⠀⠀ ⠀iii. finch, the faggot.
TAKE ME TO CHURCH
capítulo tres ╱ finch, el maricón.
Un día como cualquier otro, los hermanos Williams caminaban de vuelta a su hogar como lo hacían cada día. No había nada particularmente dramático ni emocionante en esa jornada, como si todo transcurriera exactamente igual a los demás días; nada cambiaba. Darcy podía revivir una y otra vez esos momentos en los que se reía hasta que le dolían las entrañas, cada vez que sus amigos hacían alguna de sus clásicas tonterías.
Era algo que siempre la sorprendía: la forma extrovertida y despreocupada en que se comportaban, como si la única manera de sentirse bien en la adolescencia fuera a través de esas risas ruidosas. Por su parte, Finch no tuvo el mejor día, como era de esperar. Los lunes, en particular, nunca fueron su fuerte. Ese día, su malestar se debía a un compañero que no dejaba de molestarlo a él y a Lizzie mientras realizaban las actividades que les había asignado el profesor. El chico no paraba de hacer chistes vulgares, intentando provocar al muchacho, quien, con esfuerzo, trataba de mantenerse en su asiento, resistiendo las ganas de perder los estribos y devolverle la provocación.
— No me contaste cómo te fue hoy, ¿puedo saber? —preguntó Darcy con tono calmado, mientras arreglaba su cabello y lanzaba una mirada curiosa al más alto de los dos.
Miró a su hermana, quien le dedicó una ligera sonrisa. Cualquiera podría haber respondido de forma brusca después de un mal día, pero él no era capaz de tratar de esa manera a alguien tan dulce. Siempre había sido así con ella.
Forzó una sonrisa, una de esas que no mostraba demasiado entusiasmo, y encogió los hombros como si nada importante hubiera sucedido.
— Oh... —murmuró, aunque no es que no conociera al chico que lo había molestado. Habían tenido una relación cercana durante años y se conocían mejor que nadie. Darcy sabía cómo reaccionaba Finch en esos momentos, los matices en su tono o en su lenguaje corporal que indicaban si algo no iba bien.
Por más que él no lo dijera, sabía que algo no encajaba. Aunque la intuición de la más bajita le decía que solo estaba exagerando la situación, le resultaba claro que él no solía compartir mucho sobre sus sentimientos. A veces, solo necesitaba un pequeño empujón para que se abriera.
— ¿Quieres hablarlo en casa? —sugirió Darcy, con suavidad, como una invitación que sabía que él podría aceptar si se sentía listo.
— ¿En los columpios? —preguntó, con una ligera incredulidad en su voz.
— En los columpios —confirmó ella.
En un abrir y cerrar de ojos, los brazos del mayor la rodearon con fuerza, casi derrapando hacia el suelo. Rieron juntos mientras se enzarzaban en una pequeña pelea, una competencia sin fin sobre quién tenía más fuerza. Cualquier persona que los viera en ese instante, abrazados tan intensamente y riendo de esa manera, podría haber supuesto que de alguna manera decidieron bromear entre ellos, lanzándose pequeñas provocaciones.
Otros, en cambio, simplemente los miraban con algo de incomodidad. Es cierto que a casi nadie le agradan los adolescentes, después de todo. Sin embargo, tenerle rencor a ese par era una tarea complicada. Tal vez se podría envidiar su apariencia, incluso algunas de las cosas materiales que poseían, pero lo cierto era que rara vez alguien albergaba un resentimiento real hacia ellos. O al menos, eso era lo que la mayoría creía, al menos entre sus conocidos y quienes sabían un poco sobre sus vidas.
Finch sabía que varios chicos de su clase parecían tenerle cierto desprecio, pero nunca logró entender el porqué. No era su intención generar conflictos dentro de la institución. Desde pequeño, sentía que los demás no lo veían de la misma manera en que él se percibía, tanto en el espejo como en las fotografías. En cuanto cruzaba la puerta del salón o se encontraba con los grupos por los pasillos, esa sensación de ser diferente siempre lo invadía. Sus amigos, al estar en diferentes especialidades, solían entrar a clases más temprano que él, dejándolo a veces solo con Lizzie. Aunque, a menudo, ella se ausentaba por cuestiones médicas, lo que lo dejaba aún más aislado.
