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Capítulo 02 | Hipnótico

—¿Hablaste con tu madre? —preguntó Jae, sentándose en el sofá.

—Lo hice —respondió, copiando la acción de su amigo.

—¿Y?

—¿Qué? —musitó, parpadeando sin comprender.

—¿Le contaste sobre...

—No. No le dije absolutamente nada.

—¿Por qué? ¿No crees que tus padres tienen derecho a saberlo? —inquirió el castaño.

Había días en los que Law deseaba inmensamente no ser parte de la minoría que vivía en el miedo eterno de sacrificar su vida a costa de ignorar el pasado.

—Sé que debo hablar con ellos, pero no estoy en un buen momento ahora.

—Nunca estás en buen momento —replicó Jae—. Conozco muy bien todos los detalles de lo sucedido y sé perfectamente la razón de tus temores. Créeme, no ganas nada con evitarlos.

—Si me voy ahora, si accedo a hacer lo que seguramente me pedirá mi madre, estaré arrastrándome en el fango, yendo directamente a ese agujero negro que he intentado evitar por años.

—Law, lo que te sucedió no fue culpa tuya, tienes que recordar eso... eras un niño.

—No quiero ver a...

—Pero es que eso, tarde o temprano, sucederá... no podrás evitarlo para siempre.

—He conseguido grandes cosas aquí, ¿por qué debería abandonarlo todo?

—No estás abandonando nada.

—Jae, de verdad, quiero cortar esta conversación porque no me está llevando a nada en particular.

—¿Cuánto más vas a seguir huyendo?

—No lo sé —dijo, y con esas palabras, dio por terminada la conversación.

Probablemente, su amigo tenía razón, pero para Law, enfrentarse nuevamente con el pasado, no era algo que lo hiciera sentir cómodo o feliz; cierto que extrañaba a su madre, pero todavía no estaba preparado para hacerle frente a todas las personas que en parte, habían vivido aquella tragedia al lado de sus padres y de él mismo.

Si tan solo pudiera olvidar el momento en que esa mujer había perdido las pocas facultades mentales que poseía, tal vez, no estaría inmerso en sus pensamientos sobre si volver a continente americano o quedarse dónde había pasado la mayor parte de su vida.

Cuando Jae se marchó, él se recostó contra el respaldo de su sillón y miró al techo por escasos segundos antes de cerrar los ojos por completo.

Su mayor error había sido confiar en la persona equivocada, y vaya que había pagado muy caro ese hecho.

Dejó escapar un suspiro al mismo tiempo que recomponía su postura y continuaba revisando los documentos que tenía esparcidos por todo su escritorio. Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando vio a su eficaz asistente; ella volvía de su almuerzo y lucía cómo si se hubiese sacado el mayor premio de toda su vida.

La sonrisa genuina en los labios de Venecia Torres le provocó un dolor en el pecho... un dolor que él supo reconocer al instante y al que le dio la bienvenida, cómo siempre.

Con esa dulce imagen que le brindaba su asistente, tomó su Smartphone y deslizó el dedo por la pantalla antes de llevárselo a su oreja.

—¿Cariño? —habló la voz de su madre, sólo unos segundos después del primer timbre.

—Hola mamá —dijo—. Llamaba para decirte que sí.

—¿Sí qué? —preguntó ella, con un ligero temblor en su voz.

—Sí a lo que me preguntaste.

—Oh, cielo... ¿realmente vendrás a casa para las festividades?

—Sí —repitió—. Iré a casa a pasar navidad contigo y con papá.

Él sonrió un poco más cuando su madre dio un grito de emoción y con esa misma euforia, llamó a su padre, gritando su nombre una y otra vez.

—Mamá, debo colgar —dijo, intentando volver a captar la atención de su madre.

—¿Cuándo estarás aquí?

—No lo sé, debo dejar algunos asuntos resueltos antes de darte una fecha... no puedo comprar el boleto sin estar seguro de que dejaré libre todos mis pendientes.

—De acuerdo, tu padre puede ir a recogerte al aeropuerto —dijo ella, todavía emocionada.

—No es necesario, puedo rentar un auto o irme en UBER hasta la casa.

—Cariño...

