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Capítulo 03 | Amarillo

—Entonces, ¿tampoco vendrás a casa este año? —preguntó la chica de tez morena, del otro lado de la pantalla.

—Lo siento, sé que había dicho que lo haría, pero me temo que no va a ser posible.

—¿Tu jefe?

—No, más bien se trata de una situación financiera.

—¿Por qué no pides un préstamo o algo por el estilo?

—No puedo.

—Bien, no voy a obligarte a nada, pero debes saber que, si encuentras una forma de venir a casa, te llevarás una enorme sorpresa.

—¿A qué te refieres?

—No te diré, lo siento, pero es algo que debes ver tú misma.

—Al menos dime si es algo grave.

—Lo es.

Venecia suspiró. Definitivamente, si las cosas estaban así de mal en casa, iba a tener que hacer uso de una parte del dinero que había ido ahorrando desde el momento en que aceptó convertirse en la asistente de Law Taylor.

—Siendo así, creo que no me queda otra alternativa más que tomar un poco del dinero que tengo en el banco.

—O podrías pedirle un préstamo a tu jefe... más bien, sería una compensación por todo el tiempo que llevas trabajando para él, soportando su mal carácter.

—Eso jamás. Además, el señor Taylor me paga mucho más de lo estipulado en un contrato laboral de una asistente.

—¿Acaso estás defendiéndolo?

—No, sólo soy honesta.

—Cómo sea —suspiró su amiga—. Lo único que digo es que deberías ser consciente de que nadie en el mundo tiene que soportar a un oso gruñón cómo lo haces tú.

—No es tan malo y con el tiempo te acostumbras.

—Sólo tú eres capaz de hacer tal cosa. En fin, cuando tengas noticias sobre lo que harás, no dudes en llamarme.

—Descuida, no tendrás que esperar esa llamada —dijo, con voz segura—. Iré a casa.

La felicidad en el rostro de su amiga era algo realmente genuino y Venecia confirmó que estaba tomando la mejor decisión.

Dos horas más tarde, trataba inútilmente de comunicarse con la única persona que tenía cómo familia, pero ella no respondía a ninguna de sus llamadas.

—Que pases buenas noches, Venecia —se despidió la secretaria del abogado Jae, mientras ella volvía a su escritorio.

—Adiós, que tengas buen fin de semana, Tida —dijo en respuesta.

En cuanto llegó a su escritorio, depositó el vaso de agua sobre él y espió hacia la oficina de su jefe, comprobando que, efectivamente, el hombre todavía estaba inmerso en la pila de documentos que llevaba revisando desde la mañana.

La visita de Hyeok Taylor realmente había valido la pena, porque de otro modo, el malhumorado oso grizzly dentro de la cueva, ya hubiese devorado una parte de su cansado cerebro, pero desde que su hermano se marchó, él se quedó completamente concentrado en todo el trabajo que tenía y a ella, apenas la había molestado más que para pedirle que le ordenara comida.

Si había algo que reconocerle a Law Taylor era el hecho de que nunca, en todo el tiempo que llevaba trabajando para él, jamás la dejó sin almorzar.

En cuanto vio que él se puso de pie, corrió a sentarse en su lugar, esperando que el oso gruñón saliera de su cueva.

Dos minutos después, la puerta fue abierta y no supo por qué, pero al ver a su jefe le provocó un escalofrío que terminó sacudiendo a su corazón.

—Señorita Torres, recoja sus cosas, la llevaré a casa —dijo él, ajeno al sinfín de pensamientos que corrían por su mente.

Sin hacer otra cosa más que asentir, tomó su bolso y caminó con él hacia el ascensor.

Dentro del cubo de plata, los latidos de su corazón se aceleraron a un ritmo frenético.

—¿Irá a casa estas vacaciones? —preguntó él, con la vista fija en su teléfono.

—Eh... sí, ¿y usted?

—También —dijo, en respuesta.

Esos hermosos y magníficos ojos azules se posaron en los de ella y por una fracción de segundo, el aire desapareció de sus pulmones.

—Seguro su familia se alegrará de verla después de mucho tiempo.

