Capítulo 21
CAPÍTULO 21
LA DIMISIÓN.
Brenda.
Parpadeé incordiada por el fluorescente que alumbra la habitación. Sacudí mis extremidades con prudencia porque las heridas son recientes.
Las sábanas magreando mi piel siniestrada a lo que noté una punzada en el brazo izquierdo. Torné mis pupilas hacia la zona en cuestión. Una aguja afilada atravesándome. El conducto estrecho y traslúcido iba conectado a una bolsa de plástico rellena.
—Al fin despiertas, cariño. —aquella voz afeminada me resultó exageradamente familiar.
Froté mis ojos para lograr una imagen más precisa y nítida. De paso, también ubicarme. Tardé varios minutos en asimilar. Mi madre. En carne y hueso.
¿Quién demonios le había informado? ¿Y si Viktor ya era conocedor de mi identidad por su culpa?
Sé acabó. Misión zanjada. Mi apestosa vida había llegado a su catastrófico final. Ahora me degollaría y decoraría su salón con mi rostro para honrar la venganza por cada farsa enmendada.
Bufé estresada y tragué saliva.
Encaucé mi columna sin prevención cegada por la desesperación. Pero mi cabeza rodó a lo ventilador porque actué demasiado rápido. Toqué mi frente asegurando que la fiebre no haya subido.
Pero más fría que un bloque de hielo.
—¿Estas bien, cielo? —quiso saber ella plantándose justo al lateral de la camilla posicionando la mano sobre su pecho, angustiada. —¿Aviso al doctor?
Negué con la cabeza analizando su figura.
—¿Que haces aquí? —hablé con carraspera.
—El departamento me llamó. —explicó. —Lo se absolutamente todo, así que no te preocupes por nada. —miró a su alrededor como si estuviésemos cometiendo un delito y en susurro dijo: —Viktor sigue creyendo que tu nombre es Freya Cooper.
—No puede averiguarlo jamás, mamá. Sería nuestro fin. Así que mide tus palabras. —pedí concienciada de su carácter abierto y crédulo.
—Puedes estar tranquila, cielito. —ratificó acariciando mi cabello como cuando niña.
Suspiré desahogada.
—¿Cuanto llevo dormida? —quise saber.
—Un par de días. —corroboró. —Y el supuesto villano a estado durmiendo en ese sillón de mala muerte. —testimonió señalando dicho mueble.
Lo analicé. Sí, mamá tenía razón. Roñoso y agujereado allá donde mirabas. Que desastre.
—¿Viktor? —no podía creerlo.
—No parece tan malvado... —añadió inocente
encogiendo sus hombros, enternecida.
La puerta se abrió sin previo aviso.
—Agente Davis, —saludó el General Williams con su sarcasmo habitual tras clausurar la entrada para que no oyeran. —que alegría que esté sana y salva.
Mi sangre hirvió como olla exprés. El señor que me derivó a este maldito infierno retornaba con aires victoriosos. Se merecía lo peor. El chantaje era su método de trabajo y no iba a consentirlo más.
—Mamá, vete. —exigí.
Ella me parió. Conocía bien mis gestos, así que no dudó en acatar y huir de la sala dejándonos solos.
—Ya puedes estar dando las gracias de que esté hospitalizada e indispuesta —narré apretando mis puños enrabiada. —porque sino te arrearía una somanta de palos que no te reconocerían ni en tu propia casa, desgraciado de mierda.
Ensanchó su sonrisa vanidosa.
—¿Eres consciente de que en este momento te estás jugando el puesto laboral? —rebatió orgulloso de su mando aproximándose a la camilla.
Arrastré mi trasero hasta el borde del colchón para así adquirir mayor proximidad y mirarle a tiro fijo.
Cerré mis párpados de forma incompleta.
—¿Y tú eres consciente de que no os necesito para absolutamente nada, sino más bien sois vosotros los que me necesitáis a mí? —invertí la pregunta.
Con el dinero que Kozlov me pagaba semanalmente tenía suficiente para mantenerme a mí y a mamá.
—Nadie es imprescindible, niña.
Solté una carcajada.