—No me voy a deshacer por subirme a un auto rentado o por tomar el autobús, mamá.

—Lo sé, pero sólo intento ser una buena madre que se preocupa por su hijo.

—Eres una madre maravillosa —aseguró—. Así que no tienes por qué preocuparte de más.

—De acuerdo, confiaré en tus palabras.

Law suspiró y esbozó una sonrisa. —Ahora sí, debo colgar o de lo contrario, nunca podré tomar el vuelo que me llevará contigo.

—¡Ni hablar! —exclamó su madre—. Haz todo lo que tengas qué hacer y ven a casa.

—Sí, te hablaré cuando tenga la fecha programada.

—Te quiero hijo, cuídate.

—También te quiero mamá... y a papá.

Mientras la sonrisa moría en sus labios, Law soltó un suspiro y dejó el teléfono sobre la pila de papeles que había en su escritorio. Ahora que había dicho las temidas palabras, se preguntó si realmente estaba haciendo lo correcto, pero ya no había marcha atrás, no podía arrepentirse porque eso destrozaría el corazón de su madre.

⚖️🏛️🥊🐻

El sonido del timbre resonó por todo el apartamento y soltando unas palabras poco agradables, Law se levantó del sofá y se dirigió a la puerta, no sin antes comprobar quién estaba del otro lado.

Luciendo su impecable traje de trabajo, el cabello ligeramente despeinado, la maleta a su lado, esa estúpida sonrisa de dueño del universo y esos ojos azules idénticos a los suyos, Law le dio bienvenida al hombre que poseía rasgos casi iguales a los de él.

—Hola —exclamó el sujeto, dando un paso dentro.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, siguiéndolo mientras él visitante se dirigía a la sala—. Pensé que no te vería hasta después de año nuevo.

—¿Bromeas? No iba a tomar ese descanso tan largo ahora... prefiero hacerlo después.

—Claro. Debí suponerlo.

—Obvio, ya sabes cómo soy.

—Lo sé... —exhaló, sentándose en el sofá—... por cierto, hablé con mamá ayer.

—¿Sí? ¿Qué te dijo? Déjame adivinar, ¿intentó convencerte de ir a casa?

—Lo hizo, pero ayer finalmente le di una respuesta.

—¿No le mentiste cómo siempre?

—Eleos, yo nunca le he mentido a mamá —rechinó.

Su hermano pequeño, sonrió y levantó las manos en señal de disculpa.

Eleos Taylor era una caja llena de sorpresas que muy pocas personas se atrevían a abrir en su totalidad, porque el hombre apenas podía manejar a buen tiempo su acelerado estilo de vida. Para Law, su hermano era imposible de detener, porque más bien, parecía un torbellino en ebullición o bueno, al menos así había sido antes.

—¿Cuánto tiempo te quedarás? —preguntó, recogiendo los documentos que habían estado adornando su mesita de centro.

—Ya lo sabes, dos noches.

—¿A dónde irás después?

—Emiratos Árabes —respondió Eleos.

—Ya veo...

—De hecho, quiero hablar contigo sobre algo sumamente importante para mí.

—¿De qué se trata?

—Tengo el tiempo suficiente para decírtelo, así que por ahora, subiré a la habitación de huéspedes y me daré un baño.

Sacudiendo la cabeza, Law sonrió y terminó de recoger todos los documentos antes de marcharse a la cocina para preparar la cena.

Tener a su hermano por unos días, implicaba que tenía que ir de compras porque el niño era especial en cuanto al alimento que ingería.

Sacando todos los ingredientes del refrigerador, se dispuso a preparar la cena, lo cual también le servía de escape en algunas ocasiones.

Media hora más tarde y con el platillo ya preparado, subió a su habitación para darse un baño; mientras el agua caía por su cuerpo, cerró los ojos y dejó ir a su mente, porque necesitaba con urgencia salir de ese pensamiento que estaba aniquilando su pobre cerebro.

Lo único que lo había mantenido cuerdo por tantos años, había sido el recuerdo de aquel día en que los maravillosos ojos de Venecia Torres miraron directamente a los suyos y le regaló esa sonrisa que jamás pudo olvidar.

