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Cap 2: "... y como nos metimos en él"


Ben y yo somos amigos desde los 8 años. Sin embargo, al principio la situación era algo complicada. Actualmente es un desastre. 

El pueblo en el que vivimos es uno religioso. Bastante. Es de los que creen que Harry Potter es del diablo, y que los homosexuales se acuestan con cualquier hombre que se les ponga por delante. Al haber crecido aquí, y con un padre que es el pastor de la iglesia, crecí con una mentalidad similar, excepto que tenía curiosidad sobre ciertas cosas y mis dudas sobre otras. Por ejemplo, quería leerme esos libros que tanto decían eran satánicos, y sin embargo, mucha gente los había leído y les gustaba, o ver esa serie animada sobre unas esferas del dragón (sonaba como algo interesante, ¿vale?). Sin embargo, Ben y su padre, Aaron, son distintos. O bueno actualmente lo son. Cuando su madre Lía seguía viva, eran buenos creyentes (leían la Biblia a menudo, rezaban a la hora de comer y antes de dormir, iban a la iglesia puntualmente) pero tampoco eran muy estrictos. O es lo que me ha contado mi familia y lo que he oído de la gente del pueblo. Eran así hasta que sucedió una tragedia. La tragedia.

No sé muy bien como sucedió, y Ben no sabe tampoco todos los detalles, porque cuando sucedió, él tenía cinco años, así que lo que sí sabe es por parte de su padre, y él no habla mucho del tema. El caso es que Aaron y Lía iban a visitar a unos amigos de la ciudad mientras Ben era cuidado por una niñera. Entonces por el camino, un camión apareció de repente y chocó contra ellos. Lía murió al instante, y en apariencia, Aaron sobrevivió también. Pero esa noche, una parte de él murió junto a su esposa. Semanas después del funeral, Aaron ya no aguantó más y se fue del pueblo junto a su hijo, para, en apariencia, nunca regresar.

En apariencia, porque unos tres años después, regresaron. 

Aaron se había enamorado de una mujer muy guapa, la cuál conoció en la fiesta de un amigo. Tras dos semanas de conocerla, comenzaron a salir (aunque Ben, muy perturbado, me contaba como él solía regresar con el rostro muy sonrojado, el pelo despeinado, la camisa arrugada, un brillo peculiar en sus ojos y una tonta expresión de felicidad en su cara. Ugh). Estuvieron saliendo por tres meses. Y aunque no se veían mucho, porque ella vivía en otra ciudad, Aaron era muy feliz, y Ben igualmente.

"No quiero decir que no sonreía antes de conocerla, pero sí lo hacía muy raramente, ¿entiendes? Y siempre se lo veía muy triste, con los ojos muy apagados, ¿sabes?"

"Ajá".

"Pero desde que empezó a salir con esa mujer, Perla, en lugar de pasársela recitando frases filosóficas de libros que había leído, comenzó a hablar muy bien de esa mujer. Lo guapa que era, lo lista que era, lo bien que olía, ¿sabes?"

"Sí".

"Él era muy feliz..."

"¿Qué pasó?"

"..."

"¿Ben...?"

Básicamente, su padre se enteró de que esa mujer, Perla, estaba casada desde hace 8 años, y que tenía 5 hijos. El día en que Aaron se enteró, regresó a casa con un rostro irreconocible para hijo: completamente arrugado, rojísimo, lleno de lágrimas, mocos y saliva. Abrazó a Ben con fuerza, quien lo miraba asustado, y lloró sobre su hombro por lo que le parecieron horas. La acción y expresión de su padre fueron tan impactantes para el pequeño de 8 años, que se quedó tieso como una estatua y no dijo nada.

"Vaya... siento oír eso, Ben".

Su padre faltó a su trabajo una semana, ya que se la pasaba encerrado en su cuarto, emborrachándose. Ben podía oírlo murmurar "Sólo jugó conmigo... Creí que era el amor de vida, y sólo fui una distracción..." Como no respondía a las llamadas de su jefe, y se negaba a ir, finalmente mandó a un empleado, que a su vez era un amigo cercano de Aaron, para informarle que lo habían despedido, ya que no querían a alguien tan patético y con poco autocontrol como él en su empresa (palabras del jefe, no del amigo). Aquello fue lo que lo hundió en la depresión definitivamente. Pero en lugar de seguir emborrachándose en su cuarto, finalmente decidió hacer algo y fue regresar al pueblo de su infancia para quizás empezar de cero, con otro trabajo. Con ayuda del señor Pérez, un viejo amigo de Aaron, logró un nuevo trabajo... como limpiador en la tienda de la señora Morales. 

