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Capítulo 38 | Renuncia

El corazón de Venecia se paralizó por escasos segundos, después, su torrente sanguíneo se calentó tanto que pudo sentir el sonrojo en sus mejillas; apartó la mirada de su jefe, completamente avergonzada de adónde se dirigió el hilo de sus pensamientos. Desde el momento en que lo vio desnudo, miles de imágenes subidas de tono, invadían su mente, tanto que, su pobre cerebro parecía hacer corto circuito.

—Entonces, ¿puedo pasar a la habitación de su prima? —preguntó él, sacándola de su ensimismamiento.

—Ah... yo... Sí, puede pasar —tartamudeó.

Su jefe la siguió y, nada más entrar al cuarto de Madison, pudo ser capaz de notar y de sentir la mirada de todos, aunque la que más pesó, fue la de Balthazar, quien la miró fríamente antes de mover sus ojos a Law Taylor.

¿Qué carajos hace éste hombre aquí, Venecia? —gruñó, con obvia molestia.

—Estoy aquí porque la señorita Woollim pidió verme —respondió Taylor, enfrentándolo.

—Así es... Por favor, les pido que nos dejen solos.

Ante la petición de su prima, Venecia la miró fijamente, intentando descifrar lo que estaba tramando.

—De ninguna manera, no te vamos a dejar sola con éste señor —expuso Balthazar.

Por primera vez, la castaña estuvo de acuerdo, porque ella tampoco quería dejar a solas a Madison y su jefe, suficiente tenía ya con sentir celos de la mujer del elevador.

—Quiero hablar con el señor Taylor y con Venecia... a solas.

El corazón de Venecia se saltó un latido cuando sus ojos se encontraron con el azul eléctrico de los ojos de su jefe.

—Bien, vámonos, entonces —habló la morena, empujando a Balthazar hacia la salida.

A regañadientes, el hombre de metro noventa y dos salió de la habitación, no sin antes lanzarle una mirada fría a Taylor. Una vez a solas, Madison soltó un suspiro y los miró a ambos alternativamente.

—Lamento haberlo hecho venir en su día libre, señor Taylor —comenzó—, pero no quería perder más tiempo para decirle que... Acepto.

Ojos azul grisáceo parpadearon con obvio desconcierto. —¿A qué te refieres con eso, Madison? —cuestionó.

—Bueno, tu jefe habló conmigo y me ayudó a comprender que todo lo que he hecho en mi vida, está mal. Me hizo darme cuenta de lo malagradecida que he sido contigo —respondió, dejando a Venecia sin habla—. Y, también me ofreció ayuda.

—Así es, señorita Torres —habló su jefe, llamando su atención—. Yo le dije a su prima que podía ayudarla y me alegra que haya aceptado.

—¿Ayudarla en qué?

—Bueno, le dije que podría conseguirle un empleo, solo que... a cambio, ella tendrá que ingresar a una centro de ayuda.

—No. Eso no es necesario.

—Si no acepta que tiene una adicción, entonces no habrá...

—Voy a ser honesta con ambos —interrumpió—. Yo no soy ninguna adicta, jamás he consumido más allá que botellas de licor... nunca me metí ninguna otra sustancia más que alcohol.

—Madison, el médico me mostró tus resultados... Tuviste una sobredosis, por el amor a Dios, no lo niegues.

—Es que no lo niego y... yo sé que es difícil creerme, pero yo no me inyecté nada. Lo que pasó, fue que el chico con quien tenía una relación me exigió que te buscara y te pidiera dinero, yo me negué y discutimos, él se marchó muy enojado y... —con los ojos repentinamente acuosos, la chica inhaló un poco de aire para soltarlo poco a poco—... Me quedé dormida y por la madrugada, sentí un pinchazo en el brazo, cuando me di cuenta que estaba inyectándome, forcejeé con él y salí corriendo de allí.

—Madison... —susurró, ya dándose una idea de lo que realmente le había ocurrido a su prima.

