
Capítulo 17 | Heridas
El ambiente no era el más esperado, de hecho, la tensión se podía sentir en cada esquina de la residencia Taylor; todos los pares de ojos estaban fijos en la pareja que acababa de hacer su entrada.
Dos horas más tarde después de la gran revelación, todos se encontraban sentados a la mesa, con el enorme elefante rosa invadiendo el comedor mientras las miradas de todos se desviaban a todos los lugares y personas presentes.
—¿Puedes pasarme la sal? —la voz de AJ sonó tan tranquila que todos los pares de ojos se movieron a él.
Eleos rio por lo bajo sacudiendo su cabeza de lado a lado, mientras intentaba cortar su filete. Sin poderlo evitar, Law también sonrió y la situación no hizo más que volverse más incómoda y difícil de manejar.
—Tengo algo que decirles —habló Law, tomando la valiente decisión de romper con el absurdo silencio.
No le gustaba y nunca le gustaría ser el centro de atención, pero la chica que ahora formaba parte de su familia parecía necesitar que todas las miradas cambiaran de destino, porque, a pesar de estar sentado al otro extremo de la mesa, Law pudo notar que en cualquier momento, sucumbiría al pánico.
—¿De qué se trata? —preguntó su padre, dejando los cubiertos sobre su plato y levantando la vista hacia a él.
—Voy a quedarme aquí... en la ciudad —soltó—. Faure ya no puede hacerse cargo de la firma, así que es momento de que tome el control de ella y no podré hacerlo si me voy a Seúl, por lo que...
—Esa es una magnífica noticia, cariño —interrumpió su madre, tomándolo de la mano a través de la mesa—. ¿Cuándo traerás el resto de tus cosas?
—No voy a quedarme a vivir aquí, mamá —dijo—. Ya he comprado una casa y Sam me está ayudando con la decoración.
—¿Pero por qué? —preguntó su madre, con un ceño adornando su frente—. Ésta casa es tuya y de tus hermanos, sabes que nada me haría más feliz que tenerlos a todos aquí.
—Lo sé, pero mi decisión está tomada, además, no quiero interrumpir la paz y tranquilidad de mi padre, que estoy seguro que no se siente nada cómodo conmigo y AJ aquí, así que, en cuanto todo esté listo, me mudaré a mi nuevo hogar.
—Jamás vas a soltar el papel de víctima, ¿cierto? —bufó Eros, llamando la atención de todos.
—No estoy jugando ningún papel... —replicó, poniéndose de pie.
—¿Ah no? —inquirió su hermano, copiando su acción—. Dime entonces, ¿por qué demonios te empeñas en dejar a papá como el villano de la historia? Siempre estás insinuando cosas que él ni siquiera ha dicho.
—No pienso ponerme a discutir contigo, mucho menos en éste momento.
Con esas palabras, giró sobre sus zapatos y salió del comedor, dejando una estela de murmullos detrás de él. En el jardín, dejó salir el aire que había estado conteniendo y echó la cabeza atrás, contemplando el cielo nocturno, mirando las estrellas que iluminaban la noche en compañía de una hermosa media luna.
—¿Realmente vas a quedarte en la ciudad? —preguntó una voz masculina a su espalda.
Sin apartar sus ojos del cielo nocturno estrellado, Law exhaló y metió las manos en los bolsillos de su pantalón. —Puedo ver que no te agradó la noticia de mi regreso, pero no te preocupes, no pretendo quitarte tu lugar en ésta casa —respondió, bajando la cabeza y mirando al hombre con el que compartía lazos sanguíneos.
—¿De qué diablos estás hablando, Zeus? —gruñó su hermano mayor.
—Toda la vida has peleado con garras por ocupar y salvaguardar tu lugar en ésta casa, yo no pretendo quitártelo si eso es lo que te preocupa, jamás me ha interesado depender de los pantalones de papá.
—Sigues pensando lo mismo que cuando éramos niños —exhaló Eros—. La verdad es que jamás he entendido ésta actitud tuya, no sé a qué se debe tanto resentimiento y rencor de tu parte, yo jamás he hecho nada de lo que me acusas y si mi relación con nuestro padre te molesta tanto, no es porque él no te quiera de la misma manera, se debe a que tú jamás has sabido ganarte su respeto, porque ambos van en diferente dirección.
—Es verdad —concordó, sin apartar sus ojos de los de su hermano—. Papá y yo jamás hemos estado de acuerdo en nada, pero se debe a que yo he tomado mis propias decisiones y he vivido de una forma más libre, sin depender de él y de lo que quiera u opine.