OK... A partir de ahora, es lo que sé porque lo viví por cuenta propia y no porque nadie más me lo contó.

Obviamente, no recordaba a Aaron ni mucho menos a Ben. Sólo tenía cinco años cuando se fueron. Por eso, cuando irrumpieron en mi pequeño mundo en su pequeño y rojo auto, fue como si completos desconocidos hubiesen llegado agitando una bandera rojiza. Cuando el señor Pérez, que es mi vecino y está casado, se enteró de que Aaron quería regresar, vino corriendo a mi casa y llamó jadeando para contarle a mi padre, ya que sabía que si se lo decía a él, en poco tiempo todo el pueblo se enteraría.

Y así fue.

El siguiente domingo, después de la misa habitual, mi padre anunció con una gran sonrisa a todo el pueblo que Aaron y su hijo Ben finalmente regresaban al pueblo. Todos explotaron de alegria y aplaudieron... mientras yo, incómodo, me encogía en mi sitio. No soporto el ruido, y más en un cuarto tan pequeño y lleno de gente. Además, no compartía la misma alegría. O sea, no tenía nada en contra personalmente, es sólo que no recordaba ni su cara. El día en el que el señor Pérez anunció el regreso, y oí a mis padres celebrar, yo me asomé por la puerta del salón, confundido. Mi mamá se me acercó, y se agachó para preguntarme mirándome a los ojos:

-¿Recuerdas al señor Muñoz, Esteban? 

Me limité a negar con la cabeza, y fue ahí que mi mamá me contó toda la historia de Aaron. Aunque claro, no sabían el motivo de su regreso, excepto que pensaba que le haría bien. 

En resumen: Aaron llegó en un par de días, con unas pocas maletas, para quedarse en una pequeña casa en la otra punta del pueblo (que tampoco está muy lejos) justo al lado de los señores Vega; una pareja de ancianos, ambos muy cascarrabias y que miraban a todos siempre con una ceja alzada, como si hubiesen encontrado una diminuta y apenas impercetible imperfección en la apariencia de la persona a la que analizaban con sus fríos y diminutos ojos.

En pocas palabras, un buen comienzo. Pero lo mejor vino después.

La primera semana transcurrió con calma. Todos saludaban amablemente a Aaron y a su hijo cada vez que lo veían, cada día siempre había alguien que lo visitaba cuando no estaba trabajando, y una vez, cuando fui con mi madre de compras agarrado de su mano, ella charló durante un rato con la señora Pérez sobre lo misterioso que actuaba Aaron.

-Apenas habla de su vida pasada -comentó mi mamá meneando su cabella y agitando ligeramente su melena castaña-. Sólo menciona su trabajo, y un par de amigos, pero nada más.

-¿Tú crees que sucedió algo? -preguntó la señora Pérez, inclinándose hacia mi madre, con sus ojos azules brillando como zafiros-. ¿Algo que no nos quiere contar? 

-¿Y qué podría ser?

-Quien sabe... Quizás una aventura... O quizás hizo algo de lo que se arrepiente...

-¿Cómo qué? 

-No sé... Sólo sospecho que no fue algo bonito, eso es todo.

-Bueno, yo pienso que no está bien cuchichear sobre su vida privada -sentenció mamá alzando su barbilla y estrechando mi mano, para acto seguido, despedirse con un cordial "Que tengas un buen día" y darse la vuelta para pagar lo que tenía en la cesta que sostenía en su mano izquierda. En ese momento, me pareció algo asombroso. ¡Mi madre mostrando esa actitud! Ella suele ser una mujer más sumisa, calmada, que se limita a preguntar y obedecer. 

Aunque... ahora que lo pienso mejor, me pareció algo... hipócrita. En plan, si te pareció que no estaba bien comentar sobre la vida de otra persona, ¿por qué preguntaste, queriendo saber más? Ay, mamá... 

Como habréis podido comprobar, todos estaban muy curiosos sobre la misteriosa actitud de Aaron. Sin embargo, todo explotó cuando llegó el domingo. Estábamos ahí, como siempre, todos ahí, sentados en los bancos de madera, con el asiento alcolchado para que no se nos endureciese el trasero durante las tres largas horas que duraba la misa. Yo estaba sentado con mis manos cruzadas sobre el regazo, y los ojos entrecerrados, seguro de que iba a ser otra sesión aburrida que se me haría eterna y haría que me de ganas de que me de cabezazos contra la pared color crema que había justo al lado. No ayudaba que afuera hacía un día soleado, y que la corbata me asxifiaba, y que no podía quitarme la elegante chaqueta negra a pesar de que sentía que estaba en un microondas, y que el cuello me escocía por el sudor y hacía que me rascase a cada rato. 

