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꒰ ⌗ Park Jimin ! ꒱

Youngjae estuvo llamándome toda la tarde para convencerme de ir a la fiesta de inicio de curso de la Universidad. Éste es el segundo año que lo hace. El primero lo logró con la excusa de que no había mejor lugar para cenar esa noche en toda la ciudad. En realidad, tenía razón: la fiesta se organiza en la explanada del patio, y se colocan, calculo yo, no menos de cuarenta foodtrucks alrededor, con todo tipo de comida; el sabe que la comida es mi debilidad.

No puedo decir que no me divertí el año pasado. Aparte de los foodtrucks, que tenían todo tipo de comida habida y por haber, la fiesta de inicio de curso es una especie de fiesta popular. Hay todo tipo de juegos mecánicos: la rueda de la fortuna, los carritos chocones, el tiro al blanco, las tazas locas, etcétera. Los alumnos que la organizan se la pasan vendiendo boletos, tómbolas, y todo lo que se puedan imaginar para juntar el dinero; la finalidad es que la fiesta pueda pagarse sin que ellos pongan de su bolsillo, y ahí es cuando muchos ponen en práctica lo que saben de sus propios negocios familiares. También recaudan de lo que se vende ese día en el evento, más lo que le cobran a los foodtrucks por estacionarse allí.

Ese día yo no me sentía con ganas de salir, por eso ya le había dicho a Youngjae desde la mañana que no me estuviera insistiendo. Pero el no conoce la palabra "no". Al igual que el año pasado, terminó convenciéndome con el estómago.

—Sólo voy a cenar y me voy —le dije.

—Prometido.

Esa promesa me sonó a lo más falso del mundo.

Para cuando llegamos, la fiesta ya estaba ambientada. Había una banda tocando covers noventeros en el escenario y gente bailando en la tarima debajo de ellos. Ya había filas en la mayoría de los foodtrucks, al menos en los que valían la pena.

—Mira, allí está Mark. —Youngjae señaló hacia la fila de las tazas locas.

Mark es un amigo de Youngjae. También se puede decir que es mi amigo, aunque en realidad somos más bien conocidos. Youngjae me lo presentó cuando comenzamos el primer año en la universidad, y desde entonces entra y sale de nuestras vidas.

—Está justo al frente de la fila, vamos a aprovecharlo

—Yo no me quiero subir a las tazas —le dije.

—¿Por qué no?

La pregunta me tomó por sorpresa. Y es que no pude pensar en una buena razón para no hacerlo

—Mimi, desde los diez años no me subo a un juego de éstos. Anda, vamos. — Me lo dijo con tanta emoción que no pude decirle que no.

—¿Pero cómo te quieres meter a la fila? La gente se va a poner como loca.

—Claro que no, tú sígueme.

Youngjae me tomó de la mano y me llevó hasta el inicio de la fila, donde estaba Mark. Cuando llegó, se hizo el desentendido y lo saludó como si el lo estuviera esperando.

—Gracias por apartarnos el lugar.

Y así, como si nada, nos metimos. A mí me dio tanta pena que mantuve la mirada siempre hacia el frente.

No sé si fue porque era la primera vez que me subía a las tazas locas, pero después de que terminó la vuelta, me quedé con ganas de más.

Yo creo que tanto giro hizo que se me oxigenara el cerebro y se me quitara la apatía.

—Vamos a formarnos en la fila de los carritos chocones —me dijo Youngjae

. —Está bien, pero primero vamos a comer. Tengo tanta hambre que me puedo comer una vaca entera.

El foodtruck con menos fila era uno que servía hamburguesas al carbón. Nunca me negaría a una buena hamburguesa al carbón, a menos que justo al lado haya un puesto de sushi. El foodtruck del sushi tenía el doble de fila, pero la foto del menú hacía que uno pensara que valía la pena la espera. Y sí, vaya que la valió, es el mejor rollo de queso crema y atún que he probado en mi vida.

