Capítulo 10
CAPÍTULO 10
QUE EMPIECE EL JUEGO
Damon.
Su mirada se clavó como espina afilada en mi estómago. Mi mujer estaba inquieta. Se mordía las uñas vagando por la habitación sin ningún tipo de rumbo aparente. Sus brazos interpretaban lo frustrada que se sentía. Yo no emití murmuro alguno. No quería interrumpirla.
—Tienes que hablar con ella, Damon. —se paró delante de mí. —Es tu mejor amiga.
—No puedo hacer eso y lo sabes. —mi garganta se agrietó al decirlo. —Todo se iría a la porra.
Brenda había sido y es como hermana de sangre para mí. Y Katya lo sabía. Pero había una promesa que no podía incumplir por lealtad.
—Me importa una mierda que no se pueda, Damon. Ella se lo merece. —promulgó. —Además, esta farsa tiene que acabar de una vez por todas.
Si algo caracterizaba a Katya era la honestidad.
—Las reglas están para cumplirlas, cariño. —maticé en tono apaciguado. —Hay que ceñirnos al guión y armarnos de paciencia hasta que llegue el momento oportuno, ¿de acuerdo?
Cogí sus mofletes pecosos y le planté un beso prudente. Ella sopló defraudada virando su rostro hacia un lado. La enrollé entre mis brazos para acoplarla en mi pecho y noté sus palpitaciones.
—No me parece justo. —divulgó ella. —Si tanto dices quererla deberías dar la cara, Damon. El hombre que conocí no sería el súbdito de nadie.
Suspiré agachando la cabeza. Levanté mi vista y escaneé a Katya esperanzado por descubrir que le había echo cambiar de opinión. Aquellos celos por Brenda la trastornaron en su momento.
—Debería hacer algo al respecto. —admití.
—Creo que te aliviará, cariño. Te sacarás un peso de encima... —acarició mis hombros suave. —Había pensado en hacer algo diferente. —cambió de tema.
—¿Qué está ideando esa cabecita? —canturreé.
Llevé el dedo hacia mi barbilla y di golpecitos.
—¿Despertamos a los niños y vamos a pasar el día en familia al zoo? —expuso conmovida. —Me llevaban cuando era pequeña y es impresionante.
—Por supuesto que sí. Además, eso también me ayudará a despejar un poco la mente...
Brenda.
Tras la desaparición de la señora Kozlov, Viktor se había convertido en un especie de acosador.
Era realmente agotador. Le importaba un auténtico comino asfixiarme a mí y al resto de humanidad.
Su voz solo hacía que ordenar resultando un mal educado, aunque debo admitir que a mí, me entraba por un oído y me salía por el otro.
Tiré de su brazo frenando el avance.
—Si quieres que te soporte otro minuto más necesito un tanque de café, Viktor. —rechisté imaginando ahorcando su cuello con mis propias manos. —Solo son las siete de la mañana.
Reprimió su desprecio hacia mí persona apretando los puños. Luego hizo un leve movimiento con su mano para que la doncella pelirroja que me auxilió esa vez en la sala de tortura, atendiera.
—¿En que le puedo servir, señor?
—Un café doble para Freya. —pidió Viktor mientras leía unos documentos.
—Ahora mismo, señor.
Hizo una reverencia y se marchó.
Le nombraban estudio pero en realidad era la sala donde ideaban sus próximos delitos. Del equipo Kozlov faltaban Damon y Katya porque Viktor quiso dejar al margen a sus sobrinos. Y por una vez en mi vida, estaba de acuerdo con su decisión.
Allí donde miraba había un hombre cuadriculado y armado, preparado para pasar a la acción.
—Debemos entrar por la puerta trasera. Nuestro compañero Ezra. —Viktor le señala cordial. —es un monstruo con la tecnología y ha podido descifrar el código para acceder a las oficinas.
¿Cómo? ¿Qué?
Se abrió la puerta.
—Aquí tiene el café, señorita Cooper. —interrumpió la misma doncella de antes.
Tomé apuro recogiendo mi taza.
—Gracias.
Fui el centro de atención de esos psicopatas al digerir el primer sobro. Aunque me sentó de perlas, mis manos temblaban y por ello el tazón por poco cae al suelo perdiendo el equilibrio. Y todo porque acababa de descubrir que el plan que estaban trazando era contra mis compañeros.