Eran las siete en punto cuando finalmente salió de su recámara, completamente vestido y con la mente un poco más despejada.

—Pensé que seguías en tu habitación —dijo, mientras bajaba las escaleras.

—Nah, olí la cena y decidí bajar, pero tú no estabas —respondió Eleos, apartando la vista de la pantalla plana.

Una serie de personas corrían despavoridas en la pantalla del televisor, pero justo cuando uno de los personajes mordía al otro, Eleos tomó el control remoto y apagó la televisión.

—Supuse que tendrías hambre después de un largo vuelo —comentó, dirigiéndose a la cocina—. Así que preparé tu platillo favorito.

—¿Ves por qué prefiero quedarme contigo a pasar los días en un hotel? —inquirió su hermano, colocando los cubiertos.

—Sí, aquí tienes al imbécil de tu hermano haciéndote la cena —masculló en respuesta.

La verdad era que, no le costaba nada consentir a su hermano pequeño; de hecho, muchas veces deseó que él se quedara más tiempo del previsto, pero era claro que su trabajo era quién tomaba las decisiones respecto a su estadía en Seúl.

Aun así, Law disfrutaba del poco tiempo que compartía con su hermano.

⚖️🏛🎡🤼‍♂🍦

Mirando el cielo azul, Venecia inhaló y exhaló, cerrando los ojos para disfrutar de un momento realmente divino.

Todavía tenía mucho por lo que salir adelante, aunque cada vez que hablaba con la familia que tenía en casa, terminaba sintiéndose cómo la mierda más grande sobre el planeta.

Ella no era de las que evadían sus responsabilidades, pero, por primera vez en su vida, quería mirar hacia a otro lado e ignorar a la única familia de sangre que había dejado abandonada desde el momento en que accedió trabajar para Law Taylor.

Ahora vivía un poco mejor gracias a la buena paga que su jefe le proporcionaba, aunque claro, él no sabía que ella lograba llegar a fin de mes casi por milagro; lo que importaba era mantener el recuerdo de su abuelo en la ciudad dónde él la había criado hasta que su débil cuerpo ya no pudo resistir más.

Nuevamente, volvió a contemplar el cielo azul y terminó su almuerzo. Quince minutos después, estaba volviendo a la oficina.

Indudablemente, Law Taylor había llegado a su vida para darle un giro completo de 360° y lo más extraño era que ese giro parecía no terminar nunca.

—¿En qué piensas? —preguntó una de sus compañeras, sacándola de su ensimismamiento.

—En nada —respondió, esbozando una sonrisa.

—Después de un almuerzo increíble, es demasiado injusto tener que volver al trabajo —continuó hablando la chica—. Bueno, al menos no debo soportar a un ogro gruñón... de verdad te admiro.

—No veo por qué —dijo en respuesta, tomando un sorbo de su botella de jugo.

—Ser asistente de alguien cómo el señor Taylor, no es algo a lo que aspire, estoy segura de que me comería viva.

—Exageraciones —musitó—. El señor Taylor no es tan malo cómo aparenta... es cierto que tiene un carácter de los mil infiernos, pero es fácil aprender a tratar con él.

—Aún así, no me veo haciendo un trabajo cómo el tuyo.

Venecia sonrió y así de feliz, cruzó las puertas de cristal y se dirigió al ascensor, todavía pensando en lo que debía hacer respecto a la chica que figuraba cómo su familia.

Justo cuando las puertas de ascensor estaban por cerrarse, un hombre las detuvo y entró, invadiendo casi todo el espacio.

—Oh, señorita Torres —saludó, esbozando una sonrisa, casi como si se alegrara de verla.

Sin poder hacer otra cosa más, le sonrió de vuelta; a pesar de conocerlo, todavía se asombraba y quedaba muda cada vez que lo veía y sabía perfectamente que no era la única que tenía ese problema; Hyeok Taylor causaba ese efecto en las mujeres, no importaba si era su intención o no.

Finalmente y después de lo que pareció una eternidad, el ascensor se detuvo en su piso y abrió sus puertas.

—No es necesario que me anuncies —habló el hermano de su jefe—. Él sabe que estoy aquí, le envié un mensaje hace unos minutos.

