Capítulo 32
CAPÍTULO 32
NO QUEDARÁN IMPUNES
Viktor.
—¡Así se acordó en el contrato! —gruñí por tercera vez haciéndole entender a mi suegra que su hija me había traicionado. —¡Y pienso llevarlo a cabo!
Golpeé la mesa sintiendo como alguno de mis huesos diminutos crujían ante el impacto.
En el apartado diez y seis indicaba claramente que si la esposa actuaba con deslealtad hacia su marido, sería condenada a muerte por falsía.
Observé mi alrededor con rencor.
El rostro del padre de Milena congelado, pero aún así, entendió cuáles eran las consecuencias. Él mismo las pactó. Sin embargo la madre de esa arpía, llorando abatida implorando clemencia por su niña.
—¡Matarás a un ser inocente! —irrumpió mi autora erigiendo su dedo amenazante. —¡Ese bebé no es culpable de los delitos de su progenitora!
Barajé la opción de encarcelar a madre para no oír una sola palabra más. Me traicionó junto a Milena, para su suerte, ella no aprecia en el contrato.
Apretujé mis puños vengativos.
—¡Esto es por tu culpa! —replicó Alek dando un paso combativo hacia Brenda. —¡Sanguijuela!
Levantó su zarpa y rápidamente coloqué mi figura entre los dos para hacer frente a ese mal nacido.
¿Quién demonios se ha creído?
—Tócala un solo pelo —jalé su camisa sacudiendo su torso a la vez. — y juro que te cuelgo en el jardín para que todo el mundo vea tus restos putrefactos.
Mi sangre hervía como lava.
—¿Ahora eres su títere? —escupió Alek dibujando una sonrisa rencorosa en sus facciones.
Y entonces, la rabia se apoderó de mí.
Aplasté mis dedos robustos formando un puño y lo estampé en su nariz puntiaguda. Un líquido rojizo comenzó a brotar desfilando hasta su barbilla.
—¡Cierra esa bocaza de imbécil que tienes!
Noté como mi laringe se agrietó ante el grito.
Tanto el personal como los familiares allí presentes observando la escena petrificados en silencio. Menos madre, que se agachó a socorrer a su bebé.
—¡Animal! —chilló madre en mi contra.
Sacudí la cabeza sin dar crédito.
Demasiado mimado lo tiene.
Observé a Milena sintiendo náuseas al pensar de lo que fue capaz. De hasta donde pudo llegar su benigna avaricia. Era denigrante y asqueroso hasta para ella.
No quise soportar un minuto más ver a esa farsante delante de mis narices como si nada.
—Llévatela y enciérrala en la mazmorra. —ordené con autoridad a uno de mis guardianes de confianza.
La muy arpía levantó el mentón con suma arrogancia, como si fuese ella quien ganara esta partida. Brenda agarró mi mano por sorpresa y remolcó mi silueta hacia ella para asegurarse de que no contraatacara.
¡Lo lamentarás, víbora!
Mis cimientos se reconstruyeron en el momento en que Amo y Dama cogidos de la mano, fuimos testigos de como la sacaban de ahí dentro a empujones.
Fue satisfactorio.
Una victoria en toda regla.
—Juntos. —habló Brenda con seguridad.
Disloqué mi nunca en su dirección palpando cierto escalofrío paseándose por mis vértebras.
Escaneé su rostro celestial como si fuese la primera vez que veía a esa mujer de ojos hipnotizantes y entonces, añadí con franqueza: —Siempre.
Brenda.
Viktor ya pronunciaba mi nombre legal. Ya no había ira en sus ojos. Ya aceptaba mi ser al completo.
Suspiré aliviada creyendo tener corazones revoloteando alrededor de la cabeza.
Mi móvil vibró. Lo cogí del bolso y vi un WhatsApp de mamá asegurando estar a salvo. Tal y como le pedí, no indicó su ubicación. Así era más seguro.
Borré el mensaje para que nadie lo viera.
—¿Has cenado a gusto? —indagó Kozlov cuando nos adentramos en la habitación nupcial.
Volteé mi vista en su dirección.
—Si, cariño. —afirmé rotundamente mientras extraía los tacones de mis pies. —Aunque debo confesar, que me he quedado con ganas de postre. —dije en tono provocativo mientras andaba hasta su postura.
Le observé con desafío.
Sus círculos se volvieron posesivos cuando de repente, agarró mis faldas y las desvió hacia a bajo. No puedo negar que su brusquedad me derretía.
Se quitó las prendas quedando despojado. Solo pude escanear su cuerpo una y otra vez, embobada como niña. Mis piernas tiritaron como reacción al evidente efecto que causaba en mi ser al completo.
¡Maldita sea, este hombre es demasiado!
Necesitaba un pañuelo para secarme la baba.
Viktor se deshizo de mi ropa interior lanzándola en algún lugar de la habitación dejando así, mi silueta desnuda ante él. Yo solo ansiaba que engullera a bocados cada puñetero rincón de mi cuerpo.
