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Aún ahora me aturde...

« Encorvado, por el peso de los años y las amargas experiencias de la vida, permanencia de pie con dificultad en el vacío andén

Sus otrora brillantes ojos pardos, ahora opacos por el humo del trabajo, miraban a ambos lados con nerviosismo inusual. Aún faltan minutos para el arribo del tren de las seis, y sin mayor movimiento en la estación era más que llamativa su agitación

Tendría a lo mucho 60, mal conservados por supuesto, canoso y desgarbado no era raro en la estación. Algunos aseguran haberlo visto un par de veces rondando la llegadas o partidas del tren, a Moundville, y siempre el de las seis

A esas alturas se volvió casi una aparición o mito entre los empleados de la compañía Rivery, la ferroviaria dueña del lugar. Verlo era casi un buen augurio, incluso si no hubiese razones para respaldar esa conclusión

Nadie sabía su nombre, ni mucho menos su origen

De pie cerca la orilla de la acera que lo separaba de las vías guardaba un silencio sepulcral, sus pies alineados al filo del concreto, mirando el camino de los rieles a ambos lados, mientras sus inquietas manos entrelazaban sus dedos, imagen que asemejaba una araña hundiéndose en el espejo de agua

Nadie se atrevería a preguntar por su inquietud

Sin embargo, cuando comenzaba a oírse a la locomotora acercarse podías verle agitarse de sobremanera, aquella desgastada figura se volvía una delgada sombra sacudiéndose cómo el mismo terreno bajo las vías

El tren hacía temblar los hierros y maderos de su sendero aplastando todo bajo sus toneladas de metálica estructura, todo se veía pequeño ante su llegada y aquel hombre no era la excepción. Algunos dicen que salía corriendo, escapando del terror de esa inmisericorde bestia que exhalaba vapor y chispas, salida del infierno

Y otros pensaban que al igual que muchos locos se lanzaba de lleno frente el hambriento animal, desapareciendo entre las furiosas ruedas, imparables mecanismos que a esa velocidad le harían trizas antes de que alguno pudiese gritar. Una y otra vez, condenado a repetirlo, a revivir ese martirio al que él mismo se había condenado

Nadie sabía la verdad, nadie le había visto más allá de la estación, aunque, en realidad, nadie se tomó alguna vez la molestia de buscarlo

El tren partía siempre a las seis, sin que algún empleado se intentará asomar a las ruedas, de faltar el mantenimiento podrían hacerlo en la próxima estación

Fue así hasta que John Clarkson, novato compañero del maquinista, se le ocurrió mirar abajo mientras el tren cruzaba el puente alzado, el que atravesaba la ciudad

Eran rojos como carbones encendidos, clavados sobre su mirada, un par de ojos que no le dejaron parpadear. Una delgada figura encorvada retorciéndose entre los radios de las ruedas, deslizándose al interior

Dicen que la velocidad y el peso torcieron las vías, que nada pudo evitarlo.

Los humanos creen muchas cosas para vivir en comodidad, diciendo mentiras y cerrando los ojos para ignorar tantas más, porque son sus pesadillas. »

Mientras esperaba el tren, para ir al funeral de mi abuelo, podía oír su voz relatando de nuevo esa vieja historia

Cada vez que viajamos en aquel transporte en desuso solía contarla con la misma calma, esperando el arribo me cuestione para mis adentros tantas veces la razón tras esa costumbre

Tal vez superstición o una broma extraña, sin haber dormido no puedo dilucidar más allá de mi niñez

Al exhalar con cansancio, pues he corrido para alcanzar el primer tren de la mañana, noto que no soy el único en el andén

Casi son las seis, y en está olvidada estación de paso solo somos aquel tembloroso viejo y yo.

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