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꒰ ⌗ Park Jimin ! ꒱

Ese día me levanté de muy buen humor. A pesar de todos los contratiempos y dificultades que habíamos tenido en las últimas semanas, la fundación pudo salir a tiempo para presentar su estado de resultados y proyecto anual a los inversionistas.

Tengo la suerte de trabajar en kidseúl, una fundación que se dedica a atender y brindar hogar y sustento a niños abandonados en las calles. Pasar las tardes visitando nuestra casa hogar me hace profundamente feliz.

Hace un par de semanas pensé que mi vida no podía marchar mejor, hasta que Irene, la directora, me dio la noticia de que me promovía a coordinador del departamento de relaciones públicas. Aunque mis responsabilidades aumentaban considerablemente, el acenso me caía de maravilla: una mejora de sueldo me venía perfecto para poder seguir pagando mis estudios.

He trabajado desde que he podido, haciendo una y otra cosa. Ahora mi desempeño en la fundación me hace sentir completamente realizado y, a pesar de que son muchas obligaciones para alguien tan joven como yo, me siento orgulloso de haber aprendido poco a poco y que me den esa encomienda. Si no fuera por la confianza depositado en mí, que me he ganado durante este tiempo, sería muy difícil pagar la escuela en la que estudio, cubrir mis gastos, asumir económicamente cuanto tiene que ver conmigo.

Como todo en esta vida, mi nuevo puesto también tiene su lado amargo. El solo hecho de pensar que ahora tendré que lidiar con cierto tipo de personas que suelen frecuentar nuestros eventos no me hace mucha gracia. Por obvias razones, nuestros recursos dependen principalmente de la benevolencia pero también, en algunos casos, de la arrogancia y la pretensión de empresarios encumbrados con mucho efectivo de sobra.

En toda Asia hay compañías que destinan gran parte de sus ganancias a obras de caridad, pero a veces es difícil trabajar con las personas, pues tienen poder y dinero, pero les falta la sensibilidad.

No hay nada que me moleste más en este mundo que tratar con gente que se cree superior a los demás sólo porque nació en una familia adinerada o porque sus parientes lejanos o abuelos pertenecen a una de las familias reales de este país y el apellido les recuerda esos títulos nobiliarios.

Por eso, cuando Irene me comunicó la noticia de mi ascenso, no fui directo a descorchar una botella de champaña. De hecho, tengo que admitir que no acepté inmediatamente, quería meditarlo lo suficiente.

Irene, que me conoce muy bien, estuvo de acuerdo en otorgarme un par de días para que yo tomara la decisión. De no haber aceptado, me habría permitido quedarme en mi antiguo puesto, así que la presión no fue un factor decisivo.

Aquella tarde pronto se tornó en caos justo a unas horas de dar por iniciado el evento. No importa cuánto planees algo o cuántas veces lo ensayes, siempre habrá un detalle que sale mal y que amenaza con arruinar por completo cualquier acontecimiento importante. Esta vez fue la lista de asignación de mesas.

Dos horas antes, el apoderado de uno de los empresarios había llamado para pedirnos que lo cambiáramos de mesa, pues el señor ya no quería sentarse a un lado de su ahora ex socio. Esos detalles, como los problemas entre grupos de empresarios que importan o exportan mercancías a los mismos países del mundo y compiten por ello, eran asuntos que debíamos considerar a la hora de organizar un evento de caridad.

Luego fue el menú lo que nos causó taquicardia, pues uno de nuestros benefactores pidió que le prepararan un platillo vegano para la cena. Al parecer acababa de iniciar su régimen y no podía exponerse a la tentación de comer un filete miñón, ni los deliciosos quesos y jamones que conseguíamos para consentirlos.

Por fin llegó el momento y las puertas del salón Virrey del Hotel Contemporáneo se abrieron para dar inicio a la noche. Por algún motivo, a mis compañeros les causaba emoción saber que ahí se encontraban al menos tres de los diez hombres y mujeres más ricos del país, unas cuantas damas de sociedad amigas de los príncipes en turno, y personalidades de dos países vecinos, con inversiones en nuestra ciudad.

Había luces por todos lados, como el faro que el comisionado Gordon utiliza para llamar a Batman en Ciudad Gótica, y una alfombra roja, alrededor de la cual se disponían fotógrafos de todos los medios y redes sociales apuntando sus lentes hacia el desfile de participantes.

Cualquiera pensaría que aquella noche se celebraba la premier de alguna cinta de Hollywood o el desfile de modas de algún diseñador famoso.

Yo sólo podía pensar en la ironía de ver a todos estos hombres y mujeres ilustres presumiendo sus mejores atuendos (que seguramente costaron una millonada) reunidos para recolectar dinero para los más necesitados.