Un domingo habitual, que quizás sería un poco peor de lo habitual... 

-Oye, ¿no ha venido Aaron? -preguntó la señora Pérez, que estaba justo detrás de mamá. Volteé al mismo tiempo que ella.

-¿Por qué, no ha venido?

-Es que no lo veo por ningun lado.

-Ah, pues que raro. 

Me puse de rodillas en mi banco y me puse a buscar con la mirada en todos lados: a un señor gigante, muy flacucho, pálido, con una gran nariz aguileña, y ojos pequeños y azules como el cielo, y un cabello rubio como el trigo. Nop, no lo veía por ningún lado, así que la respuesta a la pregunta de la señora Pérez era obvia.

-¡Esteban, siéntate! 

Rodé mis ojos marrones pero obedecí. Pasó un rato, y la misa finalmente comenzó. En ningún momento, Aaron vino junto a Ben. Una vez terminada la ceremonia, mi madre y un par de adultos se acercaron a papá a hablar sobre lo de Aaron, algo confundidos.

-¿Estará bien? -preguntó la señora González, inclinándo su cabeza hacía su derecha y apoyando su mejilla sobre su mano, con una expresión de preocupación en su rostro. Ella siempre se la pasa encerrada en su casa, así que era una sorpresa que supiese en primer lugar que Aaron había regresado. 

-Ayer se lo veía bien -respondió el señor Pérez-. Pero podríamos ir a verlo por si acaso...

-¡Buena idea! -exclamó su esposa, con sus ojos brillantes, al igual que aquel día en la tienda. 

Así, fueron todos, mientras a mí me dejaban a mí y a mis hermanas pequeñas en casa al cuidado de mi hermano mayor, Gabriel, quien tenía 16 años. Él era un chico muy responsable, educado, inteligente y obediente. Papá lo adoraba y tenía expectativas muy altas en él, ya que cuando Gabriel se hiciese lo suificientemente mayor, sustituiría a papá como pastor en la iglesia. El caso es que cuando regresaron, Gabriel se les acercó y les preguntó con sus manos cruzadas tras su espalda que tal les fue.

-¿Que qué tal fue? -preguntó papá quitándose el sombrero y dejándolo de manera violenta sobre el perchero al lado de la puerta. Sus ojos verdes estaban desorbitados por la incredulidad-. ¡Es peor de lo que creímos! ¡Aaron ha decidido dejar el camino de Dios!

-¿Y eso qué significa? -preguntó Gabriel confundido, mientras ladeaba la cabeza hacía un lado, gesto que había heredado de mamá. 

-¿No es obvio? Ha abandonado su fé. Ya no cree en ningún Dios.

-¡Es espantoso! -exclamó mamá, con sus manos sobre su pecho-. Lo peor fue que cuando intentamos hacerle cambiar de parecer, ¡nos cerró la puerta en las narices!

-Vaya... -fue lo único que Gabriel pudo decir mientras negaba con la cabeza. Yo miraba desde la puerta del salón, algo sorprendido por lo que había oído. 

Desde esa noche, papá nos tuvo prohibido hablarle a él o a su hijo. Yo me limité a aceptar, ya que apenas lo conocía, así que no me afectaría. Durante la primera semana en la escuela, no me acercaba a él, y no lo miraba, tratando de obedecer al pie de la letra. Tenía mis ojos clavados al frente, prestando toda la atención que podía a la maestra, ignorando a Simón y sus susurros o sus notas. Y en el recreo, jugaba con ellos al fútbol o al balón prisionero, con Mateo cubriéndose la cara con sus brazos, y Pedro pegando gritos como siempre porque nadie, aparte de Simón, estaba jugando como debía.

Pero un día, algo cambió. 