Su arteria carótida más inflamada de lo normal. Tan imperturbable como de costumbre pero con el toque perverso idóneo para trastornar a cualquier dama con ojos en la cara. No podía apartar mi vista de él.
Cogí aire, acalorada.
—¿Te gusta lo que ves? —cuestionó con su voz ronca y seductora mientras avanzaba hacia mi lugar.
Bajé mi visión hasta su verga.
—Demasiado. —hasta tartamudeé al decirlo.
Sentí como iba humedeciéndome.
Viktor hincó ambas rodillas en el suelo y azotó mis nalgas dejando sus dedos sellados durante días.
—No negaré que has sido una rival competente, querida Medusa. —testificó con dominio antes de sumergir su rostro entre mis muslos.
Ya había investigado mis orígenes, sabía bien quién era y lo mucho que había luchado para ganar mis estándares como Agente de la DEA.
—Juntos seremos invencibles. —prometí.
Sonreí hacia mis adentros, orgullosa.
Un gemido brotó desde mi laringe cuando Viktor devoró mis intimidades como profesional.
Cautivada por el placer, agarré su nuca para ajustar aun más sus labios carnosos en mi zona débil.
Incliné mi cabeza hacia atrás.
Me sentí poderosa.
Su lengua envenenada armó un pulso contra mi clítoris haciendo que una explosión de lujuria se desertara sin control ahí abajo. Algo inhumano.
Bárbaro y arrollador.
Mis piernas fueron deshaciéndose como helado en pleno verano. No pude controlarlo. Viktor era superior a cualquier expectativa femenina.
Sus dedos entraban y salían de mi vagina con intensidad mientras seguía comiéndome.
Hasta que estallé en su boca.
Él tragó con gusto.
Milena
No tenía colchón donde arroparme. El aire que entraba por esa ventana diminuta era helado. Pocas opciones quedaban, así que acomodé mis restos en el suelo cual vagabunda y abracé mi panza ovalada.
Era el último ápice de humanidad que quedaba.
—Tu papá nos quiere muertos. —expliqué para que mi hijo escuchara desde ahí adentro.
Llevaba horas sola y sin atención. Solo una toma de comida. Por seguro Viktor había prohibido cualquier acto de bondad hacia mi persona.
¿Qué tan mal he hecho?
El plan no tendría que haber salido así.
Según lo pactado, mañana sería mi fin. El día de mi holocausto. Ni más ni menos que un disparo en el cráneo como moneda de pago a mi jugarreta.
—¡Viktor Kozlov! —aullé esperanzada en que acudiera a la llamada. —¡Da la cara, cobarde!
Mis mofletes se humedecieron porque no pude evitar romper en llanto.
No podía hacerme esto.
Yo solo quería su amor sincero.
—¿Cariño? —la voz de mamá apareció por sorpresa des del otro lado de la mazmorra. —¿Estás ahí?
Sequé las lágrimas con mi muñeca mientras iba escaneando las afueras en busca de su presencia.
La luz que propinaba la vela en llamas que llevaba sujeta hizo desvelar su rostro angustiado.
Un hallazgo de esperanza resurgió en mi.
—¿Mamá? —levanté mi esqueleto como pude para acercarme a las barras de hierro. —¿Qué haces aquí?
—Vengo a sacarte de aquí, cielo. —confesó sacando unas llaves del bolsillo de su pantalón.
Sonreí ante la extrema felicidad que sentí.
—Nos van a matar, mamá. —advertí mientras ella encajaba la llave correcta para abrir la celda.
—Lo tengo todo planeado, no sufras. —rebatió.
—¿Y papá? —quise saber.
—Papá no sabe nada de esto, —respondió. —no lo habría consentido nunca y lo sabes. —argumentó.
Una vez las puertas ya estaban abiertas, agarró mi mano y tiró hasta que hachamos a correr las dos.
—¿Dónde vamos? —indagué.
—Alek nos está esperando con el coche para llevarlos al aeropuerto. —explicó. —Cogeremos un vuelo a Grecia y allí nos socorrerá un amiga de confianza.
—¿Alek participa en esto? —cuestioné mientras cruzábamos los pasadizos subterráneos.
No lo esperé, fue una grata sorpresa.
—Si, —afirmó. —Ahora no hagas más preguntas y apúrate, hija. Tenemos el tiempo justo.
Una vez logramos alcanzar el exterior, pude ver lo nunca visto: Kozlov menor traicionado a su familia.
Ya era un hecho.
Como mínimo le desheredarían.
—¿El equipaje está en el maletero? —cuestionó mi madre asegurándose de que toda esta locura estaba saliendo según lo estipulado.
Alek asintió con la cabeza.
Estaba posicionado en el asiento del conductor con sus zarpas ceñidas al volante esperando a que nos montáramos como buen complice.
Los tres huíamos de lo que un día fue nuestro hogar.
En cuanto el avión zarpó, supe que mis próximos años serían gloriosos. La venganza llegaría. Tarde más o menos, pero llegará. Se hará justicia. Van a pagar por el daño causado y por su amor ilegítimo.
Juro por mi hijo, que no quedarán impunes.
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