—Entonces, presento oficialmente mi dimisión para así no verte la cara nunca más. —confirmé segura sin apartar mis ojos de los suyos.
Él quedó como pasmarote. Claramente no se lo esperaba. Pero ahora mismo mi vaso de paciencia había rebosado. No toleraba más extorsiones.
Prefería atenerme a Viktor mil veces.
—El mafioso cree que soy tu padre, así que tendrás que soportarme te guste o no. —se puso a la defensiva creyéndose que me afectaría.
Meneé la cabeza entre risas.
—Escúchame atentamente, —y mis facciones conmutaron en seriedad. —el señor que un día se hizo llamar papá está muerto y enterrado para mí, así que tú no vas a ser menos. —aclaré firme.
Seguidamente, pude ver las arrugas de cabreo marcadas en su frente holgada.
—Kozlov va a desenmascararte, —dictó apuntando mi silueta con su dedo. —y entonces terminaréis bajo un puente porque no tendréis un duro.
Cogí aire antes de responder.
—Trabajaré donde haga falta para seguir adelante, pero no contigo. —maticé sin temor. —Ahora haz el favor de irte por donde has venido.
—¡Volverás arrepentida! —refunfuñó Williams de camino a la salida. —¡Y nadie te recibirá!
Palpé la irritación en mi garganta. El llanto ahí dentro, atascado. Una mezcla desconocida entre consuelo e inseguridad halló como fantasma.
No podía verlo pero si sentirlo.
Jamás te dejes pisotear, Brenda. —impugné grabándolo a fuego para remontar.
Hice mi cuerpo una bola desoladora y me abracé recordando que soy una mujer fuerte. Que no preciso de nada ni nadie para sobrevivir.
Viktor.
Ni siquiera barajé la opción de encararme con el personal hospitalario para que cambiaran ese sillón deshilachado. Apenas dormía. Debía maximizar su protección. Cinco escoltas custodiando las puertas no eran suficientes. Yo soy su amo, nada se podía comparar. Mi mundo ahora giraba entorno a ella.
Desbloqueé mi móvil. Llamadas perdidas de madre, Katya y Milena inundaron la pantalla. No atendí ninguna. No quería hablar con nadie.
Solamente envié un mensaje de texto a Alek en agradecimiento por haber ubicado el paradero de Freya. Sin él y sus servicios tecnológicos aún no tendríamos rastro alguno de ella.
Todo es culpa mía. Solo mía.
Eran seis los cafés ingeridos. Tenía que aguantar el tipo en esta última estancia. Mañana nos concedían el alta médica si su estado no degradaba.
—¿Te quedarás esta noche también? —inquirió la madre de Freya por sorpresa tras mi espalda.
Volteé mi nuca, atendiéndola.
—Por supuesto, señora Cooper. —dije.
—¿No deberías descansar un poco? —agregó con una mueca de consolación en su rostro tierno.
—No se preocupe, estaré bien. —alagué.
—Cualquier cosa estaré pendiente. —informó acariciando mi brazo en gesto reconfortante.
Ojalá madre la mitad que ella. Mi educación y niñez hubieran transcurrido en sentido opuesto.
A positivo. Estoy seguro de ello.
[...]
Tres de la madrugada. El silencio era mi único asociado. Freya igual de hermosa aún con los moretones y cortes asaltando sus facciones.
Que orgullo de dama.
Mi cansancio prácticamente vencedor cuando la luz tenue de la lámpara hizo que sobresaltara. Tropecé con una Freya operante. Sus círculos aguamarina se fondearon en los míos. Un huracán magnético erizó cada ángulo de mi bello. Aún no se originó nuestro reencuentro hasta este momento.
Quise abrazarla. Sin embargo, me contengo.
—Viktor. —murmuró con su voz averiada acompañando una sonrisa debilitada.
Un pinchazo azuzó mi alma.
—Aquí estoy, amor. —atestigüé encarrilando mis vertebras y orientado la camisa arrugada para así alcanzar un estado pulcro. —¿Como te sientes?
—Bastante mejor diría yo, —reconoció antes de tomar el vaso de agua para darle un trago largo y consistente. —¿Donde está mi madre?
Arqueó su nuca, buscándola.