De alguna manera, Finch se sentía solo.
Aunque tenía a Darcy, no quería interrumpirla cuando la veía reír, completamente inmersa en la diversión con sus amigos. No quería ser una carga ni arruinar su día.
Al abrir la puerta del hogar, el sonido de la menor cantando en susurros lo acompañó, tarareando melodías que probablemente acababa de inventar. A veces, las rimas fluían con perfección, pero luego caían en picada. Al adentrarse en la casa, no esperaba encontrarse con nadie más que con la quietud habitual. Sin embargo, se sorprendió al ver a su madre tomando un té, relajada, acompañada de su abuela materna. Ambos adolescentes se miraron, confundidos. Generalmente, su madre se ocupaba de estar fuera, regresando junto a su marido en una hora específica cada día de la semana.
Darcy fue la primera en saludar, con esa sonrisa dulce que la caracterizaba. Le dio un abrazo ligero a la mujer mayor, y luego a su madre, quien, al ver a Finch, le hizo un gesto para que se acercara. Él replicó el gesto de su hermana, pero su sonrisa, aunque genuina, decayó por un momento, antes de que se elevara nuevamente.
— ¿Tan temprano estás aquí? —preguntó la chica, poniéndose a un lado de su madre, quien simplemente se encogió de hombros, dejando escapar una pequeña sonrisa—. Finch y yo estaremos en el patio por si nos necesitan —añadió, sin quitar la mirada de su madre.
Los adolescentes caminaron hacia sus habitaciones, las cuales se encontraban enfrentadas, de modo que cada mañana salían al mismo tiempo y se saludaban entre sí.
Sin embargo, no esperaban encontrarse con Lorelai por allí, pero no podían hacer nada al respecto. A veces, antes de que sus padres regresaran a casa, ellos preferían vestirse de la forma que más les gustaba y con la que se sentían cómodos. Darcy, por ejemplo, usaba la ropa holgada de su hermano mayor, mientras que Finch optaba por prendas que su padre consideraba "de vagabundo sin futuro".
Él se miró en el espejo de cuerpo completo de su habitación. Usar camisetas sin mangas blancas y pantalones holgados le proporcionaba una sensación de comodidad, pero, cuando sus padres estaban cerca, sentía la obligación de vestirse con ropa más ajustada: trajes, jeans, camisas, e incluso corbatas. Nunca se atrevió a contradecirlos; no veía la necesidad de hacerlo. Solo se vestía como ellos esperaban, mostrando una apariencia de buen chico, sin complejos, casi perfecto en todo lo que hacía. Aunque no era la ropa que prefería, al menos agradecía verse decente.
— ¿Finch? —llamó la voz.
Volteó al escuchar su nombre del otro lado de la puerta, y no tardó en salir, casi chocando con la figura más bajita. Frunció ligeramente el ceño al verla con un vestido de flores, su rostro mostraba una expresión neutra, sin la sonrisa que usualmente le caracterizaba.
—¿No te está gustando usar eso? —comentó con suavidad, señalando discretamente su atuendo.
La contraria apretó los labios y negó con la cabeza.
—Puedes ir a cambiarte, Darce —le dijo, colocando una mano sobre su hombro en un gesto de apoyo. Sus palabras parecieron desconcertar a la pequeña, quien le lanzó una mirada llena de confusión—. No me mires así, ve a ponerte algo más cómodo. Te esperaré aquí.
Así lo hizo. El primogénito permaneció en su habitación, distraído mientras repasaba su galería de fotos, borrando algunas imágenes y videos al azar que había descargado cuando el aburrimiento lo alcanzaba. No pasó mucho tiempo antes de que, de nuevo, tres toques suaves se escucharan en la puerta. Al reconocer que era su hermana, se levantó rápidamente y dejó de lado su teléfono. Al salir, la encontró esperándolo, con unos shorts estampados con flores de colores variados y una sudadera morada pastel. La menor siempre había tenido una afinidad inexplicable por los tonos pasteles.
