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Capítulo 10: Rabia.

A los jefes no les agradó para nada aquella idea. El accidente. Otra vez un accidente con empleados que pertenecían al grupo de seis hombres que ahora resultaban misteriosos. No comprendían cómo mierda ese asunto pudo pasar, cómo se habrían quedado atrapados en la cámara.

Por ello decidieron aumentar la vigilancia en aquellas áreas, darle un mejor entrenamiento a las personas que controlarían en la cabina la salida de gases de la cámara para evitar fallos misteriosos como el del accidente de Clifford y James.

También se formó un mini-escuadrón de falsos militares -eran empleados con uniformes de la milicia, a los que se les iba a enseñar a usar armas- porque los prisioneros se ponían cada vez más violentos, esos falsos militares se encargarían de asesinar a todo aquel que no cumpla con las normas, dándoles un tiro en la cabeza. También tenían horas de entretenimiento, disparando a un blanco a la distancia en los patios. Sin contar de la muy buena paga que ofrecían, parecía el trabajo soñado, sin embargo, no todos podían quedar ahí, sólo los más ágiles y fuertes tenían aquel privilegio.

Entre ellos, David Müller, que fue considerado el mejor de todos.

- Hey -saludó el pelirrojo a su colega Lars Urlacher-, ¿no haz quedado?

- No quise postular -corrigió el castaño de baja estatura.

- ¿Ah? ¿Y eso? Puedes matar y jugar con armas cuando se te plazca -le observó algo extrañado, ambos adoraban la sangre por igual.

- Sí pero yo ya me cambié de área -explicó-. Tampoco es que me llamara mucho la atención competir para perder...

- Oh... ¿Y en dónde quedaste ahora?

- Medicina -contestó con frialdad-. Soy asistente de Mengele.

- Hala, por eso andas con tales ojeras demenciales, sólo un asistente de Mengele y el propio Mengele las tendría -bromeó pero se sorprendió al ver que su compañero no se rió ni le siguió la broma.

- Ajá -alzó una ceja, aburrido-, como digas... -dio la vuelta y se fue.

Lo dejó allí tirado porque el chiquillo no se encontraba del mejor ánimo, odiaba su nuevo trabajo. Odiaba el ambiente, se encontraba bajoneado, no había dormido bien desde... ¿días? Odiaba tener que matar, no poder actuar por si mismo, sino, aparentar ser una marioneta allí.

Al entrar en la zona, sus ojos se abrieron bastante porque pilló a su colega Gar Strauss... con una jeringa llena de morfina, siendo inyectada en su brazo derecho.

- Joder, idiota, ¿qué haces? -consultó sacado de onda.

- Oh... Lars, Lars, ¿eres tú? -consultó con una enorme sonrisa extraña en su rostro.

- ¿Qué mierda haces? ¿Te estás... drogando?

- Yo... yo... -murmuró y dejó caer la jeringa, volvió a sonreír de manera anormal- Para... nada... Este...

- Estás demasiado lento, joder, ¡estás drogado! -bufo y admiró la jeringa-. ¿Cómo cuanto te inyectaste? ¡La jeringa es enorme!

- Uhhh... -frunció el ceño y luego rió- Tu cara es deforme... -rió con lentitud, de forma casi macabra.

- ¿Sabes? Creo que se me quedó algo... -mintió a su vez que salía de la habitación.

Recorrió varios pasillos hasta reencontrarse con su colega pelirrojo.

- Eh, ¿ocurre algo? -preguntó de manera amistosa, poniendo su mano sobre el hombro del castaño.

- ¡Gar se anda drogando, eso es lo que pasa! -exclamó con ira- No tengo a absolutamente nadie con quién hablar ahora, estoy solo, ¡ya perdí a tres personas importantes! ¡¿Cómo no me va a ocurrir algo?!

- Oh... ¿eso es malo? -fingió un puchero y rió en voz alta. Urlacher apretó el puño, furioso- Veo que no estás muy a gusto aquí, eh.

- ¿Es siquiera moral preguntar semejante obviedad?

- Ya, marica, deja de llorar -rió con orgullo e hizo una mueca egocéntrica-. Yo me lo paso de maravilla, disparar, disparar, matar... Que placer es ese, mejor que el sexo incluso.

- Cállate -reprochó-. Si no dirás una mierda coherente, mejor cierra el puto hocico.

Lars abandonó el lugar, dirigiéndose al patio, deseando tomar algo de aire fresco para calmar el odio, la rabia que sentía.

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