Después de la cena, ya mucho más emocionados con los juegos, fuimos a ver cómo estaba la fila en los carritos chocones. Como continuaba muy larga decidimos irnos a perder el tiempo a otro lado. En el camino llegamos al puesto de tiro al blanco. Siempre me ha llamado la atención saber si es cierto lo que dicen: que las miras de las escopetas están alteradas para que no puedas dar en el blanco. Varios intentos después, me encontré disparando hacia unos caballitos de metal de no más de cuatro centímetros de altura, que contrastaban con una cortina roja de terciopelo.

De cinco tiros no pude atinar ninguno.

—¿Qué pasó? —Youngjae se carcajeó.

—Esta cosa tiene la mira hacia otro lado —le dije — Pero ya vi cómo.

Saqué otro billete y le di la escopeta al chico que atendía para que me la cambiara por una que estuviera cargada de munición. Apunté ligeramente a la izquierda del caballito metálico y me preparé para el disparo.

—¿Qué pasó? —Youngjae volvió a reír, después de que fallé de nuevo los cinco tiros.

—No es la misma escopeta, ésta tiene la mira hacia el otro lado.

Tan pronto terminé de decir eso cuando se escuchó un disparo. Inmediatamente cayó el primer caballito de metal. Luego el segundo. Siguió el tercero, el cuarto y el quinto. Cinco disparos, cinco caballitos. Cuando me giré para ver quién había sido el francotirador experto en tumbar caballitos de metal, me llevé una sorpresa.

—¿Ya viste quién está allí? —me dijo Youngjae casi en un susurro.

Yo asentí y me di la media vuelta rápidamente.

—Es él —Youngjae continuó.

Acompañando al chico que atinó los cinco tiros estaba Min Yoongi.

—Sí, es él. Vámonos.

—¿Por qué? ¿A dónde?

—¿Que no queríamos ir a los carritos chocones?

Apenas terminé de decir eso cuando escuché que me llamaron por mi nombre.

—¿Park Jimin?

Durante un segundo traté de hacerme la que no escuchó. Obviamente no me sirvió de nada.

—¿Park Jimin, eres tú?

Fingí una sonrisa y levanté la mirada.

—Hola.

—¿Cómo estás? —Yoongi se acercó a nosotros.

—Muy bien, ¿y tú?

Youngjae me jaló la manga de la blusa.

—Perdón... El es mi amigo Youngjae. —La presenté.

—Mucho gusto, Youngjae. —Yoongi sonrió y el se ruborizó.

Pronto el amigo de Yoongi se acercó también.

—Jae, Park Jimin y Youngjae. —Nos presentó—. Chicos, él es Jaebum, pero le decimos Jae.

—Mucho gusto —Jae saludó con voz ronca, pero amable.

—Igualmente —contesté—. Pueden llamarme Jimin.

—No sabía que ibas a esta Universidad—me dijo Yoongi.

Yo sólo contesté que sí.

—¿En qué año van? —continuó. Yo quería que nos gobernara el silencio. —En segundo —contestó Youngjae—. ¿Y ustedes?

—En tercero —dijo Jae.

—Bueno, ya tenemos que irnos, Youngjae—los interrumpí.

—¿A dónde, y por qué tan rápido? —Noté que Jaebum no le quitaba los ojos de encima a mi amigo.

—Estábamos por ir a los carros chocones. ¿No quieren acompañarnos? — Yoongi dio un paso hacia nosotras.

Me adelanté antes de que Youngjae contestara y arruinara la posibilidad de emprender la huida. Lo conozco, es tan impulsivo que hubiese aceptado la invitación en dos segundos.

—Gracias, pero ya tenemos que irnos. —Me apresuré a decir.

Yoongi y su amigo se despidieron de nosotras.

—¿Por qué hiciste eso? —Youngjae se rascó la nariz

—¿Qué hice?

—De verdad no te entiendo. Ésta era una buena oportunidad de conocerlo bien.

—¿Y quién te dijo que me interesa conocerlo bien?

—¿Por qué no? —respondió Youngjae, frustrado.

—No hay nada nuevo que conocer. Todos los de su tipo son iguales. Piensan que porque tienen dinero son superiores a todos los demás. Son pedantes y no tienen ningún interés más que el beneficio propio. A esa gente no me interesa conocerla para nada.

