1. México: lugar de los tacos, las fiestas y los demonios shax.
"Soy mexicano.
[...]Porque mi cultura es demasiado rica.
Porque mis caderas ceden al ritmo de un tambor y mi lengua rueda con pasión. Porque vengo de colores vibrantes y faldas amplias.
Y patrones intrincados en mi acervo genético.
Porque tengo «te quiero» y «te amo».
Porque vengo de mujeres con rifles y comida que te emociona".
J. Arceo.
🇲🇽
—¿Quieres salsa? —preguntó Levi con la cuchara llena de salsa roja en alto sobre su plato de tacos, provocando que unas cuantas gotas de más cayeran sobre el ya inundado taco al pastor.
—¿Pica? —preguntó Anahera, dudando. Nunca le había gustado mucho el picor que producían ciertos chiles porque después el ardor le impedía disfrutar la comida, sin embargo, esa salsa roja de jitomate se veía exquisitamente tentadora.
Levi sonrió de lado.
—¿Sabes dónde estamos? Si no pica, no estamos en México.
—Entonces no quiero —se negó. Y le dio una mordida a su taco—. ¡Dioses! Esto es exquisito.
—Te lo dije. No hay nada mejor que los tacos de México. Son simplemente perfectos. —Le dio un beso a su taco y luego otra mordida.
—¿Un chesco, güerita? Para el endemoniado calor —ofreció el vendedor detrás de su carrito de ventas. La chica asintió.
—¿Alguien dijo endemoniado? —repitió Levi a su lado, en voz muy baja. Tenía la estúpida sonrisa arrogante que Anhera siempre le veía y a la cual le había encontrado su encanto.
—No hablamos de ti. Contrario a lo que piensas, no eres el centro del universo, Levi —respondió Anahera y aceptó el refresco de manzana que el señor le tendía.
—Tal vez no el del universo, pero sí de tu universo —aseguró Levi, juguetón y con presunción.
Pasó su mano libre por encima de los hombros de Anahera y la atrajo hacia sí. La punta de su nariz rozó el pómulo de Anahera, quien fue embargada por una intensa ráfaga de calor y no era debido a la ciudad de los palacios, la siempre cálida ciudad de México, sino a el profundo deseo que sentía siempre que Levi estaba cerca. El muchacho, sabiendo el poder que tenía sobre ella, depositó un suave beso en su pómulo y luego fue bajando lentamente hasta dejar otro beso en su comisura.
—Detente. —Anahera puso una mano sobre su pecho y lo apartó—. Tengo mucho calor y no estas ayudando para nada.
—Tomaré eso como un cumplido.
—Tú te tomas todo como un cumplido —afirmó Anahera y le pasó su plato de tacos para poder tomar del refresco. Estaba helado y después de tomarle un gran sorbo, se puso la botella de vidrio sobre la mejilla. El frio la reconfortó.
Anahera tenía un chongo alto recogiéndole el largo cabello rubio y aún así unas gotas de sudor resbalaban por su frente. El clima ahí era muy diferente al que ella estaba acostumbrada. El sol refulgía en lo alto y era tan abrasador que sentía la piel ardiendo y un tenue rubor cubría sus mejillas. Eran poco más de las dos de la tarde y, para desgracia de Anahera, el sol parecía estar en su apogeo, pero como los demás ya estaban acostumbrados, ella parecía ser la única que se estaba derritiendo bajo su intensidad.
—No, no quiero. ¡Ya déjenme en paz! —masculló una chica mientras su grupo de amigos la empujaban en dirección de Levi y Anahera—. Ya, está bien. Lo voy a hacer solo para que dejen de chingar —soltó por último cuando quedó de frente a los dos jóvenes.
Levi no se perturbó por esta nueva presencia y tampoco por el espectáculo que habían armado ella y sus amigos, atrayendo la atención de los demás clientes del puesto de tacos. El muchacho simplemente la miró fugazmente y luego volvió su vista a su preciado taco. Anahera se quedó viendo a la muchacha a la espera de una explicación.
La chica sonrió. Una sonrisa amplia, pero que denotaba nerviosismo.
—Eh, hola —saludó—. Me llamo Ixchel.