Después de presentar los resultados del año anterior, que provocaron una larga y emotiva sesión de aplausos hacia nuestra directora, llegó el momento de anunciarme ante nuestros benefactores como el primer vínculo con la fundación. Recuerdo que sufrí cada paso hacia el estrado como si trajera dos piedras amarradas en cada tobillo, cual pirata caminando hacia la plancha.

Me ponía nervioso imaginar las caras de todos ellos al ver a alguien nuevo en el área, a un chico como yo, joven y seguramente asustado. Al final no me fue tan mal: sólo me presenté, y enseguida comencé el pequeño discurso que había pensado tanto para esa ocasión.

—Estimados amigos. Queremos agradecerles de corazón que hayan decidido acompañarnos esta noche. Se dice que la mayoría de las personas pasan por la vida desapercibidos. Que la mayoría de los seres humanos caminan por las arenas de la historia sin dejar huella a su paso. Pero eso no puede decirse de nadie de los aquí presentes. Su generosidad deja una marca trascendente que cambia vidas, no sólo la de aquellos niños a los que ayudan con sus donaciones, estoy seguro que también las de ustedes.

Mencioné algunos nombres para personalizar más mi intervención y un par de casos de niños beneficiados gracias a las donaciones, para que supieran la importancia de su generosidad. Al final agradecí nuevamente y les prometí que aprovecharía su voto de confianza para provocar un cambio positivo en la sociedad.

Al terminar, comencé a dar las rondas por las mesas para presentarme personalmente con nuestros benefactores. Estoy convencido de que, con cada personaje que uno conoce en esas cenas, cuenta con un nuevo perfil psicológico digno de estudio.

No puedo decir que absolutamente todos los presentes eran fantoches y presuntuosos; en realidad, sí había unos cuantos participantes que estaban allí con la firme intención de aportar algo a la sociedad. Por lo general, se pueden identificar porque comenzaron desde abajo e hicieron su fortuna a base de dedicación y esfuerzo. Ésos son los que hacen que mi trabajo valga la pena.

Cada que me encuentro con uno de ellos, aprovecho y me acerco para escuchar sus historias de éxito, de cómo vencieron la adversidad o lucharon contra el sistema y terminaron siendo dueños de su propio destino. Conocer sus experiencias es como tomar una maestría exprés. Por ejemplo, está el caso del señor Francis Evans, que inició desde abajo como agente de seguros. Contra toda probabilidad, pues acababa de llegar a la ciudad, ha bien Domi grado de Escocia, y en el negocio de los seguros las relaciones lo son todo, tomó el directorio telefónico y comenzó a sacar citas con gente totalmente desconocida.

No le daba pena su acento, o que en esta parte del continente se hablara coreano, él hacía su mejor esfuerzo por ganarse la confianza de todos. Poco a poco fue haciendo una cartera de clientes lo suficientemente grande como para financiar una oficina y un par de empleados. Y así fue creciendo hasta que él mismo dejó a un lado las ventas y se concentró en reclutar y capacitar a nuevos agentes. Casi veinte años después, tiene una de las agencias más importantes del país.

Pero también existe el otro lado de la moneda. El lado oscuro. El de los personajes que creen que por tener una chequera grande pueden hablarte como si fueras un hostess de un bar underground. Como el típico que te entrega una tarjeta con su número de teléfono escrito a mano mientras te acosa con una media sonrisa, convencido de que el día que tengas deseos de verte en el espejo con un collar y unos anillos de oro lo vas a llamar.

No hay cosa más desagradable.

Es un entorno más hostil de lo que cualquiera puede imaginarse, pero es el camino que elegí para ayudar a los demás, para apoyar a quienes están solos y necesitan el apoyo de otros.

Otra especie que suele rondar este tipo de eventos son los que asisten sólo para sentir que pertenecen a la alta sociedad, pero que al final no donaban absolutamente nada. Esos que aprovechan para sacar a pasear a sus esposas o esposos (que normalmente vienen vestidas y vestidos con atuendos de estrella de cine de los cincuenta) para cumplir con la salida del mes. Se atragantan con la cena mientras beben copa tras copa del whisky más costoso. Terminan la cena y se pasean de mesa en mesa saludando a gente que ni conocen, pero hablando como si hubieran estudiado juntos en el mismo colegio privado.

Sí, me refiero a los políticos. Nunca faltan. Quizás ésos son los que más náuseas me provocan porque, aunque sabemos que no van a contribuir ni con medio won para la causa, hay que atenderlos bien; de lo contrario, te cierran el negocio.