—Zeus, aquí el problema es que estás resentido no solo con papá y conmigo, si no con la vida misma.
—Vaya hermano, no sabía que tenías tan asombrosa intuición —se burló—. Al menos sé que he vivido de acuerdo a lo que pienso, en cambio tú... Debe ser demasiado agotador ser el hijo y el nieto perfecto, que jamás ha hecho nada que no vaya de acuerdo a lo que la abuela y papá quieren, tu vida apesta Eros, pero claro, lo único que a ti te importa es seguir manteniendo feliz a la abuela y a nuestro padre para seguir gozando de los privilegios que ambos te dan, sin embargo, no imagino cómo se pondrá la abuela al enterarse de que te has vuelto a casar y sin que nadie lo supiera.
Y con esas palabras, dio la media vuelta para volver a entrar a la casa, intentando dejar atrás a su hermano y el deseo de soltarle cada maldita cosa que tenía atorada en el pecho.
—¡Maldito resentido de mierda! —rechinó Eros, haciendo que se detuviera—. Si no soportas que papá se lleve bien conmigo, deberías convertirte en alguien mejor y no seguir escudándote en lo que sucedió hace años. Vienes aquí después de tanto tiempo lejos e intentas dártela de buen y abnegado hermano que se preocupa por su familia, pero tú y yo sabemos que no eres más que un imbécil de mierda, ¿qué es exactamente lo que pretendes al quedarte aquí, Zeus?
—Ya te lo dije —exhaló—: no pretendo absolutamente nada, es más, lo único que pido es que te mantengas alejado de mí y de lo que me importa, porque no pretendo ni quiero tener nada que ver contigo y tu ego de mierda que te hace creer que eres la maravilla andante que todos codician, pero que al final, no es más que una roca sin sentimiento ni emoción alguna... pobre de la chica con la que te has casado, indudablemente, la harás trizas, tal como a Rebecca.
Y antes de que siquiera pudiera parpadear, la mano de su hermano mayor se posó en su hombro, girándolo con firmeza solo para que medio segundo después, un puño se impactara contra su mejilla, lanzándolo hacia atrás.
Lo siguiente que supo, es que AJ mantenía su cuerpo bloqueándolo para retenerlo de lanzarse contra Eros a quien Eleos intentaba frenar también con su cuerpo.
—¡Ya basta! —exclamó la fuerte y molesta voz de Adam Taylor, su padre—. ¿Qué demonios creen que hacen?
Para evitar que la situación empeorara y que su madre dejara de tener esa expresión llena de dolor en su rostro, Law se apartó del agarre mortal de AJ y giró sobre sus zapatos, entrando a la casa y caminando hacia la puerta de entrada.
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Vagar por la ciudad no era algo que Law Taylor pudiera hacer, no importaba lo frustrado o molesto que se encontrara, él simple y sencillamente, prefería centrar su atención en el trabajo o meter su nariz dentro de un libro, sin embargo, cada vez que el tema de su enojo era Eros, las cosas tendían a salirse de su control.
Terminó estacionando el auto frente al enorme edificio al que solía ir siempre desde adolescente.
—Señor Taylor —saludó el portero, sonriéndole con calidez y amabilidad—. Es un enorme placer verlo de nuevo después de tantos años, creí que se había olvidado de nosotros.
—Eso jamás... —respondió, intentando ocultar su rostro golpeado—... me alegra ver que todavía continúa trabajando aquí.
—Pero ya no duraré más —exhaló el hombre de cabello gris—. Ya estoy muy viejo.
—No diga eso, usted sigue siendo lo suficientemente fuerte para continuar por muchos años más, además sé lo mucho que ama trabajar aquí.
—Es precisamente por eso; porque no lo veo como un trabajo.
Con un asentimiento, se despidió del hombre y avanzó hacia los ascensores a toda prisa, ya sabiendo a dónde quería ir, oprimió el botón y se recostó contra la pared de cristal, dejándose envolver por los dolorosos recuerdos que le embargaron y llenaron su mente.
No era y no sería la primera vez que tendría un enfrentamiento así con Eros, sin embargo, seguía doliendo como la mierda, porque por más esfuerzo que pusiera en ello, la relación fraternal con su hermano mayor parecía empeorar cada vez más; soltando un suspiro, salió del ascensor cuando éste se detuvo en el piso elegido y abrió sus puertas.
Con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, Law caminó a través de un solitario pasillo hasta llegar a una puerta que indicaba la salida de emergencia; abrió la puerta de metal y continuó por unas escaleras hasta llegar a otra puerta, rogando porque el código siguiera siendo el mismo, lo digitó en el panel de acceso y cruzó la puerta de cristal.