Ixchel era bajita, curvilínea, tenía el cabello castaño suelto y ocupaba un paliacate rojo como diadema, su cabello tenía frizz y caía descontrolado hasta media espalda, su piel era morena y tenía un lunar muy coqueto al estilo del que Miroslava Stern, actriz icónica del siglo de oro mexicano, solía maquillarse bajo la comisura del ojo.
—Como la diosa —musitó Anahera. La chica la miró con sorpresa.
—Así es. Como la diosa maya de la luna —completó, impresionada—. Pocos lo saben.
—Es un nombre bonito, sería una pena no saber su origen —aseguró Anahera.
Se formó un silencio entre los tres. Ixchel parecía demasiado nerviosa como para hablar y los otros dos esperaban pacientemente a que explicara el porqué se había acercado a hablarles. Bueno, no tan pacientemente, porque, luego de varios segundos, Levi preguntó con algo de irritación:
—¿Y qué haces aquí?
Ixchel se puso más nerviosa por el imperioso tono en que Levi había hecho la pregunta.
—Eh, aquí vivo —musitó con la voz temblándole de la emoción—. Desde los 12 vivo con mi abuelita en la colonia Roma, pero salí a pasear con mis amigos un rato...
—No queremos tu biografía —la interrumpió Levi con una sonrisa cruel en el rostro—. Me refiero a porqué nos estás hablando.
Anahera rodó los ojos.
—Ignóralo, es un gruñón sin remedio —dijo y le brindó a Ixchel una sonrisa tranquilizadora—. ¿Necesitabas algo?
La chica pareció armarse de valor por la amabilidad de Anahera, respiró hondo y luego dijo:
—Resulta que a mis amigos se les ocurrió qué tal vez quisieran ir a una fiesta —les contó, esta vez afable y con confianza—. Es una celebración por el Día de muertos, bueno, en realidad es una peda con excusa, pero será muy divertida.
—¿Celebración de Día de muertos? —cuestionó Anahera con extrañeza. Ella nunca había escuchado de tal cosa, pero parecía... descabellado celebrar la partida definitiva de ciertas personas. Se preguntó si no sería eso muy cruel—. ¿Por eso están haciendo todo esto? —Señaló a su alrededor, abarcando con sus brazos todo el zócalo de la Ciudad de México, donde había mucha gente poniendo ofrendas, encendiendo velas y colgando papel picado de muchos colores.
Todos esos detalles le confieren a la ciudad cierto misticismo, cierta magia que hace la ciudad más bella y llamativa, pensó Anahera. No había ni un color que no se ocupara en las ofrendas y todos parecían hacer todo con tanta dedicación, suma devoción, que parecía un ritual. Era en realidad bello, pero al mismo tiempo triste.
—Solo es una fiesta en la que se disfrazan y eso —le restó importancia Levi mientras le explicaba a Anahera.
Ixchel frunció el ceño.
—No, no es solo eso —soltó una risa absurda—. ¿Quién te dijo eso, wey? El Día de muertos es mucho más que eso. Es el día en que nos ponemos en contacto con nuestros seres queridos, les dejamos comida y encendemos velas para recordarlos. Es una forma de honrarlos y dejarles un claro mensaje: no los hemos olvidado. Así que sí —señaló a la ofrenda del centro—, hacemos esto como una forma de recordar a los que no están, pero también para recordarnos que seguimos vivos y mientras eso dure debemos disfrutar la vida. Cada segundo de ella.
—Eso es muy lindo —replicó Anahera.
—Así es y suena mucho mejor que lo que tú amigo dijo. —Una sonrisa maliciosa se extendió por su rostro y miró a Levi—. Si quisiéramos una excusa para disfrazarnos, iríamos al circo, ¿no crees?
—Sí, eso creo —aceptó Levi con un encogimiento de hombros.
—¿Y porqué nos invitan? —cuestionó Anahera.
Ixchel se rascó la nuca con nerviosismo.
—A una amiga le gustó Levi y ella insistió a pesar de que le dije que era evidente que tú eras su novia. Pero esos weyes no entienden de exclusividad —soltó una risa baja—. Dijo que sin problemas aceptaría hacer un trío.
—Nada de tríos, pero iremos a la fiesta —acordó Levi pasándole su plato vacío a el vendedor.