—No creo. De hecho, pienso que no le hará ninguna gracia que aparezca tan de repente.

Law Taylor entornó los ojos, mirándola sin comprender bien lo que acababa de decirle.

—Usted... sus padres se alegraran de verlo después de muchos años lejos, es decir, su hermano siempre se marcha feliz y...

—Sé a qué se refiere, señorita Torres —exhaló, cómo si llevara una enorme carga sobre esos anchos hombros—. La verdad es que, de hecho, estoy arrepintiéndome de mi decisión.

El tono de su voz era algo que ella no pasó desapercibido, porque ahí había dolor, anhelo y un poco de rabia.

Una vez más, Venecia se preguntó qué era lo que había detrás de Law Taylor; trató de encontrar la razón por la cual su jefe se había negado a volver a casa en tantos años y permanecer encerrado e inmerso en el trabajo aún en fechas de festejo.

🧳🌻🎡🍦

Tomando un sorbo de su botella de jugo, Venecia sonrió ante la broma de uno de sus compañeros, pero la celebración murió en cuanto uno de sus colegas entró corriendo a la sala de descanso de empleados, totalmente agitado.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—El... señor Taylor... acaba de llegar —exhaló.

—¿Qué? —exclamó la secretaria del abogado Jae—. Creí que no volvería sino hasta después de las dos de la tarde.

—Seguramente, el caso terminó antes de lo previsto —comentó el nuevo interno.

—Entonces será mejor que limpiemos todo y volvamos a nuestros puestos de trabajo —dijo la recepcionista.

Pero ni siquiera tuvieron tiempo de hacer nada, porque el gigantesco oso gruñón apareció ante la vista de todos, luciendo una expresión relajada.

—¿Qué están haciendo? —preguntó, enarcando una ceja.

—Señor, lo sentimos... recogeremos todo y volveremos a nuestros respectivos trabajos —aseguró el encargado de informática.

—No es necesario, sigan disfrutando de su celebración y... feliz cumpleaños, señorita Mikka —dijo, girando sobre sus elegantes y carísimos zapatos.

Aturdida, Venecia parpadeó y ante la mirada de todos sus compañeros, lo siguió, alcanzándolo justo antes de que él entrara en su despacho.

—Señor —llamó, deteniéndose a escasos centímetros de él.

Los cautivadores e hipnóticos ojos azules se posaron en ella, mirándola con expresión indescifrable.

—¿Sucede algo, señorita Torres?

—En realidad, es exactamente eso lo que quiero preguntarle —dijo, sin dejar de mirarlo—. ¿Está todo bien? ¿Necesita algo?

—Puede seguir disfrutando de la celebración —dijo él en respuesta—. Por el momento, no necesito nada de usted.

Sus palabras, aunque eran referentes al trabajo, la hirieron de una forma que no supo explicar.

Ante su mirada y completamente ajeno a la opresión que se instaló en su pecho, él entró en su despacho, dejándola con un dolor inexplicable expandiéndose por todo su cuerpo.

—Venecia, ¿todo está bien?, ¿él dijo algo? —preguntó la festejada, una vez que ella volvió a la sala de empleados.

—No, nada importante. Sólo hay que terminar de limpiar todo para volver al trabajo —dijo, forzando una sonrisa.

Media hora más tarde, estaba organizando el papeleo referente al último caso aceptado por su jefe.

Tener la mente concentrada en el trabajo, ayudaba mucho al sinfín de emociones y sentimientos mezclados que estaban comenzando a hacer ebullición dentro de ese órgano sensible ubicado a un costado de su pecho.

Slam Law Firm —dijo, cuando levantó el teléfono al segundo timbre.

—¿Venecia?

Parpadeando, ella sintió cómo todo su cuerpo tembló ante el sonido de esa voz masculina que seguía provocándole piel de gallina.

—Bal... ¿Balthazar? —tartamudeó.

La leve risita de él le aceleró el repiqueteó de su corazón. —Vaya, creí que por mucho, me habrías olvidado.

¡¿Qué?! —exclamó—. No, eso jamás.

