
Capítulo 23 | Secretos
¿Qué era esa sensación en su cuerpo? Su piel hormigueó y no pudo hacer otra cosa más que encogerse, aunque lo intentó, no pudo apartarse del toque de las grandes manos masculinas.
—Relájese —pidió él, ajeno al sinfín de emociones que estaban crepitando en su interior.
—¡Ouch! —se quejó, cuando él masajeó su tobillo.
Esos hipnóticos ojos azules se trabaron con los suyos y la emoción reflejada en ellos, la tomó por sorpresa. Durante todos los años que llevaba trabajando para el impredecible Law Taylor, él jamás se mostró así, sin embargo, ahora mantenía una actitud a la que no estaba acostumbrada.
Si bien era cierto que él siempre se mostraba preocupado por la mayoría de sus empleados, no era de los que lo daban a demostrar muy a menudo, de hecho, el tipo de ayuda que ofrecía quedaba entre él y la persona a la que le tendía la mano.
Con reticencia, lo observó rociar un poco de spray anestésico sobre su tobillo; sus dedos se curvaron y cerraron con fuerza, porque la incomodidad era grande, ella no estaba acostumbrada a ése tipo de cuidados, de hecho, cada golpe que recibía o cualquier accidente del que era víctima, siempre terminaba curándose ella misma, además de que tampoco ayudaba el hecho de estar en casa de él.
—Relájese un poco —volvió a pedir, todavía masajeándole el tobillo fracturado—. Está demasiado tensa... ¿le duele mucho?
La preocupación era evidente en su tono de voz y el ceño en su frente se intensificó aún más.
—No puedo relajarme. Tampoco me duele tanto.
Él intentó jalar sus dedos para despegarlos, pero mientras más lo hacía, ella más se aferraba a no soltarlos.
—No funcionará si no se relaja —expresó, pero ella no cedió en lo absoluto. Resignado, él siguió masajeando—. Bueno, voy a contarle un secreto —dijo—. Hace algún tiempo, mientras tenía una clase de Kick boxing, me lastimé el tobillo también... no pregunte cómo, porque no lo recuerdo.
Ella lo escuchó e intentó no emitir ningún comentario, porque rara vez podía tener el privilegio de que él le hablara así, de esa forma tan casual y descuidada.
—Sufrí varias lesiones y, aunque no era fácil, seguí yendo a las clases.
—¿Por qué lo hacía si se lastimaba tanto? —preguntó, con una mueca de dolor adornando sus facciones.
—Porque me gustaba. Las artes marciales llamaban mi atención y, también porque quería aprender a defenderme.
Y entendió por qué durante los años que llevaba conociéndolo, él nunca perdió sus periodos de libertad para ir al gimnasio.
—No pensé que usted fuera de los que necesitara defenderse.
—Aunque no lo crea, cuando era niño, los abusivos eran frecuentes en mi vida, tampoco me ayudaba el hecho de que gracias a mi cerebro prodigioso me vi envuelto en la horrorosa necesidad de ser enviado a las clases de alto nivel. Mi hermano Hyeok también era de los que se metía en problemas, así que tuve que aprender primeros auxilios, por eso es que tengo bastante experiencia en curar heridas.
—¿Quiere decir que siempre ayudaba a su hermano?
—Más bien aprendí por mí... para ayudarme a mí mismo —confesó.
Ella sonrió, porque a su mente, acudieron imágenes de un Law Taylor adolescente, curando las heridas que obtenía debido a las peleas o a los entrenamientos y, sin darse cuenta, se relajó por completo.
—Señor Taylor, ¿usted practica Kick boxing, entonces?
—Ah, bueno, no solo eso... también el karate, boxeo, jiu jitsu brasileño y el taekwondo —respondió—. Es bueno saber algo de defensa personal.
Claro, con razón el hombre estaba construido como una pared de ladrillos; ese condenado cuerpo debía tener una base y ahora tenía lo sabía.
—¿Y, podría darme un consejo?
—¿Sobre qué?
—Ya que usted sabe demasiado sobre defensa personal, ¿podría decirme qué tipo de golpe puede ser mortal para un acechador?