—Bien, eso funciona para mi —aceptó Ixchel, se iba a dar media vuelta para regresar con su grupito de amigos, quienes la esperaban ansiosos por obtener un resumen de la conversación, pero a último momento se detuvo—. Algo más —dijo, ampliando su sonrisa—. Estamos un poco cortos de presupuesto y nos falta varo para comprar unas caguamas.
—¿Nos invitaron a la fiesta para tener más dinero? —infirió Levi con los ojos entornados con diversión.
Ixchel llevó las comisuras hacia abajo y acompañó este gesto de un leve encogimiento de hombros.
—Otra de las razones.
—Bien, cuenta con ello —aceptó Anahera y sacó un billete del bolsillo trasero de sus jeans—. Aquí tienes, ¿donde será la fiesta?
—Cierto, que pendeja —se reprochó mientras se daba una palmadita en la frente—. ¿Alguno tiene celular?
Anahera le pasó sin dudar su móvil y cuando Ixchel se lo devolvió observó una dirección en notas.
—Será ahí. Lleguen a la hora que quieran. —Y, sin despedirse y aún con la amplia sonrisa, volvió con su grupo de amigos.
—Que rara chica —opinó Anahera.
Levi se encogió de hombros.
—Me agradó. No tiene filtros.
—Es que a ti te encantan los retos.
—A mi me encantas tú —rebatió Levi y le dio un beso en la coronilla para después regresarle su plato de tacos—. Termina de comer, eso ya debe estar frío.
Anahera se dispuso a morderle, pero justo en ese momento observó algo extraño que captó su atención. A unos cuantos metros estaba un hombre inclinado sobre una mujer mientras le susurraba algo al oído. Habría resultado una escena romántica de no ser porque la mujer se estaba desprendiendo de sus pertenencias para cedérselas al hombre. Sin protestar ni nada, con movimientos automatizados.
—¿Ves eso? —preguntó Anahera tratando de enfocar más su atención sin importarle lo poco disimulada que se veía.
—¿Qué? —inquirió Levi, buscando con la mirada lo que le había robado la atención de su chica—. Ah —soltó cuando su mirada también recayó sobre el hombre.
Ya había acabado con esa mujer y ahora se acercaba a otra, sin embargo, la mujer de la que se acababa de alejar, a la que le había susurrado con anterioridad, se quedó de pie ahí, muy pálida y con la mirada perdida en algún punto a la lejanía. Se veía como un recipiente vacío.
—Es un demonio shax. Aficionados a las joyas y extractores de la energía de las personas, especialmente mujeres —informó Anahera, demostrando un amplio conocimiento del tema—. Tenemos que detenerlo.
—¿Cuándo vas a entender que no soy de los buenos? —refunfuñó Levi—. Solo quiero disfrutar de nuestras vacaciones. Tú y yo. Sin demonios, ni padres molestos o hermanos fastidiosos. ¿Es mucho pedir?
Al parecer sí. Anahera empujó su plato sobre el pecho de Levi para que éste lo tomara y echó a correr en dirección al demonio sin escuchar más argumentos.
—No olvides pagar la cuenta —le dijo mientras se acercaba al demonio a toda velocidad.
El demonio, previendo el inminente ataque, se alejó de la señora y echó a correr en la dirección opuesta a Anahera. La chica aumentó la velocidad, esquivó personas, por poco chocó contra un puesto de flor de cempasúchil y lo siguió hasta un pequeño callejón entre dos edificios de aspecto antiguo.
Ahí le perdió la vista, giró sobre sus pies en busca de cualquier movimiento, pero el demonio parecía haberse esfumado. Vio movimiento al inicio del callejón, justo por donde ella había llegado, y se dispuso a atacar, pero era solo Levi, quien tenía una sonrisa torcida en los labios y, gracias a su buena condición física, no parecía nada agitado.
—Aquí estas, mi ángel escurridizo —musitó con alivio.
—No voy a ningún lado, mi demonio arrogante —le respondió Anahera con una sonrisa.
Escudriñó lo alto de los edificios y luego la salida del callejón, aún buscando al demonio, hasta que finalmente lo encontró más allá, mezclado entre la multitud que ayudaba con la ofrenda. Anahera se dispuso a ir tras él.
—¿Me sigues? —preguntó antes de dar un paso.
—Hasta el fin de los tiempos —prometió él.
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