siglos que no sentía la calidez de alguien más, han sido muchos días sin abrir su corazón, porque era lo correcto, para él y para los otros, pero ahora ahí estaba, anhelando que ese joven se quedara a su lado por siempre, está seguro de que su inmortalidad nunca sería aburrida, sola o fría.
—Tal vez la vida por fin sea buena conmigo—susurra—Tal vez tú también seas inmortal.
Takemichi arruga su nariz en sueños, Keisuke se derrite en silencio.
(...)
—Conseguí un trabajo—los ojos azules de Takemichi brillaban con emoción—Hoy mientras cortaba flores, un señor me ofreció empleo en granja, dijo que sólo tendría que darle de comer a las gallinas—Keisuke arruga su nariz con disgusto—No me mires así, ya te dije que quiero trabajar.
—No lo necesitas, yo puedo mantenerte bien—injusto de su parte, ya que de todos modos lo va a terminar dejando.
—Puede ser, pero yo quiero ganar mi propio dinero.
—Bien, entiendo, sé que eres terco—el menor rueda los ojos—Te irá bien, seguro que las gallinas terminarán enamoradas de ti.
—Eso suena raro—se carcajea.
Keisuke se queda mirando la forma en la que ríe, también escucha atentamente, quiere grabar esa risa en su memoria.
(...)
—Sabes—se encuentran en la cama, son iluminados tenuemente por la luz de la luna—Dormir en la calle me gustaba, porque podía ver las estrellas.
—A mí también me gustan las estrellas—Keisuke pasa un mechón rebelde tras la oreja ajena—Aunque ahora sólo debo verte a los ojos para contemplarlas.
No sabe si está sonrojado, pero sabe que está algo avergonzado—Dices las cosas más dulces.
—Es la verdad—enredan sus pies bajo las sábanas—Son estrellas y a veces luceros.
—¿Luceros?
—Cuando te emocionas, brillan con esa intensidad.—Son interrumpidos por el pequeño gato que se acurruca al lado de Takemichi —Parece que debemos batirnos en un duelo, Nuit—dice rascando la cabeza del Nuit—Pelearemos por el amor de Takemichi.
—Tonto, yo los amo mucho a los dos—la confesión hace que Keisuke sonría vistorioso.
—Di eso de nuevo.
—Buenas noches—Takemichi cierra sus ojos.
—Yo te amo mucho a ti—besa su frente.
(...)
—¿Te gustaría visitar Francia?—pregunta mientras comen—creo que sería maravilloso ir juntos, escuché de una ciudad que es bellísima, creo que era carcasona o algo así.
—¿Cuándo?—su voz suena algo cansada—Porque debo pedir permiso.
—Mmmm—Keisuke piensa, pero su atención se desvía a uno de los dedos de Takemichi—Se ve algo oscuro—dice tomando la mano—¿Qué te pasó?
—No lo sé, comenzó a ponerse así hace unos días.
Observa cuidadosamente los dedos, puede ver como todos comienzan a teñirse de un tono grisáceo.
—¿Algo te aplastó la mano?
—No, no me ha pasado nada.
Baji tuerce la boca—¿Te duele?
—No, no siento nada.
Ambos observan como dos gotas de sangre caen sobre la pierna de pollo en el plato, asustados, se miran a la cara, Takemichi lleva su mano libre a su rostro y palpa bajo su nariz, las yemas de sus dedos se cubren de sangre.
(...)
La fiebre no cedía, cambiaba las compresas y cortaba la frente tanto como podía, pero Takemichi hervía, aunque temblaba como si el clima estuviera helado. Baji no lo entendía, no sabía que hacer. Todos los dedos de lamano de Takemichi se habían teñido de negro, no podía mover sus extremidades y olía como si estuvieran podridas, pero él seguía vivo, ¿cómo es que eso era posible?
—Necesit...—no termina su oración, vomita y tose porque se lo traga por accidente. Keisuke se apresura para levantarlo y ayudarlo—Perdón—dice sin aliento.
—No, no pidas perdón—palmea su espalda—Todo estará bien.