Entrelazó su brazo con el de Darcy mientras caminaban hacia el patio trasero, cuidando de no cruzarse con las dos mujeres mayores. Durante el trayecto, comenzaron a charlar sobre el día de ella en clases. Darcy comentó, con un tono de ligera frustración, que los estudios la dejaban agotada y que lo único que deseaba al regresar a casa era recostarse y escuchar música para despejarse. Sin embargo, no siempre podía hacerlo; sus padres solían requerir su ayuda para organizar aspectos de sus trabajos, algo que, según ellos, era un entrenamiento para su futuro.
Finch la escuchaba con atención, aunque su mente estaba enredada en un remolino de pensamientos que no lograba ordenar.
Cuando llegaron al patio, ambos tomaron asiento en los columpios. Darcy se acomodó cruzando las piernas, observándolo de reojo, mientras él se sujetaba de las cadenas y se balanceaba con lentitud, de adelante hacia atrás, como si el movimiento pudiera calmarlo. Pero esa languidez no era propia de Finch; verlo apagado de esa manera cargaba el ambiente con una tristeza inusual. Él, que siempre lograba infundir tranquilidad y una sensación de comodidad con su sola presencia, ahora parecía distante, atrapado en su propio torbellino interno.
—¿Darcy? —su voz, apenas un susurro, la sacó de sus pensamientos.
—¿Qué pasa? —respondió ella, girando hacia él con curiosidad.
Finch fijó su mirada en el suelo durante un segundo, como si buscara las palabras adecuadas, antes de soltar la pregunta que lo atormentaba.
—¿Crees que soy un idiota?
La pregunta la descolocó por completo. No esperaba escuchar algo así salir de los labios de su hermano mayor. Lo miró con el ceño ligeramente fruncido, intentando leer su expresión. Había algo en su postura, en cómo evitaba mirarla, que le pareció desconcertante.
—No, Finch... —respondió con suavidad, inclinándose un poco hacia él—. ¿Por qué dices eso?
Él permaneció en silencio, con la vista fija en el suelo, como si las palabras se negaran a salir. Durante unos segundos, su mente pareció en blanco, pero finalmente se atrevió a hablar.
—En clase... los chicos me llaman idiota.
Su voz tembló, un eco de lo que parecía ser una lucha interna. A pesar de que trataba de mantener la calma, sus manos traicionaban su estado, temblando de manera apenas perceptible. Tartamudeaba, buscando un valor que parecía esquivo.
—Y... maricón... —añadió con un hilo de voz. Tragó con dificultad antes de continuar, su tono quebrado y lleno de vergüenza—. Me dicen maricón porque no soy como ellos. Porque no hablo de Lizzie como ellos hablan de sus novias, porque no quiero salir... Porque, según ellos, actúo "afeminado".
Hizo una pausa, tratando de reunir el aliento que sus palabras parecían arrebatarle. Sus ojos bajaron aún más, como si quisieran esconderse de la mirada compasiva de su hermana.
—Yo no lo sé, Darcy... —su voz se apagó, apenas un susurro—. No sé qué está mal conmigo para que me traten así. Quiero saberlo.
Darcy lo observó limpiarse una lágrima furtiva que se había deslizado por su pómulo. Su mano temblaba al hacerlo, un gesto tan vulnerable que le partió el alma. Luego, él levantó la mirada, y ella pudo ver cómo sus ojos oscuros estaban rodeados de un sutil tono rojizo, una señal inequívoca de que estaba al borde de derrumbarse.
Sintió un nudo formarse en su garganta. La fragilidad del muchacho, tan diferente a la imagen fuerte que solía proyectar, le revelaba una verdad que hasta ahora no había visto con claridad: él estaba cargando más peso del que podía soportar.
Por dentro, Finch no se sentía bien del todo. Había decidido guardar sus emociones bajo llave, convencido de que las cosas no se hablaban, simplemente se olvidaban. Sin embargo, ahora comprendía que no era tan sencillo. Las palabras se habían grabado en su mente, persistiendo como ecos que lo atormentaban, sin importar cuánto esfuerzo hiciera por distraerse con otros pensamientos. Tal vez esas palabras permanecerían ahí hasta que la vejez y una memoria débil lograran borrarlas, pero en este momento pesaban como una losa imposible de ignorar.
Odiaba prestar atención a los aspectos horribles de la vida, prefería enfocarse en lo positivo. Sin embargo, había cosas que simplemente no podía ignorar ni dejar pasar desapercibidas, y los comentarios ofensivos eran una de ellas. Día tras día, al menos tres de sus compañeros se burlaban de él con el apodo de "Finch, el maricón" cuando estaba sentado junto a Lizzie. Él intentaba desviar la atención hacia cualquier otro tema, hablándole a Lizzie sobre trivialidades, tratando de mantener la conversación para amortiguar las risas y los comentarios. Pero no solo lo atacaban a él; también dirigían miradas y palabras hirientes hacia su novia.
No buscaba soluciones violentas, pues siempre le habían enseñado que los conflictos debían resolverse con diálogos tranquilos. Pero esos años de enseñanza parecían desmoronarse cada vez que Karl, uno de sus compañeros de clase, comenzaba a lanzar obscenidades contra ellos. Finch hacía todo lo posible por mantener el control, respiraba profundamente y guardaba silencio. Sin embargo, ver cómo la incomodidad y la humillación llenaban el rostro de Lizzie lo hacía temblar de rabia. Quería defenderla, pero se sentía incapaz de hacerlo, sabiendo que sus palabras, fueran amables o firmes, siempre eran ignoradas o pisoteadas.
—Finch, por no ser como ellos no significa que seas un "maricón" u otros insultos que te digan, ¿de acuerdo? —La voz de Darcy, suave y reconfortante, lo sacó de sus pensamientos. Su toque sobre la mano de él era delicado, con ligeras caricias sobre sus nudillos que buscaban tranquilizarlo.
Él alzó la mirada, encontrándose con sus ojos sinceros, que reflejaban más determinación de la que esperaba.
— No te rompas la cabeza tratando de averiguar qué está mal —continuó ella, su voz firme pero cálida—. No hay nada malo ni erróneo en ti, te lo juro. No le des atención a ese tipo de cosas... Está bien como eres, Finch. No tienes que preocuparte por eso.
Su corazón dolía al verlo en ese estado, vulnerable y quebrado. Darcy sabía que no estaba preparada para enfrentarse a esta faceta de su hermano, pero tampoco podía derrumbarse. Él necesitaba apoyo, y aunque no sabía con certeza qué más decir, intentó mantenerse fuerte.
— ¿Qué es lo que te dicen, Finch? —preguntó, su tono era una mezcla de preocupación y ternura.
— Karl siempre dice cosas como: "¿Cómo puede alguien como Lizzie estar con alguien como tú? ¡Lizzie está con un maricón!" —intentó imitar la voz grave del aludido, pero su intento se vio interrumpido por el temblor en su voz. Continuó, vacilante—. Gallina, nenita, sensible, niño de cristal... también "delicado", porque según ellos, el más mínimo insulto me hace temblar.
Lo escuchaba con atención, sus ojos reflejaban una mezcla de empatía y frustración.
— No debería importarles tanto cómo eres o qué pasa en tu relación, Finch. ¿Lo entiendes? Siempre habrá idiotas que opinen y digan las cosas más horribles del mundo, pero tú no les debes nada, mucho menos la razón o tu atención. —Su voz era firme, pero teñida de ternura. Por lo general, era Finch quien ofrecía palabras de consuelo y guía, pero esta vez era su turno de cambiar los papeles—. ¿Has pensado en hablarlo con algún profesor?
— Lo intenté, pero un prefecto me dijo que ya no soy un niño pequeño y que debo aprender a arreglar mis propios problemas.
Darcy soltó un suspiro cargado de indignación.
—A veces ese lugar es una porquería —sentenció con frustración.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos, roto solo por el murmullo del viento que acariciaba las hojas de los árboles. La suave brisa agitaba los mechones castaños de los hermanos, creando una atmósfera de quietud casi irreal. Ningún sonido externo interrumpía ese momento, permitiendo que las palabras no dichas flotaran en el aire.
De repente, una ligera risilla escapó de la garganta de Finch. La abrupta carcajada hizo que inclinara la cabeza hacia adelante, y pronto, el sonido se extendió, convirtiéndose en una risa más pronunciada. La menor lo observó con sorpresa, parpadeando confundida.
— ¿Qué te pasa ahora? —preguntó con el ceño ligeramente fruncido, aunque su tono revelaba una pizca de alivio al verlo reír.
Era inesperado, incluso para él. Pero esa risa, aunque fuera breve y extraña, parecía aligerar momentáneamente el peso que llevaba consigo.
— Acabas de insultar —la respuesta la tomó por sorpresa. La joven entrecerró los ojos mientras una sonrisa dudosa se formaba en su rostro. No entendía por qué algo así le resultaba tan gracioso a su hermano. Se apresuró a aclarar—. Perdóname, es que casi nunca maldices. Solo... me resulta divertido.
Con una mano, se limpió los ojos, todavía brillantes por la reciente emoción. Al mirarla, su sonrisa se ensanchó hasta convertir sus ojos en dos finas líneas de pura alegría. Aquella expresión era contagiosa, y Darcy, sin darse cuenta, terminó imitándolo con una sonrisa sincera.
— No te preocupes... idiota —respondió ella con un tono juguetón, dándole un leve golpe en el brazo.
Darcy se levantó del columpio y, con un movimiento decidido, se acercó a su hermano para despeinarlo deliberadamente. Finch se quejó entre risas, pero no intentó detenerla. Luego, Darcy se inclinó ligeramente hacia él, apoyando las manos en sus rodillas para nivelar sus miradas.
Sus ojos se encontraron, y Darcy no pudo evitar notar el enrojecimiento persistente alrededor del iris de Finch, señales del llanto reciente. La visión le provocó un leve nudo en el pecho, pero no dejó que eso se reflejara en su rostro.
— Podemos hablarlo con papá después —le dijo con suavidad, su voz cargada de promesa—. Si le mencionas tu relación con Lizzie, te aseguro que él te defenderá a capa y espada. Podrán tomar medidas específicas para que no vuelvan a molestarte, ¿sí?
El brillo en sus ojos transmitía seguridad, y colocó una mano ligera sobre el hombro de Finch, dándole un leve apretón.
—Confía en mí.
El viento soplaba con más fuerza, apartando los mechones rebeldes que cubrían el rostro de ambos hermanos . Este hizo una ligera mueca de duda, como si luchara contra sus propios pensamientos. Antes de que Darcy pudiera responder, unos aplausos lejanos rompieron el silencio, desviando su atención. Ambos voltearon hacia el origen del sonido, tratando de identificarlo.
La menor fue la primera en encontrar la respuesta: desde la entrada trasera del patio, Odette se encontraba de pie, su cabello castaño ondeando con la brisa. Con su mirada celeste fija en ellos, les dedicó una leve sonrisa antes de alzar la mano en un saludo perezoso. Darcy respondió de igual manera, alzando apenas los dedos mientras asentía. Pero, en ese instante, un pensamiento intruso golpeó la mente del mayor como un relámpago.
El día de la humillación en la parroquia.
Un quejido ahogado escapó de sus labios mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás con resignación. Se levantó con esfuerzo, como si el simple acto de recordar ese evento hiciera su día aún más pesado.
Decidieron regresar al interior de la casa, donde notaron de inmediato la ausencia de sus padres. Como de costumbre, encontraron una nota en la encimera de la cocina, escrita con la pulcra caligrafía de su madre. El mensaje confirmaba sus sospechas: los mayores ya estaban en camino a la iglesia para preparar el evento.
Finch tomó la nota entre las manos, la leyó y luego la dejó sobre la mesa con un suspiro pesado. Giró la cabeza hacia su hermana, quien lo observaba con una expresión incómoda.
Ambos se miraron por un momento. El joven, con el rostro completamente serio, parecía resignado a lo que venía. Darcy, en cambio, dejaba entrever una mueca de ligera incomodidad. Era evidente que ninguno estaba particularmente emocionado por el día que les esperaba.
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