—Vivíamos debajo de un puente, a solo unas calles lejos de la casa del abuelo. Lo que me inyectó hizo efecto rápidamente, ya estaba convulsionando cuando el auto me arrolló. Es por eso que sufrí ese accidente.

—Lo que ese chico le hizo, es un delito bastante grave —señaló Taylor—. Usted puede levantar una denuncia, señorita Woollim.

—Lo sé, pero ya no quiero más problemas... lo único que quiero es comenzar de nuevo y... volver a ganarme el cariño de Venecia.

—Mi cariño nunca lo has perdido —dijo, acercándose a ella y abrazándola.

—Pero te he decepcionado más veces de las que puedo contar.

La castaña se encogió de hombros. —Que intentes enderezar tu camino, es un buen comienzo, aunque no creo que el señor Taylor...

—Dije que iba a ayudarla —aseguró él.

—Entonces, ¿podría conseguirme un trabajo? Quiero comenzar a ganar mi propio dinero y después, ver la manera de regresar a la universidad.

—Cuente con ello, pagaré su matrícula y...

—No. Eso sería demasiado. Yo solo quiero un empleo.

—Ahora que su prima y yo nos moveremos al juzgado del quinto distrito, mi amigo y colega quedará a cargo de la firma y él necesitará una asistente, estoy seguro de que usted haría un muy buen trabajo...

—Eso me gustaría. Sí... Acepto.

—Primero deberá llevar sus documentos y después de la entrevista, podrá ocupar el puesto de asistente personal. Señorita Woollim, déjeme pagar su matrícula, vaya a la universidad de su preferencia, vea si pueden revalidarle las materias cursadas e inscríbase, yo me haré cargo de los gastos y usted podrá pagarme una mensualidad los días de cobro, ¿qué le parece?

Si el corazón de Venecia ya se hallaba como una temblorosa gelatina, al escuchar a su jefe y ver la expresión en el rostro de él, se hizo un charco a sus pies; era demasiado imposible no caer derretida ante ese rostro tan hermosamente cálido.

Ya no podía ni quería seguir negándolo; estaba profunda e irrevocablemente enamorada de Law Taylor.

🧳🌻🎡🍦

Con el sol colándose a través de las ventanas, Venecia terminó de hacer las maletas mientras esperaban que el médico se apareciera con el alta de Madison y, cuando la puerta fue golpeada, pensó que, finalmente se irían a casa. La sonrisa murió en sus labios cuando la presencia de Kenji Hasselt apareció frente a ella, trayendo consigo un muñeco de peluche y algunos globos.

—Abogado Hasselt, ¿qué está haciendo aquí? —cuestionó, con un tono de voz elevado.

—Bueno, me enteré que hoy le darían el alta a su prima y vine para llevarlas hasta su casa.

—Señor Hasselt, creí que ya todo había quedado claro entre usted y yo.

Los ojos azules de Madison iban del hombre extrañamente feliz a la propia Venecia, quien no dejaba de suplicar en silencio para que Kenji Hasselt se marchara.

—Dile a Teresa que no tardaré... vuelvo en unos minutos —dijo, mirando a su prima.

Hasselt la siguió y, solo cuando estuvieron en el estacionamiento frente al auto de él, ella se giró, enfrentándolo.

—Parece ser que lo que hablamos hace unos días, no le quedó claro —comenzó, con un ligero temblor en su tono de voz—. Quiero que me deje en paz, señor Hasselt.

—No lo haré —respondió, dando un paso más hacia ella—. Tengo todo el derecho de hacer mi propia lucha. Tú estás libre, yo también... si me dieras una oportunidad, te aseguro que...

Con determinación, ella lo alejó. —Jamás se la daré. Usted no me gusta ni me gustará... nunca.

Las palabras eran duras, pero al parecer, para Kenji Hasselt no. Esquivándolo, pasó por su lado para volver al interior del hospital, pero el insistente hombre la tomó del brazo, impidiéndole dar un paso más.

El miedo era una cosa que pocas veces experimentó, sin embargo, los ojos de Hasselt le hicieron sentir que, si no se alejaba de él, iba a correr cierto peligro y, justo cuando pensó que el hombre la obligaría a besarlo, Arthur Wiesbaden apareció en su rescate. Si antes había pensado que el infierno podía hacerse presente en unos bonitos ojos azules, ahora había otro par del color del whiskey que los igualaba.

A pesar de sus intentos por retener las lágrimas, supo que estaba a punto de ceder cuando la mirada que Wiesbaden le dio le llegó profundamente; las lágrimas quedaron olvidadas porque Hasselt volvió a aparecer, suplicándole para que hablaran con más calma, sin embargo e incluso antes de verlo, Venecia supo que Law Taylor se encontraba cerca, tan cerca que su cuerpo reaccionó primero y se apartó del agarre que Kenji tenía en su brazo.

—Señor Taylor —llamó.

Él se detuvo abruptamente, apartando esos hipnóticos ojos de la pantalla de su teléfono. Parpadeó, luego su ceño se frunció y ladeó la cabeza, mirándola fijamente.

¡¿Qué carajos?! —musitó, en un gruñido—. ¿Qué le pasó? —preguntó, con la preocupación siendo palpable en su tono de voz.

Ante su cercanía y el suave roce de sus dedos sobre la piel de su rostro, el corazón de Venecia dejó de latir por escasos segundos, porque habría perdido la batalla completamente de no haber sido porque Balthazar apareció de pronto y la tomó del brazo, alejándola de su jefe.

—He venido por Madison y por ti —informó, llevándosela con él.

Tiró de su brazo para zafarse del agarre de su mejor amigo. —Las cosas que haces —dijo, mirándolo—... hay que hablar al respecto, porque no están bien.

Dio media vuelta, pero no pudo ser capaz de dar otro paso más y volver a donde su jefe se había quedado. Verlo con la misma mujer del día anterior, le dolió. Hizo que su corazón se desgarrara con agonía.


🍂 Doce años atrás... 🍂


¡Hey, niñita! —gritó el adolescente.

El corazón de Venecia se aceleró y no por primera vez. Desde aquella noche en que conoció a Zeus y evitó que él se lanzara desde la azotea del Hotel Olimpo, estar en su compañía hacía que su vida fuese un poco mejor.

Una sonrisa se instaló en sus labios cuando lo vio correr hacia a ella, tan pronto estuvo cerca, sacó un pequeño contenedor de una bolsa de papel.

—Mira lo que te traje —dijo, sin dejar de sonreírle.

Si de por sí, el corazón estaba a punto de salirse de su pecho, viendo el pedazo de tiramisú que él sostenía frente a sus ojos, terminó por dejarla sin aire en los pulmones.

—¿Qué, no te gusta el tiramisú? —preguntó, con el brillo en sus ojos repentinamente apagado.

Justo cuando él bajaba el pequeño contenedor, ella lo tomó en sus manos y con una sonrisa, le agradeció el gesto. Mirando el cielo en los ojos de él, también agradeció en silencio por haberlo conocido, porque él siguiera a su lado como su único amigo en una ciudad donde no tenía a nadie más que a sus abuelos.

Y, sin que Zeus lo supiera, ese simple regalo había hecho latir su corazón cómo nunca antes; mientras disfrutaba del tiramisú en compañía de él, se dijo que a partir de ese momento, ese postre se convertía en su favorito. El aire era cálido y despeinaba su cabello, pero poco le importó cuando de la nada, Zeus se apareció con dos cometas de colores y, de ahí, la tarde fue mucho más divertida, de hecho, su vida era mucho mejor desde aquel encuentro con él.

Zeus jamás habló de su familia y la pequeña Venecia tampoco quiso preguntar; los años siguientes, solo se quedó con la duda de si en algún momento él arregló las cosas con su hermano mayor.

Las fechas decembrinas siempre traían un dolor a su alma, pero la compañía de Zeus le daba color a sus días e hizo que, volvieran a gustarle las Navidades y festejar el Año Nuevo.