(...)
Nada estaba bien sólo habían pasado tres días y Takemichi estaba peor, vomitaba incluso si no había comido nada, se hacía encima, ardía en fiebre y se quejaba de dolor sin parar. Era una tortura verlo, los ojos que alguna vez brillaban ahora yacían opacos y llorosos, pedía clemencia, murmuraba cosas sin sentido y se retorcía.
—Volvía cada vez—dijo de pronto—Porque parecías tan solo.
—No gastes tus fuerzas—llora por primera vez en siglos—Descansa, para que mañana te pongas mejor.
Los ojos amables de Takemichi se llenan de lágrimas—Te am...—se ve interrumpido por un espasmo brusco en su cuerpo, se sacude con violencia y boquea por aire.
—Takemichi— trata de controlar su cuerpo, pero no sabe cómo hacer que pueda respirar, se desespera tratando de ayudarle, no sabe qué hacer, nadie sabe.
Buscó ayuda, pero nadie sabía qué hacer, muchos morían en la calle, ni los nobles se salvan, por eso llora mientras ve a Takemichi retorcerse bajo su cuerpo, incluso siente cómo el corazón ajeno palpita con rapidez. Sangre brota de su boca y nariz, todo es violento hasta que todo se calma.
Los ojos de su amado están apagados, húmedos por el llanto y perdidos en el techo de madera. Se había ido, Baji suelta una risa, se supone que era él quien se iría, porque los humanos mueren, siempre lo hacen, lo sabe.
Nuit se restriega en su pierna, como si quisiera consolarlo.
—Ellos siempre se van— el gatito le maulla—Yo lo sé—lo levanta, le muestra que Takemichi se ha ido—Pero me duele como si me hubieran arrancado el corazón.
(...)
Cumplía mil cuatrocientos sesenta y nueve, lo celebraba en el mini departamento que compró hace dos días que regresó a Japón. Come su nueva comida favorita, porque ya nadie hace pavos rellenos de pollo, que a su vez están rellenos de pichones que llevan dentro una codorniz, a veces tienes que soltar tus viejas costumbres.
La yakisoba sabe bien, está seguro que el pastel que compró también estará rico, observa el puesto vacío frente a él, desde que Takemichi murió hace seiscientos cuarenta y un años, no dejó de poner la mesa para dos, ni de comprar todo en pares, tal vez era algo dañino, pero esos ojos azules, esa voz suave y esa dulce personalidad, se había grabado en lo más profundo de su alma.
Un maullido capta su atención, en el balcón de su habitación hay un gatito, puede ver que es negro. Se acerca con cuidado al felino, aunque el pequeño no parece querer irse, porque entra a la habitación, Baji lo observa de cerca.
—¿Nuit?—pregunta cuando ve la misma cicatriz de su viejo gato—No, que tontería, yo te vi morir cuando cumpliste veinte años—acaricia la cabecita—Aunque te ves igual, ¿reencarnaste? —El gato ladea la cabeza—Creo que la soledad finalmente me ha dejado loco—El gato le muerde suavemente el dedo y lo jala hacia el balcón, lo invita a seguirlo, pero Baji no sabe escalar, por lo que sólo ve en qué departamento se mete—De verdad me volví loco— dice, porque está dispuesto a seguir a ese gato.
Termina frente a la puerta del vecino de arriba, toca antes de que se acobarde. Espera pacientemente hasta que escucha que botan los seguros de la puerta y esta se abre suavemente.
—¿Quién es usted?— un hombre de cabello negro y ojos verdes lo recibe.
—Soy el nuevo vecino de abajo—dice incómodo—Quería presentarme con los vecinos—espera que el otro compre su mentira.
Su vecino entrecierra los ojos, pero no dice mucho porque se gira cuando escucha los pasos de quién sea que viva con él, Baji ya se había desanimado, porque el gato claramente no le estaba diciendo nada.
—¿Con quién hablas Chifuyu?— eleva la cabeza cuando escucha esa voz.
—Takemichi— dice sin aliento.
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da para pt2?
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