¡No podía permitirlo!
—Hay que recuperar a Natasha... —lloriqueó Milena golpeando delicadamente sus mejillas con el pañuelo de seda. —La boda no puede cancelarse.
—No hay de que preocuparse. —Alek acarició el hombro de su cuñada. —Estoy seguro que hoy mismo tendremos a madre aquí.
—Alek. —nombró Viktor seco. —Aún no sabemos qué resultado obtendrá este plan, así que te agradecería que no fantasearas. El ejército negro tiene muchas cualidades, debemos ser realistas.
—Una patada en el culo. —soltó su hermano mirándolo con la mandíbula prieta. —Ese será el resultado que tendrán esos mal nacidos.
Alek iba vestido con una americana satén y unos pantalones del mismo material. Llevaba una camisa color marengo que hacía combinación con la americana. Los dos botones superiores estaban desabrochados, dándole un aire más atractivo. En su cuello de pico, pude ver flotando una cadena plateada con un símbolo que no pude descifrar. Era semicircular, como media luna. Sin ser consciente, desplacé mi vista hacia sus músculos. Mi barbilla se distorsionó y quedé hipnotizada como boba.
—¿Quieres tocar? —susurró Alek en mi oído.
Di un brinco porque mi estado de abstención no me permitió verle llegar hasta mí.
—No. —dije rotundamente.
—El día del avión parecías tener ganas. —su tono siguió siendo disimulado.
Mis mejillas ardieron y la voz de Alek me dio escalofríos. Era robusta y realmente varonil, parecida a la de su hermano.
—Aquello no volverá a pasar. —aseguré aferrada a la taza de café, mi único salvavidas.
Su sonrisa bulliciosa se coló detrás de mi oreja y entonces, le pegó un mordisco a mi lóbulo. Quise desplumarme allí mismo. Esto era demasiado.
—¿Estas segura? —sonó a reto.
No me vi con fuerzas ni para responder.
Viktor no se percató. Solo le preocupaba destruir a los míos y recuperar a su mamita del alma.
Milena sin embargo, nos observaba de reojo como si estuviésemos cometido un crimen. Y realmente, no comprendía el porqué. Debería sentirse aliviada. Es su cuñado y no su prometido quien me tutea.
El tirón que le dio Alek al encaje de mi sostén ya fue la gota que colmó el vaso. Él estaba situado detrás de mí, demasiado cerca para mi agrado. Me sacaba dos cabezas pero aún así, pude notar su erección en mi trasero. Y confieso que me excitó.
¡Malditos Kozlov!
Pestañeé repetitivas veces y aterricé. El golpe que sonó cuando abandoné mi taza en la mesa redonda y cristalina hizo callar a Viktor. Alzó el mentón a lo macho alpha y repasó su alrededor.
—Disculpadme. —habló tras un par de minutos incómodos y silenciosos.
Sacudió mi brazo y me arrastró hasta fuera.
—Suéltame. —repliqué.
—¿Se puede saber de qué vas? —preguntó irritado.
—No es de tu incumbencia.
Aparté mi melena hacia atrás.
—A ver cuando te entra en ese cabecita loca que toda tu eres de mi incumbencia.
Sonreí con rencor.
—Me compartes con tu hermano y ahora se ha subido demasiado a las nubes. —expliqué alterada.
Arqueó su ceja derecha.
—¿Mi hermano?
—¿Porque te haces el tonto? —levanté el tono harta de su actuación de cine.
—El y yo teníamos un trato. —aseguró.
—¿Ahora soy un trato?
Crucé mis brazos y meneé la cabeza.
—Nadie te va a tocar sin mi consentimiento excepto yo, Freya. —advirtió señalándome.
Entrecerré mis párpados, agrandándome.
—¿Y si no me apetece?
—En ese avión no parecías incomoda. —añadió desvelando aquel desliz sexual. —Además, mi hermano hará lo que yo le diga.
—Cuidado por los caminos donde te metes, Viktor Kozlov. —advertí tajante. —Quizá salgas escaldado.
Soltó una carcajada en mis narices.
—¿Crees que me pondré celoso?
Levanté mi mentón dando un paso al frente, casi rozando sus labios carnosos.
—Veamos lo que eres capaz de soportar. —le planté un beso vengativo antes de irme para no volver a caer en sus garras. —Que empiece el juego, querido.
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