Tras un día maravilloso, pensó que finalmente tenía el mundo y la suerte a su favor, entonces, miró el rostro atractivo de su acompañante y la sonrisa murió en sus labios.

—Voy a irme. Me mudaré de la ciudad... del país —dijo.

Y la paleta que había estado comiendo se resbaló de entre sus dedos, al mismo tiempo que sintió las lágrimas arremolinarse en sus ojos. Para una pobre adolescente enamorada por vez primera, aquellas palabras fueron letales... mortalmente desgarradoras, porque su primer amor se marchaba y con él se llevaba todas sus ilusiones.

Los años que pasaron juntos, se agruparon en su cerebro como recuerdos que atesoraría por siempre y, aunque era doloroso, los guardaría con recelo para que nada ni nadie los manchara. Armándose de valor, se puso de puntillas y ahora fue ella la que le robó un beso y lo dejó marcharse. Sus tristes ojos se clavaron en su espalda mientras lo miraba alejarse.

De pronto, él se detuvo y giró. —Ah, por cierto, gracias por tu amistad, niñita.

¡Tengo un nombre, ¿lo olvidas?! —le gritó, aunque ella adoraba que le llamara así.

La sonrisa que él le brindó la dejó sin aire en los pulmones. —Cuídate, Venecia —exclamó, todavía sonriéndole.

Y el corazón de la adolescente se paralizó; la forma en que él dijo su nombre fue una caricia a su alma, no hizo otra cosa más que dejar a sus lágrimas derramarse de sus ojos mientras lo miraba irse, llevándose con él sus primeras ilusiones, sus dos inocentes besos y los latidos de su corazón.

Vuelve a mí, Zeus, te voy a estar esperando... siempre —musitó, llevándose las manos al pecho.

⚖️🏛️🎡🤼‍♂


🍂 Actualidad... 🍂


Law parpadeó, después, sintió un fuego abrasador recorrerle el cuerpo. Sí, él sabía sobre los alcances de su hermano mayor, pero las cosas que estaba haciendo iban más allá de lo que él podía tolerar.

Sin detenerse a pensarlo, alzó el brazo y su puño conectó con la mejilla de Reese Taylor y, a partir de ese primer golpe, la situación empeoró.

—Espere, señor Taylor —exclamó la castaña, tratando de zafarse de su agarre.

Él no la soltó, pero se detuvo y miró a su hermano por sobre su hombro. —Mantén tus malditos intereses lejos de mi firma —gruñó.

No detuvo los pasos hasta que estuvo en su oficina y, solo entonces, soltó el agarre que mantenía en la muñeca de su asistente.

—Señor Taylor, ¿qué...

—La próxima vez que ese desgraciado ponga un pie aquí, llame a seguridad y que lo saquen —interrumpió—. No quiero volver a verlo cerca de la firma. ¡¿Qué demonios estaba haciendo con él?! —gritó, con el cuerpo temblándole de rabia contenida.

—Bueno, es la semana nacional de salud y, siendo el médico especialista en oncología, el hospital lo envió para que diera la plática sobre el cuidado y...

—Entonces llame al hospital y pida que envíen a alguien más —ordenó—. Además, ¿por qué carajos no me informó acerca de esa conferencia?

—Usted ha estado algo ocupado. Tiene que dejar las cosas arregladas antes de marcharse y yo pensé que... No se lo dije porque no quería distraerlo.

Dio un paso más cerca de ella y le tomó la mano, inspeccionándosela al mismo tiempo que su enojo bajaba unos decibeles.

—Perdóneme, señorita Torres —habló, ahora con calma—. Me alegra que su mano esté bien.

Él pensó que ella se alejaría, pero hizo todo lo contrario, se acercó un poco más, chocando su delicado cuerpo con el de él a medida que sus ojos encontraban los suyos.

—Estoy bien. Gracias por siempre preocuparse por mí y... lamento mucho lo que sucedió, le prometo que no dejaré que algo así ocurra de nuevo.

No había sido la sorpresa de encontrar a Reese Taylor en su territorio lo que lo puso de mal humor, no... había sido el hecho de que lo encontró sosteniéndole la mano a Venecia.