Asintiendo, ella caminó hacia su escritorio y cuando el hombre desapareció en el interior de la oficina de Law, ella se sentó y dejó salir el aire que había estado conteniendo y del que apenas se daba cuenta.

—Señorita Torres, ¿su jefe está en la oficina? —preguntó el abogado Jae, atrayendo su atención.

—Eh... sí, pero está ocupado ahora —balbució en respuesta.

El joven abogado suspiró. —En cuanto esté libre, dile que necesito hablar con él.

—Por supuesto, yo le doy su mensaje.

Jae Jung dio la media vuelta y desapareció.

Quince minutos después, la puerta de la oficina de su jefe se abrió y Venecia se preparó para la escena que estaba a punto de presenciar por millonésima vez; los hermanos Taylor salieron a la par, conversando animadamente y era sólo en esas ocasiones, que ella tenía el privilegio de ver a su jefe con un semblante relajado y un poco feliz.

Ojos asombrosamente azules se cruzaron con los suyos y por unos segundos, su corazón dejó de latir y la sangre en sus venas corrió a una velocidad alucinante.

Aunque lo intentó, no pudo apartar la mirada de la de su jefe y sólo pudo volver a respirar normal cuando él dejó de verla tan fijamente.

Tres minutos después, Hyeok Taylor desaparecía en el interior del cubo de plata, con esa sonrisa que volvía papilla a las mujeres.

—Señor, el licenciado Jae necesita hablar con usted —dijo, antes de que él entrara a su oficina.

—¿Está en su despacho? —preguntó.

—Supongo que sí.

—Bien, iré a hablar con él —anunció, girando sobre sus pies para perderse en el pasillo que llevaba a la oficina de su socio y amigo.

Tratando de olvidar lo sucedido, Venecia volvió su atención al trabajo y se concentró sólo en ello; no podía ni quería darle más importancia de la debida a lo que acababa de ocurrir.

Cierto que no era la primera vez que sentía la falta de aire por culpa de los hermosos e hipnóticos ojos de su jefe.

Pocas veces lo podía ver así de relajado y era justamente en esas veces que ella sentía que el corazón podría salirse de su pecho.

¿A quién quería engañar? Su jefe no era cómo todos los demás hombres. No, él poseía un magnetismo espectacular y un atractivo cómo ningún otro; sus ojos eran el complemento perfecto para ese rostro y ese cuerpo hecho por los mismos dioses del olimpo.

Sí, Law Taylor era tremendamente incomparable, pero además de poseer esos rasgos y ojos tan fascinantes, lo que terminaba por volverlo un peligro para su mente y corazón, era su poderosa personalidad.

En todos sus años, Venecia no había conocido a otro hombre cómo él; determinado, arisco, cruel, frío, en ocasiones, egocéntrico, pero sobre todo, honesto y benevolente.

Su jefe no era un abogado común; ella conocía a la perfección el amor y la pasión filial con la que se enfrentaba a su contraparte en el tribunal.

Suspirando una última vez, puso manos a la obra y se dispuso a continuar con su trabajo.

🧳🌻🎡🍦

—¿Estás diciendo que no enviarás más dinero? —rechinó la voz femenina.

Venecia apartó el teléfono de su oído, porque si mantenía el aparato por otro segundo más, iba a terminar por estrellarlo contra el piso y no podía darse ese lujo.

—Te envíe dinero la semana pasada —dijo, al cabo de unos minutos—. No veo para qué necesitas más.

—¿Estás loca? Lo que me enviaste fue una miseria, no pensarás que ésta casa se mantiene sola.

—Sé que no, pero tú deberías aportar también, yo no puedo hacerme cargo de todo.

—Haz perdido la razón, yo no tengo por qué darte nada, fuiste tú quien quiso conservar la casa.

—De no haberlo hecho, tú no tendrías un techo sobre tu cabeza —espetó, colgando la llamada.

Frustrada, se dejó caer en la cama y se colocó un cojín sobre la cara, ahogando sus gritos.

Todos sus sueños se habían ido al fondo del abismo, al igual que sus planes, los cuales, nunca resultaban vencedores en nada.