Estaba yendo en mi bicicleta azul, la cuál me habían regalado hace poco. Era una sin ruedas de entrenamiento, y no estaba acostumbrado. A pesar de todo, pude manejarla durante un rato, gracias a que las calles se encontraban por lo general vacías. El sol se estaba poniendo, el cuál daba una hermosa iluminación amarilla, rosada y naranja; la fresca brisa me acariciaba mi cara, y no pude evitar esbozar una sonrisa, disfrutando del silencio. No es que no quisiese a mis amigos, pero a veces necesitaba estar a solas con mis pensamientos. Y sin embargo, de tanto sumergirme en mi mente, no vi la roca que había en medio de la carretera. Bueno, más bien era una pequeña roca, pero aún así, la rueda delantera de mi bicicleta chocó con ella, frenándola de golpe, y haciendo que yo saliese volando.  El resultado fue que me raspé las muñecas, las rodillas y me golpeé la nariz, la cuál comenzó a sangrar. Por un largo rato, me quedé tumbado boca abajo en el duro asfalto, con mi mejilla aplastada contra el asfalto. Mis ojos estaban muy abiertos, y no podía sentir nada en mi cuerpo. No sé por cuánto rato me quedé allí, sólo sé que se sintieron horas. Hasta que finalmente, alguien apareció. Se puso a mi lado, y al principio sólo podía ver sus deportivas negras y sus calcetines rojos. Luego se agachó y vi que llevaba unos vaqueros cortos y anchos, que le llegaban por encima de las rodillas. También vi parte de su camiseta, una roja. No sé por qué, pero al ver ese color, recordé el coche en el que Aaron y su hijo llegaron.

-Oye, ¿estás vivo? -me preguntó. Era un niño de mi edad. Una voz que no había escuchado antes. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, tratando de pensar en donde podría haberla oído, ignorando su pregunta. Por eso fue que el niño se puso a cuatro patas e inclinó su cabeza de manera que quedábamos cara a cara. La suya era algo triángular, y sus ojos muy grandes de color miel. Tenía las mejillas enrojecidas, quizás porque había estado mucho rato al aire libre. Unos mechones castaño oscuro le caían por la frente-. Hola, ¿estás vivo? -y me pinchó la mejilla con el dedo, sin dejar de mirarme fijamente. Por fin, hice una mueca. 

-Para... -balbuceé.

-¿Te caíste?

-Sí...

-¿Puedes levantarte?

-No...

-¿Te ayudo a sentarte?

-Sí... 

Con cuidado, me puso boca arriba, después pasó una mano por mi espalda y me sentó, para después, pasar mi brazo derecho sobre sus hombros para levantarme. De repente fue como si el dolor estallase por todo mi cuerpo; mis piernas comenzaron a temblar como locas, y las zonas en las que me había raspado me quemaban y sangraban, las cuáles recorrían mi piel como ríos. Apreté los dientes mientras comenzaba a lagrimear. Ben lo notó, y arqueando sus finas cejas, me ayudó a sentarme en la cera. Después movió la bici para que no fuese atropellada por algún coche, y se sentó a mi lado, apoyando una mano sobre mi espalda. 

-Estás sangrando -observó, como si fuese normal. Asentí. La sangre recorrió mis labios hasta acabar en mi barbilla, en donde goteaba sobre mis pantalones negros. De su bolsillo, Ben sacó un paquete de pañuelos color naranja y me pasó uno-. Póntelo sobre la nariz -obedecí. Me dolía todo el brazo, y ahora mi cuerpo entero temblaba-. Espera aquí, buscaré ayuda.

Dicho y hecho. Se puso de pie de un salto, y comenzó a correr calle abajo pegando gritos. Para mi sorpresa, me encontré sonriendo al verlo. Un par de segundos después, regresó con el señor Pérez, al cuál lo seguía detrás.

-¡Esteban! -exclamó colocándose enfrente de mí-. ¿Estás bien?

-No... 

-Ay, pobre... -comentó acariciándome la cabeza. Rápidamente, me tomó en brazos y me llevó como a un bebé-. Te llevaré con tu mamá.

-Yo puedo llevar la bici -intervino Ben.

-Eso sería de utilidad -replicó el señor Pérez con frialdad. Mientras yo me sujetaba de su cuello como un mono, miré a Ben, al cuál le sonreí.

-Gracias.

Él asintió con la cabeza mientras alzaba mi bicicleta del suelo.

-De nada.


                                                                                  ***

Desde ese momento, todo cambió. Fue algo pequeño en realidad, y sin embargo, empecé a verlo diferente. Mis padres (y en realidad, todos los adultos del pueblo) me habían hecho creer que cualquiera que no fuese cristiano era una persona horrible, una mala influencia y que era mejor no juntarse con ellos. Obviamente les creí. Era un niño, y absorbía información de aquellos que supuestamente sabían más. Pero... el que Ben, un hijo de un supuesto "irremediable" me hubiese ayudado, hizo que me replantease las cosas. La verdad sea dicha, antes de aquel momento, ya tenía mis pequeñas dudas. Quiero decir, cuando Aaron llegó, aparte del hecho de que ahora trabajaba desde casa, y se lo veía más flaco, seguía siendo el mismo buen hombre con chistes malos (ya sabes, los típicos chistes de papá). Y sin embargo, cuando se enteraron que había dejado la religión, comenzaron a actuar como si él fuese una persona radicalmente distinta. Eso me había confundido, pero sacudía la cabeza tratando de convencerme a mí mismo de que estaban en lo correcto.

