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Capítulo 31 | Añoranza

🍂Una semana después...🍂

 

Venecia soltó un suspiro melancólico y se recostó sobre el escritorio.

Desde que el señor Taylor se había marchado hacía una semana atrás, ella no estaba pasándolo nada bien.

—Venecia —llamó la voz femenina.

—¿Se te ofrece algo, Fabiola? —preguntó, mirando a la asistente de la abogada Sascha.

—De casualidad, ¿podrías darme el número del señor Taylor? Es que a mi jefa le urge hablar con él.

—Creí que la abogada Sascha tenía su número privado —comentó—. Si no le contesta, llama al Hotel Parthenon y déjale un mensaje para que se comunique con la abogada Sascha.

—¿Tú tienes su número de habitación?

—Lo siento, me pidió que no diera esos detalles porque no quería ser molestado.

La chica de cabello corto suspiró. —Bueno, ya veré cómo solucionarlo.

Durante el día, la castaña se concentró solo en sacar el trabajo adelante, ser de utilidad para el abogado Jae e intentar no sucumbir al horripilante dolor de cabeza cada vez que se topaba de frente con el abogado Hasselt.

La semana estaba transcurriendo bien, no había tenido contratiempos de nada, su ayuda y asistencia para con Jae Jung era impecable, pero, durante las noches, tenía un severo problema a la hora de dormir, no porque estuviese cargada de trabajo, de hecho, prefería ése ritmo, porque lo que le sucedía durante las horas de sueño, era algo a lo que no le encontraba explicación.

Señorita tacones —llamó Kenji Hasselt, justo cuando estaba a punto de abordar el ascensor.

Allí, dentro del cubo de plata y acompañados de varios empleados, llegaron a la recepción, donde quiso salir huyendo del insistente abogado.

—Espera, Venecia —la detuvo, sosteniéndola de la muñeca.

—Señor Hasselt...

—Tranquila, no voy a morderte —masculló él, soltándola—. En realidad, lo que quiero es preguntarte algo.

¿Eh?

—¿Estás saliendo con Arthur Wiesbaden? —preguntó—. No creas que no me he dado cuenta que él viene a recogerte todos los días para llevarte a tu casa, cuando dijiste que estabas interesada en alguien, ¿te referías a él?

—Lo siento, señor Hasselt, pero esa pregunta es referente a mi vida privada, no creo que sea necesario responderle.

—No estoy preguntando por trabajo, lo estoy haciendo como hombre... cómo un hombre que siente cierta atracción hacia a ti.

No le respondió, en cambio, sus ojos se movieron más allá de la puerta de cristal y con alivio, dejó escapar una exhalación cuando vio el Lamborghini estacionarse justo al frente. Se zafó del agarre y lo dejó allí parado.

Ya no sabía de qué manera rechazar y apartar al abogado Hasselt, todos sus intentos para que la dejara en paz no estaban sirviendo de nada y la frustración que sentía a causa de ello no la dejaba ni disfrutar de su almuerzo.

Era verdad que durante una semana Arthur Wiesbaden había resultado ser de gran ayuda, pero no quería seguir abusando de él de ésa manera; sobretodo, no cuando Arthur parecía ser de esos amigos que valían la pena mantener cerca y cultivar la semilla de la amistad para que durara años.

—¿Estás bien? —preguntó él, atrayendo su atención.

—Eh, sí.

—Perdona que lo diga, pero, pareces un poco decaída, casi como si un camión te hubiese pasado por encima.

—Sí, créeme, así es cómo me siento.

Él pareció querer decir algo más, pero ya se encontraban frente al edificio donde vivía y su teléfono no dejaba de vibrar dentro de su bolso.

—Lo siento, Arthur, pero debo responder esta llamada... gracias por traerme —se apresuró a despedirse.

Con el corazón latiéndole acelerado, deslizó el dedo sobre la pantalla de su teléfono y se lo llevó a la oreja.

Nada más entrar al edificio, se sentó en las escaleras y sonrió con emoción al escuchar la voz de su jefe.

—Señorita Torres, buenas noches —saludó él, ajeno al sinfín de emociones que crepitaron en su interior.

—Buenas noches, se... señor Taylor —exhaló.