Para antes de las once y media, justo después de que terminó la subasta de arte, yo ya estaba bajo los efectos de un par de pastillas que me tuve que tomar para que no me explotara la cabeza con una migraña. En ese momento se me acercó uno de los invitados. A diferencia del resto, era muy joven.

Era de ojos pequeños de color negros profundos, pestañas cortas y cejas no tan pobladas, alto y fornido, casi de un metro ochenta, el tipo de persona que se ejercita. Tenía el cabello castaño casi largo, como si acabara salir de la peluquería, la nariz respingada pero pequeña y una sonrisa contagiosa, de dientes y labios un poco delgados pero perfectos. Por alguna razón me llamó la atención una cicatriz que tenía en la ceja derecha.

No sé, quizá lo hacía verse más guapo, si eso era posible. Vestía con un traje oscuro de buen gusto, de esos que desde lejos se ve que no son baratos, y conforme avanzaba hacia mí podía percibir el buen gusto en su loción. Era demasiado joven, calculé que tenía entre diecisiete y dieciocho años, no más.

El chico se presentó amablemente. Me dijo que era la primera vez que asistía a un evento de esa naturaleza y que se sentía completamente fuera de lugar. Estaba interesado en encontrar una fundación para invertir el capital anual que el corporativo que representaba destinaba a la beneficencia.

Se me hizo un poco extraño que fuese el responsable para dicha misión, pero no podía juzgarlo: teníamos en común ser muy jóvenes y estar al frente de asuntos importantes que requerían trato con los demás. Me contó que ya llevaba un par de meses trabajando en ello, y que aún no encontraba una fundación que le convenciera del todo.

—Lo que escuché en tu discurso me pareció muy interesante —me dijo—.Me gustaría conversar más a fondo para conocer a detalle el funcionamiento de la fundación.

—Con mucho gusto. Si te parece podemos agendar una cita en nuestras oficinas, el día que sea mejor para ti. —Tomé uno de los folletos que alguien había dejado sobre la mesa más cercana y se lo alcancé

— Yo soy Park Jimin. Mi número se encuentra al reverso.

—Muchas gracias, Jimin —me respondió, y se guardó el folleto en el bolsillo interior de su saco —Le voy a pedir a mi asistente que concrete una cita para la siguiente semana, si eso está bien para ti.

—Claro, será un placer atenderte.

No sé si fue el dolor de cabeza o el efecto aletargante de las pastillas, pero hasta después de que nos despedimos me di cuenta de que ni siquiera le pregunté su nombre.

"Muy mal, Park Jimin", me dije.

A pesar de todos los contratiempos, el evento funcionó tal y como se había planeado. Los benefactores del año anterior estuvieron satisfechos con los resultados que se expusieron en el proyector, y al mismo tiempo alcanzamos el porcentaje preliminar que nos habíamos fijado como meta para nuevas cuentas. Lo recaudado en la subasta superó inclusive nuestras propias expectativas, y mi jefa estaba que brincaba de felicidad.

Al final de cuentas todo esto lo hacemos por ellos: los niños, y saber que nuestros esfuerzos son recompensados y que ellos se verán favorecidos hace que todo valga la pena. Para mí eso hace toda la diferencia. Me causa un inmenso placer ver los resultados de nuestro trabajo y el impacto que causamos en sus vidas.

Esa noche volvió a suceder.

Hacía tiempo que no me pasaba. Aquella pesadilla que me atormenta desde que tengo memoria volvió a despertarme a mitad de la noche con el corazón latiendo a mil.

En mi pesadilla me encuentro corriendo por un bosque lleno de pinos, justo a un lado de un pequeño arroyo y, muy al fondo, unos acantilados que dan hacia el mar. Cada vez avanzo más rápido, hasta que de pronto ya no siento las piernas.

Es como si mi cuerpo no existiera y sólo mis ojos pudieran percibir lo que hay a mi alrededor. Es tan real. La experiencia me afecta tanto que tardo tiempo en volver a conciliar el sueño.

A veces me pregunto si esa pesadilla tiene algo que ver con mi pasado, con lo que sucedió con mi familia. Los recuerdos, como en algún momento las cicatrices de mi espalda, son heridas, pero a diferencia de ellas que ya cerraron, éstos están ahí para recordarme algo que sucedió y me dejó marcada de por vida; me duelen por no poder asimilarlos.

Las pesadillas también me provocan un dolor constante. Sé que, aunque los sueños me ofrezcan una explicación, jamás lo conoceré completamente: he vivido tantos años con verdades a medias que ya no tengo tanta esperanza.

꒰𝓣𝓣𝚊𝚎 ♡︎...

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