Ahora... bueno, ahora la duda y la sensación en el estómago de que estaba haciendo algo malo era mucho más persistente. 

A partir del día siguiente de lo que pasó, me la pasaba mirando a Ben de reojo en los pasillos, o volteaba en clase para mirarlo. A veces él me descubría y me sonreía, saludando con la mano. Quería compensarlo de alguna manera por haberme ayudado, ya que siempre estaba sólo, y se veía a leguas que no tenía amigos. Pero estaba asustado de lo que dirían mis compañeros. Además de seguía sin estar seguro de lo que era correcto o no... hasta que una noche, mi hermano se asomó en mi cuarto. Yo estaba sentado en el borde de mi cama, con mi pijama azul con estrellitas a juego. 

-Hey, colega, ¿qué pasa? -me preguntó sentándose a mi lado y haciendo que la cama se hundiese un poco.

-Am... -por un momento dudé. A pesar de que confiaba al cien por cien en mi hermano, tenía miedo de que mirase mal, o peor, me regañase, o aún peor, le contase a papá. Pero cuando lo miré a los ojos, y vi sus ojos verdes llenos de calidez, suspiré-. Hay... un niño en la escuela.

-¿Sí? -me rodeó con su gran brazo mis pequeños hombros.

-Y... -agaché la mirada-. Todos dicen que es malo porque su papá lo es.

-Oh, ya veo... -su tono cambió a uno más serio. Tragué saliva.

-Es sólo que... él no es... malo... ¿Te acuerdas cuando me caí de mi bici? -miré las palmas de mis manos, como si aún tuviese las heridas allí-. Ese niño me vió y ayudó. No se rio de mí porque estaba llorando. Si él fuese malo, no me habría ayudado, pero lo hizo. Así que... no sé... 

-¿Tienes dudas?

Asentí con la cabeza. Él suspiró, y finalmente lo miré.Para mi sorpresa, más que molesto se lo veía... aliviado. 

-¿Sabes, colega? -volteó su cabeza hacia mí y esbozó una amplia sonrisa-. He notado que eres un buen chico -respondió, estrechándome el hombro.

-Ah... ¿Sí?

-Sí -me revolvió el cabello castaño-. Y que eres mucho más listo que los de tu clase.

-¿No lo es Pedro?

-No, tú, amigo -respondió dandóme suaves golpecitos en el pecho con el dedo-. Incluso más que la mayoría de adultos en este pueblo.

Mis ojos se abrieron de manera exagerada y abrí tanto la boca que creí que se me iba a desencajar la mandíbula.

-¿De verdad?

-Síp.

-Pero... ¿por qué?

-Porque tienes razón. Ben no es malo, y su padre tampoco.

De repente, el nudo que había tenido en la boca de mi estómago desde el día en el que empezaron a ignorar a Aaron se deshizo, porque por fin sentí alivio al descubrir que yo no estaba mal. 

-Entonces... -empecé a juguetear con mis pulgares-. Si yo quisiese hacerme amigo de Ben... ¿no estaría mal?

-Claro que no. 

-Pero... ¿no pensarán mal de mí los demás niños? 

-¡Qué más da! -hizo un gesto con su mano, restando importancia-. Tú sabes que haces lo correcto, así que no debe molestarte.

-¿Y mamá y papá?

-Eso déjamelo a mí -y me guiñó un ojo. 


                                                                                    ***

En la noche apenas pude pegar ojo. Me quedé mirando el techo fijamente sin parpadear, como si tuviese los párpados pegados con cinta adhesiva. Trataba de mentalizarme lo mejor que podía .

"Recuerda, no debe de importarte, no debe de importarte..." 

Al día siguiente, podía sentir mi estómago dar vueltas como una lavadora (y aún así, de alguna manera pude comerme todos los cereales del tazón). Caminé lo más despacio que pude hacía la escuela, y sin embargo, mi corazón latía tan rápido que tenía miedo de que se me saliese. Hasta apoyé una mano sobre el pecho, nervioso. Finalmente en la escuela, lo vi. Esta vez llevaba un suéter negro, y unos pantalones largos y deportivos... rojos. Siempre lleva una prenda de ese color: pantálones, camisas, calcetines, una gorra... Mientras caminábamos hacia la clase, pensé en acercarme y comenzar a hablarle. Inspiré y exhalé hondo, agarré con fuerza las asas de mi mochila, preparándome para acercarme y tocarle el hombro...