—Dígame, ¿cómo van las cosas en la oficina? ¿Ha habido algún problema?

—No... todo está bien, de hecho, mañana debo acompañar al abogado Jung a su primera comparecencia en el juzgado de lo familiar.

—¿Significa entonces que decidió tomar ése caso?

—Sí, dijo que trabajaría en ello.

—Ya veo. ¿Qué otras noticias me tiene?

—Ninguna señor, todo marcha bien.

—De acuerdo entonces, si eso es todo, me despido... que tenga buenas noches, señorita Torres.

Y colgó.

—Espere, yo... lo extraño —musitó, al sonido de la línea telefónica.

🧳🌻🎡🍦

Era horrible. Cada día que pasaba, por más que hacía el intento, Venecia no era capaz de apartar de su mente a Law Taylor.

Con pesadez depositó el vaso de café sobre el escritorio y tomó el paquete de sobres de la correspondencia para llevarlos a la oficina de su jefe; dentro, se estremeció un poco más porque a pesar de los días de ausencia, la suave y al mismo tiempo embriagadora fragancia masculina de su atractivo jefe aún permanecía impregnada en cada rincón del lugar.

Era como si su corazón estuviese en agonía desde el día en que él se marchó y no había encontrado nada que lo sacara de ese vacío al que se aferró desde hacía una semana.

Fue durante la hora del almuerzo que sintió un dolor terrible como el que nunca había experimentado antes y la comida le supo desabrida.

—Es verdad lo que estoy diciendo, era una mujer... con eso, no cabe la menor duda que el señor Taylor no es gay —escuchó decir a Delia, la secretaria de la abogada Trembley.

Antes de que pudiese parpadear, se vio rodeada de todas las secretarias, tal y cómo aquel día en que había metido la pata a lo grande.

—Venecia, ¿es verdad lo que dice Delia? —preguntó una de las secretarias.

—Ni siquiera sé de lo que están hablando —masculló.

—El señor Taylor está con una mujer en Nueva York —soltó Delia.

—Debe estarlo... —respondió, porque sabía que él se había ido para apoyar a la abogada Reid.

—Entonces eso quiere decir que realmente le gustan las mujeres —exclamó Gaile, la asistente de contaduría.

—Señoritas, por favor, dejen de estar sacando ese tipo de temas aquí.

—Venecia, lo que pasa es que Delia llamó ayer a su habitación y respondió una mujer —informó Gaile.

Y la castaña sintió como si un filoso cuchillo se hubiera incrustado en su corazón al escuchar las palabras de la mujer.

—Es verdad —afirmó Delia—. Mi jefa necesitaba hablar con él, llamé al hotel y cuando me comunicaron a su habitación respondió una mujer... lo más sorprendente es que me dijo que el señor Taylor se estaba bañando.

—Debió... quizás era la abogada Reid —dijo.

—¿Olvidas que estuvimos años conociendo y trabajando con la abogada Reid? Esa voz no era de ella, puedo asegurarlo; había una mujer en la habitación del señor Taylor y creo que estaban juntos en la ducha, porque al fondo, después de que tomó la llamada, alcancé a escuchar que le decía algo de unas toallas en el estante.

Dolió. Claro que las palabras de Delia dolieron cómo si millones de cuchillos se estuviesen clavando en su corazón.

No sabía el porqué de aquella horrible sensación, no entendía por qué su corazón pareció haber detenido sus latidos.

Después del almuerzo, volvió a su escritorio; su cuerpo se sentía cansado, como si el agotamiento se hubiese apoderado de el.

—Hola, hola, dulce Venecia —saludó un muy alegre Kenji.

—Abogado Hasselt, por favor... ahora no, no estoy de humor —exhaló, tomando un par se carpetas.

Cuando quiso dirigirse a los ascensores para llevar las actas correspondientes a la abogada Sascha, el siempre insistente abogado Hasselt se atravesó en su camino.

—Venecia por favor, debemos hablar... ven a cenar conmigo esta noche. Dime lo que quieres, te podría dar el mundo si me lo pides, yo solo...

¡Dije que basta! —le gritó—. ¿Por qué? ¿Por qué no lo entiende? —gruñó exasperada—. ¿Cuántas veces debo decirle que no estoy interesada en usted? Entienda por favor; no me gusta, no tengo atracción alguna hacia usted, así que, una vez más, déjeme en paz.

No es que hubiera querido hablarle de ésa manera, pero la desesperación y la impotencia en la que él siempre la dejaba, era ya difícil de soportar.

Se escabulló hacia las escaleras de emergencia y se sentó allí por unos minutos y sin darse cuenta, un par de lágrimas escaparon de sus ojos.

El pecho le dolió, era como si su corazón estuviese a punto de sufrir un paro cardíaco, pero entonces, él teléfono dentro del bolsillo de su elegante pantalón comenzó a sonar y vibrar.

Con fastidio lo sacó y tan solo ver el nombre de su jefe en la pantalla hizo que su mundo colisionara.

¿Qué carajos estaba ocurriéndole? No estaba segura, lo único que tenía seguro es que, desde el momento en que Law Taylor se marchó, ella había dejado de ser la siempre calmada asistente del dueño de Slam Law Firm.

⚖️🏛️🎡🤼‍♂🍦

Una ve más, Law miró los documentos en sus manos y exhaló, si no encontraba rápido una falla en la declaración de la señora Graham, la situación para su tío Braxton no sería favorable.

—¿Todavía no has descubierto la falsedad en las palabras de Graham? —preguntó Faure, tendiéndole una taza de té.

Él negó con la cabeza. —Creo que es momento de buscar más ayuda.

—Por cómo lo dices, parece que ya tienes a alguien en mente.

—Hace mucho que no hablo con ella, pero estoy seguro de que si la llamo vendrá enseguida.

—Law, la cuestión es que no tenemos mucho tiempo, la primera comparecencia es en cuatro días.

—Tranquila, es tiempo suficiente para armar una buena defensa y presentación del caso.

Reid enarcó una ceja, todavía insegura y con un poco de desconfianza.

En cuanto volvió a su habitación de hotel, sin querer terminó seleccionando el dígito de llamada en el contacto de su asistente.

Quizás era debido al cansancio y el agotamiento tanto físico como mental que su error se dio y agradeció ser lo suficientemente rápido para colgar la llamada casi al instante y mucho antes de que ella respondiera.

Rebuscó entre su equipaje algo de ropa cómoda, casual y abrigada para después ir directo al cuarto de baño.

Gotas de agua templada cayeron sobre su cabeza y el resto de su cuerpo, la noche anterior había vuelto a tener el mismo sueño del día en que Venecia Torres entró a su vida como un hermoso huracán de colores vibrantes y brillantes; durante el día, intentó duramente no pensar en ella, pero terminaba perdiendo la batalla contra su mente porque más de una vez se preguntó qué era lo que ella estaría haciendo en ése momento.

Deseó con todas sus fuerzas que al menos una vez en su día ella hubiera pensado en él, que al menos, lo extrañara sólo un poco.

Veinte minutos más tarde, retomó los archivos mientras cenaba algo ligero y esperaba la llamada desde algún lugar de Asia.

Miró el reloj en su muñeca y exactamente cuando el minutero avanzó, la pantalla de su portátil avisó sobre la video llamada desde aquel hermoso país en el que estuvo viviendo por casi cuatro años.

S̄wạs̄dī chāw t̀āng chāti [Hola, extranjero] —saludó la mujer del otro lado de la pantalla, luciendo una sonrisa radiante.

Devolvió el saludo con el mismo respeto que ella le mostró a través de la pantalla de la portátil.

—Vaya, extraño... no esperaba que me enviaras ése mensaje —expresó ella, todavía sonriéndole.

—¿Cómo has estado? ¿Qué tal tu fin de año?

—Bastante bien, ¿cómo estuvo el tuyo?

—Igual de bien. Cómo te dije en el mensaje, ahora estoy en Nueva York, pero volví a Canadá antes del fin de año.

—Finalmente lo hiciste —suspiró—. Por mucho tiempo creí que jamás volverías a pisar suelo canadiense, me alegra saber que tu madre logró convencerte.

Law sonrió, sabiendo que el verdadero motivo por el que decidió quedarse en Vancouver no era otro si no su asistente.

