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Capítulo 10 | Noticias

La sede del Golden Bank se alzó delante de sus ojos y una vez más, Venecia respiró hondo antes de dar un paso más.

Una vez que cruzó las puertas de cristal, le sorprendió ver lo magnífico que lucía el interior del banco, no era nada parecido a los demás y tal vez era por eso que solo las personas con un nivel socioeconómico al nivel de millonarios o multimillonarios tenían cuentas allí.

—¿Puedo ayudarle en algo, señorita? —preguntó una mujer vestida con un traje elegante.

—Eh, Venecia. Venecia Torres y sí, necesito hablar con algún ejecutivo —dijo.

—¿Sobre qué asunto? —interrogó, mirándola de pies a cabeza.

—Una hipoteca.

—Ya veo, acompáñeme—pidió, caminando por un pasillo hasta llegar a lo que parecía una sala de espera.

Obedeciendo a la secretaria o asistente o lo que sea que fuera la chica, se sentó en uno de los sillones de piel.

Pudo haber pasado el rato esperando lo que tenía qué esperar, pero entonces, una presencia masculina le robó parte del aliento e hizo que su corazón comenzara a martillear dentro de su pecho.

Con un semblante bastante serio y aristocrático, Law Taylor caminó hacia la salida, acompañado por una mujer de vestidura elegante y un porte que era digno de admirar.

—Nos vemos más tarde —dijo la mujer, envolviéndolo en un abrazo apretado, para sorpresa de la propia Venecia.

—Estaré esperando tu llamada —respondió él.

—Bien.

Y así, sin más y sin percatarse de que ella estaba allí, él dio la media vuelta y se marchó. Venecia mantuvo la vista en su jefe hasta que éste despareció por completo.

—¿Señorita Torres? —llamó una nueva chica.

—Eh, sí... soy yo.

—Venga conmigo, el licenciado Branques la atenderá.

—Gracias —dijo en respuesta, siguiendo a la secretaria.

Subieron juntas al ascensor y, antes de que éste cerrara sus puertas, la chica la miró y sacudió la cabeza al mismo tiempo que llevaba su mano al auricular en su oído.

—Lo siento, me temo que debemos cambiar el rumbo —dijo, oprimiendo un botón en el panel del ascensor.

—¿Qué ha querido decir con eso? —preguntó.

—Bueno, el señor Branques no la podrá atender...

—¿Entonces?

—Pasaremos directamente con la CEO del banco.

Los ojos de la castaña se abrieron de par en par y miró a la secretaria como si ésta fuese una especie de alienígena.

—¿Qué?

—Son órdenes, señorita.

Las puertas del ascensor se abrieron en ese momento y no pudo preguntar nada más; mientras seguía a la chica por un pasillo en el que personas iban y venían, se pudo dar cuenta que, tal vez, todos estaban en un estado de extremo trabajo para un cruel y frío jefe.

—Espere un momento... —pidió la chica, deteniéndose frente a una puerta de madera lisa en color gris.

La secretaria tocó y solo unos segundos después, una voz femenina le dio el permiso de abrir, después de abrir la puerta, la chica le hizo seña para que pasara.

Dentro de la oficina, se sintió momentáneamente tentada a dar la media vuelta y salir huyendo, porque, obviamente, iba a ser una pérdida de tiempo el intentar negociar con la mujer elegante detrás del hermoso escritorio de cristal.

Ojos azules como el cielo la miraron y, para su sorpresa, la bien vestida mujer le sonrió.

—¿Señorita Torres? —preguntó, extendiendo su brazo para un saludo.

—Eh, sí —musitó.

—¿Gusta algo de tomar?

—Agua, por favor —pidió.

La secretaria solo asintió y se marchó, para regresar un minuto después con dos botellas de agua. Una vez que volvieron a estar a solas, la recatada mujer la llevó hasta los sofás de lana que se encontraban en el extremo derecho de la gran y espaciosa oficina.

—Dígame señorita Torres, ¿en qué puedo ayudarla?