—¿De qué estás hablando, Jimin? Según lo que me dijiste, se portó muy bien contigo. Además, ¿que no donó una buena cantidad de dinero para tu fundación? Eso, a mi criterio, lo hace una buena persona.

—No todos los buenos actos se hacen con buenas intenciones, Youngjae.

—Ya no te entiendo, Jimin.

No importaba cómo se lo explicara, Youngjae jamás iba a comprender lo que yo sentía.

—Todos los ricos son iguales, Youngjae. Todos, tarde o temprano, sacan su verdadero yo. Créeme, conozco a muchos de ellos por mi trabajo. Todos son idénticos. Lo único que les interesa es beneficiarse ellos mismos. De alguna manera u otra sacan ventaja. No existe un rico honesto.

—¿No crees que estás generalizando? Si existen ricos buenos y ricos malos, creo que Yoongi es de los buenos. En la universidad hay gente rica, compañeros con muchas más posibilidades que tú y yo, que tenemos beca. Sé perfectamente que son difíciles, muy abusivos, como dices, pero también hay otros que no son así, tienen buenos sentimientos y hay que darles la oportunidad de demostrarlo al menos una vez.

Para evitar seguir hablando del tema, accedí a acompañar a Youngjae a la rueda de la fortuna. Ya había bajado la fila y le calculé no más de quince minutos para llegar a abordar una de las cabinas.

Dicho y hecho: pasaron casi diez minutos y ya estábamos subiendo. Justo cuando nos tocaba el turno, escuché una voz que se me hizo conocida

—Pensé que ya se habían ido.

Tardé un segundo en girarme, quizá pensando que si no lo hacía, aquella voz desaparecería. Era la voz ronca del tal Jaebum. Youngjae se puso feliz, lo noté en la manera en que me tomó de la manga de nuevo y me jaló hacia el.

—Vimos que bajó la fila, así que quisimos aprovechar. —Traté de excusarme. Estoy seguro que se vio así.

—¡Los que siguen! —Se escuchó la voz del hombre encargado de la rueda.

—¿Les importa si pasamos con ustedes? —Jay se colocó a un lado de Sophie como si fuera su acompañante.

—Es la última de esta vuelta. Sólo cuatro personas —anunció el encargado.

Youngjae ni siquiera me miró, simplemente subió las escaleras e invitó a Jaebum a seguirlo.

A Yoongi no lo vi muy convencido. Al parecer, él también estaba siendo víctima de la necedad (si se le puede decir así) de su amigo. Yoongi y yo subimos a la cabina como si nos estuvieran arrastrando, con la mirada hacia el suelo, como cuando caminas al salón de la última clase del día.

A diferencia de nosotros, Youngjae se instaló rápidamente al fondo, seguida por el amigo de Yoongi, que se acomodó entusiasmado. Yoongi me cedió el paso para que yo siguiera, pero preferí irme en la orilla opuesta. De esa manera quedamos las dos en las orillas y los dos en el medio.

El encargado de la rueda se acercó y nos pidió que metiéramos las manos mientras bajaba el barandal de seguridad. Yoongi de inmediato se tomó del tubo de aluminio y lo apretó fuertemente con ambas manos.

—¿Todo bien? —le pregunté al ver que no lo soltaba.

—¿Creerás que jamás en mi vida me he subido a una cosa de estas? —me dijo, nervioso.

—¿En serio? —Me sorprendió—. ¿Nunca?

—No, nunca. —Continuó sujetándose a la barra de seguridad como si su vida dependiera de ello. Y eso que todavía ni siquiera arrancábamos.

—¿Ni cuando eras niño?

—Nunca. Que yo recuerde, mis papás nunca tuvieron tiempo de llevarme a ningún parque de diversiones.

—No pasa nada. Sólo da vueltas, y en menos de lo que piensas ya estás de regreso —le dije, al ver lo tenso que estaba agarrado al barandal—. Tardas más en hacer la fila que en el paseo.

—Yo no hice fila. —Intentó fingir una sonrisa.
Aun fingida, su sonrisa era agradable a la vista.

En el instante en que se movió la cabina, Yoongi estiró los brazos y apoyó su espalda en la parte trasera. La cabina comenzó a columpiarse, cosa que para él fue como si se hubiese desprendido de la araña de metal.