Él continuaba masajeando su tobillo, solo que ahora, ya tenía una expresión más relajada, como si un enorme peso le hubiese sido quitado de encima.
—Si de golpes mortales se trata... para que una mujer pueda defenderse de un posible atacante, basta con propinarle a éste una buena patada en la entrepierna, eso sirve mucho, porque puedes aprovechar el aturdimiento y el dolor del sujeto para huir.
—Ohh... lo recordaré la próxima vez que pueda ser atacada.
—¿Quiere aprender a defenderse? —preguntó él, mirándola fijamente.
—Sería fantástico inscribirme en una clase de defensa personal, pero, no tengo suficiente tiempo libre y por ahora, escaseo en dinero.
—Yo podría enseñarle, sin costo alguno —propuso.
Venecia abrió los ojos de par en par, sorprendida y con la incredulidad llenando sus orbes.
—¿Está... está hablando en serio?
—Por supuesto, podría tomarlo como una clase extra, tal como le enseñé cuando aprendió a hablar los cinco idiomas que hoy domina.
—Acepto, entonces —accedió, sonriéndole ampliamente.
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Tendida sobre la colchoneta, Venecia se arrepintió enormemente de haber accedido a tomar las clases de defensa personal con su jefe, el hombre al parecer, estaba decidido a hacerla sudar hasta la última gota que podría proporcionar su cuerpo.
—Arriba —demandó con exigencia.
Maldito fuera él y sus hermosos ojos azules, no podía negarle nada, aunque lo intentara, siempre terminaba cediendo a sus órdenes.
—Es... ¿es esto necesario? —exhaló—. ¿Podríamos tomar un descanso?
—Nada de descansos, apenas estamos iniciando, solo es calentamiento, señorita Torres.
¡Ay, mierda! Mirándolo, Venecia se preguntó de dónde diablos sacaba tanta energía el hombre.
Se sentó al lado de él y dejó que le vendara la mano, él parecía bastante concentrado en lo que hacía y ella no quería borrar esa expresión que le adornó el rostro, porque se veía bastante atractivo para su propio bien.
—El vendaje debe hacerse para dar estabilidad a la mano y a la muñeca —explicó—, si está muy apretado puede cortar la circulación.
—Entiendo —dijo.
—¿Cómo lo siente? —preguntó, cuando terminó de colocarle la venda.
Estiró los dedos y los flexionó por unos segundos antes de responderle. —Está bien.
Quince minutos después de escucharlo hablar sobre cómo esquivar golpes y después de que él le diera una demostración bastante informativa, finalmente se colocó los guantes y se dispuso a practicar con él.
—Cómo te mostré... esquiva... golpea... esquiva...
Lanzó golpes, esquivó y finalmente, el cansancio la venció al cabo de tan solo unos cuantos minutos.
—Más arriba... intenta subir más la pierna —pidió, con voz momentáneamente tranquila—. Uno, dos... uno, dos, esquiva... vamos... uno, dos... esquiva...
Parecía un mantra y, aunque no quiso, terminó perdiendo la concentración, porque su mente comenzó a divagar, yendo directo a los recuerdos de las películas de acción y artes marciales que solía ver cuando estaba aburrida o cuando hacía la limpieza.
Entonces, sin proponérselo, lo golpeó de lleno en la mejilla, rompiendo su balance y haciéndolo caer.
—Ay... mierda... lo siento, señor Taylor, no quería... yo no...
—Está bien. De hecho, eso estuvo bien, buen golpe, Torres.
Sonrió, sintiéndose orgullosa de haber aprendido algo que iba a servirle de mucha ayuda cuando se volviera a encontrar con algún otro pervertido, porque el mundo estaba lleno de ellos.
—Ahora, vamos a intentar otro método. Dame tu mano —pidió—. Perdón si te lastimo, pero vas a intentar zafarte de mí agarre... ¡Ahora! —gritó, dando la orden.