Y era cierto, ¿cómo podría olvidar al chico del que llevaba enamorada desde hacía más de diez años? No, eso no podría pasar ni en un millón de años, no importaba la distancia que había entre los dos y tampoco importaba la edad.

—Hablé con Teresa ayer —dijo él—. Me comentó que era muy probable que vinieras a la ciudad en estas vacaciones.

—Eh, yo... sí. Eso fue exactamente lo que le dije —balbució.

—No sabes cuán feliz me hizo la noticia, porque no es lo mismo saber de ti por Teresa o los correos electrónicos que me envías.

—Lo siento, el trabajo tiene mi atención al cien por ciento.

—Me lo imagino —comentó—, pero al menos ahora sé que te veré de nuevo, de hecho, llamaba para decirte que mi madre quiere que pases noche buena con nosotros, ya que es muy probable que tu prima te abandone para irse de juerga con sus amigos.

Venecia suspiró. —Sí, es muy probable —concordó—. Y, claro que me encantaría pasar la noche buena con tu familia, así que dile a tu mamá que acepto su invitación.

Unos minutos después, se despidió de él y se llevó la mano al pecho, sintiendo los latidos de su corazón, porque por más que intentara detenerlos o volverlos a la normalidad, no podía. Todavía seguía enamorada de Balthazar Rostock y estaba segura de que así sería hasta último de sus días.

⚖️🏛🎡🤼‍♂🍦

—¿Entonces es un hecho que irás a casa? —preguntó el abogado Jae, mirando a Law con un ceño en su frente.

—Ahora me estoy replanteando eso —respondió.

—No puedes hacerlo, ya no es posible dar marcha atrás —dijo su amigo—. Eso destruiría el corazón de tu madre.

—Pero seguramente que mi padre estaría feliz de saber que no voy a casa... Él es quién saldría beneficiado.

—Law, no puedes decir tal cosa. Aunque la relación con tu padre no sea la mejor, debes entender que él te quiere, a su manera, pero te quiere.

De pie, delante de la ventana de piso a techo, Law miró la ciudad y suspiró. No importaba mucho lo que todos dijeran, sabía que la relación entre su padre y él nunca mejoraría.

—Desearía poder decir que mi padre se alegrará de verme, pero tú sabes tan bien cómo yo que eso no es así.

—Los padres cometen muchos errores, Law, pero todo lo que hacen, lo hacen pensando en el bienestar de sus hijos.

—¿Dices que mi bienestar estaba en aquel lugar al que me envió? —gruñó, con la rabia creciendo a raudales.

—No, pero entiende, tú tampoco estabas bien.

Era cierto, él no había estado bien después de lo ocurrido, y lo único que había necesitado era sentir el cariño y protección de sus padres, pero Adam Taylor le cerró todas la puertas a su amor paternal.

—Ya es suficiente, no quiero seguir discutiendo por cosas que ya no tienen arreglo.

—Law...

—Dije que basta —rechinó.

Justo cuando giró para dirigirse a su amigo, la puerta de su despacho fue abierta después de un ligero golpecito y el rostro de su asistente se asomó.

—Señor Taylor, disculpe que lo moleste, pero su hermano está en la línea dos, dice que le urge hablar con usted —informó.

Jae suspiró y se puso de pie.

—Me marcho, así puedes hablar con él tranquilamente —dijo, llevándose con él a Venecia.

Una vez solo, Law miró el teléfono, iniciando un debate dentro de sí mismo sobre si debía o no, responder.

Inclinándose por la primera opción, inhaló aire y le expulsó de forma lenta, preparándose para enfrentar lo que, estaba seguro, serían malas noticias.

—Eleos, ¿qué ocurre? —preguntó.

Un suspiro del otro lado de la línea telefónica. —Dime algo, ¿has hablado con mamá? —cuestionó su hermano.

—No desde que le dije que iría a casa para navidad.

—¿Ya has comprado el boleto o tomarás el jet? —quiso saber.

—Me temo que, aunque no lo quiera, tomaré el jet... pero ¿por qué estás preguntándome eso?

Su pequeño hermano exhaló. —Ufff, eso es un alivio.

—¿Por qué? —insistió.

—Porque eso significa que al menos, mamá no estará sola.

—Eleos, sé más claro.

—Bueno, resulta que, por imbécil, tendré que quedarme en El Cairo durante la noche buena.

—Es por lo de las vacaciones que no tomaste, ¿cierto?

—Exacto, se supone que las tomaría el día veinte y así volvería al trabajo hasta febrero, pero debido a unos malos entendidos en mi cartera de vuelos, debo pasar navidad lejos de casa... además, me temo que Reese tampoco irá éste año.

Los ojos de Law se entrecerraron y su ceño se frunció. —¿Qué quieres decir con que tampoco irá éste año?

—El año pasado, tuvo unos inconvenientes laborales y debido a eso, canceló a último minuto.

Mierda. ¿Qué era ese empeño en los Taylor de pasar las vacaciones envueltos en trabajo e ignorar las celebraciones? Al menos él tenía una excusa que, aunque nadie la supiera, era dolorosamente verdadera.

—Descuida, iré a casa éste año —aseguró.

Minutos después, su hermano colgó y él se recostó contra el respaldo de su sillón; cerró los ojos y dejó escapar un suspiro, al menos, ahora tenía un problema menos del cuál preocuparse.

⚖️🏛️🥊🐻

La frustración ya estaba comenzando a asentarse en su interior, al igual que el pánico. No quería ni deseaba empezar a tambalear en la decisión que había tomado, porque tampoco quería destrozar el corazón de su madre.

Mirando la maleta en su cama, Law suspiró y se pasó las manos por la cara y el cabello; en un arranque de impotencia y miedo, gritó y terminó por arrojar la maleta al piso alfombrado.

Sí, jamás iba a negar que extrañaba a su familia, pero tampoco podía negar el dolor y el miedo que le generaba pensar en volver al continente que le había arrebatado gran parte de su vida y su felicidad.

Cierto que, ahora peleaba contra las injusticias, pero cuando él sufrió una, nadie, excepto su madre, se preocupó por él.

Ahí iban otra vez sus lágrimas de impotencia. Ni siquiera ahora que era un hombre podía ser capaz de detenerlas; de hecho, lloraba de rabia, porque también se daba cuenta de lo estúpido que fue creyendo y confiando en alguien que solo contribuyó a destrozarle la vida de la forma más cruel que había en el mundo.

Odio. Estaba lleno de odio hacia esa persona que se suponía, debió protegerlo y lo único que hizo fue dejarlo en esa oscuridad.

Todavía podía recordar el sonido de los pasos de esa mujer que le arrebató la sonrisa... podía recordar el aroma de su perfume y la forma de sus labios pintados de rojo carmesí.

Sacudió la cabeza, apartando esas imágenes y, decidido a no permitir que le fastidiaran más, se secó las lágrimas, tomó su chaqueta y las llaves del auto.

Conducir por las calles, ayudaba a que se relajara, pero esta vez, no estaba funcionando para nada, porque sentía que poco a poco se hundía en ese agujero oscuro y era exactamente así hasta que, un rayo de luz apareció en la acera.

Su hermosa asistente caminaba entre el poquito de gente, llevando unos audífonos y sonriendo brillantemente cómo lo que era; un adorable ángel celestial lleno de luz y felicidad.

Él quería ser capaz de armarse de valor y enfrentarla, recordarle y agradecerle por haberlo salvado años atrás; pero el miedo de ser rechazado por ella era mucho más grande.

Amarillo era el color de su aura y resplandecía aún en los momentos en que él mismo la traba con tanta dureza, claro que, ella jamás sabría que incluso él sufría más cada vez que le hablaba de esa forma.

Sin que ella se diera cuenta, la siguió, incluso cuando ella abordó el autobús, él continuó siguiéndola hasta que la vio llegar a su casa, sana y salva.

La mañana siguiente, llegó más temprano que ella y que todos los empleados, pero sólo había sido porque quería dejarle un vaso de su café y un pedazo de su pastel favorito.