Haberlo visto tan cerca de ella hizo que su ser ardiera en llamas; los celos eran una emoción tan cruel y a él no le gustaban en absoluto, pero, Reese ya le había quitado muchas cosas y no dejaría que le arrebatara lo único que tenía. La única persona que le daba sentido a su vida.

Después de llevar a Venecia hasta su casa y dejarla en su lugar seguro y a salvo, recargó la cabeza contra el respaldo del sillón de la camioneta y cerró los ojos mientras el chófer atravesaba las calles atestadas de autos.

Una vez que llegó a su propia residencia, subió las escaleras de dos en dos y se escabulló al cuarto de baño; la ducha refrescante le revitalizó y, cuando se sintió de nuevo en su propia piel, salió de la habitación, encontrándose con Jae en el pasillo.

—Caramba, la cara que traes es la de un muerto viviente —comentó el hombre, sonriendo con diversión.

—Así me siento —respondió—. Dime, ¿es verdad que te mudas mañana?

—Ajá. Me entregaron el departamento hoy, mañana lo podré ocupar oficialmente.

—Sabes que no tienes por qué irte, la casa es muy grande y con habitaciones suficientes para que te quedes aquí.

—Lo sé. Pero necesito mi propio espacio.

Justo cuando estuvo a punto de responderle y, al llegar al último escalón de las escaleras, se quedó estático, con el corazón latiéndole aceleradamente.

Allí, en medio de la sala y sentado cómodamente en el sofá, se encontraba Reese Taylor, su hermano mayor; la expresión que adornaba su rostro era una de completa calma... una tenebrosa calma.

AJ también se encontraba allí, con el cuerpo encorvado como si se estuviese preparando para una lucha. Jae Jung fue rápido en reaccionar y, con mucho esfuerzo, se llevó al pequeño de los Taylor, dejando que Law enfrentara la situación.

Una vez que estuvieron a solas, Law caminó hacia la ventana de piso a techo y clavó los ojos en el jardín.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, sin voltear.

—Vaya, cualquiera diría que no tienes modales, hermanito —expresó—. Ni siquiera me ofreces algo de tomar.

Girando, Law lo enfrentó. —¿Qué?

Reese permaneció sentado, sin inmutarse. —Siempre has sido tan... Bueno, no vine a hablar de tu educación. Vine porque, lo que sucedió en tu firma, me confirma que necesitas ayuda.

¿Ayuda? —cuestionó—. ¿Ayuda en qué?

—Esa firma tuya, debería estar en Grupo Taylor. Debe pertenecer a...

—No cabe duda que estás mal de la cabeza si piensas que mi firma va a pertenecer a las empresas de la familia. Slam Law Firm, es completamente mía, nadie me ayudó a levantarla, la hice solo, sin ayuda tuya ni de la familia —gruñó, mirándolo fija y seriamente—. Si quieres poner tus manos sobre mi propiedad, te juro Reese, que me vas a conocer realmente.

—¿Me estás amenazando, hermanito?

—No. Solo estoy advirtiéndote.

Su hermano se puso de pie, con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón y una sonrisa burlona adornando sus labios.

—¿Y qué tal el personal? Pienso que quizás a algunos les gustaría formar parte de la nómina del Grupo Taylor, empezando por tu asistente.

Law sabía que sólo estaba molestándolo, tratando de hacerlo caer en su trampa para luego, presentarse como la víctima.

—¿Qué pasa con tu rostro, querido hermanito? —preguntó, en tono burlón—. Acaso, ¿tienes miedo? ¿Temes que me lleve a tu asistente o que te deje sin ningún trabajador?

—De ninguna manera —respondió, agradeciendo al cielo que su voz sonara normal—. Y, jamás retendría al personal en contra de sus propias voluntades, si ellos quieren irse, son libres de hacerlo.

Su hermano se rio, burlándose un poco más. —No pienso que sea así. Más bien, creo que sí tienes miedo de que pueda dejarte sin nada.

—Si piensas que tienes alguna influencia sobre mí o sobre mi firma, te equivocas... además, no tengo por qué temerle a alguien como tú. No tienes y jamás tendrás ningún poder sobre mí o sobre Slam Law Firm —y, con esas palabras, dio la media vuelta, dirigiéndose a las escaleras—. Ya conoces la salida.

⚖️🏛️🥊🐻

La noche anterior, había sido una de las peores para Law y, aunque sabía que podía aniquilar a su hermano, no se atrevía a mover un dedo para demostrarle que a pesar de creer que tenía el poder, no era así.

Reese llevaba mucho tiempo en la cima, creyéndose invencible, pero sin saber realmente que quién estaba detrás de todo ese éxito que él se regodeaba tener, estaba el propio Law.

—Señor Taylor —llamó su asistente, presentándose ante él—. El abogado Jung lo espera en la sala de juntas.

Asintió en respuesta y se dirigió al otro extremo, abriendo las puertas corredizas; giró y la miró fijamente.

—Por favor, que nadie nos moleste, señorita Torres —pidió.

—Así será, señor Taylor... en un momento les llevaré algo de tomar y algunos bocadillos.

Él cruzó hacia la sala de juntas y cerró las puertas. Sentado en una de las sillas giratorias, Jae Jung mantenía los ojos y la concentración en uno de los documentos que sostenía entre sus manos; el ceño en su frente le dijo a Law que su amigo se hallaba interesado en lo que sea que estuviese leyendo.

—¿Todo bien? —le preguntó, atrayendo su atención.

Con el ceño todavía en su frente, Jung levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Law. —Eh, sí... todo está bien.

—Parece que algo te preocupa —comentó, sentándose en una de las muchas sillas.

—Solo estaba empapándome de conocimiento —expresó—. Dime, ¿de qué quieres hablar conmigo?

—Creo que, finalmente ha llegado el momento de confesarle lo que siento.

Los ojos de Jung parpadearon mientras una sonrisa iluminó su rostro. —¡Vaya! Esa es una buena noticia... ¿en qué te ayudo?

—¿Por qué supones que necesito ayuda? —inquirió.

—Law, declararse nunca es fácil —respondió—. Mucho menos cuando se trata de un amor que tiene años de fermentación.

—Es cierto, pero... ¿cómo se supone que debo confesarme? ¿Simplemente le digo que llevo años enamorado de ella y que me lo callé por el bien de ambos?

—No. No digo que vayas y digas las cosas así, aunque tampoco es una mentira que callaste tus sentimientos para no perderla.

De repente, un estruendoso golpe los hizo mirar en la misma dirección, solo para encontrarse con el rostro de Venecia, quien inmediatamente se disculpó y salió a toda prisa de la sala de juntas.

El corazón de Law se paralizó por escasos segundos antes de que finalmente el pánico lo abandonara.

Jung fue el primero en reaccionar. —Creo que debemos dejar esta conversación para cuando vaya a tu casa.

Durante el resto del día, se sintió rechazado de alguna manera, porque parecía que Venecia lo evitaba; de hecho, cada vez que la llamaba a su oficina, la castaña parecía algo incómoda y molesta. No sabía si eran imaginaciones suyas, pero entonces, justamente a la hora de salida ella le rehuyó subiéndose al auto de Arthur Wiesbaden, quien apareció solo unos minutos después de que ella le llamara.

El día siguiente no fue diferente, era como si Venecia Torres hubiese puesto una barrera entre los dos y, lo que le dolió más, fue darse cuenta de que esa barrera parecía impenetrable; sintiéndose al borde del colapso, decidió enfrentarla de una vez por todas y preguntarle qué carajos era lo que estaba pasándole, porque la situación no podía seguir así.

Antes de que pudiera ponerse de pie, ella apareció, parándose frente a él y tendiéndole una carpeta café con el estampado del logo de la firma.

—Señor Taylor, le presento mi renuncia —dijo.

Las palabras... las dolorosas palabras de ella fueron directamente a su pobre corazón que luchaba por seguir latiendo y bombeando sangre a todo su cuerpo.

¿Qué? —musitó, en un leve susurro.

—Es mi renuncia —repitió.

—¿Por qué? —quiso saber.

—Mis motivos son personales y en la carta de renuncia encontrará que...

—No la acepto —dijo, mirándola fijamente, intentando que el corazón no se terminara de desgarrar—. Usted y yo ya habíamos hablado de esto hace tiempo, señorita Torres.

—Señor Taylor, he terminado mi ciclo con usted y con la firma... antes le dije que quería tiempo para mí y, aunque siempre le voy a agradecer por la oportunidad que me brindó, ya es momento de retirarme.

Las palabras de ella estaban lastimándolo de una manera cruel y, aunado a las acciones que había tenido todo el día, eran cómo el perfecto puñal clavándose en su corazón.

Con determinación, se acercó a ella, acechándola como una si fuera una gacela; ojos azul grisáceo se trabaron con los suyos, ella dio un paso atrás, intentando alejarse, pero él fue más rápido y la tomó por los brazos, acercándola a él.

Sabía que, si bajaba la cabeza un poco más, sus labios encontrarían la manera de acariciar los de ella y el beso se daría sin que pudieran evitarlo.

—Por favor... —susurró ella, sin dejar de mirarlo.

Y la soltó. Aunque no era lo que quería, la liberó de su agarre.

—Si es lo que quiere —habló, alejándose poco a poco—. Esta vez no voy a suplicarle que se quede a mi lado, lo único que voy a pedirle, es que se encargue de buscar a su reemplazo, porque yo apenas tendré tiempo con lo de mi cambio al quinto distrito.

Y así, sin más, salió de la oficina. Para cuando llegó al estacionamiento y se encerró dentro de los confines de su auto, dejó que las lágrimas brotaran de sus ojos al mismo tiempo que se llevó las manos al pecho y trató de no sucumbir al pánico que comenzaba a hacer acto de presencia porque, ya había comenzado a imaginar su vida sin Venecia y aquello no le gustaba en lo absoluto.

¿Por qué tenía que ser tan cobarde? ¿Por qué no podía ser honesto con ella y con él mismo? Aunque lo intentaba e intentaba, la verdad era que, muy en el fondo, prefería perderla de esa manera a que ella lo mirara con odio o peor aún, con compasión y repulsión al mismo tiempo.

🐻🦢🦂🤼‍♂️🧸

Los ojos color del Whiskey parpadearon ante la imagen que tenía frente a él, porque, indudablemente estaba soñando y la mujer delante de su puerta no podía ser real.

—¿Venecia? —llamó, y ella se echó a llorar.

No podía ser un imbécil, no era así como su madre lo había criado, así que, sintiendo que el corazón se quebraba ante las lágrimas de ella, la abrazó y metió a la oficina, cerrando la puerta con el pie.

—Shhh, tranquila... —consoló, sin dejar de abrazarla.

En cuanto ella estuvo un poco más tranquila, tomó una taza y vertió un poco de agua caliente, para luego, mezclar el té; una vez que estuvo listo, se lo tendió y dejó que lo bebiera.

—¿Qué sucedió? —preguntó, sentándose en la pequeña mesa y acunándole la cara.

—El... el señor Taylor... —sollozó, volviendo a derramar lágrimas.

La rabia y el enojo hicieron acto de presencia y Arthur tuvo que contenerse para no salir a buscar a Law y romperle el alma en mil pedazos.

—¿Qué te hizo? Dímelo, Venecia... dime, ¿qué te hizo Law?

—Por... por qué... —lloriqueó—... ¿por qué siempre me enamoro del equivocado?

Wiesbaden parpadeó, con la rabia inicial desvaneciéndose para darle entrada al dolor.

—Creo que no es conmigo con quien debes hablar de esto —dijo, alejándose de ella.

La castaña lo miró, limpiándose las lágrimas. —Lo siento, no pretendía desahogarme contigo... yo, estoy buscando a Teresa.

