Cuarto Blanco
Después de haber investigado el historial de aquel sujeto no pudo evitar sorprenderse al pensar que aquellas ratas estaban buscando a ese ser tan incompetente. Consideraba que existían seres más dignos de salir de aquella realidad.
Cuando entraron a la estancia, el hombre tenía la cabeza gacha como un miserable perro. Al verlos se irguió y acomodó en el asiento que le habían proporcionado. Smith dejó la carpeta que llevaba en la mano sobre la mesa ante la mirada de incomodidad del individuo sentado frente a él.
Los folios que contenía eran información básica que encontraron, pero lo demás solo era descifrable por programas, y no podían exponer el sistema. Esas evidencias solo las conocerían ellos.
Aunque ya conocía el contenido, ojeó las páginas que contenían los delitos infringidos por el Señor Anderson. Habían allanado su apartamento, encontrando disquetes con datos, dinero en efectivo, y el historial de navegación de la noche anterior. Perfectamente podían permitir que fuera condenado por las leyes que regían el país, como solían hacer con amenazas menores como él, pero su reciente contacto con un pez gordo les hizo llegar a una mejor conclusión.
Sabía que el infractor podía ver desde su posición las imágenes que habían tomado de la escena, y, como es de esperarse en los humanos, se sintió estúpido.
-Como puede ver, lo hemos estado siguiendo por un buen tiempo, Señor Anderson. -Pasó varias páginas cuyo contenido ya era conocido mientras hacía una pausa- Parece que ha estado viviendo dos vidas. -Dejó la carpeta en una página específica. Ya no era necesario aterrar al hombre- En una, es Thomas A. Anderson, un programador de una respetable compañía de software. Tiene un seguro, pagas sus impuestos... y ayuda a su arrendataria a sacar la basura. -Pasó la página hacia aquella en la que se detallaban las andanzas de aquel individuo. Nada remarcable- Su otra vida está dentro de las computadoras, donde es un hacker conocido como "Neo". Virtualmente culpable de cada delito cibernético para el que se tenga una ley.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire de la habitación de paredes blancas gracias al ligero eco provocado por la ausencia de muebles a excepción de los que ocupaban él y su molesto invitado.
-Una de esas vidas tiene futuro. La otra no. -Apartó la vista de la carpeta para dirigirse de una forma más cercana al individuo, que se movía nervioso en su asiento- Voy a ser tan honesto como me sea posible con usted, Señor Anderson. Está aquí porque necesitamos su ayuda. -Había mantenido sus gafas de sol en su sitio al igual que sus pares hasta ese momento. Al quitárselas, el hombre frente a él pareció un intimidarse- Sabemos que ha sido contactado por cierto individuo, quien se hace llamar Morfeo. -Hizo un énfasis especial en el alias del personaje en cuestión. Los ojos de Anderson mostraron cierto nerviosismo por las consecuencias de su futura respuesta. Era obvio que temía que trataran de sacar la información que no poseía a base de prácticas indeseables, pero no iban a eso- Lo que crea saber de este hombre no es importante. El hecho es que es considerado por las autoridades como uno de los hombres más peligrosos con vida. -Se apoyó en sus codos, quedando más cerca del infractor- Mis colegas creen que estoy perdiendo mi tiempo con usted, pero yo creo que hará lo correcto. Se nota que es un hombre inteligente. -Con su mano hizo a un lado los documentos, hasta dejarlos al bode de la mesa - Estamos dispuestos a olvidarlo todo y darle una oportunidad para tener un nuevo comienzo. Lo único que esperamos a cambio es su colaboración en llevar a un conocido terrorista a la justicia.
Su interlocutor asintió, pero no parecía estar convencido. Es difícil cambiar el pensamiento de alguien que ya tenía sus creencias formadas, por muy buena que fuera la recompensa, nunca dejaría los viejos hábitos.
-Bueno, parece un trato razonable. -El individuo se acomodó en la silla- Pero creo que tengo uno mejor: Que le parece si le doy el dedo...-Inmediatamente levantó el dedo medio de su mano izquierda - y usted me concede mi llamada.
Habían tratado de hacerlo de buena manera, pero el hombre ya tenía el cerebro tan comido por las ratas que no sería posible hacerlo razonar. Sin tanta sorpresa, se puso las gafas de sol nuevamente.
-Me decepciona señor...
-No puede asustarme con esta basura de Gestapo. Conozco mis derechos. Quiero mi llamada.
-Dígame, Señor Anderson ¿De qué le serviría una llamada si no fuera capaz de hablar?
Como era de esperar, su pregunta dejó descolocado al hombre. Inmediatamente empezó a mirar en todas direcciones en busca de alguna reacción por parte de sus colegas.
No le interesaba entender lo que sentía el acusado en esa situación, pero sentía una increíble satisfacción al verlo tratar de gritar mientras los tejidos de sus labios se unían poco a poco. No pudo evitar sonreír cuando su interlocutor pegó un brinco, tirando la silla lejos. Se refugió como un idiota en la esquina del cuarto, donde los otros agentes lo agarraron y de un tirón lo regresaron a la mesa a la vez que los botones de su camisa se reventaban, dejándolo con el pecho descubierto y con la espalda pegada a la madera, forcejeando para liberarse.
-Va a ayudarnos, señor Anderson... -dijo mientras sacaba del bolsillo interior de su chaqueta un objeto parecido a una cigarrera metálica. La abrió y sacó un dispositivo de rastreo ante la cara de terror de Anderson -... Le guste o no.
Activó el aparato, que empezó a tomar su verdadera forma lentamente, convirtiéndose en algo que algunos verían muy parecido a una langosta combinada con un camarón limpiador. Dejó el dispositivo sobre el estómago del hombre. El "animal" comenzó a escarbar en busca de un acceso, llegando al ombligo mientras aquel ser llamado humado se retorcía como un gusano frente a ellos.
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