Allí estaba, en la cima del Olimpo, sintiendo la brisa fresca atravesarle el cuerpo, dejándole saber que todavía seguía vivo a pesar de todo el daño que llevaba arrastrando desde que tenía cinco años.
De repente, volvió a aquel día en que un par de cautivadores y cálidos ojos azul grisáceo se encontraron con los suyos, dándole un motivo para seguir adelante, para luchar por sobrevivir aún en medio de la oscuridad que lo envolvía.
Respirando profundamente, llenó de aire sus pulmones y sonrió, mirando las luces de la ciudad; con determinación, volvió sobre sus pasos y corrió el mismo camino que había tomado hasta que se encontró fuera del hotel, dentro de los confines del auto, conduciendo por las calles principales hasta llegar a su nuevo destino.
Mirando hacia el pequeño edificio de cinco pisos, salió del auto, colocándole el seguro y la alarma; las luces del departamento en el cuarto piso estaban apagadas, pero aun así, se sentó sobre el capot del Mercedes y fijó sus ojos en la ventana del cuarto piso, negándose a dejar de lado todas las emociones que lo embargaban al pensar y saber quién se encontraba viviendo allí; cualquiera pensaría que ya había perdido la cordura y quizá estarían en lo cierto, más sin embargo, ése era un momento que no podría dejar de lado por más que lo intentara.
El sonido como campanitas de viento llegó hasta sus oídos y cuando volteó, se encontró con la silueta de quien era su asistente y la razón de los colores en sus días; ella parecía demasiado enfrascada en el libro que sostenía en sus manos, tanto que ni siquiera reparó en su presencia hasta que estuvo a unos cuantos pasos cerca de él... y entonces, su cuerpo chocó contra el suyo y el impacto fue directo a su corazón.
—Se... señor Taylor —exclamó, fijando sus ojos en los de él, llevándose los malos recuerdos que había vivido en el transcurso del día.
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Venecia Torres sabía mejor que nadie los cambios que una persona podría tener en un abrir y cerrar de ojos, lo sabía porque tenía a alguien con quién había pasado de un buen momento a uno en el que recibía gritos y regaños.
El hombre frente a ella no era ni por asomo el mismo con el que pasó gran parte de su tiempo y el ceño en esa frente, era uno que daba paso a una expresión que jamás le había visto.
Metió el libro en el bolso que colgaba de su hombro y después exhaló, haciéndole una seña a él para que la siguiera al parque que se encontraba al otro lado de la calle.
—Puedo preguntar, ¿qué está haciendo usted aquí a éstas horas? —cuestionó, mientras se sentaban en una banca.
—Lamento haberla venido a importunar —se disculpó él, con un encogimiento de hombros.
—No es que me moleste, es solo que... —de repente, lo que iba a decirle se escapó de su mente al ver la sangre que le corría de la esquina de su boca y de su ceja—. ¿Qué le pasó allí? —preguntó, con expresión mortalmente seria, llena de preocupación y de angustia.
—Nada de qué preocuparse —respondió, tomándole las muñecas y apartándole las manos de su rostro.
—¿De verdad está diciendo que esos golpes no son algo de qué preocuparme? —inquirió—. Usted no es un hombre que pueda andar por allí luciendo un rostro lleno de cicatrices.
Y con esas palabras, se puso de pie, caminando en dirección a la calle.
—¿A dónde va? —preguntó, deteniéndola.
—Espere aquí. No vaya a irse, yo volveré enseguida.
Yendo en dirección al edificio en el que vivía ahora, Venecia miró atrás, comprobando que su jefe estuviera dónde lo había dejado.
Entró al apartamento a toda prisa y se dirigió a su habitación, rebuscando entre la pila de cajas que había dentro del cuarto de baño hasta que finalmente encontró lo que estaba buscando.
Un suspiro de alivio escapó de entre sus labios cuando volvió al parque y sus ojos se fijaron en el hombre que se encontraba sentado con la cabeza cabizbaja, los codos apoyados en las rodillas y el cuerpo encorvado como si un enorme peso estuviera sobre él.
Ella jamás había visto así a Law Taylor y esa imagen, por alguna extraña razón, le provocó un dolor en el pecho y su corazón también se quejó al respecto.
—Señor Taylor —lo llamó, parándose frente a él.
Law levantó la cabeza y esos orbes azules le golpearon dura y profundamente, porque vio reflejado en ellos el significado de dolor y tristeza.
