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Haz lo que te diga

Aún le pesaba la cerveza de la noche anterior, y el llamado de atención de su jefe por llegar tarde y con resaca le provocaba aún más vergüenza. Se sentó con pesadez en su ordenador esperando avanzar un poco con la programación que debía terminar esa semana, pero ni siquiera había encendido el monitor cuando una voz lo llamó a su espalda.

—¿Thomas Anderson?

Se giró para encontrarse con un joven trabajador de FedEx. No tenía claro quién le había enviado aquel paquete, pero estaba su nombre.

—Sí, soy yo.

El muchacho entró al cubículo y le entregó la tableta electrónica, donde firmó como se debía mientras el repartidor escaneaba el código del paquete con un lector portátil que tenía en su cinturón. Recibió el sobre, y de inmediato sintió como el peso se iba hacia un objeto pequeño en su interior.

—Tenga un buen día. —El chico tomó su tableta y salió del cubículo con una sonrisa.

Él se quedó solo tratando de entender porque siempre los repartidores eran felices. Lo más seguro era que se debía a que su zona de trabajo es la ciudad entera, y no un maldito cubículo en una oficina de porquería que parecía una colmena. Abrió el sobre y volcó el hasta entonces desconocido objeto sobre su mano. Era un teléfono. El aparato no le dio tiempo para extrañarse, ya que apenas tocó su mano el tono de llamada inundó el silencioso cubículo.

Al primer timbre contestó, y con una mezcla de duda y miedo se llevó el dispositivo al oído.

—¿Hola?

—Hola, Neo. ¿Sabes quién habla?

No conocía esa voz, pero una corazonada le dio el nombre de a quién le pertenecía. Aquel que había estado buscando durante los últimos años estaba al otro lado de la línea. Se sentía como si después de caminar por días en un desierto viera a lo lejos un oasis para saciar su sed. Se giró hacia la pared de su cubículo esperan do que nadie escuchara su conversación.

—Morfeo.

—Sí. —En la voz del hombre se notaba cierta satisfacción— He estado buscándote, Neo. No sé si estás listo para ver lo que voy a mostrarte, pero tristemente no nos queda tiempo. Vienen por ti, Neo. Y no estoy seguro de lo que vayan a hacer.

Un nudo se le formó en la garganta. Seguramente se debía al descuido que había tenido la noche anterior al aprovechar un sueño repentino para descansar dejando sin vigilancia su equipo. Parecía que no solo Trinity había sacado ventaja de eso.

—¿Quién viene por mí? —preguntó temiendo que fuera alguna organización gubernamental o una mafia. En ambos casos era hombre muerto.

—Levántate y mira tú mismo.

—¿Ahora? —Si lo veían seguro le harían algo.

—Ahora. —Se levantó de la silla para dar un vistazo rápido— Pero hazlo lentamente. —Dicho comentario lo dejó descolocado ¿Estaba viendo lo que hacía?— Salen del ascensor.

Un grupo de al menos seis policías y tres hombres de vestidos de traje negro bajaban del elevador y le preguntaban a una empleada por él. La mujer señaló en su dirección, y al momento en que los hombres giraban la cabeza hacia él, se agachó.

—Maldita sea

—Si.

—¿Qué diablos quieren de mí? —Parecía que sus descuidos pasados habían atraído a aquellos hombres que seguramente eran del FBI. Siempre había pensado que no le pasaría a él, que eso solo le ocurría a otras personas.

—No lo sé, pero si no quieres averiguarlo lo mejor es que salgas de ahí.

—¿Cómo?

—Puedo guiarte, pero debes hacer todo lo que te diga.

¿Acaso tenía otra opción? Esperó que Morfeo supera lo que estaba haciendo.

—El cubículo frente al tuyo está vacío

—¿Pero y si...?

—¡Corre! ¡Ya!

No tuvo de otra. Se lanzó hacia el cubículo con en un salto de confianza. Se escondió tras un archivador mientras aquellos hombres registraban su oficina.

—Quédate ahí un momento. —Parecía que se hubieran dispersado para buscarlo. El silencio lo mantenía en tensión— Cuando te diga, ve hasta el final del pasillo, a la oficina que está al fondo, y agáchate tanto como puedas. —Pasaron algunos segundos, y podía sentir como el sudor deslizaba por su frente— Ahora.

Al salir al pasillo se encontró con un policía. Parecía pura suerte que le estuviera dando la espalda. Aprovechó esto y avanzó en la dirección contraria, hasta llegar a un cruce de cubículos, en el cual giró a la derecha para llegar a un pasillo pequeño, en el cual las divisiones lo cubrían de cualquier peligro. Cuando entró en la oficina se mantuvo un rato agachado hasta cerrar la puerta. A esas alturas todavía tenía el teléfono pegado al oído. Maldecía que las puertas de aquel edificio no tuvieran seguro.

—Bien. Fuera hay un andamio.

En definitiva, ahí estaba.

—¿Cómo sabe todo eso?

—No hay tiempo, Neo. A tu izquierda hay una ventana. Acércate y ábrela.

Él obedeció. Esperaba ver que alguien en la calle le hiciera una señal y que luego Morfeo le indicara como llegar al ascensor o a las escaleras de emergencia, pero no vio nada.

—Usa el andamio para llegar al techo.

—¡Ni hablar! ¡Es una locura!

—Existen solo dos formas de salir de este edificio. Una es el andamio, y la otra es en su custodia. Elije una de las dos. Es tu decisión.

La llamada fue cortada. ¿Qué era mejor? ¿Una posible muerte por usar un andamio que obviamente no sabía manipular o ir a la cárcel por delitos informáticos? La puerta no detendría a un agente del FBI, además de que no había forma de ponerle llave. El viento entraba por la ventana con insistencia. Conservó el teléfono solo en caso de que Morfeo lo llamara para darle nuevas instrucciones.

—Esto es una locura. —Caminó hacia la ventana y se apoyó en la marquesina— ¿Qué he hecho para merecer esto? No soy nadie. No he hecho nada. —Tras decirse eso a sí mismo se sintió idiota. Era obvio que había hecho algo, y que las consecuencias llegarían en algún momento... que parecía ser ahora.

Al ver el abismo que lo esperaba si caía, las dudas le anudaron la garganta. Avanzó lentamente mientras se mantenía pegado a la ventana, y en su mente maldijo al arquitecto del edificio por haber puerto aquellos pilares volados que se cruzaban en su camino. El ancho de aquel pilar era equivalente al de la marquesina, y era tan liso que no tenía cómo sostenerse. El viento soplaba con fuerza. Dio un paso hacia atrás, y al soltar la columna de acero el teléfono se precipitó hacia la calle. Sentía como el equilibrio se perdió, y abrazó el pilar con fuerza. Pensó en otras formas de llegar al techo: El elevador estaba vigilado por un oficial, pero aún podía llegar a la escalera de emergencia, pero estas estaban al otro lado del conjunto de cubículos, que ya debería estar lleno de policías.

—No puedo hacerlo.

Aún aferrado al pilar, se giró y caminó con lentitud hacia el interior. Puso el pie en la alfombra y rogó que pudiera llegar al techo por la escalera sin que lo atrapara. Estaba a punto de abrir la puerta cuando un policía se interpuso en su camino.

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