—Le sugerí que pasara la noche en el ático, así que le entregué una copia de llaves. —hablé elevando mi organismo con el claro objetivo de rellanar dicho envase por si luego tenía más sed.
Freya siguió mis pasos fijamente.
—Gracias. —soltó un tanto patidifusa.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué? —investigué.
—Por estar aquí. —aclaró. —Por salvarme.
Quedé callado no sabiendo que responder, porque al fin y al cabo era mi obligación. Una tradición. No podía tolerar que nada malo le ocurriera. Sería una deshonra. Demasiados errores cometidos ya.
Iba a regresar al sillón cuando la mano de Freya se aferró a mi brazo paralizándome. La electricidad entre ambos era innegable. El destino obró debidamente poniéndola en mi camino.
Giré mi torso, analizándola.
—Ven, —espetó dando golpecitos consecutivos encima del colchón. —túmbate aquí conmigo.
Si aceptaba sería la primera vez que dormiríamos juntos. Ante la ley familiar y con el ritual efectuado, ya no existía impedimento. Sin embargo, su figura tan débil que me asustaba la idea de lesionarla.
¿Tan próximo a ella sin poder meterle mano?
—No se si pueda contenerme, Freya. —admití sabiendo lo mucho que me provocaba.
—Eso espero. —e hizo una mueca traviesa.
—¿Que es lo que quieres? —pregunté buscando una conclusión relamiendo mis labios, ansioso.
Descendió de la camilla decidida y colocó su rostro ardiente en mis narices. Pude sentir la respiración de Freya rebotar contra mis morros desesperados.
Tragué saliva duro.
—Que no te contengas. —puntualizó aflojando las cuerdas del batín para así quedar desnuda.
Mi boca quedó ligeramente entre abierta. Sus pezones tan erectos que ansié morderlos para que Freya alcanzara el enloquecimiento desolador.
—Separa las piernas. —ordené firme.
Ella acató sin rechistar.
Anclé mis rodillas al suelo sumergiéndome entre sus muslos acolchados encajando mi lengua en su intimidad como lobo hambriento.
Primer aullido de Freya.
Y sonrío enorgullecido.
En otra tesitura la habría jalado del cuello y atado a la cama para follarla agresivamente. Pero hoy no procedía. Hoy solo calma y sensualidad.
—Viktor... —gimió en tartamudeo.
Su líquido delicioso encharcó mi hocico a lo que zambullí mi lengua sobre su clítoris.
—Eres mía. —testifiqué posesivo.
—Solo tuya. —repitió en acuerdo.
Freya impulsó mi cabeza con sus manos para agrandar aún más la felación.
¡Joder, esta mujer me vuelve loco!
La aupé para sentarla en mi cara. Sus piernas trepidantes descienden por mis hombros mientras continuaba engullendo los fluidos agridulces. Mis zarpas azotando fuerte sus nalgas abultadas.
Dos. Tres. Cuatro.
—No pares. —suplicó trastornada.
Y esta vez, fui yo el que presioné sin dejarle opción a escapatoria. El morbo de que cruzaran esa puerta por sorpresa era la excitación más devastadora.
—¡Ah! —tercer jadeo de Freya. —¡Me corro!
Me levanté ocasionando que mi dama estuviese más cerca del techo. Succioné el contorno de su vagina rosada. Una vez tras otra. Veloz.
Cogí aire un instante.
—Que el hospital completo se entere de lo mucho que disfrutas, pequeña. —adicioné fogoso.
—Sí, mi amo.
¿He oído bien? ¿Me a llamado amo?
Mi frontera infranqueable resurgió triunfante tras averiguar que Freya aceptaba nuestro ritual como válido. Ella, mi dama. Yo, su amo. A la par.
Aceleré el ritmo como enfermo de psiquiátrico.
Sus articulaciones fluctuaron sin control antes de la manifestación de un grito ahogado. Seguro que los enfermeros se percataron. Los restos aguados de Freya resbalaron por mi pectoral hasta el suelo.
Luego amarró mi rostro para mirarme.
—¿Duermes conmigo? —inquirió nuevamente.
—Por supuesto. —acepté.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro