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⊰⊹ฺ ᶜᵃᵖⁱ́ᵗᵘˡᵒ 10 ⊰⊹ฺ

No se había dado cuenta que la puerta estaba justo al frente, la emoción que lo embargaba lo tenía en las nubes, lo único que logró traerlo a la realidad fue el sonido de un golpe y el dolor en su frente.

Había chocado con la dura puerta.

—– Auch —– se sobó la frente —– Que distraído estoy —– guardó las cosas y colocó su mano en el pomo —– Vamos Seokjin, eres un príncipe, y un príncipe no tiene miedo.

Esas palabras no quedaban tan perfectas con sus piernas que no dejaban de temblar por los nervios, su mirada acribillaba sus pobres piernas pero éstas ni se inmutaron y siguieron temblando. Tomó una respiración y abrió la puerta con seguridad.

Luego de la puerta, estaba el espacio cerrado, ese espacio era un lugar oculto en la naturaleza para que nadie viera cuando entraba y salía un ser celestial.

Ese espacio era generalmente oscuro, similar a una cueva. Una cortina de muchas plantas estaba justo al frente como separador entre el escondite y finalmente el mundo de los humanos.

El escondite de esta región quedaba en los jardines del templo local, se encontraba distanciado un poco del pueblo, dado a que era un lugar sagrado.

Seokjin se animó a salir a esos jardines verdes muy bien cuidados, con flores blancas y delicadas adornando la mayor parte de la caminata. Caminó por todo el sendero llegando al templo, rodeándolo, para seguir el camino.

Las condiciones del pueblo no eran muy favorecedoras. Si bien era una zona rural extrema en donde los ingresos solo era para que las familias subsistieran; el templo era lo más exótico y de alguna manera lujosa que tenían. Blanco y alto, no muy grande, pero claramente decorado cuidadosamente.

Dentro del templo oraba y no específicamente a un dios.

Muchas personas adoraban y creían en diferentes cosas, pero en el templo todos oraban a quien sea que escuchara por el bien de todos.

Allí no había distinción.

Viendo las ofrendas en el altar, un gran tumulto de frutas, objetos, pieles entre otros objetos y comidas, decidió dejarlas pasar, seguro en sus mentes pensaban que los hijos de la luna venían a despojarlos de todo, con tantas riquezas que seguramente poseía.

También lo hacían por miedo de que se llevaran a sus hijos para matarlos y comerlos como los caníbales que "seguramente" eran.

Su carácter impulsivo y siempre justo lo llevó a crear una protección encima de la ofrenda. Nadie podría llevarse nada, solo los aldeanos tomarían sus cosas.

En el centro dejó una pequeña nota, Dando las gracias por sus ofrendas, e indicándoles que la usaran para alimentar a sus hijos y sus familias.

Un buen rato estuvo verificando que todo estuviera en orden, arregló las ofrendas y cada una con su respectivo nombre, así, ni siquiera los aldeanos podrían tomar comida que no les perteneciera.

—– Listo —– sonrió —– Ahora vamos a los cultivos —– caminó hacia donde se encontraban las granjas y tierras de los aldeanos.

Seokjin siempre que bajaba, revisaba que los aldeanos estuvieran bien, que su cosecha fuera próspera, que el agua nunca faltara y ciertas necesidades, porque sentía que ese era su deber como guardián e hijo mayor del Dios de la Luna.

Tocó las tierras áridas del pueblo con su mano y frunció el ceño.

—– El sol ha estado fuerte últimamente, eso no es bueno —– dijo rociando su gracia en la tierra.

Ellas se esparcieron en todas las siembras y cultivos de la aldea; podía proporcionar humedad y alimento a la tierra tan solo con sus manos, no lo hacía para su beneficio si no para el de otros, para el del pueblo por ejemplo.

Su curiosidad sobre el por qué vivían de esa manera lo hacían actuar de manera que pudiera ayudarlos a no sufrir tanto por el duro y arduo trabajo.

Anduvo por varias horas revisando el pueblo, estaba acostumbrado a eso en sus noches de eclipse.