—Entonces, necesitas mi ayuda... ¿en qué?

—Es un caso de difamación con agravante en extorsión y muchas cosas más... sabes que nunca fui capaz de llevar un caso así con ésa rudeza y de tal magnitud.

—Law, ¿qué necesitas de mí? ¿Me hablas para un consejo o es una consulta o una asesoría?

—Lo que necesito es tu ayuda... personal y físicamente, es decir, te estoy pidiendo que vengas a Nueva York y lleves el caso.

Cheī̀y xê y [Carajo] —exclamó.

—Sé que estoy pidiendo un gran y enorme favor, pero, pagaré tus viáticos y hospedaje...

—Bien sabes que eso no es lo que me preocupa, puedo costearlo yo... pero, en éste momento, tengo una carga de trabajo muy grande. No creo ser capaz de ir.

Kaeo, por favor... no te lo pediría si no fuese algo muy importante para mí.

—De acuerdo —suspiró—. Déjame revisar mi agenda y mover algunas cosas, te veré en Nueva York en dos días.

Asintió, porque no podía pedirle más, ella estaba sacrificando su propio trabajo para ayudarle y lo menos que podía hacer era dejarla decidir el tiempo.

Con el problema casi resuelto y después de haber cortado la comunicación con ella, se arrastró a la cama y se acostó mirando hacia el techo.

Una vez más, Venecia Torres inundó sus pensamientos y sin que pudiera detenerse a pensarlo demasiado, sacó el teléfono y le llamó.

Dos tonos después, ella finalmente respondió la llamada, el sonido de su respiración agitada le hizo preguntarse qué estaba haciendo.

—Señorita Torres...

—Lo... lo siento, señor Taylor —exhaló—. Estaba... yo estaba algo ocupada.

—¿Es algo relacionado con la firma?

—No —fue su simple respuesta.

—¿Cómo van las cosas en la oficina?.

—Bien. El abogado Jung está manejando todo tal y cómo...

—¿Y Kenji?

—Ah, pues... él ha estado ocupado con un caso que se le complicó un poco.

—Entiendo.

Después de hablar con ella por otro par de minutos, colgó la llamada; echó la cabeza atrás y fijó los ojos en el techo con el agotamiento haciendo acto de presencia.

Los días siguientes transcurrieron de lo más normal, de hecho, muy pocas veces tuvo el tiempo para darle importancia a los mensajes enviados por su hermano mayor y en los que le amenazaba con tomar cartas en el asunto si no dejaba el tema de su nueva esposa por la paz; la realidad terminó de golpearle duro cuando In–Jae le llamó para contarle lo que había estado sucediendo en la oficina, al parecer, su siempre calmada asistente había estallado ante las tantas insistencias de Kenji y eso solo había provocado murmuraciones y habladurías en la firma.

Kaeo Vihokratana había llegado a darle la vuelta a la situación de su tío Braxton y ahora las cosas estaban yendo en buena dirección, dejando al descubierto todas u cada una de las mentiras de la señora Graham.

—¿Qué sucede? —preguntó, todavía secándose el cabello mojado, con la toalla.

—Ah, tienes una llamada de alguien de tu firma —anunció Vihokratana, tendiéndole el teléfono.

Hacía un par de minutos que ambos habían sido sorprendidos por la lluvia y él le ofreció darse una ducha en su habitación antes de llevarla al hotel que ella reservó.

⚖️🏛️🥊🐻

Cada día desde que llegó a Nueva York, no dejó de pensar en que era muy probable que su familia se alegraría de verlo, pero para Law, aún era difícil hacerle frente a las personas que tenían conocimiento de su horrible pasado.

Tratando el nudo en su garganta, volvió a poner el auto en marcha y se alejó del enorme edificio perteneciente a los Taylor.

Para cuando volvió a su habitación de hotel, tomó el maletín y se dispuso a salir de nuevo, esta vez, para ir directamente al juzgado y saber el veredicto final en cuanto al caso de Braxton Airlie.

Cuatro horas más tarde, tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas y respirar hondo para enfrentarse a la cosa más desastrosa de su día; la celebración por haber ganado y haber librado a Airlie de ir a la cárcel.