—Eh, verá... yo... hay una hipoteca sobre mi casa y unos pagos atrasados —dijo, apretujando la botella entre sus manos—. La verdad es, yo no tenía idea de ésa hipoteca y tampoco sobre la falta de pagos... estuve trabajando fuera de la ciudad por muchos años y apenas regresé.

—Ya veo... Mire, en realidad, pedí que la pasaran conmigo porque tengo especial interés en su caso —dijo la mujer—. Antes de seguir, déjeme presentarme, soy Clarice Darragh, la CEO del International Golden Bank.

Asintiendo, Venecia miró a la mujer y no le pareció nada desagradable, de hecho, estaba segura de que era amable a pesar de su apariencia de mujer poderosa.

—Entonces, ¿hay alguna manera de llegar a un arreglo? —preguntó—. Es que, ésta mañana recibí una notificación de embargo y no quiero perder mi casa.

—¿Me dijo que usted no tenía conocimiento de la hipoteca?

—Así es.

—Bueno, yo tengo documentos que prueban lo contrario, porque su firma está en ellos.

Venecia abrió los ojos de par en par y una rabia creció en su interior porque era más que evidente que Madison había falsificado su firma.

—Señorita Darragh, creo que ha habido un gran malentendido.

—¿Me está diciendo que alguien pudo falsificar su firma? —inquirió—. Si es así, me temo que es un asunto legal que tendré que denunciar.

—No —exclamó—. Lo que quise decir es, que olvidé por completo que había dejado firmado los documentos y...

—Señorita Torres —interrumpió la mujer—. Su deuda con el banco asciende a una cantidad imposible de pagar en un corto plazo y, según los informes de mis empleados, usted se ha estado negando a responder nuestras llamadas e ignora todos nuestros mensajes, dígame entonces, ¿cómo espera que podamos llegar a un acuerdo?

—Yo...

—Mire, no es que no quiera ayudarla, es que justo ahora, ése momento ya ha pasado y me temo que, lo máximo que puedo hacer por usted es darle dos semanas más para que pueda buscar un lugar para mudarse, porque la casa y todo lo que hay en ella, ahora le pertenece al banco.

El corazón de Venecia se hundió, porque ahora, todo estaba perdido, la razón por la que había trabajado duramente tanto tiempo se iba de sus manos y todo por culpa de su prima.

—Entiendo —musitó—. Lamento haberle hecho perder el tiempo.

—No puedo dejar que se vaya sin antes firmar unos documentos.

—¿Qué?

—Entienda, usted nos ha estado evadiendo, por lo tanto, para que el banco esté seguro de que responderá ahora, debe firmar una carta de compromiso y aviso. Usted conservará una copia, puesto que allí está desglosado todo lo que puede conservar de la casa.

Asintió en respuesta y esperó a que la señorita Darragh fuera por los documentos a su escritorio.

Después de abandonar el banco, dejó que las lágrimas que había estado conteniendo, salieran libres; ahora sí lo había perdido absolutamente todo.

🧳🌻🎡🍦

Acurrucada en la cama, Venecia se sintió completamente vacía y fracasada. La casa que le había costado construir a sus abuelos, ya no era de ella, ahora le pertenecía al banco y al perderla, también perdía todos los momentos que había vivido en esa casa.

—Venecia —Teresa se adentró a la habitación, llevando una charola con comida.

—No tengo hambre —dijo, sin apartar la cabeza de la almohada.

—Pero debes comer algo, no puedes seguir así.

Miró a su amiga y no pudo evitar volver a llorar.

—¿Qué voy a hacer ahora? —sollozó, dejándose abrazar por Teresa.

—Puedes quedarte conmigo mientras consigues un trabajo y después, buscaremos un departamento.

—Le fallé a mis abuelos.

—No es así, no les fallaste. Esto no es tu culpa.

—Lo es, porque yo nunca debí haberme ido de aquí en primer lugar, debí quedarme.

—Venecia, conseguiste mucho, ahora no puedes darte por vencida, quién sabe, probablemente puedas llegar a un acuerdo con quién compre la casa.

Parpadeando, se sentó en la cama y miró a Teresa. —Es verdad, no lo había pensado así.

Era cierto, todavía tenía esa posibilidad. Aunque ahora ya no tuviera un trabajo bien remunerado, haría hasta lo imposible por recuperar la casa de sus abuelos.

Quizás sí sería difícil encontrar un trabajo en el que le pagaran la misma cantidad que Law Taylor había dispuesto para ella, pero trabajaría día, tarde y noche, si fuese necesario e incluso, tal vez podría conseguir hasta dos trabajos.

Sí, ahora tenía una meta para volver a encaminar su vida, algo a lo cual aferrarse y luchar por ello.

Poniéndose de pie, se dispuso a buscar cajas para comenzar a empacar lo que se llevaría con ella.

⚖️🏛️🎡🤼‍♂🍦

Law Taylor miraba fijamente hacia la nada, rememorando todas y cada una de las palabras que Scarlett Dixon le había dicho y también pensaba en la conversación que había mantenido con Faure Reid; ¿cómo es que se le había complicado tanto la vida? Por obvias razones, había sido un gran error el haber regresado a casa, porque todo su mundo bien balanceado, ahora estaba dando giros y más giros en la forma equivocada.

El asunto más importante era su asistente y su renuncia. Él podía manejarlo absolutamente todo, era un hombre lo bastante inteligente para superar y resolver cualquier problema y conflicto, pero entonces, ¿por qué sentía que sin ella su vida se iba poco a poco al abismo? Si bien era cierto que Venecia le devolvió un poco de luz a sus días, el haber pasado con ella más de cinco años debió haber sido suficiente para salir adelante día con día.

—¿Zeus? —la voz masculina de su padre se coló por su sentido auditivo y en un dos por tres estuvo sentado en la cama, mirando hacia la puerta.

Adam Taylor se encontraba de pie, mirándolo con un semblante de preocupación que él sabía, no sentía.

—¿Sucede algo? —preguntó.

—Tu madre quiere verte, necesita... necesitamos hablar contigo —dijo.

—¿Es urgente?

—No veo que esté ocupado, hijo... ¿por qué importaría si es un asunto urgente o no?

—Pareciera que no estoy ocupado, pero lo estoy —rechinó.

—Zeus...

—Iré en un momento, ahora, ¿puedes marcharte de mi habitación?

Suspirando, su padre salió y cerró la puerta detrás de sí.

No era que él fuese un mal hijo, es que la relación con su padre estaba completamente destruida y, aunque le doliera admitirlo, sabía que nunca tendría una oportunidad de arreglar las cosas con él, porque para Law, lo que había hecho su padre, no tenía perdón.

Pasándose las manos por la cara, se levantó de la cama y salió de la habitación, dispuesto a enfrentar lo que sea que sus padres quisieran decirle.

Cando llegó a la sala de estar, se encontró no solo con la presencia de sus padres, sino también con la de sus hermanos.

—¿Qué sucede aquí? —preguntó, mirándolos alternativamente.

Su preciosa madre fue quien dio un paso al frente y lo miró. Law dio un paso atrás instintivamente, porque la expresión en el rostro de su madre le indicaba que estaba molesta, enfadada y ella se molestaba de tal manera muy pocas veces.

¿Lo sabías? —cuestionó, sin dejar de mirarlo.

Movió los ojos hacia Eleos y éste negó con la cabeza, encogiéndose de hombros al mismo tiempo.

—¿Qué cosa? —se atrevió a preguntar.

—La locura que cometió tu hermano —exclamó ella.

—¿Cuál hermano?

Zeus Law Taylor Altamira, no intentes jugar conmigo —espetó, molesta.

—Mamá, realmente no sé de qué me estás hablando.

—¿Estás seguro? —él asintió—. ¿Realmente me puedes asegurar que no sabías sobre el matrimonio de Eros?

—Ah, eso... —dijo e inmediatamente se dio cuenta de su error.

Mierda, era por eso que a él no le gustaba guardar secretos y ocultarle cosas a su benevolente madre.

—¿Eso? —repitió ella—. ¿Lo sabías entonces?

—Me enteré hace unos días atrás —dijo—. Mamá, no te molestes, ya sabes que no soy la clase de persona que ande pregonando cosas que no me competen, ése es asunto y problema de Eros, es su vida, no la mía.

Su madre parpadeó atónita ante su respuesta, mientras su boca se abría y cerraba todavía sin saber qué decirle.

—Es cierto mamá —habló Eros, colocando sus manos en los hombros de su madre—. Sabes que Zeus jamás te ocultaría algo por ayudarme a mí, no lo haría nunca.

—¿Por qué no me lo dijiste? —le preguntó, con los ojos repentinamente rojos.

—Lo siento, no quiero ser entrometido y éste es un asunto que sólo Eros, papá y tú, tienen que arreglar.

—Zeus... —llamó su padre, pero él no se detuvo.

De vuelta en su habitación, volvió a recostarse en la cama y clavó los ojos en el techo, todavía tratando de encontrarle una solución a sus problemas.

Tenía mucho que pensar y miles de cosas que arreglar antes de tomar una decisión; Faure no iba a reconsiderar el volver a asumir el cargo que él le había dejado en la firma, así que, iba a tener que cerrar la sede en Canadá.

Era cierto que todo lo que tenía lo había logrado por mérito y esfuerzo propio; cada centavo invertido había salido de su bolsillo y de los trabajos a medio tiempo que tuvo mientras terminaba de especializarse y convertirse en abogado.

No había obtenido ayuda ni de los Taylor ni de los Altamira y no es que sus padres se hubiesen negado a ayudarlo, simplemente era que él quería demostrar sus capacidades y allí radicaba la diferencia entre él y sus hermanos, porque Law Taylor se caracterizaba por ser independiente, sin dejar que nada ni nadie se entrometiera en sus decisiones y vida; exactamente por eso es que ahora se encontraba en esa encrucijada que Faure Reid le había tendido.

Mierda —masculló, sintiéndose impotente.

Un golpe en su puerta lo hizo levantar la cabeza para encontrarse con la presencia de Eleos.

—¿Puedo pasar? —preguntó su hermano.

—Claro, adelante —dijo, sentándose en la cama—. ¿Cómo está la situación allá afuera?

Eleos suspiró, volviéndose a encoger de hombros. —Solo diré que sobreviví de milagro —respondió, yendo directamente al balcón—. Mamá está muy enfadada, no le gustó saber que Eros se casó sin ella presente.

—Bueno, para variar, es la primera cosa que Eros hace a escondidas y sin la opinión de papá y mamá.

—Lo sé... Es sorpresivo, ¿cierto?

—Ya lo creo.

—Zeus, necesito hablar contigo sobre lo que te comenté cuando fui a visitarte.

—¿Sigues teniendo los mismos planes?

—Sí.

—Sabes que te ayudaré en todo, así que, por la parte legal no te preocupes, ahora lo que tienes que hacer es poner las cosas físicas.

—Es allí que me confundo horriblemente, sabes bien que soy bueno yéndome al cielo y volando entre las nubes, pero quedarme en un solo lugar por mucho tiempo... eso es lo que me tiene nervioso e indeciso.

—Tendremos que hablar sobre eso y ahora ya es un poco tarde.

—¿Qué te parece si nos vemos mañana en el restaurante del hotel Olimpo? —propuso.

—Me parece bien. Te veré allí a las seis.

—De acuerdo, ahora... me marcho, estoy algo cansado y solo quiero dormir.

En cuanto su hermano se fue, Law se preguntó si realmente sería una buena idea que Eleos finalmente se estableciera por fin en tierra firme y quería, realmente deseaba ayudar a su hermano, pero no estaba cien por ciento seguro de que Eleos se mantuviera quieto en un solo lugar.

⚖️🏛️🥊🐻

De todos los lugares en la ciudad, le gustaba el restaurante del hotel Olimpo y no es porque dicho hotel perteneciera a su familia, sino porque, era un lugar bastante tranquilo y tenía espacios alejados del bullicio de la gente.

Usualmente y cuando era un adolescente, solía vagar por los alrededores del hotel, sintiéndose en paz y armonía, cosa que no le había ofrecido ningún otro lugar en la ciudad; si era sincero, tendría que admitir que, después del horrible suceso, llegar a Vancouver lo hizo sentir aliviado, libre, pero no tanto, porque las ataduras aún continuaron presentes y todavía seguían presentes en él.

—Señor Taylor, bienvenido —saludó el hombre de mediana edad, estrechándolo en un cálido abrazo.

—Hola Sirius —dijo, devolviéndole el abrazo al hombre.

—No sabía que había vuelto. ¿Cuánto tiempo va a estar en la ciudad?

—Solo es por las festividades —respondió—. ¿Qué tal va todo por aquí?

—Bastante bien, es temporada alta, así que estamos casi llenos.

—Ya veo.

—¿Cómo ha estado? He escuchado y leído por ahí que, no le va nada mal en el otro lado del mundo, los Coreanos le tratan bien, ¿eh?

—No puedo quejarme —sonrió, encogiéndose de hombros—. Realmente tengo una vida bastante buena allá.

Antes de que el hombre pudiera decir algo más, el grito de su hermano lo hizo dar la media vuelta e incluso, ante la mirada desconcertada y expresión divertida de Sirius, Eleos se lo llevó jalándolo por la chaqueta.

Una vez que estuvieron en la mesa reservada del jardín familiar, Eleos dejó escapar un suspiro y se recostó contra el respaldo de la silla, cerrando los ojos.

—¿Qué te pasa? —le preguntó, sirviéndole un vaso de agua fría.

—Tuve que huir de casa... de mamá y de papá... no me preguntes por qué —exhaló.

—Eleos...

—No quiero ni puedo imaginarme cómo se pondrán cuando les cuente de mis planes y les pida el dinero.

—Es tú dinero, así que ellos no podrán negarse, ya no eres un niño y sabes perfectamente lo que quieres... ¿cierto?

—Por supuesto que sí, pero sabes cómo están las cosas. Zeus, no será nada fácil y sencillo que me suelten lo que me pertenece, Eros no dará su brazo a torcer.

—¿Y entonces? —inquirió, dando un sorbo a su vaso de agua—. ¿Qué es lo que piensas hacer?

—¿Qué tal si primero hablamos con la tía Diane?

—No serviría de nada, ella no es quien maneja lo nuestro.

—Zeus, ¿y si mis planes son malos? Quiero decir, papá es bueno en los negocios, seguro que va a encontrarle fallas a mi propuesta y se negará a apoyarme.

—Yo te dije que podía invertir, pero te has negado una y mil veces.

—Porque así cómo tú, quiero algo que sea mío... sabes muy bien lo que me ha costado ahorrar cada centavo. He trabajado mucho para esto y estoy a punto de lograrlo, no puedo simplemente regalar mi esfuerzo.

—No sería así, sólo sería un socio minorista, no me entrometeré en tus asuntos, solo intento ayudarte, Eleos.

—Uhmmm, lo mismo me dijo AJ —suspiró—. Por cierto, ¿lo has ido a visitar?

Law negó con la cabeza. —No, aún no he ido. ¿Cómo ha estado?

—Ha mejorado, de hecho, la última vez que hablé con él, realmente parecía otro... no otro, más bien, era el AJ de antes.

—¿Vendrá a casa para navidad?

—Nop. Papá considera que aún no es tiempo de dejarlo salir... más bien, Eros es quien dijo que no era el momento.

—No sé por qué no me sorprende.

Eleos se disculpó y se marchó dejándolo solo cuando su teléfono sonó. Todo lo que había conversado con su hermano se sintió como una avalancha, porque era noticia tras noticia.

Sacando su propio teléfono, buscó y marcó el número del lugar en el que estaba AJ; a los pocos segundos, una voz femenina respondió y él solicitó el permiso para poder ir a visitarlo.

Justo estaba colgando cuando Eleos volvió y traía pintado en su rostro una sonrisa llena de asombro.

¡A que no sabes a quién acabo de ver! —exclamó.

—¿A quién? —preguntó, con un ceño adornando su frente.

—A la señorita Torres —dijo, provocando que el corazón de Law dejara de latir por escasos segundos—. Y luce bastante hermosa.

El mundo de Law se balanceó y sintió que el piso bajo sus pies se movía; todavía estaba buscando una manera de verla y al parecer, Dios se había apiadado de él porque la puso justo en su camino.

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