-¡BUENOS DÍAS, ESTEBAN! -chilló Simón, quien se abalanzó detrás mía y me estrechó con tal fuerza que comencé a ahogarme. 

-¿Tienes que gritar? -preguntó Pedro molesto, con sus brazos sobre sus caderas. Mientras tanto, yo me liberé con brusquedad del agarre de Simón, quien le sacó la lengua a Pedro. 

-Hola, Esteban -saludó Mateo. No dije nada, me limité a saludar con la mano. Mi boca era una perfecta línea recta, y tenía el ceño fruncido. 

-¡Oh, amigo, anoche pasó algo super divertido! -exclamó Simón, rodeándome los hombros con su brazo-. ¿Recuerdas mi tío que está pasando unos días con nosotros?

-¿El que es super gordo, se la pasa tumbado en el sofá, apestando? -preguntó Pedro.

-¡Eeeeeexacto! Anoche hizo algo super gracioso. En la TV, estaba viendo una peli, y pensó que una mujer era su otra esposa, ya sabes, mi tía que ya no es mi tía. Bueno, el caso es que al verla, se puso a llorar, ¡y a besar la pantalla! -Mateo se echó a reír al oírlo, y Simón lo acompañó. Pedro rodó sus ojos.

-No es tan gracioso.

-¡Sí lo es! ¡Llenó la pantalla de babas!

-Que asco -contestó Pedro, arrugando su nariz. 

-¿Tú qué opinas, Esteban? -me preguntó Mateo, con una gran sonrisa en su cara. Normalmente yo defendería a Simón, porque genuinamente pensaba, y pienso, que es alguien muy gracioso. Pero por esa vez, no dije nada, y me encogí de hombros, más centrado en Ben, que se había alejado de mí. 

Durante la clase, me la pasé mirándolo, ya que estaba sentado en el fondo, centrado en su libreta aparentemente, así que no cruzamos miradas. Me la pasé pensando y planeando, hasta que finalmente se me ocurrió pasarle una nota. Rompí una pagina de mi agenda que estaba en blanco, sin líneas ni nada, y comencé a garabatear rápidamente "Soy Esteban, ¿quieres que seamos amigos?" luego lo doblé con cuidado, y me volteé hacia María Reyes, mi amiga y vecina.

-Oye, pásaselo a Ben -le susurré mientras le pasaba el papelito. Ella lo tomó y me miró con sus ojos azul claro, llenos de curiosidad.

-¿Qué pone? 

-¡No importa, sólo pásalo!

-¿Qué pasa aquí? -preguntó la maestra, acercándose con sus brazos cruzados. Volteé rápidamente.

-¡Nada! -mentí con una gran sonrisa y mis dedos entrelazadas sobre la mesa. Pude oír un par de alumnos cuchichear.

-¿Ah, sí? ¿Y que le diste a la señorita Reyes? -interrogó, con sus brazos sobre sus caderas (se nota que es la madre de Pedro) y una ceja alzada.

-Una nota, maestra -respondió María. Yo la miré, tratando de transmitirle mi odio. Ella se limitó a encogerse de hombros. 

-Dámela -ordenó extendiendo su mano esquelética hacia María, quien sin un atisbo de duda, se lo dió. 

"Tierra, trágame".

-"Soy Esteban, ¿quieres que seamos amigos?" -leyó en voz alta, mientras yo me cubría la cara con ambas manos-. Es algo muy lindo, pero, recomendaría hacerlo durante su tiempo libre -comentó dejando el trozito de papel sobre mi pupitre. Notaba toda mi cara roja. 

-Sí, maestra -balbuceé con la cara hirviéndome. 

-En realidad... -comenzó María. Yo volteé a verla, con mis dientes rechinando. Ella se quedó un momento callada, y finalmente dijo-. Tiene usted razón, maestra. 

Ella asintió satisfecha y regresó al frente. Yo suspiré de alivio mientras me llevaba una mano al pecho. Noté como María me daba golpecitos en la espalda, pero yo me crucé de brazos y la ignoré.

-Ps, Esteban -susurró. Hice oídos sordos-. Oye, ¿por qué querías darle esa nota a Ben? 

-Déjame -repliqué, cortante. 

-Venga, sólo dime.

-No. 

-No le dije a la profe que querías darle a Ben la nota.

-Pero le diste la nota -siseé, controlando el impulso de voltearme.

-Es que ella me lo pidió.

-Porque tú dijiste que te lo di -repliqué, alzando sin querer la voz. La mestra volteó a mirarme.

-¿Ahora qué?

-Nada, señorita -contestó rápidamente María. La mestra Fernández entrecerró sus ojos marrones, pero no dijo nada y prosiguió. 

Finalmente el timbre sonó, y yo guardé lo más rápido que pude todas mis cosas.

-Oye, ¿entonces me dirás? 

-¡Que me dejes! -exclamé colgando la mochila de un hombro, mientras miraba desesperado como Ben se dirigía a la puerta a paso calmado. 

-Hey, Esteban -empezó Simón acercándose.

-¿Qué?

-¿Por qué querías pedirle a María que sea tu amiga, si ya lo es? -preguntó confundido.

-Porque no era para ella -mascullé, subiéndome la otra tira de la mochila y mirando como Ben atravesaba la puerta.

-¿Y para quién?

Ignoré su pregunta y comencé a correr. Para mi mala suerte, choqué con un alumno y me caí.

-¡Ups, perdona! -se disculpó extendiéndome la mano. La acepté y una vez de pie, traté de buscar a Ben entre el sinfín de alumnos que caminaban por los pasillos. Pero no lo vi. Quise gritar, pero noté como la maestra me miraba y me mordí la lengua.  


                                                                                        ***

Durante el recreo, me comí mi bocadillo en varios bocados, casi ahogándome (por suerte, un profesor me socorrió). Después, Simón me llevó (arrastró) al patio para jugar con otros compañeros al fútbol. Yo gruñí pero obedecí a regañadientes. 

Hasta que vi a Ben caminar sólo.

-Perdonatengoquehaceralgoosveoluego -solté de tirón mientras corría tras Ben. Sin embargo, cuando quedé un par de pasos tras él, comencé a caminar a su ritmo, más despacio. Tomé un par de bocanadas de aire, sintiendo mi almuerzo revolverse dentro de mi estómago. Ben caminó tranquilamente, volteó una esquina de la escuela y caminó hasta el fondo... sentándose debajo de un árbol solitario, dándome la espalda. Noté que se estaba abrazando las rodillas y que agachaba la cabeza... para después oír su respiración cortarse y un par de sollozos silenciosos, acompañados de hipidos. Por un segundo, me quedé congelado, sin saber como reaccionar. Pero recordé lo que él hizo por mí, sacudími cabeza y carraspeé mi garganta.

-Ben.

Él dio un pequeño respingo y volteó rápidamente. Lágrimas caían por sus rojas mejillas, y sus cejas estaban arqueadas de manera exagerada.

-¿Tú? 

Asentí.

-Yo. 

-...

-Am... Hola -saludé con la mano. 

-¿Qué quieres? -preguntó, más confundido que enfadado. Yo me senté en el suelo frente a él, con mis piernas cruzadas como un indio, aún cuando mis padres siempre me decían que no me sentase en el suelo.

-Pueeeees....

-¿Qué? -se acomodó para estar sentado cara a cara.

-Yo... Quiero... -comencé a jugar con mis pulgares-. Darte las gracias.

-¿Por qué?

-Por ayudarme con la bici.

-Ya lo dijiste.

-... Oh, lo olvidé.

-...

-...

-¿Eso es todo?

Casi digo "Sí" pero por suerte me mordí la lengua sin querer y en su lugar dije "No".

-¿Entonces qué? -preguntó, secándose las lágrimas con las mangas de su suéter.

-Quiero... que tú y yo... -lo señalé con el dedo y luego me apunté con el dedo-. Pues... am... 

-¡Dilo ya!

-¿Quieresqueseamosamigos?

-¿Ah? 

-¿Quieres... que... seamos... a-a-a-migossss? 

-... ¿Es en serio? -preguntó, parpadeando confundido.

-Sí.

-¿No bromeas?

-No. 

-... ¿Por qué?

-Porque... no sé... -me encogí de hombros-. Me caes bien. ¿No quieres?

-... Sí, sí quiero -y esbozó una pequeña sonrisa. Sus ojos miel brillaron. Al verlo con esa expresión de pura felicidad, sentí un calor recorriendo todo mi cuerpo, haciendome sonreír también. 

-¡Genial!

-¡Eso digo yo! 

Nos echamos a reír. 

-¿Y ahora qué hacemos? -pregunté.

-Hm... ¿Qué te gusta hacer?