—¿Cómo sabes que esta cosa es segura? —me preguntó—. Mira la estructura, se ve más oxidada que un coche abandonado en un lote de autos viejos.

Tuve que morderme ligeramente el labio para que no se me escapara la risa.

—Eso quiere decir que tiene mucho tiempo de estar operando. Y si es así, y aún funciona, entonces es seguro, ¿no crees?

Yoongi me miró a los ojos. Era como si estuviera tratando de entender mi lógica.

—Tu teoría no me convence del todo.

La rueda comenzó a aumentar la velocidad, y para cuando nos dimos cuenta ya estábamos en la parte más alta. Desde allí se admiraba una hermosa vista panorámica de la ciudad, de un lado la orilla del mar, y del otro el inicio del bosque y la autopista. Eso hizo que Yoongi se relajara un poco, lo noté porque dejó de apretar el barandal.

—Wow —dijo. En sus ojos se notaba que de verdad estaba sorprendido. A mí me pareció extraño, pues alguien con ese estilo de vida no es fácil de impresionar, y él se veía encantado con algo tan simple.

—Se ve increíble. —Se me salieron las palabras.

—Es casi como la vista desde el helicóptero.

No supe cómo reaccionar a su comentario. Fue tan espontáneo y natural que no me pareció que lo hubiera hecho a propósito para presumirme sus viajes en el aire.

Su impresión no le duró mucho, pues la rueda continuó girando y pronto Yoongi se sujetó del barandal para evitar sentir que se caía. Me incliné un poco hacia el frente para ver cómo iba Youngjae

El estaba tan relajado, en gran conversación con el amigo de Yoongi, que ni siquiera se dio cuenta de que la estaba mirando.

Después de eso se hizo un silencio de mi lado de la cabina. No sabía qué decir, pero sabía que tenía que decir algo para quitarle a Yoongi la idea de que la estructura de la rueda de pronto iba a colapsar. Sin embargo, fue él quien retomó la conversación.

—¿Cómo es que llegaste a trabajar en la fundación? Lo digo porque eres joven. Apenas cursas en la universidad y ya tienes un puesto importante. Me imagino que ser la coordinador de relaciones públicas no es cualquier cosa, menos con el tipo de gente con la que debes de estar acostumbrada a tratar.

Fue como si me hubiese leído la mente.

—Llegué allí porque pienso que la labor que hacemos es muy importante. Más que eso, es trascendente. Un niño que crece sin padres tiene todas las desventajas del mundo y vive una vida muy triste. La fundación ayuda a aliviar esa tristeza, y lo hace muy bien. Eso lo tengo muy claro.

—Estoy de acuerdo contigo.

—Siento que, de alguna forma, he sido afortunada en la vida. Y mi trabajo en Kidseúl es una manera de hacerme cargo de mis gastos personales. He aprendido mucho en poco tiempo. Tengo mucha suerte de poder trabajar allí.

Yoongi me miró detenidamente.

—¿Dije algo malo? —pregunté.

Por un momento se le olvidó que estábamos en una vieja cabina de metal dando vueltas a varios metros de altura.

—Al contrario. Hablas con tanta pasión... Me sorprende que alguien de tu edad se exprese así.
Si me preguntas a mí, la fundación también es afortunada de contar con alguien como tú.

Nuestras miradas se encontraron por unos segundos, y sentí en mis pies un cosquilleo que no había sentido antes.

—¿Qué pasó? —Yoongi se agarró de la barra de aluminio—. ¿Por qué se detuvo?

Se me escapó una risa.

—Porque ya terminó la ronda. Ahora tenemos que detenernos para poder desocupar una por una las cabinas.

—Qué impráctico —dijo mirando hacia abajo.

Pablo se bajó de la cabina de un brinco cuando nos llegó el turno.

—Eso estuvo divertido —dijo Youngjae —. Tenía años de no subirme a una rueda.

—¿Se quedan un rato más?

Yoongi me preguntó a mí directamente. Estaba por contestarle cuando se nos acercó una chico.

꒰𝓣𝓣𝚊𝚎 ♡︎...

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