—Bueno, ahora mismo la llamo. Pero pienso que lo mejor será que te vayas a casa a descansar. Pareces agotada.

Ella asintió en respuesta, poniéndose de pie. —Gra... gracias —musitó, antes de abrazarlo.

No era como si quisiera evitar el contacto con ella, la verdad era que, de hecho, disfrutaba tenerla así, aunque luego recordó sus palabras y, la tomó por los brazos, alejándola antes de terminar sucumbiendo al deseo de abrazarla también.

—Llamaré a la señorita Sánchez y, también pediré un taxi para que se vayan a casa.

Una hora después y ya en su casa, se recostó contra el sofá de piel y cerró los ojos; las palabras de Venecia Torres seguían repitiéndose una y otra vez, recordándole que la batalla estaba perdida, porque, por más intentos que hiciera, ella jamás le correspondería y él, no quería ser el causante de su sufrimiento, así que, si tan solo hubiera una mínima posibilidad de apartarla de Law sin lastimarla, él la tomaría sin dudarlo un segundo.

🦂🦢🍸🧁

El domingo por la mañana y, después de que la puerta del edificio se abrió y la imagen de Venecia Torres apareció, Kenji esbozó una sonrisa y se acercó a ella.

—Abogado Hasselt, ¿qué está haciendo aquí?

La pregunta solía ser la misma siempre que se veían y, aunque sabía perfectamente que ella no tenía la intención de estar cerca de él, siempre buscaba la manera de abordarla, porque no iba a ceder, no importaba cuánto tiempo le llevara, él conquistaría y se ganaría el corazón de la única mujer que le había hecho latir el corazón como si quisiera salirse de su pecho.

—¿A dónde vas? —preguntó, percatándose de la bicicleta que sostenía.

—Debo salir a realizar mi ejercicio matutino, porque el médico me lo recomendó, así que... adiós.

Y antes de que pudiera alejarse, él tomó el manubrio y la detuvo. —Te acompañaré.

—No es necesario. Además, no tiene una bicicleta.

—Ah, pero puedo rentar una en el parque... vamos, yo te sigo, puedo correr detrás de ti hasta llegar al parque.

Treinta minutos después, los dos se encontraban pedaleando, dando vueltas alrededor del parque y de las calles cercanas.

Con el fresco viento soplando y llenando sus pulmones de aire, Kenji sonrió lleno de felicidad por vez primera en mucho tiempo; era como si hubiera vuelto al pasado, a esa parte de su vida en la que no tenía preocupaciones ni estrés.

—Se siente como si hubieran pasado años desde que monté una bicicleta y disfruté de un día maravilloso —comentó, manejando a la par de ella.

—Y yo que pensé que usted jamás había tenido una bici... siendo un rico heredero, cualquiera pensaría que su regalo de niño había sido un banco.

—Ja... si te quieres burlar de mí, estás muy lejos de lograrlo. La verdad es que, mis padres siempre me enseñaron a ser humilde y convivir con las personas de estatus normal...

Ella lo miró de reojo, sin dejar de pedalear y él le sonrió; no era ninguna mentira que para sus padres lo primordial era mostrarle a su hijo que la fortuna familiar no lo hacía más que cualquier persona y, que si quería disfrutar de los lujos, también tenía que aprender a ganarse cada centavo y compartir con los más necesitados.

Sí, los Hasselt eran una familia pudiente, pero no tanto como los Taylor y sus allegados, quienes todavía ocupaban lugares importantes en las revistas de sociales y de economía.

Kenji agradecía enormemente haber tenido la dicha de convivir con los hijos varones de los Taylor, los Darragh y los Armstrong, quienes, siendo aún de familias mundialmente reconocidas, eran señoritos humildes y de buen corazón; eran, justamente, lo que los Hasselt querían que él fuera.

Cuarenta minutos más tarde, la castaña y él volvieron al departamento de ella, donde se despidió de él como si tuviera prisa por deshacerse de su compañía.

—Te veré en la oficina mañana —dijo, a modo de despedida.


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