-Me gusta leer, y mirar pelis -contesté.

-¿Te gusta el fútbol?

-Sí, pero se me da muy mal. 

-A mí no. Se me da super bien.

-¿En serio?

-Ajá.

-¡Deberías decirles a los demás! 

-No sé... 

Y así continúamos hablando de muchas cosas. Él me contó sobre superhéroes, algo de lo que nunca había oído. Estaban Superman, Batman, Spiderman, Ironman... Sonaba genial. 

-Si vienes a mi casa algún día, te enseño.

-¡Sísí, por favor!


                                                                                    ***

Nos juntábamos muchísimo después de la escuela... y también durante el recreo. Había dejado de verme con mis viejos amigos, porque la pasaba mejor con Ben, aparte de que aprendía cosas nuevas. Él me dejaba leer los libros que tenía en su casa, y veíamos pelis y series que normalmente yo tenía prohibido ver. Fue como si hubiese descubierto un mundo completamente distinto, y Ben fuese mi guía.

Sin embargo, las cosas cambiaron... Era la hora del recreo y yo estaba listo para ir con Ben. Pero Simón me agarró del brazo.

-¿Adónde vas?

-Tengo cosas que hacer.

-¡Nunca nos dices! -exclamó alzando sus brazos sobre su cabeza-. ¿Por qué es tan secreto?

-... ¡Porque vosotros me miraríais mal!

-¿Qué? -preguntó Simón, abriendo mucho sus ojos verdes. 

-Eso. 

-No es verdad -comentó Mateo, acercándose-. Somos amigos, y los amigos no se tratan mal.

-Pero Ben no lo es -mascullé.

-¿Qué dijiste? -preguntó Mateo, impresionado.

-Que Ben no lo es. 

-¿... Ben? -repitió Pedro acomodándose sus gafas.

-¡SÍ! ¡He estado jugando con él! ¡Es muy divertido y amable!

-Wow... -dijo Simón.

-Recuerdo que querías pasarle una nota -intervino María, con el ceño fruncido. 

-Pues sí. ¿Y qué? 

-No sé... Nuestros padres no están de acuerdo... -musitó Pedro.

-¿Y si le dais una oportunidad? Es un buen chico. ¡Sólo una! -exclamé juntando mis manos como si estuviese rezando. 

Mis tres amigos se miraron confundidos, pero me hicieron caso. Tímidamente, se acercaron a Ben y le pidieron que jugase con ellos a una partida de fútbol. Al oírlo, Ben dio saltos, celebrando. A él le tocó jugar en nuestro equipo... y ganamos. 

Todo mi equipo, incluyendo mis amigos, se pusieron a celebrar y le dieron un abrazo grupal a Ben. En un momento, nuestras miradas se cruzaron una vez más, y nos sonreímos. 


                                                                                   ***

-Oí que te juntas con el hijo del señor Muñoz -empezó mi padre, mirándome seriamente. Estábamos todos sentados en la mesa. Mamá le daba de comer a mis hermitas gemelas, yo estaba al lado de Gabriel, y él al lado de papá. Al oírle, casi dejo caer mi tenedor al oírlo.

-¿Cómo lo sabes...? -pregunté, nervioso.

-María le dijo al señor Reyes, y el señor Reyes me lo dijo a mí.

Pues claro; ella se lo dijo. ¿Por qué siquiera me sorprendía? 

-¿Qué te dije sobre juntarte con él?

-Es que... 

-Padre -intervino de pronto Gabriel. Papá lo miró con una ceja alzada-. Lo que pasa es que Esteban quiere ayudarlo.

"¿Qué?"

-¿Disculpa? 

-Esteban piensa que, como hijo de un pastor, e hijo de Dios, debería ayudar a Ben y a su padre a recuperar su fé. Y piensa que si primero lo logra con Ben, después él convencerá a su papá.

-Vaya... Pues bueno...

-¡Eso suena maravilloso! -exclamó mamá, limpiando la boca de una mis hermanas. 

-Está bien... Si es lo que quieres hacer...

Miré a Gabriel con una gran sonrisa, y él me guiñó un ojo. Dentro de mí corazón me había puesto a bailar la macarena.


                                                                                     ***

Por cierto, el lío del que habló se explicará en el siguiente capítulo. Y es uno muy gordo y enredoso...


                                                                                   -*-*-*-

Hola, aquí la autora. Siento haber tardado tanto, así que os lo compenso con un capítulo bien largo. Espero que os haya gustado, déjenme su opinión y nos vemos.

Un beso :3

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