Había tenido el deseo de viajar a casa por las fiestas navideñas, pero ahora, todo eso se estaba convirtiendo en un deseo imposible de llevar a cabo.

El poco dinero que mantenía con ella no era suficiente para comprar un boleto de avión y, obviamente, no iba a tocar un solo billete de su cuenta de ahorros.

La curvilínea dejó escapar un suspiro; una vez más, tendría que renunciar a su deseo de volver a casa y pasar las fiestas navideñas en el único lugar que le recordaba la época en la que había sido feliz.

Ni siquiera se dio cuenta cuándo se quedó dormida, pero los pocos rayos de sol que se colaban por su ventana la despertaron; corrió hacia el cuarto de baño cuando miró la hora, porque se suponía que ella debía estar en la oficina antes de la llegada de su jefe.

Venecia corrió a través de la ciudad y casi perdió el equilibrio cuando llegó al enorme edificio y vio a su jefe descender del auto.

Cómo si nada hubiese ocurrido, se unió a él y caminó detrás hasta que llegaron a los ascensores.

—No crea que no noté que llegó tarde, señorita Torres —dijo él, entrando al cubo de plata.

Al instante, ella levantó la cabeza y lo miró; se arrepintió al instante, porque los intensos ojos azules de él se clavaron en los suyos y una corriente eléctrica le atravesó el cuerpo.

—Señor yo...

—Está bien, no se preocupe, además, sé que usted rara vez llega tarde.

—Sí, es sólo que mi despertador...

—No estoy pidiéndole explicaciones, señorita Torres, así que absténgase de dármelas. Simple y sencillamente, no me interesan y no las necesito.

Cierto, ¿cómo había podido olvidarse de ese detalle? Law Taylor no era de los que preguntaban ese tipo de cosas y mucho menos, era alguien que se preocupara por situaciones ajenas a él y a lo que se dedicaba.

—¿Tiene la agenda de hoy? —preguntó, saliendo del ascensor, cuando éste se detuvo en su piso.

—Sí, en un minuto iré a su despacho para...

—De acuerdo, estaré esperándola, pero también necesito que le dé prioridad a los asuntos más importantes, debo darme prisa para resolverlos.

—Lo único con más urgencia es revisar el caso de Hwang Yong-Ah, recuerde que tiene que reagendar la fecha para firmar la declaración.

—Cierto, eso debe ir en primer lugar... Voy a necesitar también que me comunique con la compañía Crash Abyss.

—Por supuesto, señor —respondió.

Una vez que su jefe se adentró en su despacho, ella dejó su bolso debajo de su escritorio y tomó la pequeña libreta que jugaba el papel de agenda; aquel artículo, valía más que su propia vida, porque todo lo que concernía a su jefe, estaba escrito y sumamente detallado en él.

Law Taylor le había confiado su vida desde el primer momento en que ella dominó el significado de ser una increíble asistente personal.

Después de que él le dictara la serie de cosas que tenía qué hacer, ella salió de la oficina y se encontró de frente con la casi copia exacta de Law Taylor.

Una sonrisa cálida la saludó y ella tambaleó. —Por la expresión en su rostro... me supongo que mi hermano está allí, ¿cierto? —preguntó, señalando la puerta detrás de ella.

—Él está un poco ocupado ahora —respondió, sin dejar de mirar a los ojos azules de Hyeok Taylor.

—Lo sé, sólo pasaré por un par de minutos —dijo el hombre.

Quince minutos después, la puerta fue abierta nuevamente y ella contempló a los hermanos Taylor, casi iguales, pero al final de todo, completamente diferentes de la cabeza a los pies.

—Nos veremos luego, señorita Torres —dijo el menor, a modo de despedida.

Venecia asintió y reprimió un suspiro, porque ver a Hyeok Taylor enfundado en su traje de piloto era un privilegio que sólo se podía dar cada tres meses.

—Señorita Torres, cuando termine de bajar al planeta tierra, por favor comuníqueme con la aerolínea KC-Air.

—¿Saldrá de viaje? —preguntó, abriendo los ojos con sorpresa.

Su jefe sólo la miróy después entró a su despacho, sin responder y haciendo caso omiso a laexpresión en su rostro.

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