Siguió el camino recto despejado, disfrutaría un poco del paisaje, ya había ayudado al pueblo con sus necesidades, probablemente al día siguiente se darían cuenta de algo.

La fresca brisa movió las hojas alborotándolas a sus pies, llegando a un lugar rocoso, pudo ver el cambio en el paisaje, de pronto era frío y los caminos podían verse fácilmente al no estar rodeado de plantas.

Siguió su curso, en línea recta, otros caminos se le cruzaron pero Seokjin no se detuvo. Algo dentro de él estaba modo automático, caminaba mirando fijamente al frente.

Cualquiera pensaría que estaba sonámbulo.

Parecía que alguien lo llevaba del brazo, ni se inmutaba al caminar o al tropezar con algo.

Parpadeó un par de veces, mirando a su alrededor, sus pies bien plantados en la tierra en un lugar específico. Frente a él, estaba el capullo cerrado de una flor.

La flor que buscaba.

La luz de esa Luna que pronto se ocultaría, iluminó de lleno al capullo que poco a poco comenzó abrirse; sus pétalos uno a uno se separaron de su centro dejando ver el diseño de la preciada flor.

Pequeña en tamaño, pero con una cantidad de compañeras que también abrían sus pétalos, digno de un espectáculo.

Sus orbes marrones veían con gran entusiasmo las flores abrirse una por una, jamás había visto algo igual. Las maravillas de su mundo no se comparaban ante la emoción que sentía por ver la flor abrirse, resplandeciente, mostrando sus colores a los aldeanos, que se perdían de este espectáculo.

Sonrió y se acercó al ramo de flores.

—– Grandiflora —– dijo, pero se detuvo sintiendo un dolor punzante en su muñeca izquierda —– Auch —– tomó su muñeca sintiendo el ardor aumentar.

—– ¿Estás bien? —– sus ojos se abrieron de par en par claramente asustado. "¿Alguien me ha hablado?" pensó.

Los latidos de su corazón reemplazaron el agudo dolor en su mano, la esperanza burbujeó en su interior y con todo el esfuerzo del mundo levantó su mirada, a un lado de ese arbusto lleno de flores.

Estaba él.

Un joven.

Él más hermoso que había visto en sus años celestiales.

Un poco más bajo que él, con su cabello castaño alborotado, sus ojos como dos almendras mirándolo con preocupación y con sus cejas fruncidas. Su ropa, nada que se pudiera comparar con su maravillosa túnica. Los pantalones anchos, un poco desgastados con la sombra de un color crema; su camisa marrón y un bolso enganchado a sus hombros.

A pesar de todas las diferencias, a Seokjin le parecía hermoso.

Con lentitud y aun sosteniendo su muñeca se acercó a él.

El castaño sintió algo en su pecho, jamás había visto a alguien tan... Reluciente, esplendoroso.

Perfecto.

Fue la palabra que se le vino inmediatamente a la mente al verlo admirar la misma flor que él, iba a sonreírle pero cuando lo vio quejarse de dolor y tomar su muñeca, la preocupación sustituyó cualquier perfección que vio en primer instante. Parecía dolerle, hasta que le preguntó si estaba bien.

Parecía no haberle escuchado, al contrario, lo observaba asustado.

No podría hacerle nada.

O por lo menos eso pensaba él.

Tragando fuerte, observó como el pelinegro con ropa extravagante se acercaba a él.

Seokjin lo miraba, como si de un sueño se tratase.

Acercó su mano a la mejilla contraria, los ojos del menor demostraban sorpresa, pero era incapaz de moverse o golpear su mano como lo haría en ocasiones diferentes. Sin embargo, no podía hacerlo con ese chico, que lo miraba de una manera que calaba fuertemente en él dejándolo quieto en su lugar.

El tacto de los suaves y gratiles dedos de Seokjin en la piel de castaño, hicieron estremecer ambos cuerpos.

El dolor en su muñeca se esfumó, y logró sentirlo.

Lo que su madre le había dicho.

Una sonrisa genuina marcó sus facciones, admirando el rostro del menor, sin miedo y con total seguridad.

—– Al fin te encontré, Namjoon.

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