El despertador sonó a las 6:00 de la mañana, llenando el pequeño cuarto con olor a putrefacción, de un sonido estridente que rompió el silencio de la madrugada. Maty, un chico de 18 años, abrió los ojos lentamente, aún sintiendo el peso del sueño en sus parpados. El calor de el verano se filtraba por las rendijas de la ventana, y su cama le parecía el lugar más cálido y seguro del mundo en ese momento. A pesar de sus deseos de quedarse ahí, sabía que debía levantarse. Tenía clases a las 7:00, y no podía permitirse llegar tarde de nuevo o su maestra del PAES lo iba a chingar.

Con un suspiro resignado, estiró un brazo y apagó el despertador. Se incorporó lentamente, sentándose al borde de la cama mientras se frotaba los ojos para despertar. Miró alrededor de su habitación, iluminada tenuemente por los primeros rayos de sol que se colaban a través de las cortinas. Sobre el escritorio, un par de cuadernos estaban abiertos, testigos de la larga noche que había pasado estudiando para el examen de matemáticas. En el respaldo de la silla descansaba su mochila, ya lista con todos los libros que necesitaría ese día.

Se levantó, sintiendo el frío del suelo bajo sus pies descalzos porque no le alcanzó para comprar unos zapatos gracias a que se gasto la plata en cri, caminó hacia el pequeño baño que compartía con su hermana menor. Mientras se lavaba la cara, el agua fría lo despertó por completo. Se miró en el espejo, notando las ojeras de drogadicto adicto al fentanilo que marcaban su rostro. "Otro día más", murmuró para sí mismo, tratando de encontrar algo de motivación.

Caminó rápidamente hacia su armario, sus pasos resonaban con prisa en el suelo mientras su mente repasaba los temas del exámen. Al llegar, abrió la puerta rápidamente. De inmediato busco unos pants viejos, con señales del tiempo marcadas en los bordes hechos mierda, y una camiseta blanca que había visto mejores días. Luego, tomó su corbata del perchero que colgaba en la esquina del armario, ajustándola con movimientos hábiles y mecánicos.

Cuando estuvo listo, se quedó un instante en silencio, escuchando los ruidos provenientes de la cocina.

—¡MATY! ¡Apúrate o vas a llegar tarde! —gritó su madre desde abajo con enojo desde la cocina.

—¡Ya voy! —respondió Maty, mientras metía los últimos libros en su mochila de My Little Pussy porque no le alcanzó para la de My Little Pony...

Bajó las escaleras rápidamente, casi tropezando en el último escalón. En la mesa del comedor lo esperaba un plato con huevo y un vaso de leche. Aunque no tenía mucha hambre, sabía que necesitaba comer algo para aguantar la jornada. Mientras masticaba, su madre le dio una mirada rápida.

—¿Seguiste fumando porros? Traes una cara de drogadicto terrible—preguntó, con un tono casual de todos los días.

—Obvio que no, estaba jugando Bodriostar mamá, respeta la vibra porfa—respondió él.

Ella suspiró, pero no dijo nada y prefirió mantener la conversación hasta ahí.

Cuando terminó de desayunar, se puso la chaqueta, se colgó la mochila al hombro y salió de la casa. El aire frío de la mañana lo recibió. Mientras caminaba hacia la parada del autobús, podía ver cómo el sol empezaba a asomarse por el horizonte mientras el deseaba el estar en su cama sin ir al Instituto de mierda ese.

Maty llegó justo a tiempo para tomar el autobús. Se sentó en un asiento junto a la ventana y apoyó la cabeza contra el vidrio, observando cómo el paisaje pasaba rápidamente frente a sus ojos. Pensó en el examen de matemáticas, en la tarea que aún tenía que entregar porque la profe es una vieja klia y el profe sólo va para ligar pero dejan más tareas que lo que van a hacer al insti

Al llegar al Instituto, se dirigió a su salón y se sento en el mismo lugar de siempre. Pasaron las horas y el maestro entro junto a un chico bajito, con una apariencia muy afeminada y de un color cartón mojado.