—¿Law, te encuentras bien? —preguntó Kaeo, con preocupación—. Podemos saltarnos el festejo si estás de acuerdo.

—Pensaba volver al hotel —confesó.

—Vámonos entonces...

Finalmente y después de casi cuatro semanas en Estados Unidos, ahora ya podía regresar a Vancouver y retomar la vida que había comenzado a llevar en suelo canadiense.

Una vez que estuvo en su habitación, fue directo a la cama y se dejó caer sobre ella; miró el reloj en su muñeca y suspiró al mismo tiempo que contó los segundos faltantes para que diera la hora exacta en que él solía llamarle a su asistente.

Cómo cada noche, ella le contó detalle a detalle los pormenores ocurridos durante el transcurso del día, el solo escuchar el sonido de su voz era suficiente para poder dormir, aunque, la conversación siempre se alargaba hasta llegada la madrugada y no entendía cómo es que eso ocurría si de lo único que hablaban era de trabajo.

—Señorita Torres... —llamó, pero no obtuvo respuesta.

Se sentó en la cama y miró la pantalla de su teléfono comprobando que la llamada todavía estaba en curso. De repente un leve sonido proveniente del otro lado de la línea telefónica atrajo su atención, con un ceño adornando su frente, volvió a llevarse el teléfono a la oreja.

Una leve sonrisa se dibujó en sus labios y se recostó contra el respaldo de la cama, adorando el dulce sonido de los ronquidos de su asistente.

Poco a poco, fue deslizándose hasta quedarse acostado; se colocó de lado, manteniendo el teléfono pegado a su oído, sin que pudiera evitarlo, el sueño también se apoderó de él y se quedó completamente dormido.

Sueños cargados de colores y felicidad envolvieron su dormir, se sentía flotando en una nube blanca, disfrutando de cada cosa que su mente traía a colación, era tanta su felicidad que, incluso, aún dormido, tenía la seguridad que estaba sonriendo externamente.

A la mañana siguiente, un ligero grito lo despertó; pasándose las manos por la cara y ahogando un bostezo, miró el reloj en su muñeca y se despabiló inmediatamente.

Con prisas, buscó el teléfono entre las sábanas y sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta que todavía la llamada continuaba en curso.

—Se... señor Taylor —exhaló la voz femenina.

—Buenos días, señorita Torres —saludó, agradeciendo que su voz sonara normal.

—Lo lamento, anoche me quedé dormida, pero... ¿por qué no colgó, señor Taylor?

—Eh... pues... me temo que me contagió el sueño a través de la llamada —respondió, con una sonrisa asomando a sus labios.

No podía decirle que gracias a ella había tenido la mejor de las noches, que de hecho, aunque solo había escuchado sus adorables ronquidos, aquello había sido suficiente para que volviera a sentir aquella sensación que sintió la noche en que ella le había protegido y evitado que cometiera una estupidez.

—Señor Taylor, ¿tiene algún recado para el abogado Jung? —preguntó, trayéndolo de vuelta al presente.

—No. Espero que las cosas marchen bien para todos.

—Eh, voy a tener que colgar entonces, se me hará tarde si no me doy prisa.

—Por supuesto... cualquier cosa que necesiten, llámeme, no le de mi contacto a nadie, las personas que tienen mi número privado solo son Jae, Kenji y usted.

—No se preocupe por eso, jamás cometería un error como ese...

—Ja, pero ya lo hizo, ¿no lo recuerda?

—En ése entonces, yo apenas era una novata y no sabía que trabajar con usted era tan difícil... debo colgar.

—Ah, señorita Torres, aguarde.

—¿Qué sucede? ¿Va a seguir trayendo a colación mis errores del pasado?

Él sonrió. —No. Verá, se supone que debía volver a Vancouver mañana, pero me temo que no será posible, debo viajar a Tailandia y no sé exactamente cuando podré regresar, ¿podría avisarle a Jae, por favor?

Un silencio del otro lado de la línea. Creyendo que la llamada se había cortado, apartó el teléfono de su oreja y lo miró, pero la pantalla anunciaba que aún la llamada aún estaba en curso.

—¿Señorita Torres, sigue ahí?

—Ah... sí, perdone... no se preocupe, yo le aviso al abogado Jung.

—Por favor, también dígale que me llame.

—Sí, yo le paso su recado.

—Que tenga buen día, señorita Torres —y colgó.

🐻 🦢 🦂 🤼‍♂️ 🧸

Una vez más, Arthur miró a la castaña y en su mente, comenzaron a circular millones de ideas. Era verdad que Venecia no había rechazado ninguna de sus invitaciones, pero siempre era lo mismo, cada vez que conversaban, el tema central no era otro más que Law y él comenzó a creer que era cosa del destino, que quizás entre tantas palabras, conseguiría información necesaria para ir contra el hombre al que una vez consideró amigo, sin embargo, Venecia no hacía más que alabar cada cosa acerca de su jefe.

—Entonces, ¿Hyeok lo visitaba frecuentemente en Seúl? —preguntó, tomando un sorbo de su malteada.

—Sí. También tengo entendido que lo visitó durante su estadía en Bangkok —dijo, a modo de respuesta.

Por primera vez, Arthur notó cierto aire de tristeza en su expresión, de hecho, había estado poco parlanchina y soltando suspiros melancólicos a cada rato.

—¿Todo está bien? —quiso saber—. ¿Has seguido teniendo problemas con Kenji?

—No. Todo marcha bien —respondió, con voz baja—. ¡Mierda! —exclamó, cuando el vaso resbaló de sus manos y el líquido manchó su sudadera.

Él se puso de pie casi al instante en que ella le hizo y la observó limpiar la prenda de vestir con tanto ahínco y desesperación.

—Tranquila... una vez que la metas en la lavadora quedará bien.

—No... no puede tener ninguna mancha, quedará oliendo a malteada de chocolate y su aroma desaparecerá.

—Venecia, vamos... es sólo una sudadera, si quieres, puedo comprarte una igual y que sea de tu talla, porque esta...

—No es mía... le pertenece al señor Taylor —soltó, yendo directamente al baño.

Wiesbaden la miró hasta que desapareció en el pasillo hacia los baños y tuvo que dejar escapar un suspiro porque lo que estaba rondando por su mente era algo que a lo que no quería darle importancia.

Quince minutos más tarde, ambos caminaban por las calles llenas de transeúntes, mientras la acompañaba a la parada de autobuses porque se había negado a que la llevara a casa en su auto, sin embargo, una sensación de hormigueo le recorrió la espina dorsal, como si se tratara de un mal presentimiento.

Justo cuando doblaron hacia una esquina para salir de la calle donde se encontraba ubicado su bar, un grupo de sujetos aparecieron de la nada y le miraron con semblante amenazador.

Verdammt! [¡Maldita sea!] —masculló.

—¿Qué... qué sucede? —tartamudeó ella.

Entendió que era demasiado tarde, el grupo de hombres ya estaba frente a ellos y la mirada del cabecilla se centró sólo en Venecia Torres.

¡Vaya, Arthur! —exclamó el hombre—. ¿Por qué traes a una mujer a un callejón solitario cómo éste?

Wiesbaden se giró y la miró fijamente al mismo tiempo que colocaba el mando del auto en sus manos.

—Corre, vete de aquí —le susurró—. Vuelve al bar, mi auto está en el estacionamiento... ¿sabes conducir? —ella asintió en respuesta—. Entonces llévatelo.

—Ey, ¿a dónde crees que vas, preciosa?

—Ronan, el asunto es entre tú y yo, deja que ella se vaya, no tiene nada qué ver con nosotros.

—No fui yo quien la trajo aquí —respondió.

—Solo estaba acompañándola a la parada de autobuses, así que, si no quieres problemas, deja que ella se vaya.

—Bien —aceptó, haciéndole una seña a sus hombres para que se alejaran y la dejaran marchar.

—Vete, Venecia —pidió, mirándola fijamente a los ojos.

—Pero... ¿qué pasará contigo si te dejo solo?

—No te preocupes por mí, puedo arreglármelas solo... vete ahora.

La sola idea de que ella pudiera salir lastimada le llenó de pánico, no podía imaginársela herida. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando ella desapareció de su vista, al menos, ahora estaba a salvo.

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