Sus manos picaron con el deseo de extender los brazos hacia a él y rodearlo en un fuerte y cálido abrazo, sin embargo, aferró más el botiquín de primeros auxilios y trató de hacer a un lado sus deseos porque eso no la llevaría a ningún lado.
Con un suspiro, se sentó al lado de él y abrió el botiquín, tomando el alcohol, el desinfectante y unas cuantas almohadillas de algodón.
Ojos azules se clavaron en ella y haciendo acopio de todas sus fuerzas, trató de calmar el temblor de sus manos, intentando no sucumbir al repiqueteo de los latidos de su corazón, que al parecer, estaba intentando salir de su pecho.
Mientras le curaba las heridas, se preguntó una vez más quién había sido capaz de golpearlo, porque en definitiva, la persona que lo había hecho debía ser enviada al infierno por dejar esos moretones y heridas en un rostro tan atractivo como el de Law Taylor.
—¡Ahh! —gruñó, alejándose de la almohadilla de algodón.
—Espere, lo que menos quiero es lastimarlo, así que quédese quieto que ya casi termino —colocó un poco de pomada y una bandita en su ceja para después, aplicar la misma pomada en la esquina de su labio roto—. Va a dolerle por un par de días a lo mucho, le daré ésta pomada para que la aplique después de... —su voz se perdió cuando levantó la mirada y los zafiros azul electrizante de su jefe se encontraron con los suyos.
—Gracias —dijo él, con su aliento rozándole los labios, ajeno al sinfín de emociones que crepitaron dentro de su pecho y aceleraron los latidos del corazón que todavía luchaba por no explotar en millones de pedazos.
—Se... señor Taylor —carraspeó, alejándose de él.
—¿Qué?
—Bueno, yo en realidad... es decir, disculpe por no pasarlo al departamento, pero estoy viviendo con una amiga y la verdad es que...
—Señorita Torres, no vine con la intención de causarle molestias, yo solamente estaba de paso.
Venecia lo miró y volvió a sentir que el pecho se le apretaba al ver la expresión en el rostro de él.
—¿Quién lo golpeó? —preguntó, serena y tranquilamente.
—No haga preguntas para las cuales no obtendrá una respuesta —replicó él, poniéndose de pie—. Lamento mucho haberla importunado. Gracias por todo.
Copiando su acción, ella también se puso de pie. —¿Se va ya?
Sí, fue consciente del tono de su voz, pero a decir verdad, poco le importó lo que transmitió porque una cosa era segura, le estaba doliendo dejarlo marchar así.
Law Taylor la miró con un ceño adornando su frente al mismo tiempo que emitió un quejido de dolor y se llevó la mano a la herida de su ceja.
—La veré mañana en la oficina, señorita Torres —dijo, y con eso, siguió su camino.
Después de verlo subir al auto y desaparecer en la lluvia de nieve que había comenzado a caer, Venecia soltó un suspiro y se abrazó a sí misma, cerrando los ojos con fuerza e intentando encontrar un significado a lo que su corazón estaba sintiendo.
🧳🌻🎡🍦
—¿Y esa cara? —preguntó la morena, tomando un sorbo de su taza de café.
—Es la misma que he tenido desde que nací —dijo, sacándole la lengua.
—No te hagas la loca, Venecia, ¿está pasando algo que no sé?
—Nada en realidad, es solo que estoy algo preocupada.
—¿Por qué?
—Mi jefe irá hoy a la firma, quiere revisar algunas cosas y verificar que la oficina haya quedado tal cómo me indicó.
—¿Y eso qué tiene de extraño? —inquirió la morena, sentándose en el sofá—. Has dicho siempre que él es así, tan...
—Es diferente ahora —replicó—. No preguntes cómo o por qué, solo sé que ésta vez las cosas tomarán un rumbo diferente y que él también será diferente en todos los aspectos.
—Venecia, deja de preocuparte tanto —exhaló—, has trabajado con él por más de cinco años, las cosas no cambiarán de la noche a la mañana y él tampoco.
—No lo entiendes, Teresa, algo me dice que aquí todo será distinto.
Sí, sentía pánico, miedo, temor de todo, porque las actitudes que su jefe solía tener ahora estaban desapareciendo poco a poco y él estaba mostrando una parte que ella jamás imaginó que él tendría.
Quizás era que estaba sintiéndose ya la víspera navideña, pero cuando abordó el autobús para dirigirse a la firma, un sentimiento desconocido le envolvió el cuerpo y, sin saber por qué, sonrió para sí misma.