Inclusive, aunque puso toda su fuerza y tiró, no logró zafarse de él y, cuando una de sus piernas se colocó entre las suyas, no supo cómo es que él terminó con el brazo de él rodeándola e inmovilizándola; el corazón le retumbó dentro del pecho, siendo plenamente consciente del cuerpo masculino a su espalda.
—Intenta liberarte —pidió, con su suave aliento rozándole el oído y el cuello—. Así, eso es —celebró él, cuando ella logró su cometido.
Mientras festejaba, él aprovechó el momento y tiró de su tobillo; cayó de espaldas en la colchoneta, su cabeza no golpeó el esponjoso material porque él no lo permitió.
Sus ojos se encontraron con los orbes de él y ya no pudo apartar la mirada; jamás lo había tenido así de cerca. Bebió de su atractivo, percatándose de cosas que no había notado antes y, sin que se lo propusiera, sus labios rozaron los de él y un cosquilleo le recorrió el cuerpo.
Como si se hubiese prendido en llamas, él se apartó de ella, poniéndose de pie en un parpadeo.
—Lo siento... ¿está bien? —preguntó, inspeccionándole el tobillo—. Olvidé por completo que hasta hace unos días lo tenía lastimado.
Ahí estaba de nuevo su tono formal, el mismo que utilizaba en la oficina y aquel al que ella se acostumbró.
—No se preocupe, estoy bien —mintió, porque dentro de su pecho, el corazón peleaba por salirse desbocado y correr hacia a él.
—Terminamos por hoy, vaya a cambiarse.
Por unos breves minutos y después de que él se marchó, ella se quedó allí, sentada sobre la colchoneta, haciendo ejercicios de respiración para controlar los repiqueteos de su corazón.
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—Señorita Sánchez, bien hecho, me sorprendió mucho su actitud de hoy.
La morena miró al hombre y esbozó una sonrisa. —Gracias, señor Wiesbaden, solo trato de hacer bien mi trabajo.
—Me alegra saber que cuento con buenos empleados —dicho eso, tomó la portátil y siguió su camino. —Buen trabajo a todos, nos veremos mañana.
Fuera del club, Arthur Wiesbaden se subió a su Lamborghini y salió del estacionamiento, mezclándose con el tráfico nocturno, condujo por las calles cubiertas de nieve y, aunque no fue su intención, para cuando se dio cuenta a dónde había ido, ya era demasiado tarde.
Tal como quizás le había ocurrido la otra noche a Law Taylor, ésta vez, el se quedó mirando la escena que tenía al frente; Venecia Torres descendió del Maserati con ayuda de su dueño y conductor, para después, ser llevada por él hasta la entrada del edificio.
Esperó por largos e interminables minutos hasta que Law apareció de nuevo, luciendo una sonrisa que él muy pocas veces le vio, el abogado subió a su auto y se marchó.
¿Qué hacía siguiéndolo? No lo sabía, lo que sí sabía, era que debía enfrentarlo de una vez por todas, dejándole muy en claro cuáles eran sus intenciones para con Venecia Torres, porque si en el pasado le permitió herirle profundamente, ésta vez, no perdería.
Law se detuvo frente a una tienda de conveniencia y tomó ese momento como el necesario para hacerle frente.
—¡Cómo tardas! —exclamó, mirando hacia el cielo nocturno, recostado contra el lujoso Maserati, esperando por su conductor y, cuando lo abordó, la sonrisa en el rostro de Law se borró instantáneamente, le brindó una mirada cargada de desconcierto a medida que avanzaba a dónde se encontraba.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, guardando la bolsa de compra en los asientos traseros.
—Quiero hablar contigo —expresó—. Sobre Venecia Torres.
Los ojos azules adoptaron un brillo que duró unos escasos segundos.
—¿Venecia? —inquirió—. No veo qué tengamos qué hablar sobre mi asistente.
—Ella me interesa... y mucho.
—¿Qué es lo que quieres, Arthur? —gruñó, dando un paso más hacia a él.
—Ya te lo dije.