A través de la rendija que ofrecía la cortina de su despacho, pudo verla cuando llegó; la expresión de asombro seguida de una sonrisa brillante al ver lo que había sobre su mesa, hizo que el corazón de Law se saltara varios latidos.

Y, por primera vez en mucho tiempo, una gran sonrisa se instaló en sus propios labios cuando la vio sacar su celular para tomarle una fotografía a lo que él le había dejado.

Venecia Torres continuaba salvándolo sin saberlo y eso era algo que él siempre iba a agradecerle, porque, aunque todo en su vida se estaba yendo al caño, esa chica lograba cosas que nadie más lograría.

No era sólo domar a la bestia que vivía en su interior, también era que ella tenía el poder de convertir su oscuridad en luz y no dejarlo morir en ese agujero al que volvía después de sacar su mente del trabajo.

El transcurso del día iba cómo siempre; los casos que más requerían atención era en los que se estaba concentrando, porque, aunque seguía debatiéndose por volver o no a casa, era más que seguro que lo haría.

Necesitando un archivo que no encontraba, llamó a su asistente, pero ella no respondió; levantó la vista y pudo darse cuenta que el escritorio se hallaba vacío.

Poniéndose de pie, salió de su despacho en busca de su asistente; una sonrisa invadió sus labios cuando escuchó su voz. Dio un paso hacia la sala de empleados, pero se detuvo en cuanto las palabras de ella llegaron a sus oídos y se instalaron en su cerebro.

—Lo sé —decía—. Pero, he tomado la decisión. Esta vez, me enfrentaré y le confesaré lo que siento.

Una pausa que le pareció eterna.

—He estado enamorada de él desde hace más de diez años, ya lo sé... Y ahora que vuelva a casa, le diré que ha sido el único en mi corazón y en mi mente.

Law pudo sentir cómo su alma se hacía añicos y su corazón se quebraba en millones de pedazos.

Corriendo cómo si fuese un delincuente, volvió a su oficina antes de que su asistente saliera de la pequeña sala.

Las palabras que ella había dicho seguían repitiéndose en su mente una y otra vez, torturándolo y provocándole un dolor agudo en el pecho.

Ahora podía entender por qué ella ni siquiera le había prestado atención más de dos minutos, entendió que, hiciera lo que hiciera, Venecia no lo recordaría porque en su corazón y mente, había otro hombre.

Law sacudió la cabeza y se recostó contra el respaldo del sillón; sí, iba a costarle un mundo resignarse a ese hecho lamentable de no ser el dueño de los pensamientos de su asistente; era obvio que, ella nunca iba a recordar el momento en que se habían conocido porque alguien más lo era todo para ella, tal como ella, era todo para él.

Alguien más la haría feliz del modo en que él jamás lo haría. Si era sincero consigo mismo, debía admitir que, aunque sus sentimientos hacía a ella existían desde tiempo atrás, nunca iba a ser capaz de confesárselos y mucho menos, de hacerla feliz.

Suspirando, Law tomó sus cosas y salió de la oficina, encontrándose con ella al mismo tiempo que caminaba hacia el ascensor. Dentro del cubo, ninguno de los dos dijo nada y tampoco es que él tuviera algo para decir.

—Que pase linda noche, señor Taylor —dijo ella, saliendo cuando el elevador llegó a la recepción y abrió sus puertas.

Dando un paso afuera, él tomó el valor. —Espere, señorita Torres —dijo, haciendo que ella se detuviera a escasos pasos de él.

—¿Necesita algo?

—Sí... Usted, ¿irá a casa ésta navidad? —preguntó.

Venecia parpadeó sin entender su pregunta. —Eh, sí.

—Quizás... tal vez... —tartamudeó, intentando encontrar las palabras—... Yo también iré a casa y me preguntaba, si no ha comprado el boleto de avión, tal vez, quisiera viajar conmigo.

Ahí estaba. Lo habíadicho. Porque, aunque no pudiera tenerla de la forma en que quería, al menos, podría disfrutar de su compañía durante el vuelo.

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