Para cuando finalmente llegó al edificio de Slam Law Firm, un estremecimiento le recorrió el cuerpo y se intensificó un poco más cuando vio la figura femenina caminar en unos elegantes tacones Louis Vuitton y un vestido del mismo diseñador, lo sabía porque en su visita a la plaza comercial los vio en el aparador de una de las tiendas.
Soltó el aire que había estado conteniendo después de que la mujer desapareció en el interior de uno de los ascensores.
—¿Venecia?
Ante la mención de su nombre en la voz femenina, se dio la media vuelta para encontrarse de frente con la dueña de ésa voz.
Una sonrisa iluminó su rostro al darse cuenta de quién era la chica que la había llamado; durante mucho tiempo, pensó que jamás volvería a verla, mucho menos que el encuentro fuese en su nuevo lugar de trabajo.
—Milán —saludó, devolviéndole el cálido abrazo que la pelirroja le dio.
—No puedo creer que realmente seas tú —dijo, apartándose un poco de ella.
—Pensé que no volvería a verte nunca... ya sabes, después de separarnos en México, no creí que volviera a encontrarte y mucho menos aquí.
—Bueno, al poco tiempo de que tú y tu familia se fueran de Querétaro, nosotros también lo hicimos... papá tuvo fue ascendido en su trabajo y pues mamá y yo lo seguimos.
—Vaya... por mucho, creí que no te acordarías de mí.
—¿Cómo no iba a hacerlo? —replicó la pelirroja—. Fuiste mi mejor amiga y compartimos muchas cosas. A pesar de que éramos muy pequeñas, siempre te recordé.
Sintiendo una corriente eléctrica recorrerle la espina dorsal, Venecia se giró solo para ver a su jefe caminar con ese estilo tan único suyo y atravesar las puertas de cristal; sin poder evitarlo, nuevamente su pulso se aceleró y los latidos de su corazón incrementaron a un nivel que casi la dejó sin aliento.
—Cristo —musitó entre dientes.
—¿Ocurre algo? —preguntó su vieja amiga.
—Me hizo muy feliz volver a verte, pero tengo que irme, mi jefe acaba de llegar y... quizás tal vez, podamos reunirnos más tarde si es que todavía sigues por aquí, por cierto, ¿trabajas aquí?
—Sí, estoy en...
—Entonces... nos vemos luego —dijo, apresuradamente.
Antes de girar para caminar en dirección hacia su jefe, Venecia se dio cuenta de la forma en que los ojos de Milán se abrieron de par en par e incluso, podía jurar que la había escuchado tragar en seco y, por primera vez en su vida, quiso ocultar la exquisita presencia de Law Taylor y esconderlo en el rincón más inhóspito del mundo.
Pegada al lado de su jefe, ambos abordaron el ascensor y el horrible silencio los envolvió a ambos, lo cual, no ayudó a su pobre cerebro que todavía intentaba buscar una respuesta razonable a sus pensamientos.
—¿Señorita Torres? —la voz masculina a su lado la trajo de vuelta al presente y cuando levantó la mirada, esos orbes azules la atraparon.
—Perdone, señor Taylor, ¿decía usted algo?
—Estaba preguntándole si estaba usted bien porque parece algo perdida.
—Todo está bien, es solo... es personal.
El interrogatorio por parte de él ni siquiera pudo iniciar porque las puertas del ascensor se abrieron de par en par y ambos salieron al pasillo que llevaba a la que sería su gran oficina.
—Espere —pidió, sosteniéndolo del brazo.
Ojos cual zafiro brillante se posaron en ella mientras le reacomodaba el saco y se hacía cargo de la corbata también; con la mente perdida en una cosa, la castaña rebuscó en su bolso, tomó el tubo de crema y aplicó un poco en la herida que él todavía tenía en el labio.
Por una fracción de segundo, Venecia sintió que bien podría estar un centenar de extraterrestres acabando con el mundo, pero para ella, eso no importaba mientras tuviera al hombre que se encontraba al frente.
Cuando abrió la puerta y cruzaron al interior de la oficina, todo lo que su jefe estaba a punto de decir se desvaneció cuando la presencia femenina apareció frente a ellos.
—¡Law! —exclamó la sumamente elegante mujer vestida con ropa y tacones de diseñador—. Realmente eres tú... ¡Wow! No pensé que...
Eclipsando a la velocidad de la luz, Venecia Torres dio un paso al frente cuando adivinó la intención de la abogada Sascha y para sorpresa de la despampanante mujer e incomodidad suya, fue a ella a quien terminó abrazando.
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