—No. No me has dicho absolutamente nada. ¿Qué es lo que estás tramando? Tampoco lo sé, pero quiero dejarte algo muy en claro; no involucres a Venecia Torres, mantente alejado de ella, no la uses para llegar a mí, si quieres algo, ten el jodido valor de enfrentarme abiertamente y sin tapujos.
—¿Y si no la estoy usando? —espetó.
Law parpadeó. —¿Quieres decir que estás siendo sincero con ella?
Arthur sonrió. —¿Por qué la pregunta? —cuestionó—. ¿Tienes miedo de que, si me decido, pueda robarla de tu lado?
—Para nada. Es sólo que te conozco.
—No. Solías conocerme, pero del chico aquel, no quedó rastro alguno.
—¿Todavía sigues culpándome por lo que pasó?
—Sí y así será por el resto de mi vida.
—Me acusas de algo en lo que no tuve nada qué ver, yo no hice nada...
—Exactamente, no hiciste nada. Confié en ti, creí en ti y tú me fallaste.
—Arthur, por favor, ¿cuándo vas a dejar de estar enojado conmigo? Si tan solo me escucharas entenderías todo.
—¿Y qué es lo que vas a decirme? No hay nada en el mundo que pueda devolverme lo que perdí por tu culpa. Hasta el día en que mueras, voy a estar satisfecho y quizás, solo entonces, pueda perdonarte.
Sí, sabía que estaba siendo crudo, pero ésa era la verdad y no podía cambiarla aunque lo quisiera; Law Taylor fue la causa principal que desencadenó todo el sufrimiento del que fue víctima cuando apenas tenía dieciséis años, el único error que cometió en aquel momento fue confiar en quien creyó, era su mejor amigo, pero a él no le costó absolutamente nada darle la espalda y por ello, su mundo entero se derrumbó y no volvió a ser lo mismo.
Law se quedó en completo silencio, como si le hubiesen arrancado la lengua, después, giró sobre sus zapatos y abrió la puerta del auto.
—¿Ella lo sabe? —preguntó y Law se quedó estático—. ¿Sabe que eres un maldito asesino? —rechinó, acercándose a él—. Me pregunto qué es lo que pensará cuando se entere de tu secreto.
—Arthur... —masculló, enfrentándolo.
—Asesinaste a mi padre y te juro, Law, que no voy a dejar que lo olvides nunca... Nunca. Jamás voy a dejar que seas feliz.
Con ésas palabras, se marchó a su propio auto y se alejó. Lágrimas contenidas se desbordaron de sus ojos cuando se detuvo ante la luz del semáforo; con rabia, se limpió las mejillas y golpeó el volante.
Demonios, cómo dolía recordar el pasado, hacerle frente a algo que guardó con recelo durante tantos años, los mismos en los que se resignó a no volver a ver a Law Taylor.
Cuando ganó su primer millón, no pudo hacer otra cosa más que empezar a planear la forma en que destruiría al causante del quiebre en su familia y, cuando cumplió los veintitrés, se dijo que alguien allá en el cielo estaba castigándolo por tener ésa clase de pensamientos llenos de odio; su hermana menor resultó diagnosticada con leucemia y desde entonces, él había tenido que luchar para solventar los gastos médicos.
Ahora, era su pobre madre quien se encontraba en el hospital recibiendo la atención necesaria que requería su cáncer; todas sus desavenencias se habían desencadenado desde el momento en que su padre fue acusado injustamente y enviado a la cárcel... desde el instante en que rogó por la ayuda de Law y él se la negó, todo su mundo se tambaleó y resquebrajó.
Se quedó solo en el mundo, con la carga de solventar a su familia, porque no tenía hermanos mayores, él era el único hijo varón de una familia de clase media que se vio empujada al abismo en un abrir y cerrar de ojos.
Conforme los años pasaban y leía en los periódicos y el propio internet acerca de las hazañas y el crecimiento económico de Law Taylor, lo odió al saber que mientras él y su familia se consumían en el vacío, su "amigo" estaba disfrutando de una buena vida.
Mientras esperaba que la luz del semáforo cambiara, el impacto le llegó con demasiada fuerza.
—Mierda... ¿está jodidamente ciego? —gruñó, masajeándose el cuello antes de salir del auto.
El suave golpe en la ventanilla lo hizo voltear; allí, pidiéndole que bajara la ventana, se encontraba Law, mirándolo fija y seriamente.
—¡¿Te volviste loco?! —le gritó, saliendo del auto.
Para su propio asombro, Taylor lo sostuvo de las solapas de la chaqueta, arremetiendo contra él.
—Tienes razón —gruñó, con los dientes apretados y una mirada mortal—. Todo lo que te ocurrió fue por mi culpa... la muerte de tu padre, el que tu madre haya quedado sola con dos hijos, todo... absolutamente todo, fue mi culpa. Yo causé todo tu sufrimiento, lo acepto y te aseguro que voy a tomar todo tu odio, pero quiero que dejes fuera a Venecia. Ella no tiene nada que ver ni con tu pasado ni con el mío. Si te atreves a dañarla, a hacerle algo, te juro que vas a conocerme de verdad, porque así cómo tú cambiaste, yo también lo hice.
Con esas palabras y aventándole la tarjeta del seguro a la cara, giró sobre sus Converse y se marchó; las llantas del Maserati chirriaron cuando arrancó a gran velocidad y desapareció en la negrura de la noche.
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El suave golpe a la puerta llamó su atención, levantando la mirada, Law se encontró con la presencia de su asistente.
—Señor Taylor, ¿no saldrá a almorzar? —preguntó.
—No, tengo mucho trabajo por hacer, vaya usted.
—En ése caso, me atreví a traerle esto —dijo, depositando una lonchera sobre el escritorio de cristal—. Lo preparé yo misma ésta mañana, pensé que le vendría bien, sobre todo, porque está haciendo un clima fresco.
—Señorita Torres...
—Acéptelo, también es mi forma de agradecerle por las clases de defensa personal.
Law suspiró y asintió, solo entonces, ella se marchó con una sonrisa adornando sus labios.
Quince minutos después de que la vio marcharse con un par de compañeras, Law se recostó contra el respaldo del sillón y cerró los ojos, echando la cabeza atrás; el estómago le rugió entonces y recordó lo que su asistente le había dejado.
Tomando el recipiente junto con el tenedor y la cuchara, se dirigió al sofá en el otro extremo de la oficina.
El delicioso aroma casero le envolvió las fosas nasales y le hizo agua la boca; con decisión, saboreó el delicioso almuerzo que Venecia Torres le preparó y se dijo a sí mismo, que podría llegar a acostumbrarse a ello.
—Toc, toc —llamó el abogado Hasselt, entrando a la oficina—. Oye, dónde está tu hermosa asistente, venía a invitarla a almorzar conmigo.
Law se detuvo, dejó la cuchara sobre la servilleta de tela y se puso de pie, enfrentando a su amigo y socio. —Kenji, voy a decir esto una sola vez y espero que lo comprendas.
El entrecejo del abogado se frunció. —¿Pasa algo malo?
—Deja en paz a mi asistente. No me gusta verte rondando alrededor de ella, acechándola como un jodido animal en celo.
Una sonora carcajada brotó desde lo más profundo de Kenji Hasselt. —Amigo, esas palabras podrían herir a cualquiera, pero no a mí... no estoy jugando con ella si es lo que te preocupa.
—Aún así, mantente lejos de ella, sabes bien que sería un problema si...
—Ya sé que las relaciones afectivas están prohibidas en ésta firma, pero ¿qué quieres que haga? Tu dulce asistente me encanta. Estoy siendo serio con ella y no entiendo tu actitud, a menos que tú...
—Deja de decir idioteces —rechinó—. Venecia Torres no es como esa clase de mujeres a las que tú estás acostumbrado y, por ningún motivo voy a permitir que te burles de ella.
—Te lo repito; no estoy jugando con ella, por primera vez en mi vida, me siento lo suficientemente atraído por una mujer como para querer dejar mi soltería a un lado.
—Kenji...
Su amigo no lo dejó terminar de hablar, si no que, se dirigió a la puerta y abandonó la oficina, dejándolo con la palabra en la boca.
⚖️🏛️🥊🐻
Media hora más tarde, Law cerró el contenedor y guardó la cuchara junto con el tenedor; para su sorpresa, Amélia Sascha apareció entonces, trayendo consigo una bandeja con comida.
—Oh, ¿ya almorzaste? —preguntó, fijando sus ojos en el contenedor y los cubiertos.
—Sí, la señorita Torres me preparó el almuerzo —comentó, poniéndose de pie y caminando hacia su escritorio.
Aún con la bandeja en las manos, la abogada lo siguió. —Por cierto, Law... ¿recuerdas al profesor Cyra?
—Cómo olvidarlo, fue uno de los mejores catedráticos de la universidad.
—Sí, bueno, resulta que está en la ciudad, dará un par de conferencias éste fin de semana y Kenji consiguió boletos para asistir... ¿te gustaría ir? Así podrás saludarlo.
—Claro, ¿por qué no? Venecia irá con nosotros —dijo.
—¿Tu asistente? —inquirió, con una ceja alzada—. ¿Por qué? No creo que sea necesario, no estarás solo, Kenji y yo vamos a estar contigo y...
—Quiero presentarle al profesor Cyra, cuando estábamos en Seúl, ella me hizo un comentario sobre que le interesaba estudiar leyes, en su momento, la apoyé y ella pudo tomar algunos cursos, quizás ahora, pueda hacer algo más para que haga una carrera universitaria.
—Entiendo —expresó—. Pero, solo tenemos tres entradas.
—No te preocupes, creo que puedo conseguir otra...
—De acuerdo —concedió—. Me marcho entonces, nos veremos después.
Law asintió en respuesta y volvió a poner su concentración en los documentos que tenía sobre el escritorio.
Durante el transcurso del día, se centró solamente en estudiar los casos que su asistente había seleccionado, porque no iba a poder tomar tantos cuando apenas iba a iniciar su gestión en la firma; los pocos días que había pasado yendo a la oficina, se dio cuenta que sí, había hecho un buen trabajo al escoger a los abogados que formaban parte de Slam Law Firm, porque todos ellos tenían un historial impecable, con más del 80% de casos ganados, también, el ingreso de capital era increíble.
Miró el Ulysse Nardin en su muñeca y exhaló, era hora de terminar con el trabajo arduo de un día bastante pesado.
Justo cuando salió de la oficina, se topó con Kenji Hasselt, quien se apareció de pronto, luciendo una condenada sonrisa radiante iluminando sus facciones.
—Ah, hola a los dos —saludó.
Venecia Torres lo miró con expresión despreocupada al mismo tiempo que tomó su bolso y cerró el cajón de su escritorio.
—Venecia, he venido por ti, recuerda que me debes una cena.
Un ceño se dibujó en su frente. —¿Yo le debo una cena? —inquirió, colocándose el abrigo de lana—. Me temo que está equivocado, señor Hasselt.
—No me he equivocado, de hecho, tengo una grabación tuya que lo prueba... ¿quieres escucharla?
Law la observó suspirar, dándose por vencida y siendo acorralada por Kenji Hasselt.
—De acuerdo, pero será la última vez —accedió.
—Señorita Torres, no olvide que mañana...
—Lo sé, señor Taylor, lo tengo en la agenda —interrumpió—. Que pase buenas noches.
Y, justo antes de llegar al ascensor, el teléfono de ella sonó y, con un par de exhalaciones que denotaban su cansancio, tomó la llamada, después, se giró hacia el abogado Hasselt y se disculpó con él, alegando que le había surgido una emergencia y que no podría ir a cenar con él.
Sin poderlo ni quererlo evitar, Law sonrió, sintiéndose satisfecho y aliviado.
—¿Por qué te alegras? —le gruñó Kenji.
—Creí que te lo había advertido —respondió, entrando al ascensor.
—¿Sabes quién le llamó? —preguntó, Law negó con la cabeza al mismo tiempo que las puertas del elevador se cerraron—. Arthur Wiesbaden.
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